domingo, 31 de julio de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (1): DADLES VOSOTROS DE COMER

"Dadles vosotros de comer"
 (Mt 14,13-21)

Jesús deja perplejos a sus discípulos (y a nosotros) cuando les pide que alimenten a cinco mil personas con tan sólo cinco panes y dos peces. Contrariados, los discípulos se debieron mirar unos a otros sin entender nada, quizás pensando que el Señor no era consciente de la situación o que se quitaba de en medio: "¿Por qué nos habrá dicho esto el Maestro, si él sabe perfectamente que nosotros no somos capaces de hacer lo que nos pide?...." ¿O quizás sí? 

"Dadles vosotros de comer"... es la gran misión que el Señor les (nos) encomienda: la primera palabra que les (nos) dice es "dadles", es decir, servidles, compartid con otros lo poco que tenéis (tenemos).

Cuántas veces, como los discípulos, le he dicho a Dios en alguna ocasión: pero ¿Cómo voy a hacer eso?, ¡es imposible! Y es que ahí esta el quiz de la cuestión. La pedagogía divina es perfecta: justa y compasiva. Jesús nos dice: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Sin Cristo, evangelizar es imposible. Sin Dios, no hay milagro posible.

En Mateo 28,19-20 nos repite (de otra forma) "Dadles vosotros de comer"... cuando nos encarga ir y hacer discípulos, enseñándoles a guardar todo lo que nos ha mandado. Pero además, nos asegura que estará con nosotros "todos los días, hasta el final de los tiempos". Si no estuviera, poco podríamos hacer...

Tampoco es casualidad que el Salmo 118 nos recuerde "Instrúyeme, Señor, en tus decretos". Los discípulos siguieron a Jesús durante casi tres años para instruirse en las palabras del Maestro, para entender e interiorizar su mensaje...con un objetivo: llevarlo hasta los confines de la tierra.

Para dar de comer a otros, para mostrar a Cristo a los demás, primero tengo que saber quién es y qué quiere; tengo que conocerlo; mantener una relación íntima y estrecha de amistad con Él; instruirme en sus mandamientos. Esa es la pedagogía de Dios. Sólo escuchándole para conocer su voluntad, sólo sabiendo qué quiere de mí...podré "dar de comer" a otros.
Es mi fe en Cristo (y no mis medios) la que me da acceso a los recursos ilimitados de Dios. Jesús quiere, en primer lugar, corregir mi tendencia (más bien, mi mala costumbre) a quitarme de en medio (o a quitar a otros de en medio) y que otros se hagan cargo de asumir y solucionar los problemas. 

Y en segundo lugar, quiere que sea coprotagonista con Él y no mero espectador de la escena: me pide que ponga mi voluntad, mi (in)capacidad, mi pobreza, a Su servicio; que de lo que tenga, aunque sea poco. Él hará el resto. 

Por eso, Dios como buen Padre que es, me desafía, me pone a prueba continuamente (como a los apóstoles) para que entienda que sus proyectos no se consiguen con medios humanos, ni gracias a mis fuerzas o capacidades, sino por la acción del Espíritu Santo. 

Dios quiere siempre que busque en Él, en sus mandamientos, en su Palabra, en su voluntad, los recursos que yo no posee. Sólo así, sucede el milagro, y yo podré ser testigo de ello.


JHR

lunes, 25 de julio de 2022

QUIEN NO RENUNCIA, NO ANUNCIA

"
Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz cada día 
y me siga."
(Lc 9,23)

Dice el mismísimo Jesús que para seguirle hay que renunciar, que para ser discípulo suyo es necesario renunciar...a muchas cosas...que no necesitamos. 

Según el diccionario, renunciar es abandonar voluntariamente una cosa que se posee o algo a lo que se tiene derecho.  Meditemos cada palabra y frase de esta definición:
  • "Abandonar" implica dejar, desistir, renunciar
  • Voluntariamente" implica hacerlo libremente, por propia voluntad, sin presión, sin condicionantes ni pretensiones.
  • "una cosa que se posee", implica bienes, propiedades,  pertenencias, ideas conocimientos...
  • "algo a lo que se tiene derecho" implica algo que podemos demandar, solicitar o reclamar justamente.
¡Qué difícil es seguir a Cristo! ¡Qué arduo es evangelizar! ¿no?

¡Quien no renuncia, no anuncia! ¡Renunciar es amar! ¡Renunciar es servir! ¡Renunciar es darse, entregarse!

Solo aquel que renuncia al mundo, anuncia bien al Señor. Solo quien está libre de triunfalismos y de apegos, testimonia de manera creíble a Cristo. Solo aquel que es dócil y humilde a la acción del Espíritu, evangeliza.

Seguir a Cristo exige libertad frente a los condicionantes sociales, a los miedos y a las falsas seguridades. Estamos llamados a ser testigos de su amor, a contagiar nuestra fe, la esperanza y dar frutos de amor.
Anunciar a Cristo implica confianza en Dios para afrontar el desapego de un mundo que nos insta al egoísmo, al individualismo y al consumismo. Supone ir, salir, arriesgarse, ligeros de equipaje, sin seguridades humanas para dejar actuar a la Providencia.

Hacer discípulos es invitar sin imponer ni imponerse, ir juntos, al lado del hermano, ni delante ni detrás y sin imponer ningún ritmo de marcha. La fuerza del anuncio no está en los argumentos, ni en los métodos ni en los procedimientos sino en la renuncia del yo para que crezca Él.

Servir a Dios y al prójimo requiere renunciar a nuestros intereses, a nuestras opiniones, a nuestras necesidades, para centrarnos en las de los demás. 

Evangelizar no es hacer adeptos ni prosélitos sino atraer, contagiar, seducir... escuchando con amor sincero y sirviendo con autenticidad, generosidad, obediencia y humildad.

¡Para anunciar hay que renunciar!


martes, 19 de julio de 2022

DECEPCIÓN: ENTRE LA EXPECTATIVA Y LA REALIDAD

"Esperaba la dicha, me vino el fracaso; 
anhelaba la luz, llegó la oscuridad. 
Me hierven las entrañas sin cesar, 
enfrentado a días de aflicción" 
(Job 30,26-27)

¿Quién no se ha sentido alguna vez decepcionado, desilusionado o incluso, engañado? ¿Quién no se ha sentido triste ante una situación que no se ha desarrollado como esperaba? ¿Quién no se ha sentido dolido en algún momento de la vida por una traición o infidelidad?

El diccionario de la RAE define decepción (del latín deceptio, -onis, del verbo decipere, engañar, defraudar, burlar) como el pesar o tristeza causados por un desengaño o una contrariedad. 

También, hace referencia al verbo decapere (coger, capturar), término relacionado con la caza, con la trampa o con el engaño que un cazador utiliza para capturar a su presa: el prefijo de- hace referencia a un descenso, a una caída, y capere hace referencia al hecho de coger, capturar.

Aunque es cierto que la deceptio suele producir una sensación de tristeza o incluso, de traición a causa de un desengaño por alguien querido o respetado, más bien debería provocar todo lo contrario, puesto que des-engaño significa dejar de estar engañado, salir del engaño. 

Ocurre que, normalmente, esa sensación de pesar proviene más de sentirse engañado y "capturado", de haber "caído en la trampa" y no haberse dado cuenta, que del daño propiamente infringido por el otro. Incluso, a veces, es el resultado de un auto engaño.
Sin embargo, yo prefiero decir que la decepción es la distancia entre la expectativa y la realidadEl camino entre la esperanza depositada en el ser humano y su propia naturaleza caída. 

La historia universal nos muestra en numerosas ocasiones y de forma fehaciente que el hombre es decepcionante por naturaleza: con el prójimo, consigo mismo y con Dios.  Y mi experiencia personal, también lo corrobora por la cantidad de veces que he decepcionado a otros y por las que me he sentido decepcionado, defraudado o traicionado por otros. Sin ir más lejos, ahora mismo, según escribo este artículo.

No obstante, se me hace imprescindible escuchar y aprender de la pedagogía divina. Y para eso, Dios nos ha regalado Su Palabra. No hago mas que recordar el pasaje de los discípulos de Emaús cuando, de camino hacia su aldea, le dicen a Jesús: "Nosotros esperábamos..." (Lc 24,21-25). Expectativas humanas...no divinas.

San Pablo en su primera carta a los Corintios nos exhorta también a no caer en la decepción, sino a amar, cuando dice: "El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca" (1 Cor 13,4-8). Amor divino...y también humano.

Y es que el amor al que los cristianos estamos llamados, para con Dios y para con el prójimo, nunca puede decir "deberías...", "tienes que...", "yo esperaba...". El amor jamás fuerza ni violenta. No impone ni exige. Y tampoco se decepciona...

Por eso, debo estar agradecido. No puedo estar decepcionado con nadie, de la misma forma que estoy convencido que Dios jamás se decepciona con ninguno de nosotros. Y no lo hace porque nos ama. Sufre, pero no por Él, que es fiel, sino por nosotros, que no lo somos. Padece, pero no por egoísmo, sino por el dolor de un Padre cuando ve a sus hijos caer una y mil veces, y aún así es capaz de dar la vida por cada uno de ellos (de nosotros).

Cuesta y no es fácil, pero así debo entenderlo: si me decepciono es porque no amo; sino porque deseo "ser amado", "ser reconocido", "ser correspondido", de un modo egoísta. Y no es ese el mensaje del amor.

Es necesario aprender del amor divino. Y es que la única expectativa que no falla, la única persona que jamás decepciona, el único que es siempre fiel, es Dios. Salir del engaño es dejarse seducir por el amor divino que, primero nos demuestra y luego nos exhorta a imitar. Se trata de, primero, dejarse amar por Dios para poder amar después al prójimo. Y amando al prójimo, amar a Dios. "La pescadilla que se muerde la cola"...

No es fácil, pero si de verdad quiero ser perfecto en el amor como mi padre celestial (Mt 5,48), tengo que huir de la decepción e imitar la regla de oro evangélica: el amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

miércoles, 6 de julio de 2022

LA MÍSTICA HORIZONTAL: ESCUCHA ISRAEL

"El cristiano del siglo XXI, o será místico o no será"
(Karl Rahner)

Estoy completamente de acuerdo con el teólogo católico alemán: Un verdadero cristiano, o tiene una experiencia personal de Dios, o no es cristiano. 

Una persona puede pasarse la vida poniendo toda su capacidad, tiempo, empeño, sensibilidad y racionalidad para encontrar a Dios y jamás percibir su voz o sus palabras, ni sentir su presencia o su acción amorosa. 

No es nada probable que vayamos a escuchar un teofanía ni a tener una revelación privada o a presenciar una aparición celestial. Ver o escuchar a Dios supone algo más cotidiano y que, precisamente por ser ordinario, no solemos ver ni escuchar. Se trata de contemplar nuestro alrededor. Despertarse y ver a Dios en todo.

Entonces, ¿cómo puedo tener un encuentro personal con Dios? ¿dónde puedo encontrar a Dios? ¿dónde y cómo puedo escucharle? La respuesta es muy sencilla y está al alcance de nuestra mano: sólo hay que mirar la Cruz. Hablamos de la mística horizontal, que nos conduce a la vertical. 

De la misma forma que Cristo nos descubre su amor hacia los hombres con los brazos extendidos y nos muestra el amor del Padre alzando los ojos al cielo, un seguidor de Cristo primero debe reconocer y tocar al Dios que está latente, presente y encarnado en multitud de cosas y de personas de este mundo.

El Señor habla continuamente y en silencio a través de las cosas y de las personas.  Pero, además, por si andamos despistados, en Su palabra, no se cansa de decirnos que escuchemos: 

  • "Shema Israel", Escucha Israel (Dt 6,4)
  • "Escucha, hijo mío, recibe mis palabras" (Pr 4,10) 
  • "El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Ap 1,11.17.29; 2,22; 3,6.13.22)
  • "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28)
Pero entonces, ¿qué tenemos que escuchar? El propio Jesús nos da la clave:

  • "Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: 'El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'. El segundo es este: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay mandamiento mayor que estos" (Mc 12, 29-31; Mt 22,36-40; Lv 19,18)

La pedagogía divina nos muestra cómo sus mandamientos se resumen en el amor: a través del amor humano alcanzamos el divino. Para llegar al conocimiento y al amor de Dios es preciso primero servir y amar al prójimo. Sólo entonces, seremos capaces de reconocer a Dios en cada instante de nuestra vida y llegar a amarle.

Dios está a nuestro lado solo que, a veces, nuestros ojos son incapaces de reconocerle porque buscamos grandes signos o porque buscamos donde no podemos encontrar. Se trata de contemplar a nuestro alrededor. Todo nos señala al amor de Dios y a su misterio divino oculto.
La “mística” se refiere a este deseo de intimidad y comunión con lo divino, a esa sed insaciable de Amor pleno que tiene el corazón del hombre, a ese anhelo profundo de buscar continuamente Su rostro. Hemos sido creados para el amorPor eso, sólo a través del amor humano, que conocemos y percibimos, somos capaces de llegar al conocimiento y al amor divinos.

Dice Santo Tomás de Aquino que el verdadero amor no ciega, sino que hace ver. Sólo él que descubre al prójimo como digno de amor, es capaz de ver a Dios. El que ama, escucha y el que escucha, ve más. Ve el corazón de Cristo en el corazón del mundo. Contemplando el mundo, el Espíritu suscita en el alma la responsabilidad de renovarlo, pacificarlo y amarlo para hacer presente el Reino de Dios en la tierra. 

El cristiano del siglo XXI es alguien a quien el Espíritu llama constantemente a vivir el compromiso del amor con todos los que sufren, con todas las víctimas de la injusticia, de la soledad, de la violencia, del mal…. Es la mística mesiánica, la mística de la cruz, la mística horizontal: el amor horizontal que conduce al vertical. Místico es el que contempla, el que escucha, el que ama y se deja amar...

Al contemplar (escuchar) la creación, descubrimos algo que siempre ha estado allí pero que no hemos sido capaces de percibir a causa del monótono ruido y de la prisa cotidiana.

Al contemplar (escuchar) a los pobres y a los que sufren, a los que necesitan ayuda, descubrimos que Cristo está en cada uno de ellos, a su lado, sosteniéndolos.

Al contemplar (escuchar) al Señor, sentimos crecer en nuestro interior una serenidad y una certeza que nos ayuda a centrarnos en su voluntad y a ver nuestra vida con sus ojos, según su proyecto.

Al contemplar (escuchar) nuestra existencia desde la gracia, atisbamos que Dios nos hace pasar por distintas etapas de consolación y desolación para que aprendamos a reconocer cuáles son las decisiones correctas, y lo más importante, cuál es el camino hacia Él.

Al contemplar (escuchar) su Palabra, dejamos de temer y somos capaces de confiar plenamente en Dios, para definir nuestra vida desde su proyecto. 

Cuando escuchamos, cuando contemplamos...nos convertimos en místicos. Entonces, comenzamos a conocer y a amar a Dios.

“Habla, Señor, que tu siervo escucha”
(1S 3,10)

martes, 5 de julio de 2022

YO TAMBIÉN SUFRÍ EXILIO

"En el mes quinto, el día séptimo del mes, 
el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, 
Nabuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia,
vino a Jerusalén. E incendió el templo del Señor 
y el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén...
...demolieron las murallas que rodeaban Jerusalén. 
En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad... los deportó... 
Y de este modo fue deportado Judá lejos de su tierra".
 (2R 25, 8-21)

La deportación del pueblo de Israel a Babilonia en el 587 a.C., tras la destrucción y ruina de Jerusalén, no fue un castigo de Dios sino la consecuencia de no escucharle, durante varios siglos, a través de los diferentes profetas (Amos, Oseas, Isaías, Miqueas, Sofonías, Habacuc, Jeremías...) que suscitó entre el pueblo y que le advirtieron del peligro de caer en la iniquidad, el sincretismo religioso y la idolatría.

Sin embargo, el exilio servirá para que el pueblo tome conciencia de todo lo que han perdido al alejarse de Dios: tierra, templo, nación, identidad, idioma... esta desolación va a ser la ocasión propicia para que el pueblo de Dios recapacite y realice una profunda metanoia, una verdadera conversión del corazón. Israel va a ser purificado por el crisol del sufrimiento y resurgirá de sus cenizas, con una fe más viva, una actitud más humilde y un corazón más dócil a la voluntad de Dios.

Y es que sólo ante la desgracia, el hombre es capaz de tomar conciencia de su fragilidad, de darse cuenta de que las seguridades del mundo son pasajeras... y así, alzar los ojos al cielo e interpelarse: ¿Por qué? ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Para qué?

Las dos primeras cuestiones están sobradamente contestadas. La tercera...me atrevo a contestarla y asumirla en mi propia carne: el primer paso es el lamento, a través del cual me dejo examinar por mi propia conciencia. El segundo, acercarme a Dios y, con humildad, pedirle ayuda para que me levante, me guíe y seguir adelante junto a Él.

Y lo sé, porque yo también sufrí exilio en el 2008 d.C. Yo mismo fui desterrado. Yo también fui "pueblo de Israel". Caí en la ruina y en la desgracia, y fui llevado a una tierra lejana y extranjera donde no hallé consuelo...y todo, por haber dejado entrar en mi corazón toda clase de perversidades, orgullos y autosuficiencias. Todo por haber abandonado a Dios.
Fue en el exilio de mis inseguridades donde tomé conciencia de mi fragilidad. Fue en el destierro de mis sufrimientos donde me di cuenta de todo lo que había perdido y de lo débil que era. Fue allí, en un país extraño, donde me di cuenta de que me había convertido en un hijo pródigo que no tenía ni algarrobas para llevarse a la boca. Pero sobre todo, me di cuenta de mi necesidad de estar junto a un Padre que me ama y que, porque me ama, me corrige y purifica.

Como Israel, solamente ante la desolación, sentí la necesidad de volver a acercarme a Dios. Con un nuevo corazón, fui en su busca para implorar misericordia. Pero Él, como el padre de la parábola, salió a mi encuentro y me cubrió de besos. No me dejó ni pedir perdón ni mediar palabra alguna. Dios, que sufre como un padre ante el dolor del hijo de sus entrañas en la prueba, sabe que necesito de su sabia pedagogía para que pueda acoger el amor verdadero sin reservas.
No sé si me ocurrirá como al pueblo de Israel que, con el paso del tiempo, se olvidó de nuevo de Dios, no supo reconocerle cuando se encarnó, y volvió al destierro. Pero sí sé que tengo que darle siempre gracias por cuanto me quiere, por cuanto me protege, por cuanto inclina su oído para escucharme, y también, por cuanto me ayuda y corrige, cada vez que vuelvo a caer.

Ahora sé donde encontrarle: en mi familia, en mis hermanos de fe, en aquellos que sufren exilio y marginación. Pero sobre todo, sé con seguridad que puedo encontrarle siempre en los sacramentos, donde nos ha prometido que "estará con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (cf. Mt 25,20).

"Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo, y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos"
(Sal 137)



JHR