Satanás seduce con el encanto y la fascinación, con la vanidad y con el poder.
El Libro del Apocalipsis asegura que “se entabló una batalla en el cielo”. Es “la guerra final”, pero “durante toda la historia esta guerra se hace cada día: se hace en el corazón de los hombres y de las mujeres, se hace en el corazón de los cristianos y de los no cristianos…”.
Existe una guerra espiritual entre el bien y el mal, donde nosotros debemos posicionarnos. Pero los métodos de guerra de estos dos enemigos son totalmente opuestos.
El diablo es un "vende humo", te ofrece un poco de diversión, te hace creer que estás en el camino, pero “al final te deja solo”. Te hace ver las cosas maquilladas y tú crees que es es lo bueno, que te da paz, pero vas ahí y al final no encuentras la felicidad. Te hace desear y depositar tu esperanza en cosas que no dependen de él.
Todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas, hace basar todo en la apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tienes.
Uno de los “métodos” del diablo es hacernos creer que no existe” y así logra separarnos de Dios y de los demás. Cuando le desenmascaras, su principal arma es la tentación.
Y con lo primero que tienta es con “las insidias”: es un sembrador de insidias, nunca cae de sus manos una semilla de vida, de unidad, siempre insidias, insidias. Es su método, sembrar insidias: en la familia, entre padre e hijos, entre hermanos.
Satanás también “es un seductor”. Seduce fascinando, con encanto demoníaco, te lleva a creer todo. Él sabe vender con este encanto, vende bien, ¡pero paga mal al final!.
La primera vez que aparece en el Evangelio es en un diálogo con Jesús. Jesús está orando y ayunando durante cuarenta días en el desierto y al final está un poco cansado y tiene hambre.
Y él viene, se mueve lentamente como una serpiente, y hace esas tres propuestas a Jesús, que son las tentaciones.
Los tres pasos del método de la serpiente, del demonio son, primero, la corrupción, es decir, anhelar cosas, en este caso el pan, las riquezas, las riquezas te llevan lentamente a la corrupción, y ésta destruye.
El segundo paso es “la vanidad”. “Aquello que decía el diablo a Jesús: ‘Vamos a lo alto del templo, tírate desde ahí, ¡haz el gran espectáculo!’. Es “vivir por la vanidad”.
El tercer paso es “el poder, el orgullo, la soberbia”. “’Yo te daré todo el poder del mundo, tú serás el que mandes’”.
Esto nos ocurre también a nosotros, siempre, en las pequeñas cosas: enganchados demasiado a las riquezas, nos gustan cuando nos alaban. La vanidad nos lleva al poder, te sientes Dios, te endiosas y sustituyes a Dios.
Cuando la tentación “es rechazada”, entonces “crece: crece y vuelve más fuerte”. Cuando el demonio es rechazado, gira y busca a algunos compañeros y vuelve. Por lo tanto, crece también implicando a otros”. La tentación crece, contagia y al final, se justifica.
Esta es nuestra lucha, y por eso hoy le pedimos al Señor que por intercesión del Arcángel Miguel nos defienda de las insidias, del encanto, de las seducciones de esta serpiente antigua que se llama Satanás.
Si vamos al relato de las tentaciones de Jesús no encontramos jamás una palabra suya. Jesús no responde con palabras propias, responde con palabras de la Escritura, las tres veces”.
Esto nos enseña que con el diablo no se puede dialogar, y esto ayuda mucho, cuando viene la tentación. "Contigo no hablo, sólo la Palabra del Señor”.