viernes, 30 de diciembre de 2022

EL LIBRITO ABIERTO DE APOCALIPSIS 10

"Y la voz del cielo que había escuchado 
se puso a hablarme de nuevo diciendo: 
'Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel 
que está de pie sobre el mar y la tierra'. 
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. 
Él me dice: 'Toma y devóralo; 
te amargará en el vientre, 
pero en tu boca será dulce como la miel'. 
Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; 
en mi boca sabía dulce como la miel, 
pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor. 
Y me dicen: 'Es preciso que profetices de nuevo 
sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos'"
(Ap 10,8-11)

En la lectura del capítulo 10 de Apocalipsis se nos presenta una escena que habla de un librito abierto en manos de un ángel que está de pie sobre el mar y la tierra. Es el mismo ángel que aparece en Ap 1,9-20 y que tiene rasgos cristológicos, descritos en los primeros versículos (Ap 10,1-3)
  • va envuelto en una nube (referencia al Hijo del Hombre en Dn 7,13)
  • con el arco iris sobre su cabeza (señal de la alianza de la Creación en Gn 9,13 como el arco que empuñaba el primer jinete de Ap 6,2)
  • su rostro resplandeciente como el sol (referencia a Mt 17,2)
  • sus piernas columnas de fuego (apoya sus pies sobre la tierra y el mar, tiene poder sobre toda la creación)
  • grita con un rugido como el de un león (el león de la tribu de Judá, "la voz del Señor ha tronado", referencia a Sal 29,3)
  • en su mano tiene un librito abierto: es el Evangelio, que debe ser leído y proclamado, es decir, profetizado (Ez 2,8-3,1)
El ángel no es Cristo pero tiene sus rasgos porque habla en su nombreTras el rugido del ángel, hablan los siete truenos y Juan quiere escribir de inmediato lo que le han dicho pero una voz le prohíbe hacerlo. Al cristiano le basta con el Evangelio. Los apóstoles Juan y Pablo tienen una visión de Dios que va más allá del Evangelio pero no se les permite contarla (2 Cor 12,2-4). Al cristiano le basta con la gracia.

"Vete y toma el libro". A Juan se le pide que vaya a tomar el libro abierto de la mano del ángel:  Se le da autoridad para coger el libro y leerlo porque está abierto.

'Toma y devóralo" es una referencia a Ez 2,8-3,1: "Ahora, hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí:
 estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Entonces me dijo: 'Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel'. Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: 'Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy'. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel.
                                
La Palabra de Dios debe ser devorada (interiorizada) porque ha de ponerse en práctica,  hay que vivirla. Debe ser digerida (asimilada) para que no haya distancia entre el hablar del profeta y la Palabra, para que "sean uno".

"Te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel"La dulzura es la misma Palabra de Dios. La amargura (que es doble) se refiere, en primer lugar, a que la palabra "remueve": requiere primero, la conversión del profeta, su purificación, y después, un cambio de vida; y en segundo lugar, será amarga porque será despreciada por muchos, como también el profeta será desechado.

"Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos"
El libro abierto tiene que ser profetizado, el evangelio tiene que ser anunciado, pero para ello hacen falta profetas. Profeta es aquel que anuncia la Palabra de Dios con sus palabras y con su vida. Aquel que es capaz de captar lo profundo de la palabra y testimoniarlo no sólo con palabras sino también con hechos.

Juan, al igual que Ezequiel y otros profetas, recibe la investidura profética. Se le da autoridad para anunciar proféticamente la Palabra de Dios.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

PERSEVERAR EN LA TRIBULACIÓN

"Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: 
Eloí Eloí, lemá sabaqtaní 
(que significa: 'Dios mío, Dios mío, 
¿por qué me has abandonado?')"
(Mc 15,34)

Es fácil ser cristiano cuando todo en la vida nos va bien, cuando no somos perseguidos o cuando no sufrimos tribulación. Sin embargo, seguir a Cristo no nos hace inmunes al mal, al dolor o al sufrimiento, porque si Cristo fue tentado, probado, odiado, perseguido y atribulado...nosotros también: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará....Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo" (Mt 10,22, 24).

Dice San Pablo que "Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios...y, si hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él...Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 14.17.26).

El propósito último de Dios es que seamos transformados más y más a la imagen de Su Hijo (Rm 8,29) por y para Quien creó todo. Esa es la imagen y semejanza con la que Dios nos creó y que perdimos: la santidad. La perseverancia en las pruebas y tribulaciones es parte del proceso que Dios permite para alcanzar nuestra santificación y para lograr nuestro crecimiento espiritual. La prueba demuestra la autenticidad de nuestra fe  y nos conduce a la gloria (1 P 1,6-7; Stg 1,2-4,12).

Dice san Agustín que Dios saca del mal un bien mayor. Sabemos que Dios no es quien nos prueba como tampoco un padre prueba a un hijo ni desea su mal. Dios creó todo bueno porque Él es bueno y no puede alegrarse de nuestros sufrimientos y, mucho menos, ser su artífice. Dios permite la tribulación de la misma forma que un padre permite ciertas situaciones que le sirven a un hijo para obtener un bien mayor. 

Si de algo estoy absolutamente convencido es que a Dios siempre le encontramos en el sufrimiento, aunque pueda parecer que, por momentos, "nos ha abandonado". El mismo Jesús gritó en la cruz:  "Eloí, Eloí, lemá sabaqtaní", "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). 
El lamento desolador de Cristo es una oración sincera y conmovedora recogida del Salmo 22, que surge de lo más profundo del corazón humano de Jesús, dotado de una gran densidad humana y de una riqueza teológica sin parangón. En él expresa una confesión llena de fe y generadora de esperanza, "desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios, proclama una seguridad que sobrepasa toda desolación y se abre a la alabanza del amor misericordioso del Padre, quien ya ha concedido lo que le pide antes de implorarlo

Cuando sufrimos, cuando sentimos dolor o tribulación, clamamos a Dios porque le notamos lejano, incluso, ausente. ¡No somos capaces de verlo! Pero Dios está siempre a nuestro lado, en silencio paciente, aunque el dolor nos impide verlo y sentirlo, porque atenaza nuestro corazón y obnubila nuestra menteLa pregunta es ¿clamo a Dios con fe como Cristo hizo?.

Desde el principio, cuando la humanidad "cayó" al dejarse seducir por la serpiente, Dios anunció el sufrimiento, el dolor y la fatiga que el pecado nos ocasionaría. Pero antes de ello, nos hizo una promesa mesiánica: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15). El mal y la muerte no tienen la última palabra. La Palabra de Dios, Cristo, ya ha obtenido la victoria.

Cuando la tribulación nos inunda, cuando la fe decae, cuando la serpiente nos tienta y nos sumerge en la desesperación...somos esos dos discípulos de Emaús...que discutimos entre nosotros por lo que nos sucede (o incluso, culpamos a Dios de nuestras desgracias) mientras somos incapaces de verlo a nuestro lado.

Vamos de camino por nuestra vida peregrina, lamentándonos por nuestras desolaciones, quejándonos por nuestras pérdidas, abatidos y decepcionados por el mal que sufrimos. Una vida, muchas veces, forjada en la pretensión de ver más nuestros objetivos alcanzados, nuestros anhelos realizados y nuestras expectativas satisfechas, que de ver y escuchar al Señor para que nos explique cuál es el propósito de nuestra vida. ¡Nos falta fe para ver a Cristo ayudándonos a cargar nuestra cruz!
El mundo y el Enemigo nos incita a vivir "nuestra" vida lejos del dolor y del sufrimiento, nos tienta a buscar el bienestar y el placer (que no la felicidad plena), tanto, que nos alejamos del mismo Dios sin darnos cuenta, aunque vayamos a misa y nos creamos buenos cristianos. 

Porque sucede que cuando todas nuestras expectativas y deseos se desmoronan, nos quejamos y queremos instrumentalizar a Dios, colocándole dentro de nuestra corta visión humana...para dictarle cómo deben ser las cosas y cuándo debe actuar en beneficio nuestro.

Y es entonces cuando deberíamos preguntarnos en la intimidad de nuestros corazones: 

¿Cuántos días me levanto pensando en cómo voy a afrontar mi jornada, planificando lo que voy a hacer, decidiendo lo que debe ocurrir, corriendo de un lado a otro, quejándome cuando las cosas no me salen como las había pensado y olvidándome por completo de Quien está a mi lado y hace posible todo?

¿Cuántos días me levanto y le ofrezco a Dios mi jornada, mis alegrías y mis penas, mis éxitos y mis fracasos, mis gozos y mis sufrimientos? ¿Doy gracias a Dios o sólo le exijo? ¿Planifico mi vida en torno a Dios o a mis deseos? ¿Le visito, le escucho y le reconozco al partir el pan o me refugio en mi "aldea"? ¿Vivo una vida eucarística o "sobrevivo" una vida mundana? ¿Arde mi corazón o está frío como el cemento?

Perseverar en la tribulación sólo es posible con una fe sólida, con una esperanza confiada, con un amor gratuito que recibo en la Eucaristía. Sólo allí puedo abrir mi corazón y reconocerle; sólo allí arde mi corazón cuando me explica las Escrituras; sólo allí recibo la gracia para afrontar mi dolor y mi sufrimiento en la certeza de que la meta merece la pena. 

Sólo reconociendo a Dios siempre a mi lado y confiando en Él, puedo ver mi sufrimiento, mi dolor y mi tribulación como una prueba en mi camino que Dios permite para que crezca mi fe, mi esperanza y mi caridad. 

Y sólo puedo hacerlo...visitándole en la Eucaristía, el lugar de la presencia de Dios vivo y resucitado, el lugar sagrado donde transformar mi angustia en alabanza y acción de gracias.

"Así pues, habiendo sido justificados en virtud de la fe, 
estamos en paz con Dios, 
por medio de nuestro Señor Jesucristo, 
por el cual hemos obtenido además por la fe 
el acceso a esta gracia, 
en la cual nos encontramos; 
y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 
Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, 
sabiendo que la tribulación produce paciencia, 
la paciencia, virtud probada, 
la virtud probada, esperanza, 
y la esperanza no defrauda, 
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones 
por el Espíritu Santo que se nos ha dado" 
(Rm 5,1-5)

JHR