lunes, 21 de septiembre de 2020

EL ESPIRITU DEL MAL: DIVIDE Y VENCERÁS

"Un reino dividido internamente 
no puede subsistir y va a la ruina; 
una familia dividida no puede subsistir, 
toda ciudad o casa dividida internamente 
no se mantiene en pie" 
(Marcos 3,24-25; Mateo 12,25)

El Enemigo de Dios y del Hombre, obsesionado por ganar una guerra que tiene perdida, utiliza constantemente una de las estrategias tentadoras que más fruto destructivo le ha dado a lo largo de la historia del hombre: "Divide y vencerás".

Dios crea y el Diablo destruye; Dios une y el Diablo separa; Dios crea vínculos y el Diablo los deshace; Dios repara y el Diablo quebranta; Dios perdona y el Diablo condena.

De la misma forma que en el mundo antiguo, el Imperio Romano subyugaba y arrodillaba a los pueblos libres con la conocida frase "Divide et Impera" (atribuida a Julio César), el Imperio del Mal, que domina el mundo actual, ejerce su perverso poder enfrentando a colectivos, rompiendo la familia, fracturando la sociedad y también, dividiendo la Iglesia de Cristo.

Satanás tiene como único propósito separarnos del amor de Dios y lo hace atacando su creación: dividiendo y enfrentando a hombres contra mujeres, blancos contra negros, ricos contra pobres, padres contra hijos, jóvenes contra ancianos, empresarios contra trabajadores, liberales contra conservadores, tibios contra creyentes.
Vivimos una continua lucha de clases, de géneros, de ideologías, de creencias...que el Diablo impone en la mente del hombre con el mismo pretexto que utilizó con nuestros primeros padres: la libertad individual. Con ella, pretende alejarnos de Dios suscitando en nuestro corazón una venenosa mentira: "Seréis como Dios"

Y así, lo hace también, utiliza su espíritu impío para luchar contra el Espíritu Santo que actúa en el seno de la Iglesia de Cristo. Infiltrándose en Ella, su espíritu maligno crea división, enfrentamiento y desunión; genera calumnia, difamación y crítica; acusa, propone falsas ideas y genera conflictos; suscita actitudes mundanas, chismes y habladurías.

Pero Cristo que, como verdadero Dios, no quiso utilizar su poder para beneficio propio, y que como verdadero hombre, quiso sufrir y vencer la tentación (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13), nos ofrece "soluciones humanas" para combatirla: 
-Confianza. El Diablo, para dividirnos, siempre empieza sembrando la duda en la divinidad pero Jesús, con su ejemplo, nos invita a confiar incondicionalmente de Dios y de su Palabra: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4,4).

-Humildad. El Diablo, para quebrantarnos, recurre a la soberbia y a la vanidad pero Jesús nos enseña que nuestra misión como cristianos es la humildad, la mansedumbre, el amor. Él repetirá: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 16,24 y 29).

-DesapegoEl Diablo, para fragmentarnos, recurre a la codicia y la avaricia de las riquezas pero Cristo nos muestra el camino de la integridad, el desapego y la insobornabilidad: "Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás" (Mateo 4,10; Lucas 4,8; Deuteronomio 6,13) y "Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mateo16,24).

-Firmeza. Los cristianos, como hijos de Dios, nos sabemos débiles y vulnerables ante Su omnipotencia pero estamos llamados, como enemigos de Satanás, a ser fuertes, a mantenernos firmes en la fe y a combatir el mal con todos los medios que el Señor pone a nuestro alcance: "Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa" (Marcos 3, 27). 

-Unidad. Los cristianos estamos llamados a dejar de mirar lo que nos separa para ver lo que nos une, a dejar de observar con recelo, resentimiento y odio la diversidad de los demás, a ser un sólo cuerpo y un sólo Espíritu: "Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu" (Efesios 4,2-4).

-Perseverancia, a ser constantes en la fe, como don gratuito de Dios, a tener paciencia en medio de las pruebas y las tentaciones, a reavivar nuestra esperanza en sus promesas, a ejercitar el amor: "El que persevere hasta el final se salvará" (Mateo 24,13).

domingo, 20 de septiembre de 2020

JESÚS, NUESTRO EJEMPLO DE SERVICIO


Por mi vida han pasado algunas personas a las que he admirado y que han influido en algunas de mis decisiones. Pero los principios que más me han asombrado los descubrí hace unos pocos años, cuando conocí el estilo de servicio de Jesús. Nadie como Él transforma el corazón, dando la vida por los demás

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos descubre su "estilo". No se da importancia ni se presenta así mismo con palabras. Tan sólo nos pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" (Mateo 16, 13-15). Siempre nos motiva a dar una respuesta, a dar un paso adelante. 

La entrega de Jesús es rigurosa total. Y con su ejemplo, nos llama a la "radicalidad del Evangelio": no valen las "medias tintas", no existen las "zonas grises", ni acepta las "tibiezas". Él nos tiende la mano y nos dice: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga." (Mateo 16, 24).

Los rasgos principales de su ejemplo de servicio están basados en las tres reglas de oro: oración, humildad y obediencia a Dios. 

Oración

Jesús cultivó siempre su vida interior, privada, durante treinta años, y pública, durante sus últimos tres.

Constantemente se apartaba del "ruido" para pasar tiempo a solas con Dios Padre. Oraba siempre y constantemente. Nunca hacía nada sin encomendarse primero al Padre.

Como hombre, necesitaba estar en relación con el Padre, era absolutamente dependiente del Padre para su sostenimiento, ayuda y protección. 

Dios Padre era el único que podía entender su angustia y socorrer su necesidad. Nadie más. 

Pero además, Cristo disfrutaba estando en comunión con Dios Padre porque le amaba y porque era amado (Mateo 17,5 ; Juan 17, 24). El Padre gozaba con el Hijo y viceversa. 

Ese amor recíproco constituía un vínculo indisoluble con el que nos enseña a orar en el Padrenuestro, a buscar siempre la comunión con Dios, a tener un encuentro de intimidad con Él. ¡Confianza plena! 

Humildad

Dios escogió a propósito un camino de humildad para encarnarse. Eligió nacer en un pesebre y vivir en la oscuridad en Nazaret, un pueblo desconocido y con no muy buena fama. Podría haber venido con toda su gloria pero no lo hizo. ¡No quiso hacerlo! 
Su primer acto público de fe fue de humildad cuando se unió a nosotros en las aguas profundas del arrepentimiento, de la mano de Juan el Bautista. No necesitaba hacerlo porque no tenía pecado, pero quiso hacerlo.

A éste, le siguieron muchos otros actos de humildad pero, quizás el más significativo fue el lavatorio de los pies a sus discípulos. Lavar los pies era una tarea exclusivamente de los esclavos. ¡Dios se hizo esclavo por amor! 

La centralidad de su vida pública y de su ministerio tuvo lugar en Galilea y no estratégicamente en Jerusalén, el centro neurálgico del mundo judío. 

Eligió cumplir su misión en silencio, discretamente y de manera mesurada, a diferencia de los falsos "mesías" de su época que hacían todo "cara a la galería" . 

A menudo, se retiraba en silencio, buscando esconderse y evitando ser conocido o famoso. 
¡Se negó a sí mismo! 

Obediencia

Toda su vida fue un camino de continua, radical y amorosa obediencia al Padre: desde su venida al mundo, hasta su muerte en la cruz. 

En un acto único de obediencia por amor, se hizo hombre para elevarnos a la condición de hijos de Dios por medio de su sacrificio (Filipenses 2, 5-8).
Jesús, "el Obediente" siempre fue consciente de que debía cumplir la voluntad del Padre y tuvo completa claridad de la misión que le había encomendado: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el hijo" (Juan 4, 34; 5, 19).

Nunca buscó hacer su voluntad. Ni siquiera en la agonía de Getsemaní. Renunció a cualquier deseo, se negó a sí mismo y obedeció hasta la muerte. 

Su ejemplo de obediencia suscita en nosotros nuestra propia vocación como hijos adoptivos de Dios: la aceptación incondicional del Plan de Dios y la fe, en la misión de comunicar al mundo Su voluntad: el amor a los hombres. 

Una vez que conocemos quien es, nos enseña a seguir su ejemplo con cuatro aspectos: el discipulado, la delegación, la elaboración de un plan estratégico y la capacitación. 

Discipulado

Jesús eligió y discipuló a un grupo reducido de personas, y no fueron personas de gran renombre o formación.

Jesús no fue en busca de celebridades ni personas influyentes o capacitadas, sino que eligió a aquellos que carecían de poder y estatus.

Los apóstoles no eran la élite "religiosa" y sin embargo, Jesús los llamó para crear y formar su Iglesia, una organización que diera soporte y efectividad al Plan de Dios.

Además, Jesús se rodeó de gente repudiada por la sociedad de entonces: los sencillos, los pobres, los enfermos y los desterrados.

¡Invirtió en personas que otros despreciaban! 

Delegación

Jesús tenía un plan de sucesión y delegación: envió a los discípulos por su propia cuenta, de dos en dos.

Les recordó, a menudo, que no siempre estaría con ellos. Les enseñó a tomar las decisiones correctas para que su mensaje fuera procla
mado "hasta los confines de la tierra".

Delegó su autoridad y su poder a sus seguidores. No se guardó cosas para sí, al contrario, compartió su sabiduría con quienes le acogieron en sus corazones.

¡Y además, nos dejó a S
u Madre! 

Plan Estratégico

Desarrolló un Plan Estratégico totalmente incomprensible a las mentes humanas, explicándolo de forma sencilla y aplicada a nuestra realidad. 

Jesús rechazó las riquezas y el poder que le ofreció Satanás. Rehusó lo sensacional, lo espectacular y lo rápido. Escogió el camino de la humildad, del sufrimiento y la cruz. 

Se negó a ostentar su poder o conocimiento para "mostrar a la gente" quién es el Señor realmente.

A pesar de sufrir persecuciones, tentaciones o vejaciones, Jesús ejerció la misión que Dios le había llamado a cumplir.

Y la cumplió hasta el final (Juan 20,30).

Con su ejemplo, nos señaló el camino que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad y además, fue el primero en andarlo.

Como les explicó a los apóstoles, para servir, primero debemos dejarnos servir por Jesús. Y así, llegar hasta el extremo de "dar la vida por los demás", pues no hay amor más grande.

Capacitación

Jesús vivió libre de las expectativas y juicios de otras personas. Su estilo de vida fue radical: preparó muy a propósito los discípulos para hacerse cargo del servicio. 

Animó a su gente más allá de lo que ellos mismos sentían que eran capaces de hacer.

Jesús nos mostró que la definición de éxito dada por el mundo es muy distinta a la Dios. No hizo mucho para cambiar los problemas políticos y sociales de Israel. 

Jesús parecía dirigir un ministerio de "campaña", recogiendo a las víctimas por el camino en lugar de permanecer en el templo de Jerusalén. 

Él redefinió el éxito como la realización de la obra única que Dios le había encargado y de esa manera, demandó altos sacrificios a sus discípulos. 

"Sígueme" significaba que los discípulos debían abandonar sus tareas, sus propósitos y sus vidas para hacerlo. Incluso sus bienes y sus familias.

Les dijo a los discípulos que tenían que estar dispuestos a dejarlo todo para seguirlo.

sábado, 19 de septiembre de 2020

LA ABOMINACIÓN DE LA DESOLACIÓN

"Serán tiempos difíciles como no los ha habido 
desde que hubo naciones hasta ahora. 
Entonces se salvará tu pueblo: 
todos los que se encuentran inscritos en el libro. 
(...)
Pregunté al hombre vestido de lino: 
¿Cuándo se cumplirán estos prodigios?  
(...)
Le oí jurar por el que vive eternamente: 
(...)
'Cuando acabe la opresión del pueblo santo, 
se cumplirá todo esto'.
Yo oí sin entender y pregunté: 
Mi Señor, ¿cuál será el desenlace? 
Me respondió: 
Las palabras están guardadas y selladas 
hasta el momento final. 
Muchos serán limpiados, blanqueados y purificados; 
los malvados seguirán en su maldad, 
sin que ninguno de los malvados entienda; 
los maestros comprenderán. 
Desde que supriman el sacrificio cotidiano 
y coloquen la abominación de la desolación, 
pasarán mil doscientos noventa días. 
Dichoso el que aguarde 
hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días"
(Daniel 12, 1-13)

El título de este artículo, "la abominación de la desolación" nos recuerda, a quienes somos admiradores de J.R.R Tolkien, la película "el Hobbit, la desolación de Smaug"...y no le anda a la zaga.

Suena fuerte pero no son palabras humanas. Está escrito en la Palabra de Dios, en el libro profético de Dn 9, 1-45 y 12,1-13, en el evangelio de Mt 24,15-44, en el evangelio de Lc 21,7-36, y en Ap 13,1-18... 

Palabras que nos hablan del cumplimiento de las profecías bíblicas de los últimos días, en las que "a buen entendedor, bastan las palabras". Porque nos encontramos inmersos en "una gran tribulación como jamás ha sucedido ni la volverá a haber", en los "mil doscientos noventa días" entre la supresión del sacrificio cotidiano y la abominación de la desolación de las que habla el libro de Daniel, es decir, la profanación del Templo de Dios, y en nuestro caso, de la Iglesia.

El Enemigo ha iniciado su ataque final suscitando una "tentación universal", con la que conmina al mundo impío y pagano a realizar una furibunda y definitiva persecución a la Iglesia Católica, atacándola desde fuera, y a la vez, infiltrándose en ella, para dividirla, desde dentro. 

El Diablo ha establecido en el mundo la gran apostasía, ha promovido el gran sacrilegio blasfemo de la Bestia que surge del mar, "a quien el dragón le ha dado su poder, su trono y gran autoridad" (Apocalipsis 13,2).
La Bestia ha provocado la profanación de la Iglesia y de la fe (el santuario y la ciudadela)la abolición de la Eucaristía (el sacrificio cotidiano), el establecimiento de la idolatría (la abominación de la desolación) y el abandono de Dios (la alianza) profetizadas en Daniel 9,31-32.

Satanás, el "príncipe del mundo y de las tinieblas" ha comenzado una desoladora ofensiva final en una guerra que sabe perdida, pero con la que pretende impedir la adoración a Dios o, cuando menos, llevarse por delante a la mayor cantidad posible de almas, antes de ser arrojado al "lago de fuego eterno".

Es un ultraje que aumenta en cantidad y en gravedad, que se agudiza con matices específicos en los diferentes países del mundo, y que se realiza por oleadas: 

-una primera oleada directa, sanguinaria y despiadada: persecución y matanzas de cristianos, asaltos, sacrilegios y profanaciones de templos y sagrarios, incendios y destrucción de iglesias, basílicas y catedrales, etc. 

-una segunda oleada, más sutil pero igual de cruel: atacando a la Iglesia desde el poder político con la creación de leyes y normas referentes a la limitación de aforos para el culto, prohibición de culto, cierre de basílicas, parroquias y capillas de adoración. 

-una tercera oleada, infiltrándose en la Iglesia de Cristo ara provocar su división y cisma. Una confrontación entre los "moderados o liberales" (en realidad, apóstatas), subyugados al poder demoníaco y pagano del mundo que defienden un "acomodo" de la fe a los nuevos tiempos y al mundo, y los cristianos leales (a quienes llaman tradicionalistas o rigurosos) que mantienen su fidelidad a Cristo y a la Tradición de la Iglesia.

Y no va a parar...tiene que ocurrir...porque está escrito...

El "amo del mundo" mueve y dirige a todos los gobiernos del planeta hacia su único fin: abolir la Eucaristía y borrar todo vestigio católico en el ámbito público….en definitiva, crucificar y dar muerte a Cristo

Y lo hace suscitando en las mentes de los dirigentes del mundo oscuras excusas y sibilinos pretextos como libertad de expresión, democracia, memoria histórica, seguridad, salud, etc., que se traducen en leyes humanas de obligado cumplimiento para todos y en contra de Dios.
Los cristianos, como le ocurrió al profeta Daniel, padecemos calumnias y persecuciones,  y somos arrojados a la fosa de los leones para ser devorados, por haber adorado a Dios en lugar de al rey de este mundo. 

Pero Dios nos insiste: "No temáis. Perseverad hasta el final, con confianza, fidelidad y paciencia, porque no pereceréis. Yo acortaré los días para que podáis salvarnos". Así lo asegura el Señor (cfr. Ex 14,13; Dt 31,6-8; Jn 14,27; Mt 10,16-23...).

Como los discípulos, queremos saber y le preguntamos a Jesús ¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?

El Señor no nos dice cuando será pero si nos da las señales para que estemos atentos y que nadie nos engañe en Mt 24,15-44 porque habrá guerra y odio, división y crispación... hambre, epidemias y terremotos... persecución y muerte, deserción y traición... falsos profetas, maldad y falta de amor... apostasía, idolatría y blasfemia... angustia y una gran tribulación...signos y portentos en el cielo...

Mientras todo esto sucede, el mundo seguirá como en los días anteriores al diluvio, dándole la espalda a Dios, "yendo a lo suyo" y con una maldad que clamará al cielo. Pero, como en el momento en que Noé entró en el arca y comenzó a llover, cuando menos se lo esperen, vendrá Cristo con gran poder y gloria. Entonces "será el llanto y el rechinar de dientes."

Para los cristianos fieles, todos estos desastres que nos anticipa Jesús antes de su venida no son una causa para el miedo ni el temor (porque todo eso tiene que ocurrir antes del fin, tan sólo es el comienzo de los dolores, Mt 24,4-8) sino una advertencia para que estemos atentos y preparados, en oración y con la esperanza puesta en su promesa: "El que persevere hasta el final se salvará" (Mt 24,13). 



JHR

viernes, 18 de septiembre de 2020

CAMINANDO CON JESÚS AL ATARDECER

"Y, tomando pan, 
lo bendijo, 
lo partió 
y se lo dio"
(Lucas 22,19)

El Señor interviene en mi vida...continuamente. Cada atardecer, mientras camino, a veces, desilusionado y, otras, alegre, Cristo se hace el encontradizo conmigo y me pregunta ¿qué conversación traes por el camino?

Jesús siempre se interesa por los anhelos y preocupaciones de mi corazón. No le son ajenos porque me conoce y me ama desde toda la eternidad. Siempre está dispuesto a escuchar de mis labios lo que Él ya sabe. 

Quiere que sea así... que lo verbalice, para que el propio eco de mis palabras resuene en todo mi ser; quiere que "saque" todo lo que hay en mi corazón para llenarlo de suaves palabras de amor y de paz; quiere que me vacíe de mí para llenarme de Él.

Jesús siempre me ofrece un diálogo tranquilo y pausado donde la meditación profunda de sus palabras me abre paso a la contemplación pausada, sin prisa. Es un momento donde el tiempo se detiene y el espacio desaparece, donde no existe ruido ni agitación. Sólo Él y yo...

"Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, me explica lo que se refiere a él en todas las Escrituras". Me cuenta cómo, a lo largo de mi vida, ha estado siempre presente, interviniendo siempre con su gracia para ganar mi alma, aunque yo no le haya reconocido.

Entonces, le invito a mi casa por voluntad propia, se sienta a la mesa eucarística y me susurra "su pregunta", la que me hace todos los días: ¿te he dicho alguna vez que te quiero? 

Y lo hace con su única y magistral forma de enseñar, para que se me abran los ojos y le reconozca:


Toma el pan

Cristo me toma, me elige, me conquista... Podría elegir a otros muchos, pero me elige a mí. 

Me llama por mi nombre y asume mi vida, con mis limitaciones y debilidades, con mis aciertos y errores, con mis dones y mis pecados. Me hace "suyo" por amor incondicional.

No se arrepiente de elegirme y caminar conmigo. Aunque falle, aunque me equivoque, aunque caiga, aunque le traicione, le niegue y le dé la espalda, Él siempre me tiende su mano amiga.

Lo bendice

Jesús siempre habla bien de mí, aunque no lo merezca. Nunca me desprecia ni me culpa. Porque me quiere.

Me ensalza, me santifica, me diviniza y me consagra a Él. Pero además, me capacita y me da fuerza. 

Pone en mi alma el deseo de desarrollar los talentos que me ha dado para darle gloria.

Lo parte

Cristo me parte en pedazos, me rompe, me quebranta. Quiere que viva un poco roto, humillado, anonadado, incomprendido...como Él.

Quiere que sea consciente de mi debilidad, que asuma mi fragilidad...y así, asemejándome a Él, viva con humildad, obediencia y confianza la misión que me ha encomendado.

Sólo quebrantado soy capaz de comprender que necesito su gracia y, en un acto libre de mi voluntad, ser capaz de amarle y darle gloria.

Lo entrega

Jesús me ha hecho reflejo suyo y por tanto, "pan" para los demás. Soy alimento para ser consumido y digerido. Mi vida es para entregarla a los demás y a Dios.

Soy un regalo para los demás. Soy la luz y la sal para quien no conoce y necesita al Salvador. El fuego que arde en mi corazón es para incendiar otros corazones que necesitan Su amor misericordioso.
Entonces, el Señor desaparece tras haberme dado de comer su divinidad, tras haberme invitado a ser un "alter Christus", tras haberme invitado a ser "un sacrificio agradable ante el Padre", una "hostia viva" para los demás. 

No sólo me propone llevar una vida eucarística, sino ser "eucaristía" para otros:

- para mi familia: para darme y entregarme completamente; para ser "otro cordero llevado al matadero", para ser humilde y dócil a la voluntad de Dios, para estar dispuesto a ofrecerme en sacrificio por ellos. 

- para mis amigos, esto es, para ser otro Cristo en la tierra, para tomar la cruz de mi pecado y morir a él; para seguirlo, para imitarlo dando mi vida por ellos. 

-para el mundo, es decir, para ser su perfecta imagen y semejanza, para que, cuando el mundo me vea, le vea a Él, "el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1, 29). 

-para Dios, esto es, para  ser santo, para ser perfecto...como Él.

JHR

miércoles, 16 de septiembre de 2020

LA IGLESIA MÍSTICA DEL SIGLO XXI

"El cristiano del siglo XXI será místico o no será"
(Karl Rahner)

Pasado el confinamiento motivado por la pandemia, la Iglesia se enfrenta a varios grandes desafíos que el Cardenal Robert Sarah, precepto de la Congregación de la Liturgia, expresa en una carta dirigida a todos los obispos del mundo: el retorno a la liturgia frente a la secularización, el acercamiento a Dios frente al distanciamiento social, la intensificación de la oración frente a cualquier tipo de actividad pastoral, la perseverancia en la fe frente a la apostasía silenciosa, la obediencia a Dios frente a la sumisión al hombre.

Sin embargo, el "católico cultural" ha sucumbido a la tentación del miedosometiéndose al pensamiento temeroso del mundo y dejando de asistir a la Eucaristía, a pesar de que Dios nos repite continuamente: "No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa" (Isaías 41, 10).

El "católico de costumbres" se ha rendido a la tentación de la desesperación, ante la imposibilidad de obtener bienestar individual o satisfacción emocional propia y ha "colgado su hábito espiritual", a pesar de que el apóstol San Pablo nos dice: "nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda" (Romanos 5,3-5).

El "católico social" se ha sometido a la tentación de la duda y la incertidumbre, negándose a compartir y vivir la fe en comunidad, a reunirse en la casa de Dios en torno a Cristo, a pesar de que Jesús nos asegura: "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,19-20)

Sólo el cristiano místico, esto es, el que ha experimentado un encuentro personal con Jesucristo, ayudado de la Divina Gracia, será capaz de seguir asistiendo a los sacramentos como parte central de su vida, porque para él, la fe es una realidad conscientemente vivida y no meramente practicada.
La Iglesia del siglo XXI se enfrenta a una gran prueba purificadora y definitiva que separará el trigo de la cizaña, en la que muchos renunciarán a la fe mientras que otros la autentificarán: 

El "católico de tradiciones" abandonará una fe de "brocha gorda y rodillo", con la que blanqueaba su "religiosidad de pared", sin sobresaltos ni compromisos, bajo una apariencia de un cumplimiento puritano pero sin finura, sin esmero. 

Y sólo un "pequeño resto" perseverará con fe de "pincel fino y detalle" en su seguimiento a Cristo, mantendrá su autenticidad cristiana y testificará su coherencia evangélica.

La Iglesia del siglo XXI necesitará santos que caminen "cuesta arriba", con la mirada alegre puesta en el cielo, para hacer la voluntad de Dios en medio de las pruebas y las dificultades, en lugar de mediocres deambulando "por el llano", con la mirada fijada en el suelo de temor, haciendo las cosas a medias o dejándolas a medio hacer.

La Iglesia del siglo XXI necesitará místicos que se dejen esculpir y cincelar por el Espíritu Santo, para que el Señor trabaje en el lienzo de sus almas, el color, el detalle y la belleza, en lugar de tibios que se excusen en el tapiz roto, en el tejido tosco o en la trama defectuosa.
La Iglesia del siglo XXI necesitará fieles que "vivan la fe" desde una experiencia y una relación con Cristo, una conversión personal y un compromiso existencial, en lugar de tibios que "practiquen una espiritualidad sincretista", motivada por una herencia cultural, por un legado costumbrista o por un usufructo tradicionalista que escoge lo que le gusta y desecha lo que le incomoda.

La Iglesia del siglo XXI necesitará cristianos que testimonien con su vida el legado de la Cruz y de la Gloria, teniendo a Cristo en el centro de sus vidas, en lugar de individuos que instrumentalizan a Dios para sus propios fines o deseos.

En resumen, la Iglesia del siglo XXI necesitará una minoría abandonada en la Gracia y sustentada en el Evangelio a través de una experiencia mística, una coherencia de vida y un testimonio de fe.

El cristiano místico es quien vive una fe comunitaria y eclesial, recibida por una experiencia de conversión, es decir, por una decisión personal y consciente por Cristo.

martes, 15 de septiembre de 2020

NO NOS ENTERAMOS

En estos meses de pandemia, Dios, que jamás abandona a su pueblo, ha querido abrirnos una ventana a la Gracia para que, en medio de la prueba y aceptando la lejanía del Señor como un tiempo de ayuno eucarístico, de sacrificio relacional y de ofrenda contemplativa, re-descubramos qué importancia y lugar tiene Cristo en nuestras vidas.

Tras la vuelta a esa mal llamada "nueva normalidad", el Señor nos llama a "buscarle" en la quietud de la oración y en la belleza de su presencia eucarística, pero nosotros no nos enteramos... 

Nos invita a 'parar" y nos "ata" (espiritualmente) las manos para que no sigamos "haciendo cosas", pero nosotros nos empeñamos en retornar a "nuestra vida" de actividad frenética y ruidosa...

Nos "tapa" (literalmente) la boca para que guardemos silencio, pero nosotros nos empeñamos en seguir hablando, en seguir opinando, en seguir planeando...

Jesucristo amonestó a Marta y a Pedro, en su frenesí activista, como un ejemplo para nosotros sobre cuáles deben ser las prioridades de un cristiano, pero nosotros no nos enteramos...

El Señor nos "quiere" a su lado, pero nosotros nos empeñamos en contrariarle, buscando caminos que, ahora mismo, están cerrados...

Jesús nos pide calma y discernimiento ante los signos de los tiempos, pero nosotros nos empeñamos en seguir "haciendo la guerra" por nuestra cuenta...

Y es que...¡NO NOS ENTERAMOS!

jueves, 10 de septiembre de 2020

DIOS NOS INVITA CONTINUAMENTE

 "Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mateo 22,14)

En el capítulo 22 del Evangelio de San Mateo, Jesús nos regala la parábola del Rey bueno, justo y misericordioso que celebra el banquete de bodas de su Hijo, envía las invitaciones y a sus emisarios a todo su pueblo, pero ningún invitado quiere asistir; o no hacen caso porque están ausentes u ocupados "en sus cosas", mientras que otros, maltratan y asesinan a los enviados. 

Dios nos envía una invitación personalizada (e inmerecida) a todos y cada uno de nosotros (buenos y malos) para asistir a su celebración, pero no todos queremos ir. 

Dios insiste y nos invita de nuevo, pero ponemos excusas, nos ausentamos, le despreciamos o le crucificamos. 

Dios, en su infinita paciencia, nos reúne de nuevo en torno a su mesa pero ¡cuántas veces somos indignos de tan sublime honor!

Desgraciadamente, esto es lo que uno encuentra muchas veces, en la Iglesia Católica: tres tipos de invitados, que corresponden a tres niveles de actitud espiritual muy distintos: los "creyentes", los "practicantes" y los "cristianos". 

A menudo, se suelen confundir o identificar estos tres niveles con el mismo nombre de "católicos", ya sean laicos o consagrados...pero ¿lo son de verdad? 

Creyentes

"Los que se quedan en tierra y esperan"
Son los invitados que reciben la invitación pero no quieren ir: sólo creen en Dios por interés egoísta, esperando recibir, desde la distancia y la "seguridad" de la orilla, algo que necesitan : salud, alimento, paz o consuelo

Por lo general, son "personas buenas" que no matan, no roban y no hacen daño a nadie, pero que, conscientes o no, incumplen realmente la voluntad de Dios, aunque participen ocasionalmente en algunas ceremonias religiosas, como por ejemplo, en bodas, bautizos, comuniones o funerales. 

Están convencidos de que pueden agradar a Dios "a su manera", es decir, viviendo en soledad una religiosidad al margen de la Iglesia, haciendo su voluntad sin "practicar", sin seguir a Cristo, sin comprometerse. 

Para ellos, la religión es sólo una activación, una forma de manifestar una espiritualidad propia e íntima, pasiva y sin fruto alguno


Practicantes

"Los que se meten en la barca y empujan"
Son los invitados que se excusan, que se ausentan o incluso, a veces, matan a los enviados. Algunos asisten, pero indebidamente: creen en Dios y sólo cumplen. Tienen una cierta, aunque lejana, relación con Él: le obedecen pero sólo dentro de los umbrales de la Iglesia.

Por lo general, son "personas religiosas" que piden poco y se conforman con menos, que "cumplen y mienten", que obran con doblez o hipocresía, como los fariseos.

Se "comportan aparentemente", participan en las misas dominicales (si les viene bien) y en algunas actividades religiosas (si les agradan).

Fuera del ámbito de la Iglesia, son capaces de matar (criticar), de robar (apropiarse del Evangelio) y de hacer daño o de matar a otros (acción u omisión). 

Para ellos, la religión es sólo un acto de aparente espiritualidaduna forma de manifestar públicamente, mediante un conjunto de ritos, actividades y eventos, una fe pseudo-activa, pero con escaso fruto.

Cristianos

"Los que reman mar adentro y caminan sobre el agua"
Son los invitados que reciben la invitación de buen grado y deciden asistir a la boda, intentando buscar el traje adecuado para la ocasión (la santidad).

Por lo general, son personas que creen, cumplen y viven lo que creen porque han tenido un encuentro intenso y personal con Jesucristo, y que han decidido seguirlo, a través de un continuo proceso de conversión transformador que dura todas su vidas.

Son personas que aman, confían y sirven a Dios de corazón. Nunca dan importancia a las apariencias y viven su fe tanto en público como en privado. 

Pudieran albergar alguna duda sobre alguna cuestión que puedan percibir, ver o escuchar en la Iglesia, o incluso, mostrar desacuerdos con las personas que la dirigen o que la visitan, pero en lugar de criticar, dividir y alejarse de ella, lo ofrecen todo como sacrificio reparador a Dios.

Para ellos, la fe es una actitud con la que manifiestan su religión, es la vivencia del amor de Dios, es la expresión de su libre obediencia a Dios por amor, es el testimonio de una conversión que ha transformado por completo su mentalidad y su voluntad.

"Señor, si me invitas a la boda
asistiré con presteza y alegría,
y si me visto adecuadamente,
Tú me saludarás.

Señor, si me llamas a pescar, 
te seguiré en tu barca,
remaré mar adentro y caminaré sobre el agua,
y si me hundo, 
Tú me levantarás."

JHR