miércoles, 29 de marzo de 2017

LO QUE HEMOS PERDIDO...


Llevamos algún tiempo hablando sobre la crisis de la Iglesia, sobre la necesidad de una conversión pastoral y sobre la falta de crecimiento (cualitativo y cuantitativo) en las parroquias. 

Hemos tomado conciencia de que la Iglesia no está en su mejor momento, de que es preciso hacer algunos cambios de actitud y de que para que un organismo viva, crezca y se desarrolle, es necesario que se alimente y se cuide. La misión de todo organismo vivo es crecer y dar fruto.

Pero ¿cómo podemos ser fructíferos? Lo hemos escuchado y meditado muchas veces pero seguimos parados y ensimismados, sin hacer nada, esperando y anhelando que nuestras parroquias, por ciencia infusa, se abran a los alejados, vayan y hagan verdaderos discípulos de Cristo. Con decirlo no basta. Es momento de ponerse en acción.

No cabe duda de que solos no podemos; de que debemos abandonarnos en los brazos de Dios y de su Espíritu Santo. Pero tenemos que "movernos". 

Entonces, ¿Cuál es el problema? Creo que, fundamentalmente, podemos sintetizarlo en tres factores:

Hemos perdido nuestra admiración por Jesús

Es un hecho constatado que la mayoría de los cristianos de Occidente, hemos perdido la admiración por nuestro Salvador, la ilusión por ir a su encuentro, las ganas de seguirlo. Incluso puede que algunos, hemos perdido la certeza de que Cristo ha resucitado, que es real y que vive, aquí y ahora. 

En el evangelio de Marcos podemos apreciar cuántas veces las personas que le seguían se sorprendían, se asombraban y se maravillaban de lo que Jesús decía y hacía. E inmediatamente se iban a contarles a otros acerca de Él. 

Por ejemplo, en Marcos 1, 21-28: 
"Entraron en Cafarnaún, y, el sábado, Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Todos se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre poseído de un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres: ¡El santo de Dios!". Jesús le increpó: "Cállate y sal de él". Y el espíritu inmundo, retorciéndole y gritando, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con tanta autoridad! ¡Manda a los espíritus inmundos y le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes en todo el territorio de Galilea." 

Esa es la forma en que debemos actuar en nuestras vidas cristianas: Nuestra admiración y asombro por Jesús nos obliga a hablar de Él. No podemos callárnoslo; no queremos callárnoslo. Sin embargo, es de suponer que si no estamos hablando de Él y de su mensaje, podríamos haber perdido nuestra admiración por Él. 

No podemos evangelizar si Jesús es, para nosotros, tan sólo un concepto moral o ético, una rutina o un mero cumplimiento de normas. Imposible!!!

Hemos perdido nuestra pasión por proclamar a Jesús

Me asombra escuchar, en algunas parroquias, homilías que dan poca o ninguna pista de cómo encontrarse y seguir a Jesús. No digo que haya sacerdotes que no quieran decírnoslo, pero he escuchado homilías que todavía me hacen preguntarme "¿Qué debemos hacer para salvarnos?" (Hechos 16,30). Incluso las homilías que tratan de llegar al evangelio y acercarnos a Jesús, son a veces tan secas y desapasionadas, que no me mueven demasiado a hacer lo que me ofrece el cura.
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Me asombra ver personas que se consideran cristianos y que no tienen interés en encontrarse con Jesús y seguirlo. O que creen que eso no "va" con ellos o que creen que ya lo hacen, pero en la intimidad, de puertas adentro. 

Y me pregunto...nosotros, el pueblo de Dios, todos, ¿hacemos caso a Jesús? cuando nos dice"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16, 15)¿De verdad proclamamos a los cuatro vientos nuestro gozo y pasión por Jesucristo "a toda criatura"? ¿vamos alegres por todo el mundo? o ¿ escondemos a Cristo por el "qué dirán" o le tenemos sólo para nosotros?

Cuando alguien ama apasionadamente, no hace falta preguntarle. Va... y lo dice... lo grita... a todo el mundo!!!

Hemos perdido nuestra confianza en el poder de Jesús

Y es que para confiar en alguien hay que conocerle, hablarle. Y con Dios lo hacemos a través de la oración. Generalmente, oramos poco y cuando lo hacemos, es sólo para pedir, sólo cuando le necesitamos, cuando no tenemos otra opción, cuando nos enfrentamos a algo que no podemos arreglar por nuestra cuenta. ¿Por qué? Porque estamos más pendientes de nuestras capacidades, absortos en nuestros "yoes" e inmersos en nuestros talentos, que olvidamos la grandeza de Jesucristo y el poder de su Espíritu Santo.

Nos parecemos demasiado a los discípulos de Marcos 9, 31-34 cuando Jesús "les decía: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y, después de muerto, a los tres días resucitará". Pero ellos no entendían estas palabras y no se atrevían a preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: "¿Qué discutíais por el camino?". Pero ellos callaban, porque en el camino habían sobre quién entre ellos sería el más grande."

O a los discípulos de Emaús en Lucas 24, 13-35: "mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: "¿De qué veníais hablando en el camino?". Se detuvieron entristecidos." 
En dos ocasiones Jesús dice "de qué discutíais (hablabais) por el camino". De la misma forma, Jesús se encuentra con nosotros "en el camino" y nos pregunta ¿de qué discutís?. Y nosotros, ¿le hacemos caso o le ignoramos? ¿vamos pendientes de lo nuestro o estamos centrados en lo Suyo?

Es cierto que, aunque podemos hacer mucha iglesia con los dones y talentos que Dios nos ha dado, no podemos cambiar nuestros corazones ni el de de los que no creen (2 Corintios 4, 3-5). Eso es obra de Dios. 

Cristo es nuestra alegría, nuestro gozo, nuestra esperanza. Un cristiano jamás puede estar triste o amargado. O es feliz o no es cristiano.

¿Somos felices en las misas? ¿gozamos de la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿disfrutamos del amor en nuestras parroquias? ¿Hablamos con pasión de Jesús? Ninguna parroquia ni ninguna persona que viva para y por sus propias capacidades y referencialidades puede crecer espiritualmente y seguir a Cristo.

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