"Pablo, siervo de Cristo Jesús,
llamado a ser apóstol,
escogido para el Evangelio de Dios...
para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles,
para gloria de su nombre"
(Rom 1, 1-5)
El artículo de hoy pretende esbozar algunos aspectos fundamentales de la teología del gran apóstol de los gentiles, san Pablo, de cuya persona ya hemos hablado en anteriores posts (El apóstol Pablo, Combatir el buen combate y El aguijón de Pablo). A éste de hoy, le seguirá otro artículo donde repasaremos algunos elementos fundamentales de su discurso moral y escatológico.
Reconozco siempre que san Pablo me ha cautivado particular y profundamente por su conversión, por su disposición, pasión y celo evangelizador, y que es mi particular referente apostólico y teológico.
A pesar de que san Pablo no conoció en persona a Jesucristo (aunque se dice que mientras estuvo en Arabia, discerniendo durante tres años, el mismo Cristo estuvo con él), sí tuvo numerosas ocasiones para preguntar sobre Su vida y enseñanzas a sus testigos presenciales, Bernabé y Silas, o compartirla con los que luego serían historiadores del Señor, Marcos y Lucas, con quienes participó conjuntamente en las tareas de apostolado durante mucho tiempo.
Un dato significativo de la teología paulina: hay en san Pablo más alusiones a la vida y a las enseñanzas de Cristo que en los propios evangelios.
Él es el principal fundador de la Iglesia del primer siglo y de la Teología cristiana, predicador del ascetismo, defensor de los sacramentos y del sistema eclesiástico, valedor de la religión del amor y de la libertad que Cristo nos anunció.
Por todo ello, Pablo es llamado "Heraldo del Evangelio", el "segundo fundador del cristianismo."
Discurso teológico
La teología de san Pablo es, fundamentalmente, cristocéntrica, que es la base de su soteriología (salvífica), abarcando la persona y figura del redentor. Todos y cada uno de los detalles en san Pablo convergen en Jesucristo.
"Su Evangelio" consiste en la salvación de todos los hombres por Cristo y en Cristo.
La humanidad sin Dios
En la carta a los Romanos, san Pablo define que:
-nuestra naturaleza humana se halla bajo el imperio del pecado, que no distingue entre judíos y gentiles (Rom 3, 22-23), y que la causa histórica de este mal fue un hombre: Adán (Rom 5, 12-15).
-el pecado original heredado del primer hombre, se manifiesta externamente y se convierte en la fuente y causa de nuestros pecados actuales. Es la lucha entre la ley, asistida por la razón, y la naturaleza humana, debilitada en la carne y la tendencia al mal (Rom 7, 22-23).
-Dios no abandona al hombre pecador y por ello, se manifiesta en el mundo visible (Rom 1, 19-20), por la luz de la conciencia (Rom 2, 14-15) para, finalmente, hacerlo a través de su Providencia, siempre activa, paternal y benevolente (Hch, 14, 16; 17, 26). Más aún, en su infinita Misericordia, Dios "salvará a todos los hombres y los hará llegar al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).
-Dios conduce paso a paso al hombre hacia la salvación. A los patriarcas, particularmente: a Abrahán, le hizo una promesa libre y generosa, confirmada por el juramento (Rom 4, 13-20; Gal 3, 15-18), que anticipaba el Evangelio. A Moisés le dio su ley, cuya observancia debería haber sido medio de salvación (Rom 7, 10; 10, 5), y que aún siendo violada, resultó ser una guía que condujo a Cristo (Gal, 3, 24) y el instrumento de Su Misericordia.
-La ley fue un mero interludio hasta que la humanidad estuvo preparada para la revelación (Gal 3, 19; Rom 5, 20), originando así la intervención divina. (Rom 4, 15). Allá donde abundó el mal, surgió el bien y "la escritura concluyó bajo el pecado, mientras que la promesa, por la fe en Jesucristo, pudo ser dada a los que creen" (Gal 3, 22).
-Todo esto se cumplió "al final de los tiempos" (Gal 4, 4; Ef 1, 10), es decir, en el momento dispuesto por Dios para la ejecución de sus designios misericordiosos, cuando la impotencia del hombre pudiera manifestarse plenamente. Entonces, "Dios envió a su hijo nacido de mujer bajo la ley, para que pudiera redimir al hombre que estaba bajo la ley, para que pudiera recibir la adopción filial" (Gal 4, 4).
La persona del Redentor
Casi todas las referencias a la persona de Jesucristo llevan, directa o indirectamente aparejado, el papel de salvador. La cristología paulina es siempre salvífica.
1- Cristo verdadero Dios
Cristo pertenece a un orden superior a lo creado (Ef 1, 21); Él es el creador y el mantenedor del mundo (Col 1, 16-17); Todo es por Él, en Él, y para Él (Col 1, 16).
Cristo es la imagen del Padre invisible (2 Co 4, 4; Col 1, 15); Él es el hijo, el hijo mismo, el bienamado y lo ha sido siempre (2 Co 1, 19; Rom 8, 3, 32; Col 1, 13; Ef 1, 6).
Cristo es el objeto de las doxologías reservadas sólo a Dios (2 Tim 4, 18; Rom 16, 27); Se le reza como se le reza al Padre (2 Co 12, 8-9; Rom 10, 12; 1 Cor 1, 2); Los dones que se le piden pueden ser sólo concedidos por Dios, particularmente la gracia y la salvación (Rom 1, 7; 16, 20; 1 Co 1,3; 16, 23) ante Él se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (Fil 2, 10), puesto que toda cerviz se inclina en adoración de su Altísima Majestad.
Cristo posee en sí todos los atributos divinos:
-eterno: es el "primógenito" y existe antes de todos los tiempos (Col 1, 15-17).
-eterno: es el "primógenito" y existe antes de todos los tiempos (Col 1, 15-17).
-inmutable: es "de condición divina" (Fil 2, 6).
-omnipotente: tiene poder para hacer surgir todo de la nada (Col 1, 16).
-inmenso: llena todas las cosas con su plenitud (Ef 4, 10; Col 2, 10).
-infinito: "la plenitud divina opera en Él" (Col 2, 9).
Todos le pertenecen por derecho: el trono de Dios es el de Cristo (Rom 14, 10; 2 Co 5 10); El Evangelio de Dios es el de Cristo (Rom 1, 1, 9; 15, 16, 19); La Iglesia de Dios es la de Cristo (1 Cor 1, 2; Rom 16, 16); el Reino de Dios es el de Cristo (Ef 5, 5), el Espíritu de Dios es el de Cristo (Rom 8, 9).
Cristo es el Señor (1 Co 8, 6); Se le identifica con el Yahvé del Antiguo Testamento (1 Co 10 4, 9; Rom 10, 13; 1 Co 2, 16; 9, 21); Él es el Dios que “adquirió su Iglesia con su propia sangre" (Hch 20, 28); es nuestro "Dios y salvador Jesucristo" (Tit 2 13); es el Dios "de todas las cosas" (Rom 9, 5), que representa en su infinita transcendencia la suma y sustancia de todo lo creado.
2- Jesucristo verdadero hombre
Jesucristo es el segundo Adán (Rom 5,14; 1 Co 15, 45-49); "el mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2, 5), y, en tanto que tal, es necesariamente un hombre.
Desciende de los patriarcas (Rom 9, 5; Gal 3, 16).
Pertenece a la estirpe de David (Rom 1, 3).
Nacido de mujer (Gal 4, 4), como todos los hombres
Hombre en su apariencia, similar a la de todos los hombres (Fil 2, 7), aunque sin pecado (2 Co 5, 21).
Aunque san Pablo no explica en ningún sitio cómo se realiza en Cristo la unión de las naturalezas divina y humana, le basta con afirmar que poseía "la naturaleza de Dios, tomó "la naturaleza del siervo" (Fil 2, 6-7), o con afirmar la Encarnación con la siguiente fórmula sucinta: "Dado que en Él se realiza la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9).
Cristo es una sola persona con las cualidades propias de la naturaleza humana, y las de la naturaleza divina, como la preexistencia, la existencia histórica y la vida gloriosa (Col 1, 15-19; Fil 2, 5-11).
Cristo es el Dios Hijo y tiene moralmente derecho, incluso como hombre, a los bienes de su Padre, como la inmediata visión de Dios, la felicidad eterna y el estado de gloria.
Sin embargo, se encuentra despojado temporalmente de una parte de estos bienes para que pueda cumplir su misión en tanto que redentor: Abajamiento y aniquilación de los que nos habla San Pablo.
La redención objetiva, obra de Cristo
El hombre caído es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda. Dios, en su Misericordia, envió su Hijo para salvarlo.
La teología de san Pablo repite continuamente que Jesucristo nos salvó en la cruz, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom 5, 9-10).
¿Qué da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza redentora y salvadora? San Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos muestra el drama del Calvario bajo tres aspectos, que se comprenden mejor comparándolos entre sí y que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan:
- la muerte de Cristo es un sacrificio (como los de la antigua ley) para expiar el pecado y para hacernos propicios a Dios. Rom 3, 25 expresa el doble concepto (1) del sacrificio y (2) del sacrificio expiatorio, que son la raíz misma de la enseñanza paulina y de todo el Nuevo Testamento. Cristo fue quien tomó la iniciativa de la misericordia, instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio.
- la muerte de Cristo representa la redención, el pago del rescate que da como resultado la liberación del hombre de su servidumbre anterior (1 Co 6, 20; 7, 23; Gal 3, 13; 4, 5; Rom 3, 24; 1 Co 1, 30; Ef 1, 7, 14; Col 1, 14; 1 Tim 2, 6).
- Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la segunda muerte, la eterna. La transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Romanos 3, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre:
- Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo.
- Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil 2, 8; Gal 2, 20).
- El hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse, por la fe, del fruto de la redención.
La redención subjetiva, obra de la Gracia
Con la muerte y resurrección de Cristo, la redención se ha completado, en principio y por ley, para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya, de hecho, por la fe y el bautismo, que, uniéndole a Cristo, le hace partícipe de la vida divina.
Según San Pablo, la fe se compone de varios elementos:
- sumisión del intelecto a la palabra de Dios
- abandono del creyente a su salvador que promete asistencia
- acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina.
Los protestantes basan la justificación en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificación no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificación del pecador.
Tal teoría es insostenible porque:
1.- Incluso, admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aún, o que no se vuelve justo por la declaración misma.
2.- La justificación es inseparable de la santificación, dado que esta última es "la justificación de la vida" (Rom 5, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Rom 1, 17; Gal 3, 11).
3.- Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Rom 6, 3-5; Ef 4, 24; 1 Co 1, 30; 6, 11).
Podemos, pues, establecer una distinción de definición entre los conceptos de justificación y santificación, pero no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas.
...continuará...
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