miércoles, 9 de enero de 2019

UNA COMUNIDAD DE ALVÉOLOS Y CÉLULAS MADRE

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"Miremos los unos por los otros 
para estimularnos en el amor y en las obras buenas; 
no abandonéis vuestras propias asambleas, 
como algunos tienen por costumbre hacer, 
sino más bien animaos mutuamente, 
y esto tanto más cuanto que veis acercarse el día." 
 (Hb 10, 24-25)

A menudo, los católicos decimos que la fe se vive en comunidad pero lo cierto es que no lo ponemos en práctica. Los católicos tenemos algunos "acuerdos" generalizados pero pocos "compromisos" interiorizados.

Una comunidad cristiana no crece y se desarrolla sólo con el hecho de ir a misa, por cantar juntos, o por limitarnos a darnos la paz (si acaso), para una vez concluida la Eucaristía, salir "escopetados" de la Iglesia.

Cristo comenzó su Iglesia formando un grupo pequeño de 12 miembros. En ese grupo, compartían todo, camino, viajes, formación, oración, comida...es decir, eran íntimos. A partir de esas doce personas, de esa "masa crítica", el cristianismo llegó hasta los confines de la Tierra.

Una comunidad que forma "masa crítica" a partir de grupos pequeños es vital para la salud y el crecimiento de una parroquia. En los grupos grandes la intimidad y la autenticidad son difíciles de encontrar, o al menos, de mantener. El ambiente que se genera es más "superficial", más "social", más "espacioso". 

Las relaciones mutuas, personales, auténticas e íntimas suceden mejor, de forma más natural y automática en grupos pequeños que en grupos grandes por varias razones: puedes escuchar, aprender, preguntar, compartir, involucrarte, comprometerte y, en general, abrirte para hablar de tu fe y mostrarte vulnerable con otras personas que están haciendo lo mismo que tú.

Este tipo de relación comunitaria no puede producirse en una Iglesia, desde una homilía ni desde un altar porque no hay conversación ni diálogo, ni comentarios ni preguntas. No hay espacio para entablar un coloquio ni solventar dudas.  

Un hecho es evidente: se pierde intimidad a medida que crece el número de personas que forman una comunidad. No puedes conocer a todos y tampoco abrirás tu corazón en un grupo grande de personas que apenas conoces. Pero además, ni la Iglesia es el lugar ni la Eucaristía, el momento.

Alvéolos pulmonares


Los grupos pequeños son como los "alvéolos pulmonares" que forman la primera fase del sistema respiratorio/circulatorio de una parroquia (comunidad). 
Son los terminales del árbol bronquial (parroquia), en los que tiene lugar el intercambio gaseoso entre el aire inspirado (fe) y la sangre (intimidad). Sin ellos, el oxigeno no llega a los pulmones, y por tanto, no se bombea sangre al corazón. 
Los grupos pequeños son la imagen de la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8). La Iglesia es, como la vid y como el cuerpo humano, un organismo vivo donde la fuente de vida es Jesucristo y donde sólo en unión íntima con Él, podemos ser fecundos.
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Me parece que gran parte del discipulado católico, basado casi exclusivamente en las "catequesis", sólo trata de lo que necesitamos saber, y no con quién necesitamos estar. Creo sinceramente que "funcionan" poco. 

Muy a menudo nos preocupamos sólo por las pastorales, por los horarios, por el "hacer" y no por el "ser"... y no nos tomamos en serio el discipulado basado en la comunidad y las relaciones dentro de grupos pequeños.

No se puede construir una comunidad sólo a base de pastorales o de catequesis. Es necesario encontrar una estrategia para ínter-actuar. Y hacerlo con Cristo y con nuestros hermanos. Sólo así se genera comunidad. Sólo así la Iglesia se regenera, se revitaliza y produce fruto.

Células madre

Los grupos pequeños son auténticas "células madre de fe" especializadas, que brindan amistades profundas, que poseen capacidad regenerativa y expansiva (mitosis), convirtiéndose en células de responsabilidad y compromiso, que producen más células madre.

Cuando las personas te conocen realmente y tú les conoces en profundidad, nuestras vidas se vuelven mucho más transparentes, más sinceras, más "auténticas" y el nivel de entrega y compromiso aumenta considerablemente.

Los grupos pequeños son oportunidades para discutir los problemas con los que los cristianos nos enfrentamos, para animarnos en la fe, para alegrarnos en la fe y para entregarnos más a Dios y a los demás. Son una necesidad absoluta para involucrar a tantas personas como sea posible en la vida y en el servicio de nuestra Iglesia católica.

El valor de la comunidad

Cuando en los grupos pequeños compartimos  nuestra fe, teniendo como vinculo de unión y oxigeno a Jesucristo y a la Virgen María, se produce automáticamente un crecimiento espiritual que nos transforma individualmente y en conjunto. Son los primeros frutos.

Esa madurez que vamos alcanzando en los grupos, compartiendo nuestras experiencias, nuestros testimonios, nuestras alegrías y nuestras preocupaciones, nos hace posicionarnos en la primera línea de salida del apostolado, en la "pole position" para evangelizar a los que están dentro y fuera de las paredes de una parroquia.
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Acudir a misa a diario para estar en presencia de Jesús, reunirse con un grupo pequeño de fe ("mi panda"), alrededor de una mesa compartiendo una cena o una cerveza, en una Adoración, en una peregrinación, en un Vía Crucis en el campo o en una Lectio Divina en una casa, genera una conexión íntima y poderosa.

De hecho, estoy convencido de que los grupos pequeños son el espacio donde gran parte de la fe y la presencia de Cristo que recibimos en la Eucaristía, crecen en conocimiento, se desarrollan en conversión y se potencian en acción. 

Si queremos que nuestra parroquia tenga clara su misión, debemos escucharla desde el ambón y desarrollarla desde los grupos pequeños.

Prioricemos y construyamos grupos pequeños (células madre) en nuestras parroquias (pulmones)  que edifiquen una comunidad (sistema respiratorio/circulatorio) alegre y entregada a Dios y a los demás (tejido vivo) y que desarrollen un "Cuerpo Místico" (organismo vivo) sano y vigoroso, regenerado  y reparado.

Sin grupos pequeños, no existe comunidad. Sin comunidad, no existe Iglesia. Sin Iglesia, no existe fe, esperanza o caridad en el mundo.

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