domingo, 25 de febrero de 2018

EL SECRETO DE MARÍA PARA SER SANTOS

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“Feliz, una y mil veces en esta vida, 
aquel a quien el Espíritu Santo 
descubre el secreto de María para que lo conozca”.

Dios quiso que María tuviera un papel fundamental en la historia de la salvación: unió cielo y tierra por medio de María. 

Resultado de imagen de la escalera de jacobMaría es la escalera de Jacob, que nos consuela cuando estamos tristes y cansados. Por Ella, los ángeles suben y bajan; por Ella nos alcanzan las gracias que necesitamos; por Ella, subimos al cielo. 

María es el camino que va desde el Padre a la humanidad como Madre de Jesucristo (Gálatas 4,4) y al mismo tiempo, es el camino que tienen que recorrer los hombres para ir al Padre, por medio de su Hijo (Efesios 2,18).

La Iglesia nos enseña que María está presente y al servicio de la única mediación de Cristo: "La misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres (...) nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo (Lumen gentium, 60). 

La colaboración de María en el plan salvífico de Dios está basada y orientada hacia un encuentro íntimo y profundo con su Hijo, Jesucristo. 

María, en realidad, no quiere atraer la atención sobre su persona. Vivió en la tierra con la mirada puesta en Jesús y en el Padre celeste. Su deseo más fuerte fue (y es) que pongamos nuestra mirada de fe y de esperanza en el Salvador que el Padre nos envió. 


María alienta a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, igual que Ella misma hace. Y así, sus palabras en Caná: "Haced lo que él os diga" (Juan, 2, 5), coinciden con las del Padre en el monte Tabor: "Este es mi hijo predilecto... Escuchadlo" (Mateo 17, 5). 

Resultado de imagen de san luis maria de montfortNuestra santidad pasa por hacer todo lo que Dios nos diga. Aquí está el valor de la vida de María: el cumplimiento de la voluntad divina. 

San Luis María Grignion de Montfort, en su carta espiritual, El Secreto de María (1712) nos explica la importancia de María en el plan salvífico de Dios y porqué María es la solución definitiva para todos los cristianos

María, el medio más sencillo, más seguro y más perfecto 

Dios nos llama a la santidad a todos los cristianos; nos ha creado para ser perfectos (Mateo 5, 48). Por ello, todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, sufrimientos y todas las aspiraciones de nuestra vida deben orientarse a alcanzar la santidad. 

El Evangelio nos muestra los medios de salvación y santificación, la Iglesia nos los explica y los santos los llevan a la práctica: humildad de corazón, oración continua, mortificación universal, abandono a la Providencia y conformidad con la voluntad de Dios.


Sin embargo, para ponerlos en práctica, necesitamos de la gracia y la ayuda divina. Y precisamente porque Dios nos creo para ser santos, nos concede a todos su Gracia, pero no lo hace en la misma medida ni a todos por igual: "Pero tenemos carismas diferentes, según lo que Dios ha querido dar a cada uno" (Romanos 12, 6), pero sí a cada uno lo suficiente.

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Para obtener la Gracia, necesitamos encontrar a María, Madre de la divina gracia. 

María es el medio más sencillo, el camino más seguro y el modo más perfecto para llegar a Dios y a la perfección. Y lo es porque:

Encontró gracia ante Dios
Sólo María encontró gracia delante de Dios (Lucas 1, 30), tanto para sí misma como para toda la humanidad. 

Es Madre de la gracia
María concibió y dio vida humana a Jesucristo, autor de toda gracia. Por esto se la llama la Madre de la gracia. 

Es llena de gracia
Dios Padre, fuente única de todo don perfecto (Santiago 1,17) y de toda gracia, al darle su propio Hijo, le entregó a María todas las gracias.

Es la dispensadora de la gracia
Dios la escogió como tesorera, administradora y distribuidora de todas sus gracias. Con la colaboración de María, Dios comunica su vida y sus dones a los hombres. Y, según el poder que Ella ha recibido de Dios, reparte a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere de las gracias del Padre, de las virtudes del Hijo y de los dones del Espíritu Santo.

Es Madre de los hijos de Dios
De la misma forma que en el orden natural, todo niño debe tener un padre y una madre, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre. 

Es Madre de los miembros de Cristo

María ha formado a Jesucristo, Cabeza de los predestinados y por tanto, debe formar también a los miembros de ésta, los verdaderos cristianos. 

Porque una madre no da a luz a la cabeza sin los miembros, ni a los miembros sin la cabeza. Por eso, quien quiera ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad (Juan 1,14), debe dejarse formar en María por la gracia de Jesucristo. 

Es colaboradora del Espíritu Santo
El Espíritu Santo se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella produjo su obra maestra que es Jesucristo. Y dado que no la ha repudiado jamás, continúa produciendo todos los días a los predestinados en Ella y por Ella, de manera real, aunque misteriosa.

Nos lleva a la madurez en Jesucristo
María ha recibido de Dios un dominio especial sobre los predestinados para alimentarlos y hacerlos crecer en Jesucristo. 

De modo que, así como un niño recibe todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, del mismo modo los predestinados sacan todo su alimento y fuerza espirituales de María.

Habita en los verdaderos cristianos
Dios Padre ha dicho a María: "Hija mía, pon tu tienda en Jacob", es decir, "pon tu morada en mis predestinados", prefigurados en Jacob. 

Dios Hijo ha dicho a María: "Madre querida, entra en la heredad de Israel", es decir, "en mis elegidos." 

Dios Espíritu Santo ha dicho a María: "Echa raíces, ¡fiel Esposa mía!, en el pueblo glorioso", es decir, "en mis escogidos." 

Por tanto, María habita en todos los elegidos y está presente en sus corazones, y siempre que se lo permitan echará en ellos las raíces de una profunda humildad, de una caridad ardiente y de todas las virtudes.

Es el molde viviente de Dios

San Agustín llama a María "molde viviente de Dios". Y, en efecto, lo es, porque sólo en Ella se formó Dios como hombre perfecto, y sólo en Ella se transforma el hombre perfectamente en Dios por la gracia de Jesucristo, en cuanto lo permite la naturaleza humana. 

Un escultor puede hacer una obra perfecta gracias a su habilidad, fuerza, conocimientos, la perfección de sus herramientas y trabajando sobre una materia dura y sin forma. O, utilizando un molde. 

La primera manera es larga, difícil y expuesta a muchos riesgos: basta un golpe desafortunado del cincel para echarlo todo a perder. La segunda, en cambio, es rápida, sencilla, suave, más barata y menos fatigosa, siempre que el molde sea perfecto, represente con exactitud la figura a reproducir y que la materia utilizada sea maleable y no oponga resistencia a su manejo.

María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar a la perfección a un Hombre-Dios por la encarnación y para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina, mediante la gracia. 

María es el molde en el cual no falta ni un solo rasgo de la divinidad y quien se "amolde" a Ella y se deje esculpir, recibirá todos los rasgos de Jesucristo suavemente y proporcionado a nuestra debilidad, sin grandes trabajos ni angustias, de manera segura, sin peligro de ilusiones, puesto que el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera santa e inmaculada, sin rastro alguno de pecado.

Es el paraíso de Dios
No existe criatura alguna (incluidos los ángeles y santos), en donde Dios manifiesta su gloria con tanta perfección como en María. Ella es el paraíso de Dios, su mundo inefable, donde el Hijo de Dios ha entrado para realizar obras portentosas, guardarlo y complacerse en él.

Dios creó un paraíso:
-para el hombre peregrino: la tierra.
-para el hombre glorificado: el cielo.
-para sí mismo: María.

Sabemos que Dios está en todas partes, pero en ningún sitio se le puede encontrar tan cercano y al alcance de la debilidad humana como en María, pues para esto bajó a Ella. 

Nos une a Dios
María se halla totalmente orientada hacia Dios y cuanto más nos acercamos a Ella, más íntimamente nos une a El. 

Cuando encontramos a María, encontramos a Jesús, y por Jesús al Padre. Entonces, encontramos todos los bienes, toda la gracia y amistad de Dios, la plena seguridad contra los enemigos de Dios, la verdad completa para combatir el error, la facilidad absoluta y la victoria definitiva en las dificultades, la dulzura y el gozo colmados en las amarguras de la vida.

Es consuelo en el sufrimiento
Encontrar a María no quiere decir, vivir exento de cruces y sufrimientos. ¡Al contrario! Sufriremos más que los demás porque María, hace partícipes a sus hijos, de la cruz de Jesucristo.

Ella nos reparte grandes cruces y, a la vez, nos comunica también la gracia de cargarlas con paciencia y hasta con alegría. Endulza las cruces que da a los suyos y las convierte (por decirlo así) en golosinas o dulces cruces. Nos anima a cargar con más y mayores cruces, ayudándonos con más y mayores gracias.

El secreto de la santidad pasa por la verdadera devoción a María


El secreto consiste, pues, en encontrar de verdad a la excelsa y santísima María para hallar la abundancia de todas las gracias. 

Dios, dueño absoluto de todo, puede comunicar directa y extraordinariamente lo que de ordinario, sólo concede por medio de María. Según Santo Tomás, en el orden de la gracia, Dios no se comunica de ordinario a los hombres sino por medio de María.

Para llegar hasta Dios y unirse con Él, es indispensable acudir a la misma persona escogida por Él para descender hasta nosotros, para hacerse hombre y comunicarnos sus gracias. Esto se realiza mediante una auténtica devoción a la Santísima Virgen.

El secreto es la sencillez, seguridad y eficacia de María como el camino más perfecto para llegar a Dios. 

El secreto para llegar al conocimiento y al amor del Padre es seguir el camino de entrega total por María. Por María vino el Hijo de Dios al mundo, para que todos tengamos vida y la tengamos en plenitud, y por María, el Espíritu Santo nos forma, como formó a Jesús, hasta la madurez y perfección de hijos de Dios. 

El secreto es la consagración total a Jesucristo por María, es decir, una "entrega incondicional", una "esclavitud de amor", una "servidumbre de voluntad", un "compromiso total", que nos lleva a hacerlo todo “con María, por María, en María y para María".

Te animo a que hagas como yo: optar al privilegio de ser esclavo de amor, consagrándose a María y, así, llegar a Jesús y por Él a la santidad junto a Dios. Mientras, en el camino recibirás el amor de María junto con sus innumerables gracias. 

¿A qué esperas?





martes, 20 de febrero de 2018

ME PREOCUPAN...

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"Todo el mal depende de los sacerdotes, 
no por acción sino por omisión, 
pues si fuesen santos y llenos de celo por sus ovejas, 
la tierra entera sería ya católica y viviría como tal. 
Dichosos aquellos que tienen pastores santos, 
no contaminados de los errores modernistas, 
fieles a la doctrina tradicional de la Iglesia Católica, 
inflamados de un celo por la honra de Jesucristo 
y por la salvación de las almas.
(Papa San Pío X)

No es un secreto que desde hace varias décadas, la Iglesia ha entrado en una espiral negativa de cierta decadencia. No sólo por el hecho de la falta de asistencia de fieles a los sacramentos de iniciación, de caída libre de las vocaciones sacerdotales, etc. sino también por descuido de las "formas" de comportamiento adecuadas en la Eucaristía. 

La tibieza, la mediocridad, la apostasía y el relativismo que impregnan nuestra sociedad occidental han calado en muchas de nuestras parroquias católicas. 

El mal entendido espíritu post-conciliar de querer adaptarse al mundo, de innovar, de "desformalizar" la fe ha sumergido a muchas parroquias en la celebración de "Eucaristías descafeinadas", de "misas light".      

El Papa Juan Pablo II en su última Encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: "Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al 'formalismo' ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las 'formas' adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes."

Creo que debemos adentrarnos en un análisis cuidadoso de las formas en la liturgia que, señala directamente a nuestros sacerdotes. En otras palabras, me preocupa el descuidado papel que desempeñan los sacerdotes de Cristo durante la Eucaristía.

Con esto, no quiero señalar, ni juzgar, ni mucho menos, cargar todas las culpas sobre las espaldas los sacerdotes. Líbreme Dios de juzgar para no ser juzgado. Tampoco trato de justificar ni alentar el odio enfermizo de algunos hacia la Iglesia. 

Más bien, mi deseo es plantear para la reflexión algunas de esas actitudes y formas impropias que he observado en algunas parroquias, y todo ello, por supuesto, desde la humilde convicción de no ser un experto ni un teólogo, ni de pretender serlo.

Me preocupan los sacerdotes que están más interesados por las actividades y los programas parroquiales que por hacer discípulos. No creo que una parroquia sea mejor porque tenga muchas actividades. Es más, muchos de esos proyectos pueden incluso obstaculizar la verdadera misión de la Iglesia de Cristo: evangelizar y hacer discípulos.

Me preocupan los sacerdotes que tratan de "captar" a las personas con homilías "rimbombantes", "políticamente correctas", testimoniales, sociales, llenas de anécdotas o de auto-ayuda, en lugar de enseñarles lo que Dios quiere decirles
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Me preocupan los sacerdotes que son más gerentes administrativos o incluso, funcionarios de la fe, que personas de oración y contemplación. Un sacerdote nunca es llamado por Dios para ser un gran comunicador de masas, un "rockstar" o un líder empresarial sino para cuidar, pastorear y apacentar Su rebaño (1 Pedro 5, 1-4; Hechos 20,28).

Me preocupan los sacerdotes que tienen como meta el crecimiento cuantitativo de la parroquia en lugar de tener como principal objetivo la Gloria de Dios. Jesucristo nos conmina a ir, anunciar el Evangelio y hacer discípulos, pero el fin principal del hombre es glorificar a Dios, tal y como San Ignacio definió sabiamente en su Principio y Fundamento. 

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Me preocupan los sacerdotes que utilizan los púlpitos para ensalzarse y vanagloriarse en lugar de servir a Dios y a su pueblo, tal y como hizo Jesucristo. (Mateo 20, 26-28; Marcos 10, 43-45).

Me preocupan los sacerdotes que construyen una estructura de servicio a través de las personas en lugar de edificar personas a través de su servicio. Se trata de una peligrosa tentación que, a menudo, subyace en muchos de los abusos de algunos curas.

Me preocupan los sacerdotes que cultivan una cultura de dependencia y sumisión a ellos mismos en lugar de sometida a la acción del Espíritu Santo. Por supuesto, no niego la importancia y necesidad de su dirección espiritual pero el cura no es el salvador del pueblo. Sólo Cristo. Dependemos de Jesús sacramentado como nuestro Salvador, de la Santa Iglesia como nuestra Madre santificadora, del Evangelio como expresión de la voluntad de Dios, de la oración como nuestro sustento cotidiano y del Espíritu como nuestro guía y apoyo.

Me preocupan los sacerdotes que hablan de "sus cosas", dando rienda suelta a la "tentación del micrófono", en lugar hablar de las "cosas de Dios". El Evangelio necesita ser leído, explicado y entendid
o como la palabra de Dios que actúa en nuestras vidas y nos revela a nuestro Señor. 

Me preocupan los sacerdotes que están más pendientes de dar todo lo que se les pide en lugar de corregir fraternalmente. No son muy distintos a los padres que les dan a sus hijos todos los caprichos que desean para evitar que se enfaden o para hacer que les correspondan con amor. La fe católica no es una mezcla heterogénea donde las personas eligen lo que les gusta o no, lo que les apetece o no. Es un camino de misión que vivimos en comunidad fraterna para la gloria de Dios, la bendición de su pueblo y el avance de su reino.


Me preocupan los sacerdotes que han perdido el sentido de guardar el silencio debido y se han imbuido en la cultura de la prisa al celebrar. 



Me preocupan los sacerdotes que niegan la comunión a un feligrés que se arrodilla para recibir a Cristo porque "eso no se lleva en su parroquia", en lugar de discernir esa reverente actitud como un gran acto de humildad ante la majestuosidad de Su presencia.



Me preocupan los sacerdotes que desposeen a la Eucaristía de su identidad esencial y sacra, en lugar de celebrar una liturgia solemne y esmerada en los gestos y en el cuidado al hacer las cosas, según lo establecido por la Iglesia. Si la Misa no arranca desde Dios, camina hacia Dios y culmina en Dios, no tiene sentido.

Me preocupan los sacerdotes que manifiestan una deficiente comprensión de la dignidad que se ha de dar a la Palabra de Dios dejando a quienes, incluso con buena intención, carecen de las cualidades propias para ello: lectores poco preparados, que no se les entiende, que pronuncian mal, que comienzan diciendo: “Primera lectura”, o, “Salmo responsorial”, o, “segunda lectura”

Me preocupan los sacerdotes que piden a los ministros extraordinarios que administren la comunión, no habiendo real necesidad para ello

Me preocupan los sacerdotes que no observan unos minutos de sagrado silencio después de la comunión, que dedican excesivo tiempo a la homilía y, luego, le entren las prisas por acabar, y apenas dispongamos de un tiempo para dar gracias a Jesús que está en nosotros.

Me preocupan los sacerdotes que permiten que los fieles no se arrodillen durante la consagración. Esta actitud muestra la ignorancia de lo que está sucediendo en el altar, y el desconocimiento de la forma correcta de comportarse ante Dios. Es un signo de falta de fe al no sentirse profundamente conmovidos en el instante en el que el Señor desciende y transforma el pan y el vino, de tal manera que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, Madrid 2001, p. 237.).

En fin, son muchos los temas y puntos en los que sacerdotes y fieles debemos poner un mayor esmero y cuidado en la celebración de la Eucaristía, con la humildad de sabernos servidores y no dueños de ella, de modo que procuremos conocer y dar a conocer, cuanto debemos observar en las celebraciones litúrgicas. Y si se ha de corregir, se corrija.

Los sacerdotes que celebran fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia. 

Los que no lo hacen, me preocupan...y mucho. Porque se confunden y nos confunden.

Por eso, debemos rezar mucho por ellos.

martes, 13 de febrero de 2018

LO SÉ, PERO QUÉ DIFÍCIL ES...

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“Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: 
Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; 
ni te desanimes al ser reprendido por él. 
Pues a quien ama el Señor, le corrige; 
y azota a todos los hijos que acoge. 
Sufrís para corrección vuestra. 
Como a hijos os trata Dios, 
y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? 
Más si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, 
señal de que sois bastardos y no hijos. 
Además, teníamos a nuestros padres según la carne, 
que nos corregían, y les respetábamos. 
¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir?
¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y para poco tiempo!; 
mas él, para provecho nuestro, 
en orden a hacernos partícipes de su santidad”
(Hebreos 12,5-10)


Confieso que me encuentro en un período de aridez espiritual, que he dejado atrás el exuberante oasis de la esperanza y que vago por el desierto de la inseguridad, sin agua viva que calme mi sed, arrastrando mis pies sobre la ardiente arena y con el rostro abrasado por el sol. 

Me encuentro con pocas ganas de rezar o de ir a Misa; hasta parece que el cielo desaparece en la desagradable tormenta de arena.

Resultado de imagen de aridez espiritual¿Cómo vencer este estado espiritual en el que veo lejano a mi Dios, o incluso, no le veo? ¿Cómo ser capaz de no ceder a las tentaciones de falta el ánimo y de tirar la toalla?

Mi director espiritual y confesor me hace sonreír cuando, en estos momentos de aridez, de noche oscura y de desierto, me da la enhorabuena. Y es que antes no lo entendía. Me exhorta a tener, ante todo, mucha calma y paciencia. Me anima a continuar, aún sin ganas o sin beneplácito, perseverando en mi vida espiritual: oración, sacramentos, servicio, caridad y penitencia. Pero qué difícil es...

Sé que no se trata de tibieza, porque sí que cuido mi vida espiritual; que quiero con toda mi alma a Dios; que todo lo que soy y todo lo que tengo, es gracias a Él; tampoco tengo pecados graves que pudieran alejar de mi la gracia de Dios. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que si mi camino espiritual fuera cómodo y estable, me acostumbraría a la pereza; que la monotonía se apoderaría de mi; que las dificultades son necesarias para mi crecimiento humano y espiritual; que soy peregrino en busca de mi casa celestial donde saciaré mi sed más profunda. Pero qué difícil es...

Sé que, a veces, Dios permite estas pruebas para que aprenda a “buscar más al Dios de las consolaciones que a las consolaciones de Dios”; sé que, como decía San Juan de la Cruz, “el progreso de una persona es mayor cuando la misma camina a oscuras y sin saber”. Pero qué difícil es...

Otras muchas veces, disfruto de maravillosas peregrinaciones, me deleito en dulces oraciones, me abandono en bellas adoraciones de fervor sensible, me "lleno" de su presencia en retiros espirituales...igual que un niño con sus chuches; pero cuando me sobreviene la prueba, cuando camino por el desierto, tiendo a desfallecer.

Sé que Dios me quiere con locura, y me quiere santo; que a través de las pruebas y de la aridez espiritual, Él me cincela, me da forma, me sana y me transforma en lo que quiere que sea. "Él corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí, y limpia los que dan fruto para que den más." (Juan 15,2). Pero qué difícil es...

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Sé que debo cargar con mi cruz y seguirlo. Soy consciente de que, a veces, el sacrificio es en beneficio de mi santidad; que surgen las tinieblas para poder ver su potente luz. Pero qué difícil es...

Sé que en estos momentos de prueba, necesito silencio, confianza, oración y abandono; que detrás de los nubarrones está el cielo azul; que después de la tormenta viene la calma. Pero qué difícil es...


Sé que mi Señor camina a mi lado, coge mi mano y le susurra a mi corazón: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo. No necesitas mirar con desconfianza, pues soy yo, tu Dios. Yo te fortalezco, te ayudo y te sustento con mi diestra victoriosa” (Isaías 41,10). Pero qué difícil es...

Sé que Dios está conmigo aunque no le vea; que sabe lo que estoy viviendo; que opera mi corazón abierto en el sufrimiento; que todo es para su gloria. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que debo cerrar mis ojos y coger Sus manos misericordiosas para dejarme guiar por Su sabiduría; sé que el nunca me abandona en mitad del camino. Pero qué difícil es...

Sé que mi Señor me prepara para recibir más y mayores gracias; que actúa en mi alma para purificarme; que ser cristiano no es agradable ni cómodo. Pero qué difícil es...

Sé que la fe no es un sentimiento sino adhesión y confianza a Dios, a su verdad y a su voluntad; que no se trata de "sentir o experimentar" sino de vivir, con o sin ganas, con o sin motivación. Pero qué difícil es...

Sé  que debo vagar por el desierto buscando a Dios; que debo imitar a Jesús, también en los momentos oscuros; que el profundo vacío de mi ser anhela sus caricias. Pero qué difícil es...

Sé que no sé nada sin Dios; que no soy nada sin Dios; que no hay nada sin Dios. Pero qué difícil es...

¡Mi Señor, mi Dios, llena mi vacío de ti y no me dejes caer rostro a tierra! ¡Ayúdame con mi cruz para llegar al Calvario y verte! ¡Corrígeme porque sé que me amas!



lunes, 5 de febrero de 2018

MI PANDA ES...



"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, 
en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones...
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común...
Todos los días acudían juntos al templo, 
partían el pan en las casas, 
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 
El Señor añadía cada día al grupo 
a todos los que entraban por el camino de la salvación."  
(Hechos 2, 42-47)

Mi panda es un grupo de fe que debe su nombre a la Virgen María, quien unió a unos cristianos comprometidos, fruto de una propuesta evangelizadora.

Mi panda es un grupo de esperanza en las promesas de Jesucristo y de compromiso incondicional con Dios y con el prójimo.

Mi panda es un grupo de amor abnegado y desinteresado, donde se comparten alegrías y tristezas, risas y lloros, enfados y reconciliaciones, sueños y anhelos.

Mi panda
 es un grupo de libertad donde no existen liderazgos ni jerarquías, donde no hay estatutos ni normas, más allá del cumplimiento de la voluntad y los mandamientos de Dios.

Mi panda es un grupo de intimidad, de amistad y de fraternidad abierto a todos, que camina a la Luz de Dios y abierto a su Gracia.

Mi panda es un grupo de esclavitud y de vidas consagradas a María, en María, por María y para María hacia la madurez espiritual y la santidad.

Mi panda es un grupo de oración y adoración, de acogida y acompañamiento, de servicio y entrega, de viajes y peregrinajes, de visión y misión.

Mi panda es un grupo de alegría a la luz del Evangelio unido por el vínculo perfecto del amor de Cristo y de María.

Mi panda es un grupo de soldados inasequibles al desaliento, de valientes y audaces, de apóstoles y discípulos misioneros que sirven a Dios y a su Iglesia. 


Mi panda es...  la panda la Virgen












CAMBIAR EL "STATUS QUO"

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“Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mateo 28,19)


Este fue el mandato de Jesús a sus apóstoles y que resume la misión de la Iglesia fundada en Pentecostés: "Id y haced discípulos"

En otros artículos ya hemos hablado de que la evangelización es la asignatura pendiente de la Iglesia Católica actual. Hemos dicho en otras ocasiones que la Iglesia ha perdido su identidad evangelizadora y discipular, pero no hacemos nada para remediarlo o, sencillamente, nos paralizamos como si nada tuviera que cambiar. Unos de pie y otros sentados. 

Es una labor que nos incumbe a todos pero no se trata de evangelizar para "llenar" las parroquias. Se trata de obedecer el mandato de Cristo.

La alarma sigue activada y sonando. Atruena nuestros oídos y paraliza nuestras reacciones: en Occidente, las parroquias siguen vaciándose de fieles. Tan sólo resisten nuestros "mayores". Y a pesar de ello, se siguen manteniendo las mismas estructuras desde hace décadas junto a pastorales de conservación/mantenimiento, en lugar de pastorales de evangelización y discipulado, que lleven almas a Dios. Y esto, no funciona. Ya, no.

Muchos sacerdotes se sienten abrumados, saturados, perdidos y "quemados": Algunos, buscando soluciones, se encuentran "maniatados", y la mayoría, sin saber qué hacer porque tampoco nadie les dice qué hacer. 

Mientras, la Iglesia, tanto el clero como los laicos, parecemos estar de "brazos cruzados": en los seminarios tampoco se da una respuesta al nuevo paradigma; la falta de vocaciones y de líderes católicos impide o ralentiza un cambio de esta negativa situación; la falta de delegación en los laicos, impide un esfuerzo de todo el pueblo de Dios para voltear este nuevo escenario; el escaso interés de los seglares por formar parte de la misión encomendada a todos, evita un cambio de panorama.

En general, en la Iglesia se gestiona un "status quo" que ya no funciona, pero sobre todo, falta visión, falta misión, falta motivación para el cambio, faltan comunidades que susciten no sólo vocaciones sino todas estas cuestiones. Y sobra miedo, sobra gestión, sobra conservación, sobra "comodidad". 

Por favor, no quiero que se entiendan mis palabras como una crítica estéril y gratuita. Pero tengo claro que necesitamos líderes que sepan qué hacer y, sobre todo, que quieran cambiar. Y necesitamos discípulos comprometidos con nuestros líderes.

Entonces ¿qué nos falta?

Falta de visión

Los seminarios son entornos excesivamente académicos, donde los futuros sacerdotes pasan la mayor parte del tiempo con compañeros masculinos como ellos, aprendiendo de hombres mayores, que los forman en filosofía, teología, sacramentos y asuntos pastorales. 

Resultado de imagen de seminarios de sacerdotesSin embargo, cuando salen del seminario y llegan a una parroquia, los asuntos que se encuentran son absolutamente desconocidos: nuevas problemáticas, nuevas familias, nuevas parejas y sobre todo, mujeres, con las que no están familiarizados. 

Sus estudios de filosofía y teología les sirven de poco porque, antes de aplicarlos, deben hacerse cargo de una nueva situación para la que no han sido formados. 

Además, se genera un nuevo estado muy significativo: dejan de vivir en comunidad para hacerlo solos..muy solos.

Falta de estrategia

Así, los párrocos se convierten en gerentes de status quo parroquial, limitándose a un horario y a una "ley del mínimo esfuerzo" o posiblemente, "de poco ánimo". 

No tienen la respuesta al declive de sus parroquias, pues su formación en la pastoral se ha centrado en catequesis, sacramentos, reuniones, eventos… 
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No saben cómo multiplicarse espiritualmente o cómo formar discípulos misioneros, porque nadie se lo ha enseñado. Son conceptos extraños y lejanos que no han experimentado personalmente. 

No han sido entrenados en "nuevas estrategias pastorales" que afronten los "nuevos escenarios".

Falta de valentía

La necesidad de cambio es algo que afecta a todos, sacerdotes y laicos. Así pues, o se cambia la forma de trabajar o la Iglesia seguirá cayendo en barrena. Se requiere valentía, audacia y compromiso para el cambio.

No se puede seguir aceptando esta situación sin más y simplemente continuar “gestionando” las parroquias y las diócesis mientras los laicos se limitan a "consumir" sacramentos.

Al final, se crea un ambiente en el que nadie está dispuesto a asumir riesgos y todos se "acomodan". Es una situación, que a muchos, nos apena y nos angustia.

Falta de apertura 

Hemos dicho muchas veces que no se trata de cambiar la doctrina ni el mensaje sino de "abrirse" a la acción del Espíritu Santo que sopla en una dirección a la que no estábamos acostumbrados. 

Imagen relacionadaSe trata de cambiar la forma de actuar con otros métodos, de hablar con otros lenguajes, de guiar con otro espíritu. 

Sin embargo, continúa la resistencia a estas nuevas formas de hacer las cosas, continúa una excesiva rigidez en la mentalidad de los líderes y del resto del cuerpo místico de Cristo. 

¿Por qué? Por miedo. Miedo al cambio. Miedo a tener que probar algo nuevo, miedo a reconocer que hay cosas que ya no funcionan. Miedo como el de los apóstoles en la barca, que aun teniendo a Jesús en la proa, no tenían una fe firme.

Falta de oración


Hemos perdido el gusto por la oración. Hemos perdido el hábito de orar constantemente. Se nos ha olvidado rezar más y con mayor fuerza.

Quizás, porque creemos que solos, podemos con todo...o porque creemos que no podemos con nada. Y no nos atrevemos a abandonarnos a la gracia y a pedir ayuda a Dios; no nos acercamos a Él para pedirle guía y ayuda, quizás por temor a no ser escuchados...

El primer requisito para el cambio es que pongamos todo en manos de Dios para que Él nos indique lo que debemos hacer. Y, acto seguido,hacerlo.


Falta de compromiso

Por supuesto, es necesario e imprescindible enseñar lo que Jesús enseñó pero la formación por sí sola no es la llave que abre un corazón, no es el interruptor para que un hombre se convierta a Cristo. 
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Cuando los sacerdotes organizan y planifican la pastoral de sus parroquias, recurren a lo que conocen y terminan convirtiendo la enseñanza en el núcleo de todo. 

Y así se vuelve al problema de siempre: ¡catequizar y administrar sacramentos no es igual a evangelizar!.

Es necesario tener primero un encuentro con Jesús, donde las personas puedan tener la oportunidad de elegir seguirlo, donde puedan cambiar primero de mentalidad, para después, cambiar de vida. Y esto es algo que no se facilita ni se apoya desde la inmensa mayoría de las parroquias.

Nos falta compromiso "ad extra", es decir, "salir del encierro", "salir del letargo". Esto es la evangelización. Y es precisamente lo que se ha perdido. Ser cristianos, ser discípulo de Jesús no es instalarse en el "Tabor" sino seguir a Cristo en el "Calvario".

Falta de discipulado

Algunos nuevos métodos de evangelización, promovidos por laicos, están ofreciendo un crecimiento de conversos, que han encontrado a Jesús y quieren acercarse a su Iglesia. 

Sin embargo, cuando éstos llegan y se adhieren a la comunidad, el discipulado que se ofrece se limita a las catequesis y los sacramentos.

Por supuesto, los sacramentos son esenciales. También, el discipulado es imprescindible en toda parroquia que se precie. Pero el hacer discípulos no es el objetivo final. 

El objetivo de la Iglesia es formar discípulos para que éstos formen a otros discípulos, y que éstos que formen a otros discípulos y así, sucesivamente.

Falta de humildad

En nuestra querida Iglesia Católica, rara vez se producen cambios, porque hacerlo, quizás significaría reconocer que no siempre hemos actuado correctamente.

El cambio requiere humildad por parte de todos, y la rendición de cuentas, más todavía. Es difícil encontrar sacerdotes que admitan que no tienen todas las respuestas, que necesitan ayuda y que deben aprender. Más aún, obispos.

La solución no es fácil, necesitamos cambios en la forma de ver y de trabajar en nuestras parroquias y diócesis. Este cambio debe, inexorablemente, comenzar con humildad y oración. 

Entonces podremos realmente discernir qué necesita cada uno de nosotros para crecer como pueblo de Dios. Necesitamos la visión adecuada. Necesitamos la ayuda adecuada. 




A menudo, cuando recuerdo a ese puñado de recios discípulos que cambió el mundo después de Pentecostés... pienso, y nosotros ¿qué?