sábado, 20 de enero de 2018

¿POR QUÉ VOY A LA IGLESIA?

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La Iglesia es maravillosa. La iglesia es un regalo. La iglesia es acogida.

Como dice el Salmo 95, las canciones que cantamos, las Escrituras que leemos, las homilías que escuchamos y las oraciones en las que participamos están diseñadas por Dios para participar de Su presencia.

A pesar de todo esto, hay algunos días que no voy a misa con una buena actitud. Si bien, hay muchos días que voy entusiasmado, hay esos "otros" días en los que no me apetece ir, o voy "refunfuñando".

Eso me ocurrió ayer. Estaba perezoso, cansado, no tenía ganas...pero fui. La verdad, fui por insistencia de mi mujer. Y ¡qué Diosidad!: La homilía (de tan sólo dos minutos) estaba inspirada y preparada para mí. 

El comentario era sobre el Evangelio de San Marcos 3, 13-19 donde relata cómo Jesús escoge a los Doce Apóstoles. Jesús está en medio de mucha gente a la que acoge, habla y cura. Entre toda ella, elige a los Doce Apóstoles, primero, para estar con Él y después la misión que le va a encomendar. Pero, sobre todo, para estar con Él, para "ser con Cristo".

De la misma forma, ayer, Jesús  me llamó para estar con Él y después, para que haga el resto de mis cosas. Porque si primero me "enredo" en lo que tengo que hacer, en mis obligaciones...las ganas de ir a misa, de estar con Él, desaparecen en segundos. 

Ayer, Dios, a través del párroco,  me dijo: "busca primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura" (Mateo 6, 33). Y de verdad, que recibí la confianza, la paz y la fuerza espiritual para afrontar "todo lo demás".
¡Lo sé! No tengo que ir a misa porque se supone que deba hacerlo, o por "cumplir" o porque mi mujer me lo diga (sé que a ninguno de vosotros os pasa, ¿verdad?), sino porque si voy, algo sobrenatural sucede: Dios mismo interpela mi corazón voluble.

Y es que Dios quiere que vaya a verle porque me conoce desde toda la eternidad, conoce hasta "los cabellos de mi cabeza" (Mateo 10, 30), conoce mis debilidades, conoce mi corazón humano que fácilmente se distrae, se desalienta y se excusa. 

Él conoce lo rápido que olvido la necesidad que tengo de Él, lo poco que tardo en auto-justificarme y auto-engañarme, lo deprisa que le soy infiel y lo pronto que le doy la espalda.

Ayudado por Su Gracia, me llama a Su presencia para acrecentar mi fe, para volver a estar nuevamente entusiasmado y feliz con Él, para disfrutar de su amor misericordioso que tanto necesito y para decirme una vez más: ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

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