"Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis,
llamad y se os abrirá;
porque todo el que pide recibe,
quien busca encuentra
y al que llama se le abre"
(Mt 7, 7-8)
Ha transcurrido un año desde la irrupción del Covid y éste, no sólo no ha sido frenado, sino que sigue propagándose, incluso con nuevas cepas más virulentas, si cabe. Nada ni nadie (como ocurrió con las plagas de Egipto descritas en el libro del Éxodo) ha sido ni es capaz de ponerle remedio. Ni las medidas, ni las restricciones, ni los confinamientos, ni siquiera las vacunas, han sido eficaces para combatir y derrotar al virus.
Como el faraón de Egipto, el hombre de hoy tiene el corazón endurecido y obstinado (Ex 7,13-14), y busca soluciones al margen de Dios, busca resultados sin tenerle en cuenta, sin "conectar" con Dios, sin encomendarse a Él. El hombre busca remedios antivirales entre sus sirvientes, sus médicos y sus "magos", pero éstos no pueden ofrecérselos.
La oración es el mejor antídoto y la vacuna más efectiva del cristiano. Nos resguarda y protege del pecado. Nosotros los cristianos sí tenemos en cuenta a Dios y por ello estamos conectados a Él. Nos encomendamos a nuestro Señor, sobre todo, ahora que el virus nos impide vivir nuestra fe en los templos (cultos), en los retiros (evangelización), en los centros (caridad), etc.
La oración es la llave del cielo que nos abre a la escucha del Espíritu Santo y al diálogo con Dios Padre, a la contemplación de Dios Hijo y a la intercesión de la Madre de Dios y Madre de todos. El cielo, lleno de ternura, amor y misericordia, desea que nosotros, sus queridos hijos, sus ciudadanos de derecho, le hablemos, le contemos, le pidamos...está esperando que lo hagamos...
Y para ello, en el evangelio de Mateo, Cristo nos hace una triple invitación: "Pedid, Buscad y Llamad":
Pedir es una llamada a la oración. Implica orar con fe y humildad, reconocer nuestra vulnerabilidad y fragilidad, confesar nuestra dependencia y necesidad de Dios. Cuando pedimos con fe, esperamos una respuesta. Pero la respuesta de Dios exige un corazón contrito y necesitado, agradecido y confiado. Dios no puede actuar si no tenemos fe, no puede obrar milagros si no confiamos de verdad en Él y se lo pedimos, porque respeta nuestra voluntad y nuestra libertad.
San Antonio Abad decía que "La oración perfecta es no saber que estás orando". Orar debería ser como respirar: hacerlo sin saber que lo hacemos. Orar debería ser como el latir de nuestro corazón: constante y continuo.
¿Cómo pedir? Jesús nos enseñó la oración perfecta, el Padrenuestro, que une alabanza, gloria, perdón, agradecimiento y petición a Dios (Lc 11,1-4). Podemos pedir a Dios cosas temporales pero siempre para ofrecérselas a Él.
Buscar es una exhortación a la acción. Exige actuar, obrar y proceder según la voluntad de Dios. No basta con pedirle que nos solucione nuestros problemas y cruzarnos de brazos, sin hacer nada. Podría ocurrirnos como al faraón, quien tras cada plaga, le pedía a Moisés que intercediera ante el Señor para que cesara la plaga, pero luego, cuando Dios intervenía, se olvidaba de cumplir lo que Dios le decía que tenía que hacer.
¿Cómo buscar? A Dios le encontramos en Su Palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía, en Su Iglesia, en el servicio al prójimo, en una vida coherente y en armonía con Su voluntad. Buscar a Dios es ponernos a su servicio y al de los demás pero siempre buscando su rostro, para encontrar nuestra santidad y la de los demás.
Llamar es una invitación a la perseverancia. Supone ser fieles y constantes, resistir y perseverar, insistir repetidas veces hasta que Dios nos abra la puerta que necesitamos. A Dios, como a todo padre, le gusta que sus hijos sean persistentes y "constantes en orar" (1 Tes 5,17).
¿Cómo llamar? Llamar a Dios debe ser un hábito, es decir, una práctica frecuente y constante, una necesidad imperiosa de sentirse amado por Dios y de enamorarse de Él. Llamar es perseverar en el amor, es decirle a nuestro Padre un "Te quiero", un "Abba". Llamar, como dice San Pablo, es "esforzarse por conseguir el amor" (1 Co 14,1).
A cada imperativo de Jesús, siempre le sigue una promesa. Así, a "pedir" le sigue "se os dará"; a "buscar", "encontraréis", y a "llamar", "se os abrirá". Cristo nos promete siempre una respuesta. Por eso, no podemos quedarnos paralizados ante las incertidumbres o quedarnos sin actuar ante las dificultades. Pedir por todos nosotros, buscar siempre su voluntad y llamar para perseverar en la fe.
Con estas tres acciones hacemos subir nuestro "incienso" a Dios (Sal 141, 2), es decir, "encendemos" nuestros sentidos (corporales y espirituales) y "elevamos" nuestra esencia (cuerpo y alma) en forma de plegarias, necesidades, alabanzas, agradecimientos, arrepentimientos y sacrificios.
Y Él, que siempre escucha, nos responderá. Entonces sonarán las trompetas, símbolo inequívoco de su intervención en la historia del hombre.
Contagiémonos unos a otros de vida interior y oración...
Unamos nuestras voces, hablemos con Dios al unísono, ya sea en privado, en familia, en comunidad o en redes sociales...
Cultivemos nuestra intimidad con Dios confiando, obrando y perseverando conforme a su voluntad...
Hagamos que la oración se vuelva viral.
JHR
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