jueves, 7 de enero de 2021

¿CREEMOS EN EL PURGATORIO?

"Quien hable contra el Espíritu Santo 
no será perdonado ni en este mundo ni en el otro" 
(Mt 12,32)

Muchos católicos abandonan a sus difuntos en el Purgatorio pensando que ya descansan en el Cielo, en la presencia de Dios. 

Se trata de un error teológico muy común, aunque muy humano. Creer que todos los cristianos, cuando mueren, por el hecho de ser católicos (o de parecerlo), van directamente al cielo es una imprudencia. Decir que ya están en la Casa del Padre es una temeridad. Y lo es porque, antes del cielo, existe un estado intermedio: el Purgatorio.

El Purgatorio, si bien no es un espacio físico ni una "forma" de Infierno, es un estado transitorio de purificación y expiación del alma, que se encuentra en apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, previo a la bienaventuranza plena, y por tanto, al acceso a la visión beatífica de Dios.

El Purgatorio es la última etapa de santificación para llegar a la patria celestial en la que las almas que allí se encuentran ya están salvadas, pero sufren debido a que pueden ver la gloria del Cielo, pero aún no pueden ser partícipes de ella. Por tanto, no todo el cristiano que muere va al cielo de forma inmediata.
Si los Sacramentos, durante la vida terrenal, son oportunidades que Dios nos ofrece para alcanzar la Gracia santificante, el Purgatorio es otra (la última) de las incontables oportunidades que Dios nos ofrece para santificarnos, incluso, después de la muerte física, porque "Dios es rico en misericordia" (Efesios 2,4), paciente, clemente y compasivo, y no quiere que ningún alma se pierda: "El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión" (2 Pe 3,9).

Sin embargo, es importante recordar, en primer lugar, que la entrada en el cielo está reservada a los santos, y para ser santo, hay que llegar en estado completo de gracia, es decir, totalmente purificados. En el cielo no puede existir nada "impuro" ni nada "imperfecto".

En segundo lugar, que la existencia del Purgatorio es una enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, y por tanto, doctrina que debemos creer, meditar y, aún sin entenderla, guardar en nuestro corazón.

Y en tercer lugar, que toda bendita alma del Purgatorio necesita plegarias, oraciones, indulgencias, misas, ofrendas, reparaciones y votos de ánimas o actos heroicos de caridad para acortar su estancia en dicho estado.

Según San Agustín, todas estas obras buenas que se ofrecen por las almas del purgatorio producen cuatro efectos: 

-meritorio. Aumenta la gracia de quien la hace, y no puede cederse. 
-propiciatorio. Aplaca la ira de Dios
-impetratorio. Inclina a Dios a conceder lo que se le pide. 
-satisfactorio. Ayuda a satisfacer o pagar la pena por los pecados, ofreciendo a Dios una compensación por la pena temporal debida. 
Nuestros difuntos no necesitan tanto palabras de "buenismo sentimental" y poco cristiano que presupongan, indiquen o asuman que ya están en el cielo, como de nuestra ayuda, caridad e intercesión. Porque si los vivos nos olvidamos de ellos, si no nos preocupamos por su santidad, seguirán sufriendo y en situación de desamparo, y puede que a nosotros nos ocurra lo mismo el día que el Señor nos llame.

El Purgatorio en la Biblia

En Lc 12, 58-59 y en Mt 5,25-26Cristo nos habla del Purgatorio. Ambos evangelios se refieren a purificarse "mientras vas de camino", es decir, mientras se vive, o de lo contrario, será necesario pasar por una especie de "cárcel temporal", o sea, el Purgatorio, y "no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla". No puede referirse, por tanto, al Infierno, porque una vez en él, nadie puede salir, ni siquiera "pagando".

San Juan, en su visión de la Jerusalén celeste, es decir, del cielo, en Ap 21,27 asegura que el Purgatorio es una necesidad y una consecuencia lógica de la santidad de Dios, ya que si Él es el tres veces santo (Isaías 6,3), o sea, es la plenitud de la santidad y la perfección, quienes estén junto a Él también deben de serlo (Mateo 5,48). En la ciudad celestial no puede entrar nada impuro, profano o pagano. Sólo los santos, los inscritos en "el libro de la vida del Cordero".

Mt 12,31-32 dice que "algunos pecados serán perdonados en este mundo o en el otro", lo que prueba la existencia del purgatorio, ya que no puede referirse ni al cielo, al que se accede sin pecado (ni mortal ni venial), ni al infierno, al que uno se arroja con pecado (mortal).

En Mt 18,21-35, Jesús compara el Reino de los Cielos con quien pide y recibe perdón pero que se niega a concederlo; aun así advierte que el hombre puede pagar su deuda. Habla de "ser entregados a los verdugos hasta que paguen toda la deuda... si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Dado que en el cielo no hay "verdugos", es en el Purgatorio, ese "lugar intermedio", donde el hombre debe purificar y pagar sus deudas pendientes.

En 1 Co 3,13-15, San Pablo habla del Purgatorio cuando habla del "fuego", es decir, la purificación, que probará y dejará patente la obra de cada uno, y del "salario", es decir, la recompensa, la corona, el cielo. El que no acceda (directamente) al cielo será "castigado", es decir, "purificado" por el fuego, esto es, por el Espíritu Santo. Una vez, pasado por el crisol del Espíritu, podrá acceder al cielo.
El Antiguo Testamento (Dn 12,10; Zc 13,8-9; 2 Ma 12,45se refiere a esa purificación, limpieza o "purga" como una pena temporal necesaria porque aún habiendo sido confesado y perdonado el pecado, el "rastro" o "marca" que deja debe ser restituido, reparado y "blanqueado".

Una explicación coloquial de los tres estados (cielo, purgatorio e infierno) podría ser que las almas "negras" van al infierno, las "blancas", al cielo, y las "grises", al purgatorio. Éstas últimas no pueden ir al infierno, puesto que sus pecados no son mortales (veniales), ni tampoco al cielo, porque nos son perfectos. Por ello, necesitan ser "blanqueadas" en el purgatorio.

El Purgatorio en el Magisterio de la Iglesia

Además de la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia enseña la doctrina de la existencia del Purgatorio a través de:

-el Catecismo

"Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios" (CIC 1030).

"La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados" (CIC 1031).

"Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos" (CIC 1032).

"El Purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza. En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del Purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia" (Compendio CIC 210-211).
-los Padres de la Iglesia:

"Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos..." (Tertuliano, 211 d. C.)

"El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)..." (Lactancio, 307 d. C.).

"Algunos pecadores no son perdonados ni en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (San Agustín, 354 d. C.).

"No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo..." (San Juan Crisóstomo, 386 d. C.)

"Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador..." (San Gregorio Magno, 580 d. C.).

“El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios” (Benedicto XVI, 2010 d. C.).
​-los Concilios:

"Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del Purgatorio" (Concilio de Lyon, 1254 y Concilio de Florencia, 1439).

"Como la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, a la luz de las sagradas Escrituras y de la antigua tradición de los Padres, haya enseñado en los sagrados concilios, y enseñe últimamente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles, y sobre todo por el santo sacrificio del altar; el santo concilio prescribe a los obispos que se esfuercen diligentemente para que la verdadera doctrina del purgatorio, recibida de los Santos Padres y de los santos concilios, se enseñe y predique en todas partes a fin de que sea creída y conservada por los fieles”. (Concilio de Trento, 1545-1563).

"Algunos de sus discípulos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados. [...] Santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (Concilio Vaticano II, 1962-1965).

Concluyendo, el Purgatorio existe, y por tanto, los cristianos tenemos el "deber" por la fe, no sólo de creer en él, sino  la "obligación" por el amor, de interceder por las almas que se encuentran purificándose en él.

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