"Por la gracia de Dios soy lo que soy,
y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí;
pues he trabajado más que los demás;
pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo."
(1 Corintios 15, 10)
Ayer estuvimos en una Adoración en la que un buen sacerdote y hombre de Dios puso su garganta y sus cuerdas vocales para que el Señor nos hablara. Directamente. A los ojos. Y nos explicó qué es y cómo funciona su Gracia. Uno a uno.
La Gracia es el favor gratuito de Dios en beneficio de los hombres. Es Dios que sale de sí mismo y entra en nuestro interior, para darnos su Amor.
La Gracia es el Amor de Dios que se expansiona para dar Su Luz a nuestro entendimiento y Su Fuerza a nuestra voluntad para llevarnos al Cielo.
Pero ¿cómo administra Dios su Gracia a los hombres?
Dios, que actúa siempre libremente sin someterse a nadie más que a Sí mismo, por Amor a los hombres, ha querido darse gratuitamente a los hombres, se ha “sometido a nosotros" desde la Muerte y Resurrección de Jesucristo nuestro Señor.
Y lo ha hecho respetando siempre ciertas normas, a saber, las “Leyes de la Gracia”:
Dios tiene un plan para cada uno
Dios no deja nada al azar nunca. Construye y desarrolla Su plan de Amor específico para cada uno de nosotros, aunque siempre respetando nuestra libertad personal, con el objetivo de llevarnos a una vida de amistad íntima y eterna con Él, esto es, al Cielo.
A lo largo de Su Palabra, podemos ver numerosos ejemplos de Su plan. En el Antiguo Testamento encontramos a Noé, Abrahán y los patriarcas, a David y los reyes, a José, Moisés, a los profetas Jeremías, Isaías, etc.. En el Nuevo Testamento encontramos a Zacarías, San José, La Santísima Virgen María, a los apóstoles, a San Pablo, etc.
Incluso hoy, dos mil años después de enviarnos a Cristo, Dios sigue desarrollando su Plan de Salvación en cada uno de nosotros y a través de cada uno de nosotros. Nuestro "hágase" es la base para otros muchos "hágase", nuestro "sí" es el fundamento de otros muchos "síes", nuestra "copa" abierta a su acción en nuestra vida, es el inicio de su Gracia en la vida de otros.
Dios nos presenta situaciones y personas para llevar a cabo su plan
Dios actúa en nuestro interior poniendo en nuestro camino personas y situaciones para llevar a cabo su plan, aunque muchas veces, ni nos damos cuenta.
Dios, observando nuestra reacción ante cada una de esas situaciones, ante cada una de esas personas que pone en nuestro camino, sigue presentándonos nuevas situaciones y personas, con las que sigue regalándonos nuevas y mayores gracias.
La Gracia de Dios está ínter-relacionada
Cada gracia que Dios me regala, implica también gracias sobre otras personas, actuando en mi beneficio, y a mí moviéndome en beneficio de ellas.
La Gracia se mueve en "cascada" sobre cada uno de nosotros y, a desde cada uno de nosotros, a otros. De esta forma, la Gracia nos convierte en mediadores en la salvación (en alcanzar el Cielo) de otros.
Cada Desgracia es una Gracia potenciada
A primera vista, cuando sufrimos una desgracia, podría parecer que Dios se ha olvidado de nosotros o que hemos perdido su favor. De hecho, muchos se preguntan ¿por qué Dios permite el mal o el sufrimiento?
Aunque una desgracia es una experiencia muy dolorosa, el sufrimiento nos solicita toda nuestra energía interior, toda nuestra fuerza voluntad, nos pone a prueba sacándonos de nuestra zona de confort y nos obliga a confrontar situaciones que nos llevan más allá de los límites habituales.
Dios, que conoce perfectamente nuestras limitaciones, nunca permite nada que no podamos aguantar. Por su Amor a nosotros, nos acompaña en cada desgracia con un derramamiento de Su Gracia directamente proporcional a la intensidad de la desgracia padecida. Así, aceptando las desgracias, obtendremos más y mayores gracias.
La vida de la Gracia nos proporciona crecimiento
Cuanto más me abro libremente a la Gracia de Dios, aceptando Sus mociones interiores y la guía del Espíritu Santo, cuanto más acepto voluntariamente dejarme guiar por Él, Dios, de nuevo, actúa más y más en mi vida para mi bien y para el resto de la humanidad.
La Gracia es la participación gratuita de la vida sobrenatural de Dios (CIC 1996-1997). Con el Bautismo, somos introducidos a la vida Trinitaria, somos hechos hijos adoptivos de Dios y recibimos la vida del Espíritu, que infunde la caridad y que forma la Iglesia.
La gracia es absolutamente necesaria para alcanzar la salvación, la vida eterna. Arranca al hombre del pecado contrario al amor de Dios y purifica su corazón. Es una acogida de la justicia de Dios por la fe en Cristo, merecida por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Pero ¿cómo administra Dios su Gracia a los hombres?
La economía de la Gracia
La economía de la Gracia es el don de Dios por el que hace partícipe al hombre de sus planes y propósitos eternos. Hablamos de economía como "administración" o "dispensación" del Espíritu Santo.
Antes de la Muerte y Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, Dios no prodigaba su presencia de manera generalizada en el interior de los hombres, aunque hubo algunas personas (los patriarcas, los profetas, los jueces y reyes de Israel y algunos otros) a los que Dios los llenó de Su Espíritu, de forma puntual y para realizar misiones específicas como parte de la historia de la Salvación.
Pero, sin duda, el derramamiento sobreabundante de Dios es obra de Jesucristo, de la Redención obrada por Su Muerte y Su Resurrección. Por eso en la Anunciación, el Ángel se presenta a María, dirigiéndose a Ella como la "llena de Gracia", porque en su seno estaba la Gracia plena, Jesucristo. Ella, administradora de la Gracia divina, dijo "Hágase en mí según tu Palabra".
Jesucristo es la botella que se derrama en una copa. Pero hasta que la primera copa no se llena, no pasa a la siguiente, y así, sucesivamente. Para que Dios se derrame es necesario estar "abiertos" a la Gracia, es necesario que las copas estén "boca arriba" para recibirla. Cuando una copa se llena de Gracia, se derrama a la siguiente pero sigue recibiendo "nuevas" Gracias. Y así, sucesivamente.
Tras Su resurrección, Jesucristo cumplió su promesa de enviarnos al Paráclito e hizo partícipe a la humanidad de la vida y el amor de Dios. Así, en Pentecostés el Espíritu de Dios se derramó sobre los apóstoles y sobre otras personas, haciéndoles administradores de ese don divino.
San Pablo, aunque no estuvo presente en Pentecostés, es un ejemplo singular en la administración de la Gracia. El Apóstol de los Gentiles define la gracia como:
- el don que santifica el alma, que se opone al pecado y que Cristo ha merecido para los cristianos (Romanos 4, 4-5; 11, 6; 2 Corintios 12, 9)
- el evangelio (en contraposición a la ley (Romanos 6, 14)
- el poder de predicar y expulsar demonios o hacer milagros (Romanos 12, 6)
- el apostolado como misión (1 Corintios 15, 10)
- las virtudes propias del cristiano (2 Corintios 8, 7)
- la benevolencia gratuita por parte de Dios (Hechos 14, 26)
- los actos de amor a los demás (1 Corintios 16, 3)
- el plan de salvación renovado tras la Resurrección (Gálatas 5, 4).
Las leyes de la Gracia
La Gracia es Dios donando Su vida y Su Amor a los hombres, para que podamos vivir en íntima conexión con Él en la tierra y después, en el cielo.Dios, que actúa siempre libremente sin someterse a nadie más que a Sí mismo, por Amor a los hombres, ha querido darse gratuitamente a los hombres, se ha “sometido a nosotros" desde la Muerte y Resurrección de Jesucristo nuestro Señor.
Y lo ha hecho respetando siempre ciertas normas, a saber, las “Leyes de la Gracia”:
Dios tiene un plan para cada uno
Dios no deja nada al azar nunca. Construye y desarrolla Su plan de Amor específico para cada uno de nosotros, aunque siempre respetando nuestra libertad personal, con el objetivo de llevarnos a una vida de amistad íntima y eterna con Él, esto es, al Cielo.
A lo largo de Su Palabra, podemos ver numerosos ejemplos de Su plan. En el Antiguo Testamento encontramos a Noé, Abrahán y los patriarcas, a David y los reyes, a José, Moisés, a los profetas Jeremías, Isaías, etc.. En el Nuevo Testamento encontramos a Zacarías, San José, La Santísima Virgen María, a los apóstoles, a San Pablo, etc.
Incluso hoy, dos mil años después de enviarnos a Cristo, Dios sigue desarrollando su Plan de Salvación en cada uno de nosotros y a través de cada uno de nosotros. Nuestro "hágase" es la base para otros muchos "hágase", nuestro "sí" es el fundamento de otros muchos "síes", nuestra "copa" abierta a su acción en nuestra vida, es el inicio de su Gracia en la vida de otros.
Dios nos presenta situaciones y personas para llevar a cabo su plan
Dios actúa en nuestro interior poniendo en nuestro camino personas y situaciones para llevar a cabo su plan, aunque muchas veces, ni nos damos cuenta.
Dios, observando nuestra reacción ante cada una de esas situaciones, ante cada una de esas personas que pone en nuestro camino, sigue presentándonos nuevas situaciones y personas, con las que sigue regalándonos nuevas y mayores gracias.
La Gracia de Dios está ínter-relacionada
Cada gracia que Dios me regala, implica también gracias sobre otras personas, actuando en mi beneficio, y a mí moviéndome en beneficio de ellas.
La Gracia se mueve en "cascada" sobre cada uno de nosotros y, a desde cada uno de nosotros, a otros. De esta forma, la Gracia nos convierte en mediadores en la salvación (en alcanzar el Cielo) de otros.
Cada Desgracia es una Gracia potenciada
A primera vista, cuando sufrimos una desgracia, podría parecer que Dios se ha olvidado de nosotros o que hemos perdido su favor. De hecho, muchos se preguntan ¿por qué Dios permite el mal o el sufrimiento?
Aunque una desgracia es una experiencia muy dolorosa, el sufrimiento nos solicita toda nuestra energía interior, toda nuestra fuerza voluntad, nos pone a prueba sacándonos de nuestra zona de confort y nos obliga a confrontar situaciones que nos llevan más allá de los límites habituales.
Dios, que conoce perfectamente nuestras limitaciones, nunca permite nada que no podamos aguantar. Por su Amor a nosotros, nos acompaña en cada desgracia con un derramamiento de Su Gracia directamente proporcional a la intensidad de la desgracia padecida. Así, aceptando las desgracias, obtendremos más y mayores gracias.
La vida de la Gracia nos proporciona crecimiento
Cuanta más gracia acepto, más se me da: “A quien tiene, se le dará y tendrá de más; pero, al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (Mateo 25,29).
Cuanto más me abro libremente a la Gracia de Dios, aceptando Sus mociones interiores y la guía del Espíritu Santo, cuanto más acepto voluntariamente dejarme guiar por Él, Dios, de nuevo, actúa más y más en mi vida para mi bien y para el resto de la humanidad.
Dios me envía Su Gracia sin violentarme, sin forzar, sin quebrantar, porque respeta mi libertad personal y sólo desde la libertad, es posible el amor.
Dios da su Gracia a los humildes
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4,6).
Sin duda, el soberbio cree que no necesita a Dios, cree que es auto suficiente y que tiene el control sobre todas las cosas. No es dócil a la acción de Dios en su interior y decide vivir su vida según su propio criterio y así, construye una barrera infranqueable a la Gracia de Dios. ¿A quién de nosotros no nos ha ocurrido esto alguna vez?
Sin duda, el soberbio cree que no necesita a Dios, cree que es auto suficiente y que tiene el control sobre todas las cosas. No es dócil a la acción de Dios en su interior y decide vivir su vida según su propio criterio y así, construye una barrera infranqueable a la Gracia de Dios. ¿A quién de nosotros no nos ha ocurrido esto alguna vez?
Por eso, la humildad es tan importante y vital para llegar al cielo. Para ello, debemos reconocer nuestra "pequeñez", nuestra "insignificancia" y nuestra "incapacidad", aceptar que no somos nada y menos ante la Majestad Soberana de Dios, ante Su infinita Sabiduría y su infinito Amor.
Y, después de Jesús, nuestro ejemplo más grande de humildad es la Virgen María, nuestra Santa Madre del Cielo, quien lo demostró a lo largo de su vida terrenal y lo proclamó en su maravilloso canto Magníficat. (Lucas 1,51-53).
Y, después de Jesús, nuestro ejemplo más grande de humildad es la Virgen María, nuestra Santa Madre del Cielo, quien lo demostró a lo largo de su vida terrenal y lo proclamó en su maravilloso canto Magníficat. (Lucas 1,51-53).
Los medios de la Gracia
La Gracia nos puede llegar directamente a través de una moción interior o una locución interior, o indirectamente, a través de mediadores que Dios selecciona, dispone y utiliza al objeto de lograr nuestra salvación
Dios canaliza su Gracia hablándonos a través de Su Palabra, o través de la lectura de cualquier escrito o libro espiritual inspirado por Él.
Dios también nos regala su gracia y nos habla a través del “consejo de los santos”, es decir, por boca de otros, una persona que hace o te dice algo en el momento oportuno. También, a través de las "palabras de conocimiento" con las que el Espíritu Santo pone el mensaje adecuado en los labios de alguien para transmitirlo a alguien en concreto.
Los Sacramentos de la Iglesia son el maravilloso y principal conductor de la Gracia de Dios. Cada Sacramento tiene su Gracia particular, produce un efecto distinto y propio en quien participa en él, un efecto proporcional a la intensidad de la fe de quien lo recibe.