lunes, 28 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: EXPERIMENTANDO AL ESPÍRITU SANTO





En nuestra cultura católica europea occidental no estamos familiarizados con el Espíritu Santo. No oramos pidiendo su venida, ni oramos usando el don de lenguas ni alabando a Dios llenos de Espíritu Santo. 

Vivimos una cultura influida por la pos-ilustración y el idealismo. Nos refugiamos en el campo de las ideas más que en el de las experiencias y por ello, tenemos miedo a la espiritualidad emotiva, estamos “estreñidos emocionalmente" en lo que respecta a expresar nuestra fe.

Nos alejamos con horror, miedo o sospecha de todo lo que parezca entusiasmo y lo etiquetamos como “carismático”. Expresiones de fe como levantar las manos, cantar, aplaudir y gritar con alegría sufren una callada intolerancia y falta de bienvenida.

Ser emotivo es algo normal y sano en el ser humano. Por ejemplo, cuando vamos al cine o al teatro, o cuando asistimos a un partido deportivo o a un concierto disfrutamos, nos emocionamos, aplaudimos, gritamos, levantamos las manos, silbamos de alegría e incluso cantamos y vitoreamos.

Sin embargo, esta dimensión emocional, esencial de nuestra vida espiritual, la dejamos fuera de nuestras parroquias, cuando nos ponemos en "modo banco”. Son manifestaciones de emoción que, en la iglesia, nos hacen sentir temerosos, desorientados y amenazados.

Pero ¿no es más digno y merecido que nuestras lágrimas y vítores, que nuestros aplausos y gritos de alegría, que nuestra alabanza espontánea con demostraciones de amor y devoción sean para el Señor que nos ha creado y salvado? 

El entusiasmo es una respuesta inmediata a la presencia del Espíritu Santo que es Dios “en nosotros”, estar entusiasmado es estar en Dios.

Es por eso que cuando se nos derrama el Espíritu Santo, nos toca el corazón, nos llena y nos reconforta. Muchos rompen a llorar de inmensa alegría y gozo. Es una experiencia difícil de explicar a quien no la ha vivido, sobre todo a católicos occidentales europeos.

Una Iglesia sana es aquella que permite experimentar el Espíritu Santo, poniéndole nombre y llevando a todos hacia la experiencia religiosa emotiva.

Es aquella que no desacredita ni excluye las experiencias del Espíritu Santo que tienen que ver con la emoción y el afecto.

Es aquella que respeta cómo el Espíritu de Poder se manifiesta en cada creyente, que no busca una uniformidad de expresión y que evalúa cada auténtica experiencia según se aprecian los frutos del Espíritu en ella: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia y dominio de sí (Gálatas 5,22).

Entonces, ¿cómo introducir experiencias del Espíritu Santo en nuestra comunidad parroquial que contribuyan a transformar la cultura de la misma?  ¿Cómo minimizar el efecto negativo de rechazo de muchos de nuestros parroquianos?
  • Lo que causa miedo es lo que no se conoce o no se comprende. Por eso, debemos formar sobre la experiencia del Espíritu Santo, que una respuesta emotiva a Dios es algo sano y natural, que ser cristiano es ser “pentecostal”, que Dios da dones, incluyendo los carismas y que no debemos tener miedo, aunque no lo comprendamos. 
  • Una manera fantástica de incluir en la comunidad experiencias del Espíritu Santo es a través de Alpha, donde se genera un atmósfera propicia para ello. 
  • Estamos llamados a abrirnos a una experiencia trinitaria de Dios, que no es sino el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Experimentamos el poder de Dios y eso, nos transforma, nos cambia la vida. 
  • En nuestras liturgias, invocamos conscientemente al Espíritu Santo durante la eucaristía y nos tomamos un tiempo después de la comunión para decir: ven, Espíritu Santo.

Una renovación divina
P. James Mallon

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