¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

viernes, 21 de febrero de 2020

IDENTIFICANDO AL ENEMIGO

"¡Sed sobrios y estad en guardia!. 
Vuestro enemigo el diablo como león rugiente 
da vueltas y busca a quién devorar!" 
 (1 Pedro 5, 8)

En la actualidad, son muchos (incluso católicos) los que afirman no creer en la existencia de Satanás, y así, sin darse cuenta, son vulnerables a sus trampas y se convierten en sus cómplices, aunque lo ignoren o no sean conscientes. Es es su gran "triunfo": hacer creer que no existe.

San Pedro nos advierte de que debemos estar muy alerta para ser capaces de discernir los signos de los tiempos, porque el Diablo siempre anda "merodeando" para destruirnos (1 Pedro 5, 8)

San apóstol Juan también nos advierte de que nadie está libre del poder del Diablo: “Todo el mundo yace bajo el poder del Maligno” (Juan 5, 19).

San Pablo nos dice contra quién luchamos los cristianos: "Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes" (Efesios 6, 12).

El objetivo principal del Enemigo es llevarnos a pecar, es decir, siempre pretende separarnos de Dios, y dividirnos. Y pecando, morimos a Dios.

El Diablo sólo desea nuestra muerte y con ella, "trata" de dañar a Dios, destruyendo su creación.

Por ello, los cristianos debemos estar muy vigilantes y alerta para saber distinguir lo que procede de Dios y lo que procede del demonio

Es importante saber cómo actúa el Enemigo para estar muy vigilantes en el pensar y muy atentos en el obrar. 

Satanás, el rebelde, el corruptor, el maldito, el padre de la mentira es extremadamente hábil, y muy capaz de  engañarnos, de hacernos ver el mal como bien. 

No siempre se revela en el plano físico, ni mediante actos extraordinarios o posesiones demoníacas que todos reconoceríamos inmediatamente, sino que se insinúa silencioso en el plano intelectual, es decir: tienta y penetra donde se forman nuestras ideas y pensamientos, nuestros convencimientos y razonamientos, nuestras elecciones y comportamientos. 

Una vez que se ha introducido en nuestro pensamiento, lleva el mal a nuestro corazón y lo traduce en acciones exteriores.

Es incansable, merodea, busca los puntos débiles y siempre se presenta de maneras muy claras. Sólo la fe nos ayudará a saber reconocerlas:

Seducción

El principal interés del Diablo es separarnos de Dios para luego actuar con toda libertad. Y lo hace seduciendo el corazón relajado de los hombres. Usa todas sus astucias y encantos para planteándonos la duda. Después nos conduce poco a poco, paso a paso, hacia la desesperación. 

Satanás se nos presenta para convencernos de que nosotros somos nuestro propio Dios y de qué somos dueños de nuestras vidas. Nos seduce apelando a nuestro orgullo, nos crea la duda y nos dice "¿Crees y obedeces a un Dios al que no ves?. Cree sólo en ti mismo. Tú eres Dios".
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En otras ocasiones, se disfraza de ángel de la luz, estimulando nuestros sentidos, nuestra fantasía o nuestra  imaginación, privándonos de voluntad, oscureciendo nuestra razón y destruyendo nuestra capacidad de luchar contra el mal. Y así, nos aleja de la Gracia de Dios, y nos tiene a su merced.

Entonces, destruye toda bondad, honestidad y moralidad, y las sustituye por pasiones que dominen la carne, fomentando el placer, la codicia y la lujuria. Tentaciones a las que fácilmente sucumbimos. 

Por eso, cuando nos encontremos con quienes actúan de forma seductora, es decir, cuando se presenten bajo una apariencia "buena" (o no del todo mala), con estrategias de disuasión, o incluso de espiritualidad, debemos tener sumo cuidado.

Mentira

El Demonio utiliza con astucia la mentira, se oculta y se disfraza para no ser descubierto. Al hacerse inexistente mediante engaños, trabaja eficazmente en silencio y sin obstáculos de ningún tipo. 

Trabaja todo tipo de estrategias y falsedades para actuar libremente y entrar con sutileza en nuestra alma, suscitando una falsa idea de libertad, de dominio de nuestra vida, y nos susurra al oído: "No morirás ... si comes de este árbol, sino que llegarás a ser como Dios ... serás dios". Eres libre de hacer lo que quieras. Es tu vida. Dios sólo quiere esclavizarte con mandamientos y reglas". 

San Pablo dice: "Su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad. Alardeando de sabios, se hicieron necios y cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y dieron culto a la criatura en lugar de al creador, el cual es bendito por los siglos" (Romanos 1, 21-22 y 25).

Por eso, cuando nos encontremos con personas que utilizan falsos y oscuros razonamientos, las mentiras y los engaños por sistema, alardeando de sabios, deberían saltar todas nuestras alarmas.

Acusación

Cuando nos encontremos con personas que utilizan las acusaciones sistemáticas a los demás para eximir o evitar su responsabilidad, cuando encontremos en ellos siempre excusas o "peros", debemos estar vigilantes: ahí está actuando el demonio

El Demonio es el Acusador, es el Fiscal del Mal. Siempre "señala" y nunca "reconcilia". Sus acusaciones siempre anhelan desencadenar rabia, odio, celos, envidias y sufrimiento. Satanás nos incita a decir: "No he sido yo, no es culpa mía. Es culpa tuya".

Así actúa el Acusador: primero insinúa, deja caer las cosas y luego nos responsabiliza de la acusación. 

Apela a nuestro instinto de conservación, desencadena el ansia de defendernos de todo y de todos, la necesidad de excusarnos por todo y de acusar a otros. 

División

El Diablo siempre actúa rápido, con insistencia y urgencia. Satanás no puede perder tiempo, no sea que razonemos. Primero, busca la división interna de nuestra conciencia y después, nos lleva a buscar la división externa con el resto de almas.

Intenta
evitar que los cristianos seamos "un solo cuerpo y un solo espíritu", atacando el sentido cristiano de la comunión fraterna.
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Busca que sólo estemos en comunión con nosotros mismos y no con los demás. Y cuando crea la división, estimula nuestro victimismo ante los actos de los demás.

Cuando nos encontremos con personas que dicen y hacen lo posible para conseguir la división por la división, que crean enfrentamiento, discordia y desunión, debemos discernir que todo eso no puede venir de Dios, sino de Satanás.

Difamación

"El Homicida desde el principio" (Juan 8, 44) busca, ante todo e inútilmente, la "muerte de Dios" a través de la del hombre. No necesariamente de una manera física (que también). 

Le basta utilizar el odio, la envidia, la violencia y la ira para murmurardifamar y calumniar. Y así, destruir la dignidad humana.
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Cuando nos encontremos que con sus palabras o actos difaman, es decir, matan la fama, el cuerpo, la imagen o el alma de otros, debemos plantearnos, entonces, ¿de qué espíritu procede todo eso?

¿Cómo combatir al Enemigo?

Ante todo, la protección más segura es nuestra fe, una armadura que nos lleva a un confiado abandono en Dios (Lucas 12, 22-31), de obediencia a su voluntad (Mateo 6, 10) y de huida del pecado (Salmo 51, 6).

Además, contamos con el Espíritu Santo que nos guía para poder discernir en la prueba (Lucas 8, 13-15; Hechos 14, 22; 2 Timoteo 3, 12) y diferenciar entre la “virtud probada” (Romanos 5, 3-5) y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (Santiago 1, 14-15). 
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Pero sobre todo, cuando nos encontremos ante todas las situaciones descritas, debemos recurrir a la oración, nuestra más importante arma contra el Enemigo: “Si Dios está de nuestra parte, ¿Quién estará contra nosotros?” (Romanos 8, 31).

Sólo la oración puede derrotarlo. Jesucristo mismo nos enseña en el Padre Nuestro a pedirle a Dios Padre: “Líbranos del mal”.

No usemos la oración como un último recurso sino como nuestra primera línea de defensa. Orar es hablar con Dios, unirnos a Él, pedirle ayuda y estar alerta. Rezar es hacer partícipe al Espíritu Santo para que Él nos guíe y con poder, nos libre del Enemigo. 

miércoles, 19 de febrero de 2020

SACRAMENTOS: UNA OPORTUNIDAD EVANGELIZADORA

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"Entró de nuevo en Cafarnaún después de algunos días,
y se supo que estaba en casa. 
Acudieron tantos que ni a la puerta cabían; 
y él les dirigía la palabra. 
Le trajeron entre cuatro un paralítico. 
Como había tanta gente, no podían presentárselo. 
Entonces levantaron la techumbre donde él estaba, 
hicieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. 
Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: 
"Hijo, tus pecados te son perdonados"." 
(Mc 2, 3-5)

En este pasaje del evangelio de Marcos se nos muestra un gran ejemplo de evangelización. Los cuatro que llevan al paralítico a Jesús a través del tejado tienen tres rasgos evangelizadores muy significativos:

- Celo apostólico: Deseo de llevarle a Jesús.
- Fe: Certeza de que Jesús cambiará su vida.
- Servicio: Disponibilidad para hacer lo que sea necesario por llevarle a Jesús.

Y nosotros, ¿tenemos deseo de llevar almas a Dios? ¿es
tamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para llevar a las personas a Jesús? ¿tenemos la certeza que Cristo cambiará sus vidas? ¿a qué estamos dispuestos para renovar nuestra parroquia, nuestra Iglesia?

Cristo
nos invita a los cristianos a salir de la autosuficiencia, a escapar de la autoreferencialidad y a abandonar un status quo de introspección.

Se trata de dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en los demás, de dejar de hacer las cosas "como siempre" y de salir a mostrar a Jesús al mundo.

El verdadero sentido objetivo de toda evangelización es, primero dar a conocer a las personas a Cristo, y después acercarlas a su Iglesia para que tengan una relación estrecha con Él a través de los sacramentos. 
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La evangelización ha de conducir siempre a una vida eucarística o no es evangelización.

Por desgracia, para muchas persona
s, la Iglesia ha dejado de ser significativa. Apenas se acercan a ella, salvo para asistir a una bautizo, a una primera comunión, a una boda o a un funeral. Pero no es suficiente con administrar o recibir sacramentos. 

Para muchos, los sacramentos se han convertido en "eventos sociales", y para los sacerdotes, en una mera "administración válida". 

Los sacramentos que administran los sacerdotes son siempre válidos porque su validez no depende de ellos sino de Cristo (ex opere operatio)Nadie lo duda, pero casi nunca tienen frutos porque no hay fe en el receptor (y quizás tampoco mucha en el emisor).

Po
r ello, las personas deben saber a qué van a la Iglesia y qué significan los sacramentos. Sólo si comprenden esto, se comprometerán con la comunidad parroquial y con Dios.

Por eso, es necesario que cambiemos este enfoque erróneo: es preciso pasar del significado teológico al existencial, es decir, no preocuparnos tanto por la validez del sacramento (que está asegurada) y más por el fruto. 

¿De qué sirve un sacramento si las personas no saben qué ocurre en él? ¿de qué sirve un sacramento si las personas no creen en él? ¿de qué sirve si no pasan a formar parte activa de la familia de Dios? ¿Cómo se puede entrar en una familia en la que no se cree y con la que no se relaciona?

El orden correcto de la evangelización y, por tanto, de la sacramentalización de las personas es: 
1º-PROCLAMACIÓN (kerygma
2º-CONVERSIÓN (metanoia
3º-SACRAMENTOS (eucaristia
4º-DISCIPULADO (paideia
5º-SERVICIO (diakonia)

La primera, depende de los laicos, mediante métodos de evangelización que el Espíritu Santo suscita. La segunda, de las personas que se acercan y que dan un sí a Dios. La tercera, exclusivamente de los sacerdotes. La cuarta y la quinta, de los sacerdotes y de los laicos.


Pero, aún dejando a un lado las dos primeras y las dos últimas, los sacramentos son una oportunidad única de evangelizar porque son las personas las que se acercan en primera instancia sin ser llamadas. Quizás lo hacen por compromiso o sin saber muy bien a lo que van o lo que tienen que hacer, pero se acercan. No salimos nosotros a buscarlas. 


Cuando las personas se acercan a solicitar un sacramento, lo primero, es evitar dar un "NO" como respuesta a quienes llaman a la puerta.  Los sacerdotes han de darles un "SÍ" pero no incondicional, puesto que ello implicaría una mentira cómplice, tanto por el sacerdote como por la persona, dado que ellos "saben que nosotros sabemos que ellos saben que no van a volver". 

Durante muchos años, en la Iglesia hemos hecho a las personas "inmunes" al mensaje evangélico. Les hemos vacunado con los sacramentos. Los sacramentos han sido una especie de "vacunas", es decir, formas débiles del virus, en cantidades pequeñas, y que han generado anticuerpos. Las personas están vacunadas contra Dios. No "enferman de amor de Dios". Tan sólo vienen, consumen y se van, para quizás, no volver. Por ello, en algunos casos, debe ser un "SÍ, PERO ESPERA".

Para saber qué hacer y cómo actuar, evaluemos primero quiénes son los que piden el sacramento, bien para ellos o para sus hijos:

Bautismo
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Comunión
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias cristianas que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas o niños de familias alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Confirmación
-Jóvenes de familias pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Jóvenes de familias 
que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Jóvenes alejados o de familias no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros jóvenes de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha jóvenes, Effetá, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Matrimonio
-Parejas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Parejas que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Parejas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros matrimonios de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, Proyecto Amor Conyugal, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Nuestra misión, tanto de los sacerdotes como de los laicos, es siempre enfocar nuestras obras y toda nuestra actividad evangelizadora hacia las relaciones personales, que guían, acompañan y acogen al discípulo, forman amistad, construyen apoyo mutuo y amor verdadero, en lugar de juicios o criticas. 

El objetivo final de todo lo que hagamos es llevar almas a Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo.

La Iglesia de Cristo no es una forma de "sanidad privada" sino de "salvación pública". El Papa Francisco nos exhorta a transformar la Iglesia, pasar de un "club privado y elitista" para convertirla en un "hospital de campaña para todos los públicos".

¿Estamos preparados y equipados para acoger a personas que no creen y que no se comportan de la manera que nosotros pensamos que debieran? 

¿Estamos dispuestos a interesarnos por sus necesidades, a caminar junto a ellas, a formarlas y, en definitiva, a llevarlas a Dios?

martes, 18 de febrero de 2020

SIN FE NO HAY MILAGROS

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"En aquel tiempo, se presentaron los fariseos 
y se pusieron a discutir con Jesús; 
para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. 
Jesús dio un profundo suspiro y dijo:
 '¿Por qué esta generación reclama un signo? 
En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación'. 
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla." 
(Marcos 8, 11-13) 


Meditando el Evangelio de San Marcos que estamos leyendo estos días, hay algo que está muy claro: Jesús no puede obrar milagros donde no encuentra fe

Cuando Jesús obra milagros o realiza signos, no los hace para darse importancia ni para ser tentado o puesto a prueba. Como demostración de esto, Jesús siempre, cuando hacía un milagro, decía a quien curaba que no se lo contara a nadie. No quería que se supiera ni que sus milagros trascendieran. 

A lo largo de los primeros capítulos de este Evangelio de San Marcos leemos numerosos pasajes sobre fe y milagros, y cómo Jesús "parece" asombrarse y hasta enfadarse de la falta de fe:

- "(Jesús) no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos... y estaba asombrado de la incredulidad de ellos... " (Capítulo 6).

-"(Jesús) dio un profundo suspiro", como de hartazgo...y se negó a darles un signo. (Capítulo 8).

-"Jesús respondió enfadado: ¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? " (Capítulo 9).

En Marcos 9, 17 el propio Jesús dice: "Todo es posible para el que cree". Sólo a través de nuestra fe y de un corazón convertido, Dios obra milagros. Es nuestra fe, sin dudas y sin titubeos, la que mueve montañas. 

La fe es nuestra certeza de que solamente Dios es capaz de hacer milagros, pues si dependiera exclusivamente de nuestros deseos humanos, nada sucedería: "Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios" (Lucas 18,27). 

Jesús nos dice: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá." (Mateo 7,7). Pero sin fe, Dios no puede actuar. Así "funciona la lógica del cielo" .

La Sagrada Escritura nos muestra muchos pasajes de milagros precedidos de fe

-Marcos 5, 1-20; Lucas 8, 27-36: Un hombre que estaba poseído por muchos espíritus inmundos (Legión).
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-Marcos 5, 21-24 y 35-43; Lucas 8, 41-42 y 49-56 : La mujer de Jairo cuya hija había muerto.

-Marcos 5, 25-34; Lucas 8, 43-48: Una mujer que tenia hemorragias desde hacía doce años tocó su manto.

-Marcos 7, 25-30: Una mujer gentil que tenía a su hija poseída por un espíritu inmundo.

-Marcos 7,32-35: Un hombre que era sordo y tartamudo.

-Marcos 9, 17-30: Un hombre que le lleva a su hijo poseído por un espíritu mudo.

-Lucas 13, 10-17: Una mujer que curó en sábado y que estaba poseída desde hacía dieciocho años.

-Juan 9, 1-39: Un hombre ciego de nacimiento que le dijo a Jesús: "Creo, Señor" y al que Él contestó: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos".

-Juan 5, 1-17: Un hombre que había estado enfermo y tumbado en una camilla durante treinta y ocho años.

O incluso, milagros precedidos de falta de fe:

-Lucas 8, 22-24: Jesús está con los discípulos durmiendo en la barca y se desata una tormenta.

-Mateo 17,20: Jesús les dice a sus discípulos que tienen poca fe y que si la tuvieran, aunque fuera poca, moverían montañas.

-Marcos 6, 6: Jesús se sorprendía de la falta de fe de sus paisanos y por eso, no podía hacer milagros.

-Marcos 6, 47-51: Jesús camina sobre el mar y los discípulos, después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, siguen sin tener fe.

-Juan 20, 27-29: Tomás no cree en la resurrección de Jesús  y el Señor le dice que meta sus manos en su costado.

Para concluir, hoy día, también ocurren milagros pero sólo si están precedidos de fe. No basta con desearlos. No basta con pedirlos. 

Muchas veces pedimos, pero lo hacemos sin fe, sin confianza, y así Dios no puede actuar. 

Otras veces, no somos capaces de verlos aunque están presentes. "Ver para creer" es lo que muchos dicen. Pero los milagros existen. Basta verlos con los ojos de la fe.

Yo sí creo que existen los milagros hoy. Tengo la certeza más absoluta de que vivimos por puro don. Todo cuanto tenemos y disfrutamos es por pura bondad, por puro milagro de Dios. 

Yo lo he experimentado personalmente. Sólo cuando, en mi desesperación, he pedido con fe, confianza y humildad, Dios me ha escuchado y ha obrado milagros en mi vida. Pero eso lo contaré en otra ocasión.

Para reflexionar, dejo una pregunta que el mismo Jesús nos hizo:

"Cuando venga el hijo del hombre,  ¿encontrará fe en la tierra?"
(Lucas 18,8)

sábado, 15 de febrero de 2020

CLERICALISMO: MIEDO ESCÉNICO A LA MISIÓN COMPARTIDA

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"La mies es mucha, pero los obreros son pocos. 
Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies."
(Lucas 10, 1-9)

El otro día y tras la Eucaristía, dos sacerdotes nos comentaban que algunos estamos "metidos en demasiadas cosas espirituales" que "no es bueno estar en todo". Algo que ya nos habían dicho otros e incluso, en una ocasión, uno me dijo personalmente que "debía rebajar mi excesivo celo y amor por Dios".

Al día siguiente de este episodio, el Señor nos habla de la abundancia de la mies y de la escasez de los obreros. ¡No salgo de mi asombro y de mi sorpresa! Porque mientras Jesús nos exhorta a pedirle a Dios que envíe obreros a la mies, ellos, los sacerdotes, en lugar de alegrarse porque el Dueño de la mies nos envíe a ella, nos acusan de estar haciendo "demasiado" para Él.

Sin embargo, en repetidas ocasiones, estos mismos sacerdotes acuden a nosotros y nos llaman para que "les echemos una mano", para que les ayudemos o incluso nos animan a ser diáconos, es decir, quieren clericalizarnos. ¡Pues no! ¡Somos laicos y queremos seguir siéndolo!

Sin duda, uno de los mayores peligros de la Iglesia es el clericalismo, muy asumido e interiorizado por algunos ministros ordenados de la Iglesia y que, amparándose en él, con demasiada frecuencia, obvian, desprecian, minusvaloran o ningunean a los laicos

Me duele decirlo porque quiero a mi Iglesia pero es la triste realidad. No trato de juzgar sino de mostrar una realidad que falta a la caridad cristiana y a la alianza de Dios con su pueblo.

¿Qué es el clericalismo?

El clericalismo es una concepción desviada y errónea del ministerio sacerdotal,  una caricatura del sacerdocio que exige y confiere al clero una inapropiada superioridad moral y una excesiva deferencia.

El clericalismo es una visión elitista y excluyente de la vocación sacerdotal, que interpreta el don recibido como un poder para ejercitar, en lugar de como un servicio gratuito y generoso para ofrecer (Mateo 10,8).

El clericalismo es una pretensión de pertenencia a una clase espiritual superior que posee todas las respuestas, que no tiene necesidad de escuchar o de aprender nada, o que incluso finge escuchar.

El clericalismo es una búsqueda prioritaria de los intereses particulares de la jerarquía eclesiástica que ansía subir en el escalafónincrementar su poder, lo que evita que se convierta de verdad en una Iglesia Pueblo de Dios, al excluir sistemáticamente a los laicos.

El clericalismo es una consecuencia de un cierto temor de los sacerdotes a perder notoriedad, autoridad o importancia frente a los laicos y de una cierta envidia de los ministros ordenados frente a la valentía y libertad de movimiento de los seglares.

El clericalismo es un aumento de la distancia entre el sacerdote y el laico que desdibuja el camino hacia Dios, porque un pastor, por sí solo, no puede producir leche o queso. Necesita cuidar a las ovejas dentro del redil, mantenerlas sanas y alimentarlas para que éstas den el resultado que se espera de ellas. 

El clericalismo es, en definitiva, un miedo escénicola "lógica de la Misión Compartida" y a la corresponsabilidad de todo el pueblo al servicio a Dios, que termina convirtiéndose en un trato despótico y autoritario de algunos sacerdotes hacia los laicos, a quienes tratan como "borregos" en lugar de como "ovejas", como "masa" en lugar de como rebaño. 

El clericalismo es un abuso psicológico, espiritual o incluso sexual pero no es un mal endémico, sustancial o exclusivo del sacerdocio, sino inherente a una posición de poder, tan habitual en la lógica humana y tan ajena a la lógica apostólica.

Pero el clericalismo es también una ausencia de participación, compromiso y responsabilidad por parte de los laicos

Es un cómodo deseo de consumo espiritual, de búsqueda de un paternalismo místico que dicte una participación sin demasiado compromiso y de una fe sin excesiva responsabilidad. Posiblemente, también los excesos de parte del clero a lo largo de los tiempos, hayan sido los que han provocado esa apatía, ausencia y pasividad de muchos laicos.

Los laicos tenemos, una vez más, que recordar a nuestros sacerdotes que ellos también son servidores de la misión compartida, que el rebaño no es suyo y que juntos, estamos para servir y dar gloria al Dueño: Dios.

Los laicos debemos respetar a los pastores ordenados de la Iglesia, llamados por Dios a ser nuestros líderes, maestros y santificadores del pueblo de Dios y, a la vez, recordarles que nuestra tarea no es suplantarles sino ayudarles.

Todos los papas que he conocido (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) siempre nos han invitado, tanto a sacerdotes como a laicos, a llevar a cabo una transformación eclesial y social que supere este clericalismo pero que, hasta ahora, ha sido difícil de realizar.

Para ello, necesitamos vivir juntos esa lógica de la misión compartida y corresponsablemirando al origen y siendo fieles a Él, es decir, fijándonos cómo Jesús ejercía su ministerio con la gente, cómo recriminaba a los sacerdotes sus faltas de caridad y cómo, también, delegaba en ellos su autoridad.

Unos y otros, debemos convencernos de que la misión compartida refuerza la figura del pastor (mayor alcance, presencia, reconocimiento y escucha) y la del rebaño (mayor comunión, fraternidad, obediencia y compromiso).

jueves, 13 de febrero de 2020

NEGAR LA COMUNIÓN A QUIEN SE ARRODILLA

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"Dios le exaltó sobremanera 
y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, 
para que al nombre de Jesús 
doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo,"
 (Flp 2,9-10)

En alguna desagradable ocasión, he sido testigo de la negación por parte de algún sacerdote a dar la comunión a quien se arrodilla, y sinceramente, creo que estas situaciones hacen un flaco favor a la Iglesia y a la confianza de los fieles en sus sacerdotes. 

Pudiera ser que el cura que se niega a darle la comunión a una persona que se arrodilla para recibirla, pueda creerse legitimado para actuar así porque piense que quien se arrodilla es un rigorista, un fariseo o alguien que se considera mejor cristiano que los demás. ¡Qué absurdo! 

Si el sacerdote piensa esto, no sólo está faltando a la caridad pastoral que se le supone, sino que él mismo está cometiendo un pecado: juzgar a la persona. Y Cristo es tajante en esto: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6, 37 – 42). 

Creo que sería conveniente decirle que, aparte de abstenerse de juzgar, debería saber que quienes nos arrodillamos para recibir la comunión, más que fariseos o soberbios, somos cristianos que nos consideramos pecadores e indignos de estar de pie delante del Dios hecho hombre. 
Y asegurarle, por supuesto, que quienes obramos así, ni "juzgamos" a quienes no lo hacen así ni "obligamos" a nadie a hacerlo de este modo. 

Habría que dejarle muy claro que quienes nos arrodillamos y recibimos a Cristo en la comunión eucarística en la boca somos totalmente conscientes de dónde estamos y a quién estamos recibiendo, y por ello, lo hacemos como muestra del más absoluto respeto, reverencia y sumisión al Señor.

También sería conveniente recordarle que muchos santos, beatos y hombres de Dios (como el padre Pío, entre otros), o incluso Papas (como San Juan Pablo II) recibieron siempre a Cristo de rodillas y en la boca, a riesgo de que pudiera insinuar que todos ellos incurrieran en un fariseísmo reprobable.

Santa Margarita María Alacoque contó que Jesús le dijo: "Me entristecen las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor”.

Benedicto XVI escribió que "El fiel que quiere recibir la comunión de rodillas y en la boca tiene todo el derecho a hacerlo. Negársela por el hecho de que 'a mí me parece que no corresponde' o, 'a mí no me gusta por ser una actitud farisaica' no es en absoluto un acto de caridad pastoral."
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El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el Cardenal Robert Sarah, invita de forma clara y directa a todos los católicos a recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas: “Jesús sufre por las almas de aquellos que lo profanan, por quienes derramó su Sangre que tan miserable y cruelmente desprecian. Pero Jesús sufre más cuando el don extraordinario de su Presencia Eucarística divina-humana no puede traer sus efectos potenciales a las almas de los creyentes. Y así podemos entender que el ataque diabólico más insidioso consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y fomentando una forma inadecuada de recibirlo".

Negarle al fiel la posibilidad de comulgar de rodillas y en la boca es un acto de autoritarismo y despotismo del sacerdote, un atentado al derecho de los fieles y un incumplimiento de las leyes de la Iglesia, quien concede al fiel la posibilidad de comulgar de esa manera:

"Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica. Así pues, no es lícito negar la Sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie" (Redemptionis Sacramentum, números 90 y 91).
 
"Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia" (Instrucción General del Misal Romano, número 160).

Así pues, los ministros ordenados o los ministros extraordinarios de la comunión nunca deben imponer a los fieles ninguna manera de comulgar. Y menos, negársela.

La única razón para negar la comunión a un fiel es si éste no vive en gracia de Dios o cuando quiere recibir el Cuerpo del Señor en un modo no autorizado o inapropiado.  Y siempre conviene hacerlo después y en privado. Pero arrodillarse ante nuestro Dios hecho Hombre, no merece semejante maltrato, desprecio y escarnio público.

Por lo tanto, si un sacerdote se niega a dar a alguien la comunión cuando se arrodilla para recibirla, debe saber que es un insensato y que actúa a título personal y no en nombre de la Iglesia. 

Si te es negado tu derecho, reclámalo. Si aún así, te lo niegan, puedes presentar una queja contra el sacerdote ante tu Obispo, haciendo referencia, por ejemplo, a este documento:

22 Cf. MISSALE ROMANUM, Institutio Generalis, n. 160.

La Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó una carta a un obispo en Notitiæ, publicación oficial de dicha Congregación, en su edición Noviembre Diciembre de 2002 (N° 436) que trataba sobre el derecho que tienen los fieles a ponerse de rodillas para recibir la Santa Comunión, como también sobre la ilícita actitud de los sacerdotes que se la niegan. (Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum Protocolo N° 1322/02/L, Roma, 1° de Julio de 2002).

"En vista de la ley que establece que 'los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos” (C. Canónico 843, § 1), no debe negarse la Sagrada Comunión a ningún católico durante la Santa Misa, excepto en casos que pongan en peligro de grave escándalo a otros creyentes, como el pecador público o la obstinación en la herejía o el cisma, públicamente profesado o declarado. 
Los sacerdotes deben entender que la Congregación considerará cualquier queja futura de esta naturaleza con mucha seriedad, y si ellas se verifican, actuará disciplinariamente en consonancia con la gravedad del abuso pastoral.
Agradezco a Su Excelencia su atención sobre este asunto y cuento con su amable colaboración al respecto.
Sinceramente suyo en Cristo."
Jorge A. Cardenal Medina Estévez -Prefecto
Francesco Pio Tamburrino - Secretario

domingo, 9 de febrero de 2020

¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO LEER LA PALABRA DE DIOS?

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"Mi madre y mis hermanos 
son los que escuchan la Palabra y la cumplen" 
(Lucas 8, 21)

Todos tenemos una Biblia en casa pero, ¿la leemos? Nos ha ocurrido a todos, o al menos, a muchos católicos. La abrimos y empezamos a leerla por el principio y, al rato, se vuelve aburrida y/o difícil de entender. 

Después de leer varios capítulos de leyes y normas, de historias de batallas, de genealogías de reyes, jueces y profetas, nuestra mente se dispersa y terminamos cerrándola, a la espera de otro momento para reiniciar la lectura que, tal vez, nunca llega. 

Quizás porque no la entendemos, quizás porque no la damos la importancia que tiene o quizás porque no la vemos de aplicación a nuestras vidas. 

La Palabra es la revelación de Dios al hombre, inspirada por el Espíritu Santo y puesta por escrito, para todas las generaciones. La Biblia nos muestra cómo es Dios: El Antiguo Testamento nos revela la Justicia de Dios y el Nuevo Testamento, su Misericordia, y ambos forman un "todo" indisoluble y complementario. 

San Jerónimo, padre y doctor de la Iglesia, dice que no conocer la Escritura es no conocer a Cristo. Y es que toda la Sagrada Escritura habla de Jesús. Por tanto, para conocer a Cristo, es necesario escuchar y meditar la Biblia, pero para ser parte de su familia, además es preciso cumplirla. 

La Biblia nos habla de forma directa a cada uno de nosotros, nos revela quién es Dios, quiénes somos para Él y que tiene pensado para nosotros en cada momento de nuestra vida.

Dios, a través de su Palabra, nos interpela, transforma nuestra vida y nos asemeja a Él. Cuando Dios nos habla en su Palabra ¿no arde nuestro corazón?" (Lucas 24, 30-32).

¿Qué es la Palabra de Dios?

La Biblia misma nos lo explica. En ella encontramos muchos versículos que nos revelan su origen, su valor y cómo nos puede ayudar a que nuestra vida sea más plena:

Inspirada por Dios y útil para nosotros

"Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena." (2 Timoteo 3,16-17)

La Biblia no fue inventada por los hombres sino que viene directamente de Dios, ha sido inspirada por Él. Contiene sus palabras y su voluntad, y Su interpretación ha sido confiada a la Iglesia Católica.

En ella, Dios nos enseña a vivir y obrar de acuerdo a su propósito, y nos suscita a hacer todo aquello para nuestro bien.

En
seña, consuela y da esperanza

"Todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza." (Romanos 15,4)

La Biblia está escrita para nuestra enseñanzaguía y consueloEn Ella, siempre podemos aprender algo, sacar provecho y utilidad para nosotros. Todas las palabras, salmos, proverbios e historias de la Biblia nos ayudan a entender mejor la fidelidad, el poder y el amor de Dios.

La Biblia nos alienta en nuestro camino de dificultades y obstáculos, nos da esperanza: Cristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha abierto las puertas del cielo, dotando a nuestra vida terrenal de un propósito: el cielo.

Alimenta el espíritu y nos ayuda a crecer

"Como niños recién nacidos, desead la le
che espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno." (1 Pedro 2,2-3)

El mismo Jesús dijo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4, 4). Y así, los cristianos somos como bebés que nos alimentamos a diario de la "leche espiritual materna", que es la Palabra de Dios.

Al alimentarnos de Ella, crecemos sanos y, poco a poco, nos vamos asemejando a Dios, y mostramos al mundo la alegría de la salvación y el amor del servicio al Señor.

Es viva y eficaz

"Ciertamente, e
s viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón." (Hebreos 4,12)

La Biblia nos transforma desde lo más profundo de nuestro ser porque es viva y eficaz. Viva, porque emana directamente de Dios Todopoderoso, que a través de su Espíritu Santo, nos ofrece la vida eterna. Eficaz, porque recibimos luz, dirección y guía para saber el camino a seguir hacia esa vida. La luz de la Palabra del Señor brilla y resplandece en medio de la oscuridad del mundo que nos rodea.

La Biblia nos ayuda a discernir lo que viene de Dios y lo que no, lo que nos acerca a él y lo que no. Y, por supuesto, una vez reconocemos lo que él desea que hagamos, debemos dar los pasos y comprometernos a seguir esa luz que ilumina nuestro camino.

Es eterna

"La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre." (Isaías 40, 8)

La Palabra de Dios es eterna y válida para todosEterna, porque, a diferencia de todo lo demás que es temporal y pasa, Dios es eterno, no tiene pasado, presente o futuro. Todo en Él es "ahora". Y por tanto, su Palabra, también es eterna, es "ahora", es "hoy".
Pero además es eterna, porque a pesar de que a lo largo de la historia, muchos han intentado destruirla, quemarla, prohibir su publicación o su lectura, la Biblia ha permanecido, permanece y permanecerá porque es obra de Dios.

Válida, porque las Sagradas Escrituras no son sólo palabras escritas para un tiempo determinado, ni un compendio de escritos del pasado. El Espíritu Santo las actualiza y las convierte en ayuda para nosotros hoy, aquí y ahora. Dios habla a toda la humanidad, de todas las épocas y de todos los lugares.
Es fiable y veraz

"El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca." (Mateo 7, 24-25)

Toda la Biblia es fiable y veraz por la autoridad de Su autor, no sólo las partes que nos gustan o que encajan con lo que queremos oír de parte de Dios. Veraz por su exactitud histórica y geográfica, aceptada por muchos como obra inspirada, y por todos como documento digno de toda confianza. 

Si confiamos nuestra vida a la veracidad y la fiabilidad de la Palabra de Dios, ésta actuará en nosotros aumentando nuestra fe, suscitando un anhelo de saber más de Dios y de comprometernos con Él. 

La Palabra de Dios es el mejor y más firme fundamento para afrontar las dificultades y desafíos que se nos presenten en nuestra vida"El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca" (Mateo 7, 24).

¿Cómo leer la Palabra de Dios?

La Palabra de Dios no se puede (o no se debe) leer como una novela, empezando por el principio (Génesis) y acabando por el final (Apocalipsis). 

Una buena sugerencia para leerla de forma individual (a mí me ayuda mucho) es comenzar, por ejemplo, con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Un libro que nos narra cómo eran los cristianos del primer siglo, cómo vivían, cómo se amaban, lo que hacían, cómo compartían todo, y sobre todo, nos habla de los viajes evangelizadores de San Pablo (mi referencia apostólica).
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Pero, quizás la mejor manera de leer la Biblia es hacerlo de forma colectiva, en comunidad. No debemos olvidar que la Biblia fue escrita para ser leída o escuchada en comunidad. Los primeros cristianos se juntaban todos para escuchar la Palabra. 

Leer la Palabra con otros y meditar sobre lo que Dios suscita en nuestros corazones nos proporciona un gran crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. 

Una experiencia maravillosa que el amor de Dios nos regala y que podemos poner en práctica con la Lectio Divina.

¿Qué es la Lectio Divina?

La "Lectio Divina" es un método de lectura orante y comunitaria de la Palabra cuyo origen se remonta a los primeros cristianos y después, durante la Edad Media, fue utilizada principalmente en los monasterios. Con el tiempo se extendió a los fieles y actualmente, es una práctica común entre los católicos practicantes. 

El primero en utilizar esta expresión fue Orígenes (aprox. 185-254), teólogo, quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración. 

Actitud
La Lectio divina requiere una actitud receptiva y reflexiva, orante y contemplativa para comprender lo que Dios dice por medio de la Palabra.

Estructura
La Lectio divina se estructura en cuatro partes: lectio, meditatio, oratio y contemplatio (lectura, meditación, oración y contemplación). Hay quienes añaden una quinta: actio (acción).
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Objetivo
La Lectio Divina nos ofrece la mismísima presencia de Dios entre nosotros, un diálogo íntimo con Él, una guía y sentido para nuestras vidas y una comunión fraterna. 

Resultados
Nos suscita un anhelo de búsqueda incesante de Dios, un deseo de pertenencia a la Iglesia, una intención de compromiso con ambos.

¡Leamos la Biblia individual o colectivamente para que aumente nuestra fe y se fortalezca nuestro espíritu cada día!