¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

domingo, 21 de febrero de 2016

LAS SEDUCCIONES DEL "PADRE DE LA MENTIRA"

Imagen referencial - Foto: Adrian Scottow (Flickr)

Satanás seduce con el encanto y la fascinación, con la vanidad y con el poder. 

El Libro del Apocalipsis asegura que “se entabló una batalla en el cielo. Es “la guerra final”, pero “durante toda la historia esta guerra se hace cada día: se hace en el corazón de los hombres y de las mujeres, se hace en el corazón de los cristianos y de los no cristianos…”.

Existe una guerra espiritual entre el bien y el mal, donde nosotros debemos posicionarnos. Pero los métodos de guerra de estos dos enemigos son totalmente opuestos.

El diablo es un "vende humo", te ofrece un poco de diversión, te hace creer que estás en el camino, pero “al final te deja solo”. Te hace ver las cosas maquilladas y tú crees que es es lo bueno, que te da paz, pero vas ahí y al final no encuentras la felicidad. Te hace desear y depositar tu esperanza en cosas que no dependen de él.

Todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas, hace basar todo en la apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tienes.

Uno de los “métodos” del diablo es hacernos creer que no existe” y así logra separarnos de Dios y de los demás. Cuando le desenmascaras, su principal arma es la tentación.

Y con lo primero que tienta es con “las insidias”: es un sembrador de insidias, nunca cae de sus manos una semilla de vida, de unidad, siempre insidias, insidias. Es su método, sembrar insidias: en la familia, entre padre e hijos, entre hermanos.

Satanás también “es un seductor”. Seduce fascinando, con encanto demoníaco, te lleva a creer todo. Él sabe vender con este encanto, vende bien, ¡pero paga mal al final!.

Imagen referencial. Foto: Flickr Todd Page (CC-BY-NC-2.0)La primera vez que aparece en el Evangelio es en un diálogo con Jesús. Jesús está orando y ayunando durante cuarenta días en el desierto y al final está un poco cansado y tiene hambre.

Y él viene, se mueve lentamente como una serpiente, y hace esas tres propuestas a Jesús, que son las tentaciones.


Los tres pasos del método de la serpiente, del demonio son, primero, la corrupción, es decir,  anhelar cosas, en este caso el pan, las riquezas, las riquezas te llevan lentamente a la corrupción, y ésta destruye.

El segundo paso es “la vanidad”. “Aquello que decía el diablo a Jesús: ‘Vamos a lo alto del templo, tírate desde ahí, ¡haz el gran espectáculo!’. Es “vivir por la vanidad”.

El tercer paso es “el poder, el orgullo, la soberbia”. “’Yo te daré todo el poder del mundo, tú serás el que mandes’”.

Esto nos ocurre también a nosotros, siempre, en las pequeñas cosas: enganchados demasiado a las riquezas, nos gustan cuando nos alaban. La vanidad nos lleva al poder, te sientes Dios, te endiosas y sustituyes a Dios.

Cuando la tentación “es rechazada”, entonces “crece: crece y vuelve más fuerte”. Cuando el demonio es rechazado, gira y busca a algunos compañeros y vuelve. Por lo tanto, crece también implicando a otros”. La tentación crece,  contagia y al final, se justifica.

Esta es nuestra lucha, y por eso hoy le pedimos al Señor que por intercesión del Arcángel Miguel nos defienda de las insidias, del encanto, de las seducciones de esta serpiente antigua que se llama Satanás.

Si vamos al relato de las tentaciones de Jesús no encontramos jamás una palabra suya. Jesús no responde con palabras propias, responde con palabras de la Escritura, las tres veces”.

Esto nos enseña que con el diablo no se puede dialogar, y esto ayuda mucho, cuando viene la tentación. "Contigo no hablo, sólo la Palabra del Señor”.




lunes, 15 de febrero de 2016

LA FE DE CONSUMO O GULA ESPIRITUAL


Hoy reflexionamos sobre una gran tentación con la que el Diablo nos trata de embaucar a muchos cristianos católicos: la fe de consumo o la gula espiritual.

La gula espiritual podría definirse como la intención de "servirse de Dios sin servir a Dios"

Vivimos, consciente o inconscientemente, en una sociedad de consumo que fomenta el hedonismo, el placer y la satisfacción inmediata de los deseos materiales individuales. 

Y, de forma análoga, la fe de consumo busca la satisfacción inmediata de los deseos espirituales individuales.

El “consumismo espiritual” anhela obtener seguridad, placer, satisfacer nuestras propias necesidades y reforzar nuestra identidad respecto a los demás, mediante el consumo compulsivo de sacramentos, formaciones teológicas, catequesis, ejercicios espirituales, etc.

La gula espiritual, cuando no se satisface, nos conduce a la pereza espiritual, nos lleva a la impaciencia y a una cierta desgana hacia el trabajo que supone nuestra propia santificación: huimos del compromiso, de la comunidad, de la oración... y nuestra fe se convierte en un ejercicio de “cumplimiento”, sin más.

Anteponemos el tener al ser”, el “recibir al dar”, damos primacía a nuestro propio individualismo egocentrista, alejándonos (consciente o inconscientemente) de nuestra identidad natural evangelizadora y estigmatizando al que en lugar de consumir, en lugar de recibir, quiere dar, quiere entregarse a otros.

Esta desgana se denomina “acidia”, es decir,  pretendemos crecer en la vida espiritual sin esfuerzo, creemos que la santidad es un don de Dios que no requiere de esfuerzo y cooperación.   Dios, que respeta nuestra libertad, no puede trabajar en nuestros corazones si no ponemos de nuestra parte.  Y así, corremos el riesgo de convertirnos en niños consentidos, en bebés espirituales que nunca crecen.

Otras veces, deriva en envidia espiritual: cuando no nos alegramos con el crecimiento de los demás, cuando queremos ser más santos que los demás, mejores cristianos que los demás. 
 

Sin embargo, cuando la fe de consumo se satisface (aunque sea parcialmente),  también se manifiesta en codicia espiritual de las cosas de Dios (libros espirituales, estatuas, imágenes, medallas, escapularios, lugares de apariciones o de peregrinación).

Todas estas cosas son instrumentos que pueden ayudarnos a acercarnos a Dios, pero el peligro viene cuando nos apegamos a ellas y no las usamos como herramientas para el fin por el que han sido creadas.

Algunos se sienten tentados por la lujuria espiritual, es decir, el apego a las personas de Dios: los sacerdotes, nuestros amigos en la iglesia, nuestros maestros o guías espirituales. Debemos dar gracias a Dios por ellos.  

No obstante, en ocasiones, nuestras reuniones de oración se transforman en clubes sociales o “grupos estufa”, donde estamos “tan a gustito”. Otras veces, nuestras labores evangelizadoras derivan en alegres fiestas, sin más o nuestros métodos se convierten en guetos infranqueables. A veces, tenemos prisa u ocupaciones dependiendo de lo que se requiere de nosotros y sin embargo, sí tenemos tiempo y ganas para actividades lúdicas.

Luego está la promiscuidad espiritual, esto es, el deseo de seguir consejos espirituales, pero no ponerlos en práctica; el deseo de pertenecer a muchos grupos; el deseo de participar en muchas actividades.   Pero cuando tratamos de hacer todo, muchas veces no hacemos nada o hacemos poco.  En realidad, no somos fieles a nada, ni siquiera a Dios.

Y entonces llegamos a la ira espiritual: cuando nos quejamos de lo que hacen nuestros hermanos, o de lo que no hacen y nos erigimos en “fiscales de la fe”, juzgando a todos, incluso a los sacerdotes u obispos

Y finalmente, el peor y causa de todas ellas: la soberbia espiritual, pecado que nos aleja del amor de Cristo, y nos hace creernos auto-suficientes, erigirnos en “perfectos cristianos", en maestros de la Ley o sentirnos superiores a los demás, olvidándonos que en la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta.

Estamos apegados a nuestra propia voluntad, a nuestras propias ideas, a nuestros deseos y acciones.   Queremos hablar mucho sobre Dios, sobre su voluntad, pero no estamos dispuestos a escuchar.  Pensamos que estamos en lo cierto, que vamos por el camino correcto, pero en realidad, lo que buscamos es que se cumpla nuestra voluntad. No estamos dispuestos a aprender porque pensamos que ya sabemos todo y que nadie puede enseñarnos nada.

Por ello, para luchar contra todas estas tentaciones que provienen del Diablo, tres poderosas armas que nos ofrece Dios: mucha fe, mucho amor y mucha oración.


Que Dios os bendiga a todos.