"Tú, en cambio, predica lo que está conforme con la sana doctrina."
(Tito 2,1)
San Pablo, en su carta a Tito, repite continuamente la expresión "sana doctrina", así como las actitudes que la acompañan: coherencia, fe, amor y paciencia. Y lo hace sabiendo que la fe es fácil de perder si no se alimenta de la sana doctrina y si no se comparte con amor.
Porque la fe sin caridad es una idea vacía, sin contenido: "lo que no se da, se pierde". La expresión de la fe necesita compartir expresiones de amor, debe estar impregnada de gestos de caridad, es decir, la sana doctrina presenta un modelo de vida justa, virtuosa y servicial que fue enseñado y puesto en práctica por el propio Jesús.
La sana doctrina es el conjunto de todas las "verdades de fe" enseñadas por Jesucristo para mostrarnos a los hombres el camino de la salvación y de la vida eterna. En sí misma es sanadora del alma, al librarnos del pecado.
La sana doctrina consiste en no agregar ni de quitar nada a la palabra de Dios ni modificar la doctrina de los apóstoles, que nos la han transmitido y que nosotros guardamos.
La sana doctrina consiste en no agregar ni de quitar nada a la palabra de Dios ni modificar la doctrina de los apóstoles, que nos la han transmitido y que nosotros guardamos.
La sana doctrina está basada o compendiada, fundamentalmente, en el Credo, el Padre Nuestro, los Diez Mandamientos, los Siete sacramentos y resumidas en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC).
Revelada gradualmente por Dios a través de los tiempos, y llegada a su plenitud y perfección en Jesucristo, la definición y comprensión de la sana doctrina es progresiva, a través del constante estudio y reflexión de la Teología siempre fiel a la revelación divina y orientada por la Iglesia.
La sana doctrina consiste en la libre entrega y amor a Dios, sometiéndonos voluntariamente a la revelación hecha por Él y transmitida primero, por los apóstoles y después, por la Tradición de la Iglesia.
En palabras del apóstol San Pablo, "la fe opera por la caridad" (Gálatas 5,6), por eso la vida de santificación de un católico obliga, además de participar en los sacramentos, a obedecer la voluntad divina, a través de la práctica de las enseñanzas reveladas (que se resumen en los mandamientos de amor enseñados por Jesús), de las buenas obras y de las reglas morales propuestas por la Iglesia.
La sana doctrina consiste en la libre entrega y amor a Dios, sometiéndonos voluntariamente a la revelación hecha por Él y transmitida primero, por los apóstoles y después, por la Tradición de la Iglesia.
En palabras del apóstol San Pablo, "la fe opera por la caridad" (Gálatas 5,6), por eso la vida de santificación de un católico obliga, además de participar en los sacramentos, a obedecer la voluntad divina, a través de la práctica de las enseñanzas reveladas (que se resumen en los mandamientos de amor enseñados por Jesús), de las buenas obras y de las reglas morales propuestas por la Iglesia.
La sana doctrina, es decir, nuestra entrega voluntaria a Dios, tiene como finalidad y esperanza últimas, nuestra propia salvación y la instauración del Reino de Dios.
La sana doctrina es vivir la sobriedad, el amor, la espiritualidad, la humildad, la sensatez, la integridad, la disponibilidad y el servicio a los demás. Es vivir la verdad, el bien y la bondad.
Es renunciar a la impureza, a la mala conducta, a la impiedad, al egoísmo, a los apegos y deseos mundanos, a las conductas desordenadas.
La sana doctrina es acercarse a Dios para abandonarse a su amor y huir del pecado.
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