miércoles, 13 de diciembre de 2017

AUSENCIA DE JUVENTUD

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Muchos lo vemos, muchos lo pensamos, muchos miramos a otro lado y pocos lo decimos: "la realidad de nuestra Iglesia Católica, la evidencia de la mayoría de nuestras comunidades parroquiales es la terrible ausencia de juventudCatólicos entrados en años y sacerdotes, metidos en años".

Con frecuencia escuchamos que "faltan vocaciones"... y yo me pregunto ¿cómo no van a faltar si en muchas de nuestras parroquias se da una desproporción tan alarmante? ¿Cómo van surgir vocaciones sacerdotales si no existen comunidades que las susciten? ¿Cómo van a existir comunidades cristianas si escasean los sacerdotes jóvenes capaces de "llegar" y de  "acercar" a nuestros jóvenes a Cristo?

Desde un punto de vista sociológico, nuestras parroquias son organizaciones desproporcionadas, sin armonía cuya media de edad oscila entre los 60/65 años. Es una terrible y peligrosa asimetría.

Resultado de imagen de MisaDesde un punto de vista docente, los métodos y los lenguajes, a menudo, están caducos y obsoletos. Y digo "métodos y lenguajes", que no mensaje, porque tenemos el mejor de los anuncios, el mayor regalo del universo y sin embargo, o no nos lo creemos o no sabemos "venderlo". 

Lo digo, principalmente (y con dolor de corazón), por el "piñón fijo" que algunos sacerdotes mayores siguen utilizando en las homilías, basado en un lenguaje que no llega, en un estilo de oratoria que los jóvenes son incapaces, no ya de entender, sino tan siquiera escuchar. 

Está claro que la Iglesia de Cristo no puede ni debe ser ni un parvulario, ni una escuela o instituto, ni un club de matrimonios, ni una residencia de ancianos pero si reflexionamos un poco, llegaremos a la certeza de que Jesús concibió y fundó su Iglesia para que fuera una familia completa, donde los niños fueran la alegría, los jóvenes la esperanza, los adultos el compromiso y los ancianos la experiencia.

Imagen relacionadaUna parroquia formada en su mayoría por personas mayores confiere serenidad y equilibrio, y que en comunión con los adultos, aporta compromiso y servicio, pero sin jóvenes, pierde alegría, valor, fuerza vital, creatividad y visión de futuro. El problema es de doble dirección: a los mayores les incomodan los jóvenes y viceversa.

Y es que debemos entender que la juventud es y será siempre "joven". Y los jóvenes difícilmente escuchan a los mayores, y menos, si hablan "otro idioma". 

La juventud es impetuosa, osada, ruidosa y hasta inconstante, pero nosotros como adultos maduros debemos ser capaces de recordar que una vez también fuimos jóvenes entusiastas, contestatarios y algo desordenados...esas mismas actitudes de las que el Espíritu Santo puede servirse para recordarnos a los "mayores" que a ningún cristiano le es lícito anclarse en el camino hacia Dios y que, como dijo Jesús: "para entrar en el reino de Dios hay que ser como niños". Él no dijo: "hay que ser como ancianos".

¿Por qué los jóvenes no van a la Iglesia?

Existen una serie de factores por los que los jóvenes sufren un cierto stress que les hace mantener la mirada puesta lejos de la Iglesia. 

Su psicología ante las expectativas de futuro les hace ser inconstantes, inseguros y confusos. Les resulta difícil conectar con los mayores tanto en la familia como en la sociedad. Ven la Iglesia como "algo para viejos" y huyen de la norma y de la autoridad. Viven bajo una gran preocupación por el futuro, por la adquisición de un trabajo y se liberan a través del deporte y del ocio.  

Son particularmente vulnerables e influenciables por la tiranía de los medios de comunicación y las redes sociales. Son la "generación tecnológica" , de la imagen, del "smart phone", de la música de la electrónica. 
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La Iglesia no puede competir con la TV, el cine, los conciertos y mucho menos con Facebook, Twiter o Instagram. Allí es donde encuentran su forma de pensar y de actuar. Su vida va tan "acelerada" que no tienen tiempo para dedicar a la liturgia o la oración.

La sociedad de consumo les regala multitud de principios cómodos, de estímulos atractivos y de actividades excitantes que distan mucho de los valores trascendentales. 

La Iglesia les parece poco creíble y atractiva, solamente convincente con el recurso de la autoridad. Su estructura les parece desfasada, anónima, fría, distante y poco satisfactoria, en un mundo donde lo que prevalece es el hedonismo y la satisfacción propia.

Los jóvenes se sienten rechazados por los mayores y, por ende, piensan que la Iglesia no les acepta, nos les toma en serio ni les escucha; que no les comprende ni se preocupa de ellos ni de sus necesidades; tienen la impresión de ser mirados con recelo, criticados y señalados; se sientes descuidados y relegados.
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La juventud pide ser escuchada, no mañana, sino hoy. Quieren ser partícipes de las decisiones y de las actividades, en definitiva, sentirse útiles y valorados. 

Desean que, en la Iglesia, los mayores se atrevan a darles responsabilidades, a dejar que tomen decisiones, a participar y preparar las celebraciones, a ser parte activa de la vida parroquial. En definitiva, a ser "visibles".

Pero en la Iglesia se cuenta poco con ellos, no se les comprende ni se les acepta en las tareas pastorales, no les ofrecen experiencias vivas de celebración y comunidad. Según los jóvenes, los sacerdotes parecen no entender ni su forma de pensar ni de  actuar; no entienden el papel que pueden desempeñar dentro de las parroquias; tampoco favorecen su participación en la vida parroquial; les ven lejanos y distantes con ellos; no se hacen entender en sus homilías ni son participativos con ellos.

En general, es difícil para los jóvenes aceptar a la Iglesia por su sentido tradicional, normativo y jerárquico. Por su espíritu vital y participativo exigen "otra Iglesia" que les escuche y otra actitud que les responsabilice.

Entonces ¿cómo atraer a los jóvenes?

En primer lugar y por razones de vitalidad y supervivencia, los jóvenes deben ser prioritarios en los planes de pastoral. Unos planes de pastoral que, sin rodeos ni complejos, anuncien valiente y descaradamente a Cristo, que no conviertan a los jóvenes en "robots" de la ley y la norma, y que enseñen la "alegría" y el amor del Evangelio.

Siempre que en la Iglesia se ha presentado toda la grandeza de Je­sús, su amor y, también, sus exigencias, la juventud ha respondido. Recordemos si no a S. Francisco de Asís, a S. Ignacio de Loyola, a S. Francisco Javier o a Santa Teresa de Lisieux. 

Jesús anunciado no como una "idea" sino como un amigo, vivo y cercano, es capaz de atraer al más joven y al más reacio.

Es necesario dar una oferta atractiva y válida a los jóvenes. Estoy convencido que el pasotismo, la desilusión, el escepticismo y la falta de compromiso entre la juventud son la respuesta a una sociedad que no tiene ofertas válidas, y a unos católicos que hemos diluido la fuerza del mensaje cristiano. 

Es necesario hablar, explicar y presentar con buena pedagogía el mensaje. Por lo general, nuestras palabras son etéreas; nuestras homilías, somníferas; nuestros planes de pastoral, irreales; los signos de nuestras celebraciones no son explicados, o son mal presentados o, 
simplemente, incomprensibles a la juventud de hoy.

No estaría de más que los sacerdotes explicaran muchos de los signos litúrgicos que nuestra juventud desprecia, porque los ignora. Nadie se acerca a lo desconocido. como tampoco puede amar lo que no conoce.
Es necesario pedir a los responsables de alto nivel más sensibilidad con los jóvenes, menos vetos a sus ideas, más escucha a sus necesidades y más participación en sus realidades.

En nuestras parroquias, no podemos vivir indefinidamente de la renta de generaciones pasadas; como tampoco podemos dar "carta blanca" a tanto capricho, superficialidad, relativismo e imposición por parte de algunos curas contra el sufrido pueblo.

Es necesario que la comunidad cristiana reconozcamos los carismas, los dones y los talentos de la juventud y le ofrezca el lugar que le corresponde. 

Es vital que las parroquias dejen de ser espacios poco acogedores o, tal vez, incluso incómodos para los jóvenes. 

Una gran ayuda: la oración

Muchos estamos convencidos que esta "perdida de identidad", esta "desubicación" de la Iglesia en el mundo de hoy, y esta "desproporcionalidad" en nuestras parroquias se deben a la falta de oración, a la escasez de oradores y adoradores. 

Porque sólo el que ora y el que adora tiene sentido de Dios, conciencia de la presencia de Cristo y la guía del Espíritu Santo, para situarse como servidor de Dios y de los hombres.

Sin oración, todo está perdido.

¿Qué cosas debemos cambiar?

Hay que cambiar muchas cosas, empezando por cambiarnos a nosotros mismos: en la medida que los mayores seamos más humildes, en la medida que renunciemos a nuestras suficiencias y añoranzas, en la medida que valoremos la novedad constante del Evangelio, y en la medida que aceptemos las diferentes maneras de comprenderlo y vivirlo, por parte de los más jóvenes.

Resultado de imagen de jovenes cristianosEs necesario un "nuevo avivamiento" del mensaje evangélico, se precisa un "nuevo nacimiento" de Jesús, para que nuestros jóvenes, ya sean humildes pastores o sabios reyes magos, puedan acercarse al portal a adorar al Niño, puedan comprender al ángel o a la estrella que les anuncia la salvación.
Pero, esto no será posible si nosotros, los adultos (sacerdotes y laicos comprometidos con Dios), no recuperamos en nuestro interior y con toda su fuerza, el fuego del mensaje de amor de Nuestro Señor Jesucristo.

Nada de eso será posible mientras no nos digamos el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lucas 24,32).

Entonces, seremos capaces de vivir "con el corazón en ascuas" y gritar al mundo que "¡Jesucristo ha resucitado!".

Si tomamos conciencia de ofrecerles todo esto a nuestros jóvenes, serán capaces de volver a llenar de nuevo nuestras parroquias, no forzados por sus padres o su entorno, sino por propia iniciativa.
Serán capaces de enfrentarse a la poderosa atracción del mundo; serán capaces de encararse contra quienes, por su propio y exclusivo interés, les imponen gestos, actitudes, modas, ideologías y los criterios a seguir.

Serán capaces de darse cuenta de quién les "come el coco" en su provecho egoísta; serán capaces de crecer en la fe, con una personalidad liberada del mal..., entonces, amanecerá un nuevo día para la humanidad y para la misma Iglesia.




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