miércoles, 25 de septiembre de 2019

A VECES ME PREGUNTO...

"Dichosos los que escuchan la palabra de Dios 
y la ponen en práctica."
(Lucas 11, 28)

A veces, me pregunto si la Iglesia no estará en una situación bajo mínimos, "en huelga" y de brazos caídos, cumpliendo con desgana y desinterés unos servicios mínimos que no conducen a nada...

A veces, me pregunto si la Iglesia no estará en "parada cardíaca" y que se ha olvidado de bombear sangre desde el corazón al resto del cuerpo. ¿Será porque los miembros han dejado de "moverse"? 

A veces, me pregunto si la Iglesia no se habrá instalado en una cultura de "cubrir el expediente", de “cumplir con lo mínimo” y pensar que eso... salva. 

A veces, me pregunto por qué distinguimos a los católicos en "practicantes" y "no practicantes", como si pudiera haber cristianos que no practicaran....

A veces, me pregunto por qué la "fe" de muchos se ha reducido a un mero "sentimiento" donde se cumplan los deseos propios, o a una tradición que cumple con lo justo sin  esfuerzos, sin "alardes", sin salir de la comodidad.  

A veces, me pregunto si el seguimiento a Cristo de muchos se habrá convertido en la realización de simples actos sociales y "folclóricos", donde nada es sentido ni vivido. 

A veces me pregunto si el catolicismo de muchos se habrá transfigurado en una pseudo creencia a distancia, donde el compromiso es exiguo, la verdad  "interesada" y la justicia, "fariseica".  
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A veces, me pregunto si el apostolado de muchos se habrá quedado reducido a un diálogo intimista, estático o de "tópicos", donde triunfa el "todo vale".

A veces, me pregu
nto si el servicio a Dios y al prójimo de muchos se habrá limitado a mantener una actitud ramplona, tibia, inerte...o, sencillamente inexistente. O si tan sólo se ha quedado en una bonita anécdota...

A veces, me pregunto si la esperanza de muchos se habrá quedado en una negación por alcanzar la santidad, en una excusa "oportuna" de falta de tiempo para rezar, para acudir a los sacramentos, para estar con Dios....

A veces, me pregunto si estos servicios mínimos espirituales no serán más que tibieza y mediocridad, con las que mantenerse "a una distancia prudencial" de Dios, con las que mantener una Iglesia a la medida, con las que "practicar" una fe que no exija demasiado, que sea fácil y llevadera, y en todo caso, "cumpliendo" en "última instancia" o como "último recurso".

A veces, me pregunto si en lugar de ser la Iglesia de Jesús es una multitud que no se compromete, que no deja todo cuando el Señor dice "Ven", que no camina en presencia del Espíritu Santo.

A veces, me pregunto si nos hemos convertido en una muchedumbre que no ansía la llegada del Reino de Dios, que no acepta que se cumpla la voluntad que no sea la propia, que no confía más que en sus esfuerzos, que no perdona y que "no se lo cree".

A vec
es, me pregunto si no será que hemos olvidado que Cristo nos llama a vivir con una mentalidad de "máximos", con un espíritu de "perfección" y de "santidad", con un sentido de "plenitud" y de "abundancia". 

A veces, me pregunto... Señor, ¿Cómo es que nos sigues queriendo?

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domingo, 22 de septiembre de 2019

¿LEEMOS O PROCLAMAMOS?

"Porque todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. 
Pero, ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en Él? 
Y ¿cómo podrán creer, si no han oído hablar de Él? 
Y ¿cómo oirán si no hay nadie que lo proclame? 
Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? 
¡Qué hermosos son los pies de los que traen buenas noticias! 
(Romanos 10,13-15)

Cada vez que me acerco a la Eucaristía, espero con interés la proclamación de la Palabra de Dios, con la convicción de que quien lo hace, realmente viva lo que está diciendo. Y así, poder guardarla en mi corazón y reflexionar lo que Su Espíritu me suscita.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, cuesta encontrar lectores que proclamen la Palabra de Dios en la Eucaristía. Y, aún más, buenos lectores.

En ocasiones, quienes realizan este servicio a la Iglesia son personas, niños o jóvenes que, aunque con buena intención, desgraciadamente, leen de "carrerilla", con muchas equivocaciones, y quizás, sin comprender lo que están leyendo o sin darle la importancia que tiene.

Proclamar la Palabra de Dios nunca es un "derecho" de nadie, ni tampoco una "obligación" para nadie.  Es un “honor” y un gran privilegio: eCristo quien nos habla. Es Dios quien se dirige a nosotros.

Proclamar la Palabra de Dios no es leer un texto impreso sino dejar que el Espíritu de Dios hable a través nuestro, haciéndolo con sencillez y autenticidad, sin arrogancia ni protagonismo alguno.

Proclamar la Palabra de Dios en misa es un importante servicio a favor de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin la debida formación y correspondiente preparación, por el honor de Dios, el respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

Formación 

No todo el mundo puede ni debe leer. Ni todo el mundo tiene la capacidad para proclamar adecuadamente. 

Es necesario adquirir una formación correcta:

-Bíblica
Quien sube al ambón, debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
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Debe tener, al menos, un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura.

Debe conocer su estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus autores y sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). 

Debe entender la Palabra que proclama, para darle el sentido que tiene. Y para ello, es aconsejable, primero haberla leído, entendido y rezado.

-Litúrgica
Quien sube al ambón, debe tener una suficiente formación litúrgica.

Debe saber distinguir los 
ritos, sus partes, sus significados, y su papel ministerial, en el contexto de la liturgia de la palabra.

Debe proclamar las lecturas bíblicas y las intenciones de la oración universal, y otras partes que se le señalen en los distinto
s ritos litúrgicos.

Preparación

Además de formarse, es necesaria una adecuada preparación:

-Espiritual
Quien sube al ambón, debe procurar cuidar la vida
 interior de la Gracia, actuar conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.

Debe proclamar con espíritu de oración y fe, para que la asamblea vea en el lector, un testigo de la Palabra que proclama.

- Técnica
Quien sube al ambón,debe saber cuándo, cómo acceder y cómo permanecer en él.

Lo aconsejable es
que en todas las Misas haya un lector distinto para cada lectura: uno para la primera, otro para la segunda y el salmista. Sube cuando los fieles han respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. 

Si son varios lectores, deben salir todos juntossin carreras ni precipitación, con dignidad; hacer la venia o inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y subir y bajar a la vez del ambón.
Debe saber cómo usar el micrófono y el leccionario

Debe saber cómo pronunciar los diversos nombres, términos bíblicos, palabras difíciles, así como el propio estilo de la lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), para darle la entonación adecuada, según cada caso. 

Debe proclamar los textos despacio y vocalizando, de forma calmada y sin precipitación, de manera clara y con ritmo, con un tono y un volumen que puedan ser escuchado por todos. 

Debe evitar una lectura apagada, monótona o demasiado enfática, conociendo las inflexiones de voz, en cada momento.

Antes de comenzar, debe comprobar que el leccionario está abierto por la lectura del día correcto y para ello, debe habérsela leído antes.

No se lee nunca lo que está en rojo (por ej: I Domingo del Tiempo Ordinario), ni el orden de las lecturas (que también está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura") .  Son indicaciones, no para leer las en alta voz.

Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina  con “Palabra de Dios”, haciendo una pequeña pausa, no leído de forma seguida, como si formase parte del texto, ni como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “¡Palabra de Dios!". Como es una aclamación, y no una información, no se dice: “Es Palabra de Dios", ni nada similar. 

El Salmo es un poema cantado, una plegaria con música y habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese. 


Si hay que leerlo, se iniciará directamente con la respuesta que todos van a repetir, dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.

El Aleluya se canta, no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.

viernes, 13 de septiembre de 2019

SÍNTOMAS DE UN EVANGELIZADOR

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"Para tener lo que no se tiene, 
hay que ir por donde no se ha ido"
(San Juan de la Cruz)

La Iglesia, en sus veinte siglos de historia, ha cumplido "religiosamente" el mandato que Jesús le dio de evangelizar el mundo. 

Ahora, muchos católicos hemos asumido el reto de la "Nueva Evangelización", que San Juan Pablo II puso en la cabeza de todos, que Benedicto XVI puso en boca de todos y que, ahora debe llegar al corazón de todos.

La nueva evangelización no es "evangelizar de nuevo" porque se haya hecho mal o porque no haya funcionado ni tampoco repetir o criticar lo pasado.

La nueva evangelización es "una actitud valiente" con la que desciframos los nuevos escenarios y desafíos que han surgido en nuestra sociedad, para transformarlos en espacios de testimonio y de anuncio del Evangelio. 

La nueva evangelización es "un estilo audaz" por el que los cristianos hacemos nuestro el coraje, la pasión y la fuerza de los primeros cristianos en el primer siglo. 

En realidad, podemos hablar de una "evangelización total", donde los católicos del siglo XVI, tenemos el privilegio de ser partícipes de un nuevo desarrollo evangelizador, con imaginación en los métodos y ardor apostólico en las acciones, para dar una respuesta como Iglesia a un mundo en continuo cambio, y en el que el único protagonista sigue siendo el Espíritu Santo. 

Así, para esta evangelización total, abandonamos lo estéril, desechamos lo que no produce, abandonamos lo cómodo, rechazamos la autosuficiencia y la introspección, para establecer lo útil, lo eficaz, lo provechoso, lo que da fruto. 

Los nuevos apóstoles del siglo XXI continúan escribiendo el libro de los Hechos y se les reconoce por unos síntomas muy significativos. Aquí hay, al menos, seis:

Conversión personal

En primer lugar, para evangelizar, Dios nos llama a la conversión personal (‘μετανοια’/metanoia). No podemos transmitir aquello en lo que no creemos, aquello que no vivimos. No podemos transmitir el Evangelio sin tener un encuentro personal y una relación estrecha con Jesús.

Para evangelizar, necesitamos desarrollar una vida interior diaria a través de la oración, los sacramentos, la vida comunitaria y el conocimiento del Evangelio

De esta manera, mantendremos una relación personal y estrecha con el Señor para conocer su voluntad, porque sin trato personal, diario y real con Dios, sin una vivencia de la fe en comunidad donde aportar nuestros talentos y donde alimentarnos espiritualmente, sin ímpetu y espíritu evangelizador, no seremos capaces de evangelizar.

Conversión pastoral

En segundo lugar, el Espíritu Santo nos da la guía para establecer una correcta composición de lugar: qué somos, cuáles son los retos, a quién dirigirnos, qué hacer, qué es lo que no funciona y lo qué sí. 

Por eso, antes de "salir afuera", como Iglesia, debemos desarrollar una profunda conversión pastoral que re-descubra nuestra propia identidad, aquello que es esencial, aquello que somos. 
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La identidad de la Iglesia es, a la vez, comunitaria (κοινωνία/koinonia), de envío (άπόστολος/enviado) y de servicio a los demás (διακονiα, diakonia). Así es como Jesús la fundó, anticipándose con su ejemplo.

Nuestro objetivo es ir y hacer discípulos, sirviendo en común. Nuestra tarea es ser discípulos que renueven la Iglesia, que den, que sirvan, que se conviertan en apóstoles, que, a su vez, hagan nuevos discípulos, que renueven la Iglesia…..Es un círculo continuo.

Es la propia misión la que nos conduce como Iglesia a la conversión pastoral, en la misma medida que la conversión pastoral nos empuja a la misión.

Pasión evangelizadora

En tercer lugar, la conversión pastoral nos conduce a adoptar una actitud de apostólicasentirnos interpelados por el mandato de Cristo de evangelizar, salir de nuestra comodidad, de nuestro cansancio o anestesia, hacia un renovado impulso, mostrar plena confianza en el Espíritu para que nos guíe, para que volvamos a asumir y testimoniar con alegría y con pasión el anuncio del Evangelio.
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Nuestra relación con el Señor desata en nosotros una sed intensa, suscita una pasión ilimitada, incita un apetito insaciable por aprender de otras experiencias y descubrir nuevos métodos, por buscar en sitios insospechados y caminos no habituales.

No pretendemos sacar "conejos de la "chistera", ni nos inventamos las cosas de la nada; no perfeccionamos nada ni tenemos la solución a todos los problemas de la Iglesia; no nos quedamos en el inmovilismo del "siempre se ha hecho así", ni perdemos las ganas de aprender, sino que buscamos, viajamos, aprendemos mientras cumplimos la voluntad de Dios; no creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o método evangelizador son la panacea ni la respuesta a todas las preguntas. 

Nuestra pasión y nuestra sed está provocadas por la acción del Espíritu Santo en atenta lectura de la Palabra de Dios y por el Magisterio...
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-por un pasaje de los Hechos sobre los viajes de San Pablo, sobre cómo eran las primeras comunidades y cómo actuaba el poder del Espíritu Santo... 

-por un un pasaje de los evangelios que hace arder nuestros corazones... 

-por una homilía de un sacerdote o una encíclica de un Papa que nos hace meditar...

-por un libro o una cita de un autor cristiano que nos hace pensar... 

-por el conocimiento de la vida de un santo...

-por un retiro, un congreso o una conferencia que nos mueve a la "acción".....

Acción en Oración

En cuarto lugar, la pasión evangelizadora nos produce una "santa insatisfacción" por re-descubrir el mensaje de Cristopor vivir la fe dentro de la Iglesia y sentirnos realmente parte de Ella y a una "divina impaciencia" por hacer la voluntad de Dios.  

Una santa insatisfacción por buscar y querer conocer más del amor de Dios porque "quienes prueban su Amor, siempre quieren más", y  que se aplaca a través de la comunicación con nuestro Padre, quien nos transforma el corazón.
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Los nuevos apóstoles del siglo XXI creemos, esperamos y amamos, ponemos la acción en oración. No somos activistas que quieran “atraer mucha gente”, ni tampoco somos resultadistas, ni pensamos que nuestra misión depende de nuestras aptitudes y esfuerzos. 

Obedientes a lo que Dios suscita en nuestras almas en oración, nos abandonamos ante el corazón de Dios, para verificar Su voz en nuestras vidas, buscando la dirección adecuada e intentando discernir los signos de los tiempos, según la Gracia suscitada por el Espíritu.

Humildes y asidos de la mano de Nuestra Madre, la Virgen María, tratamos de imitar su corazón puro y pronunciar sus mismas palabras: "He aquí el esclavo del Señor", con un "Hágase en mi Tu voluntad".

Celo por el servicio

En quinto lugar, buscamos no sólo ir a Misa con los de siempre, ni "refugiarnos" en nuestros "grupos estufa" donde dar rienda suelta a nuestra gula espiritual, ni juntarnos siempre con los que estamos cómodos y a gusto, sino estar más con los de afuera que con los de adentro. 

Anhelamos ser Iglesia en salida, imitando al Maestro en el servicio al prójimo, porque "el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por todos" (Mateo 20, 28; Marcos 10, 45).

Intentamos ser una Iglesia en servicio (κοινωνία/koinonia), que de la vida por los pobres, los alejados, los necesitados y los olvidados de nuestro tiempo.

Queremos construir una Iglesia que "primeree", que testimonie el amor de Dios hasta el último rincón de la tierra y de los corazones, y no tanto, que imponga normas o preceptos. Si hace falta incluso... con palabras.

Soñamos con ser una Iglesia que comparte con todos lo que hemos vivido, lo que hemos "aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto" (Filipenses 4, 9-10).

Venderlo todo por un tesoro encontrado

Y en sexto lugar, lo vendemos todo para comprar el tesoro encontrado.

Venderlo todo es acabar con una auto-imagen religiosa de perfección y virtud, con rasgos pelagianos:"lo hacemos bien" o "somos buenos".
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Venderlo todo es entregar el propio tiempo, dejar de calcular lo que se tiene y lo que se hace, para empezar a dar con una medida generosa, que no busca nada a cambio.

Venderlo todo es perder lo propio y ganar para otros, con nuestros bienes, con nuestros dones, con nuestras obras y con nuestros actos.

Venderlo todo es trabajar al estilo del Reino, abandonando planes y esquemas propios, para cumplir la voluntad de Dios.


En realidad, es lo de siempre

Todos estos síntomas apostólicos han estado siempre presentes  en la Iglesia, sólo que hoy se llama Nueva Evangelización.. Les pasó a numerosos santos, conocidos o anónimos, que un día quisieron subirse a la ola del Espíritu Santo, que les suscitó la voluntad de Dios para su tiempo, dejando sus propias realidades y sus propios esquemas. 

Es lo de siempre pero no es igual

En cada época, el Espíritu Santo se manifiesta a su manera, cómo quiere y por donde quiere, para luchar contra las perezas adquiridascontra los hábitos rutinarios, contra las prácticas olvidadas, contra los nuevos escenarios adversos.

En cada momento, el Espíritu Santo ha provocado diferentes “olas” evangelizadoras: desde los apóstoles que edificaban iglesias con gentiles en los primeros tiempos, pasando por el desarrollo de los monasterios en la Edad Media, hasta nuestros días, en los que manifiesta la importancia de los laicos no sólo como “mantenedores de la fe” sino como "propagadores de la fe".

Sin embargo, no todos los cristianos desarrollan estos síntomas, que son especialmente refractarios con aquellos que se inmunizan al cambio y a la novedad, pensando que para estar bien hay que seguir como siempre, cuando la verdad es que para estar bien, hay que seguir cambiando como siempre... "haciéndolo todo nuevo".

¿Tengo yo algún síntoma de estos?

domingo, 8 de septiembre de 2019

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, MAMÁ!

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"Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella."

La Iglesia, en su calendario romano general, celebra la Natividad de la Virgen María, una de las trece fiestas marianas, el 8 de septiembre, nueve meses después de la dedicada a la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre.

Esta fiesta se comenzó a celebrar oficialmente con el Papa San Sergio (687-701 d.C.) al establecer en Roma cuatro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación.

Pocos son los datos revelados (Dios así lo ha querido) que tenemos sobre nuestra Madre, la Virgen María. El Nuevo Testamento no dice nada del lugar ni de la fecha del nacimiento de la Virgen María. Tampoco de quiénes eran sus padres, ni de las circunstancias de su nacimiento.

A falta de referencias sobre el Nacimiento de la Virgen María, sólo podemos llegar a algunas "posibles", que se encuentran en los evangelios apócrifos, aunque no oficiales ni reconocidos por la Igles
ia.

Sus padres


De entre estos evangelios apócrifos, llenos de divagaciones, inexactitudes, figuras e imaginaciones, podemos recurrir al Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II, que nos muestra a Joaquín y Ana como los padres de la Virgen. 


Su familia


Con respecto al resto de su familia, San Juan afirma que la Virgen tuvo una "hermana", María, la mujer de Cleofás. Aunque esta afirmación pudiera dar a entender que fuera hija de Joaquín y Ana, y por ende, hermana de la Virgen, resulta algo extraño e ilógico que las dos hijas llevaran el mismo nombre de María en la misma familia. 

Por tanto, es más lógico interpretar que la
 mujer de Cleofás fuera una hermana "política" (cuñada) y, en ese caso, Cleofás sería hermano de María e hijo de Joaquín y de Ana, o también, que Cleofás fuera hermano de José.

Su concepción

Ver las imágenes de origenA falta de otros datos, podemos afirmar que fue concebida de modo natural, que es lo previsto y querido por Dios, como hecho santificador en la vida de los esposos. 

Es dogma, y por tanto verdad, que nació "llena de gracia", es decir, que nació con plenitud de virtudes infusas, dones del Espíritu Santo, ausencia de pecado original. 

Ninguna criatura, ni los ángeles, ni ningún santo llegó a poseer tanta gracia, al estar en tal dependencia del amor a Dios y en unión con Él

Su lugar de nacimiento


Los santos padres de la antiguedad se inclinaban por Jerusalén como lugar de nacimiento de la Madre de Dios, por aquello de que es la ciudad del Templo.

​El libro apócrifo del siglo IX sobre la Natividad de María, atribuid
o falsamente a San Jerónimo, afirma que María nació en Nazaret, mientras que San Juan Crisóstomo y San Cirilo de Alejandría afirman que tanto la Virgen María como San José nacieron en Belén.

Otra teoría afirma que el emperador Constantino construyó una ig
lesia en Séforis por ser el lugar donde vivían los padres de la Virgen y nació María.

Mamá, quisiéramos saber más cosas de Ti, pero lo importante hoy, es que todos tus hijos te miramos con inmenso amor y agradecimiento para felicitarte:

¡Felicidades Mamá, 
porque  hemos sido restaurados del pecado y de la tristeza 
de nuestra primera madre, Eva, 
gracias a Ti, transformados en gracia y alegría!

¡Felicidades Mamá, 
porque, mientras a Eva, Dios le dijo: "Parirás con dolor", 
a Ti, María, te dijo: "Alégrate, llena de gracia"!

¡Felicidades Mamá, 
porque eres la augusta Madre de Dios, completamente pura y virgen, 
la única digna del Creador, su criatura más perfecta!

¡Felicidades Mamá, 
porque de ti nació Cristo nuestro Dios, por Ti y por medio de Ti, 
Dios se ha hecho presente y luz para el mundo!

¡Felicidades Mamá, 
porque eres Madre de todos nosotros, los pecadores, los no nacidos, 
los pobres, los olvidados, los enfermos y las víctimas del Mal!

¡Felicidades Mamá, 
porque eres Santa, Bienaventurada y Bendita entre las mujeres!

viernes, 6 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?

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"¿De qué veníais hablando en el camino?"
(Lucas 24,17)

El otro día escuché una frase que me hizo pensar: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz". Desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia. 

Muchos, que nos hemos encontrado por el camino con Jesús, que le hemos escuchado, que le hemos reconocido y que le hemos invitado a nuestras casas, creemos seguirlo (al menos, durante un tiempo) pero, en el fondo, lo que hacemos es imaginarnos un concepto erróneo de Jesús y de su mensaje.

Muchos. incluso, le mitificamos porque, como los dos de Emaús, decimos: "Nosotros esperábamos"...esperando que el Señor nos resuelva nuestros problemas, que nos libere de nuestras angustias y dificultades, que nos resuelva la vida sin nosotros hacer nada.  

Muchos tenemos los ojos demasiado fijados al suelo, a las cosas cotidianas, a los problemas y a las pérdidas, incapacitados para ver más allá de lo que realmente ocurre, para dejar que la Gracia actúe en nuestras vidas. 

En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!

¿De qué hablamos por el camino?

Cuando pasa el tiempo, cuando llegan las cruces, cuando llegan los problemas, los sufrimientos y las pérdidas, nos sentimos defraudados, como los dos de Emaús. Perdemos la esperanza y la fe. Y entonces, cedemos  a la tentación de volver al mundo y a sus costumbres. El encuentro que tuvimos con Cristo se disipa y todo queda en nada...

Resultado de imagen de dios camina con nosotrosPero Jesús vuelve otra vez a aparecerse en nuestro camino y nos vuelve a preguntar: "¿De qué habláis? ¿por qué estáis tristes?” (Lucas 24,17)

De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26). 

De nuevo, nos vuelve a provocar:  ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).

De nuevo, vuelve a explicarnos las Escrituras para que comprendamos que la felicidad, la vida plena, sólo se alcanza a través del padecimiento, del sufrimiento. Imitándole. Cargando, cada uno, con nuestra cruz.

Jesucristo nunca se cansa de aparecerse una y otra vez en nuestras vidas. Él cumple su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Es paciente y comprensivo, al explicarnos su mensaje una y otra vez, haciéndolo asequible a nuestras mentes cómodas y dispersas. 

Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Después de escucharle y caminar junto a Él, de reconocerle e invitarle, debemos perseverar y formarnos, para testificar que está vivo.  Es en la Escritura y en los sacramentos diarios donde encontramos la llave de la esperanza, de la verdad y del sentido de la vida. Sólo así puede "arder nuestro corazón".

Escucharle significa estar atentos, mientras caminamos con Él todos los días, en cada momento. Pero ocurre que le perdemos de vista y nos volvemos "a lo nuestro".

Reconocerle significa huir del desencanto, del desánimo, de la desesperación y de la tristeza para asirnos de su mano. Pero ocurre que preferimos quedarnos deprimidos en nuestras pérdidas.

Invitarle significa encontrar la alegría y la paz serena que nos da y que nos conduce a dar testimonio de Él en nuestras vidas y contárselo a otros. Pero ocurre que preferimos quedarnos en nuestros temores y no decir nada.

Testificar que "Jesucristo ha resucitado" significa tener la certeza de ello y vivirlo constantemente. Pero ocurre que repetimos esa frase sin asumirla. 

Dejarnos guiar por el Espíritu Santo significa hacerlo como un hábito y una tarea diaria, para que sepamos cuál es la voluntad de Dios. Pero ocurre que se queda sólo en una oración bonita que pronunciamos, pero que rara vez aplicamos.

Cristo ha venido a nuestras vidas para que le mostremos cuantas cosas necesitan ser reparadas y sanadas. Ha venido a nosotros por amor. Jesús no es un mago ni pretende serlo. Es Dios y quiere que le amemos como Él nos ha amado, que le imitemos, que le sigamos.

Amarle, imitarle significa también decir: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero ocurre que preferimos que se cumpla nuestra voluntad, nuestros deseos.

Resultado de imagen de jesus camina con nosotrosSeguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.

A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado
 para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).

El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10). 

Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.

Jesús sigue preguntándonos: "¿De qué habláis por el camino?". Nosotros no podemos obviarla, no podemos esquivarla. Debemos responder.


Para la reflexión:

¿De qué hablamos por el camino? 
¿Hablamos de Jesús o de nosotros? 
¿Se han abierto nuestros ojos?
¿Vemos o estamos ciegos?
¿Tenemos alegría o desesperanza?