"¿A quién busco agradar?
¿A los hombres o a Dios?
¿A los hombres o a Dios?
¿Acaso tengo que agradar a los hombres?
Si tratara de agradar a los hombres,
no agradaría a Dios."
(Gálatas 1,10)
En la facultad me enseñaron que lo importante es la imagen, la fachada. Aprendí a dar a conocer al mundo "mi producto", comunicar bien sus fortalezas, para "venderlo" al mayor número de personas posibles.
En la sociedad me enseñan lo mismo: que lo importante es dar una buena imagen al exterior, "quedar bien", presumir de lo que hago bien, mostrar mis méritos, que los demás sepan qué importante soy y el lugar que ocupo en la escala social.
Pero todo eso...es agotador. Y es que todos estamos expuestos a un público que determina, en buena medida, nuestras actitudes y nuestros comportamientos.
Pero todo eso...es agotador. Y es que todos estamos expuestos a un público que determina, en buena medida, nuestras actitudes y nuestros comportamientos.
Vivimos en una sociedad de la imagen y la tecnología donde parece que nuestra vida dependa de los "likes" de las redes sociales, de la cantidad de amigos o "vistas" que tengamos. En definitiva, obsesionados por gustar a todo el mundo.
Vivimos en una cultura exterior que nos esclaviza, que nos hace completamente dependientes de la imagen que damos a los demás, sin darnos cuenta de que hay Alguien que lo ve todo.
Hemos cambiado nuestra vida interior por la exterior. Hemos cambiado nuestra vocación de agradar a Dios por gustar a los hombres. Hemos dejado nuestra intención de adorar a Dios para dejarnos alabar por el mundo.
Sucumbimos ante el engaño de pensar que lo importante es hacer cosas para que nos vean, decir cosas para quedar bien, o querer demostrar lo que no somos o, incluso, "lo buenos cristianos que somos".
En mi camino de fe he aprendido una máxima: Dios es mi único público. Porque he sido creado por y para Él. Y no tengo que dar cuentas al mundo ni aparentar algo que no soy.
Porque es Dios quien, desde la distancia, observa cómo edifico mi vida conforme a Su voluntad, cómo trabajo para Su Reino y, sobre todo, cómo amo de verdad.
Porque Dios jamás se entromete en mi vida ni en mis decisiones. Pero siempre que le necesito, allí está. Siempre que le pido consejo, allí está. Siempre que le pido ayuda, allí está... en lo escondido, en el silencio.
Porque Dios me ha liberado del juicio externo del mundo para hacerme comprender que soy como Él ha querido que sea y que no tengo que intentar ser de otra manera.Porque mi identidad más honda no es la que yo formo hacia el exterior, sino la que me ha sido dada por Dios.
Porque a Dios no puedo engañarle ni dar una falsa apariencia de como soy. Él ve las verdaderas intenciones y las motivaciones más profundas de mi corazón.
Y porque sé que si mi prioridad se basa en las críticas o en los aplausos de los demás, nunca contentaré a todos, nunca podré agradar a todos. Ahora, mi único objetivo es agradar a Dios.
Porque a Dios no puedo engañarle ni dar una falsa apariencia de como soy. Él ve las verdaderas intenciones y las motivaciones más profundas de mi corazón.
Y porque sé que si mi prioridad se basa en las críticas o en los aplausos de los demás, nunca contentaré a todos, nunca podré agradar a todos. Ahora, mi único objetivo es agradar a Dios.
El apóstol Pablo en su carta a los Gálatas 1, 10 nos pregunta a quien queremos o a quien tenemos que agradar. El evangelista Mateo 6,1-7 nos exhorta a no ser hipócritas ni charlatanes; a no hacer cosas para que nos vean, de "cara a la galería"; a no buscar el agrado o la alabanza del mundo porque ello no conlleva mérito alguno; a que todo lo hagamos sea en secreto y para agradar a Dios, y Él nos recompensará.
Se puede decir más alto, pero no más claro: Dios es mi público y es a Él a quien tengo que agradar... cuando sirvo, cuando doy, cuando rezo...en todo momento.
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