"Confía en el Señor con toda el alma,
no te fíes de tu propia inteligencia;
cuenta con él cuando actúes,
y él te facilitará las cosas"
(Provebios 3,5-6)
Dicen que la depresión es un exceso de pasado, el estrés un exceso de presente y la ansiedad un exceso de futuro. Estar depresivos, estresados o ansiosos evidencian una cierta dosis de egoísmo, de ensimismamiento, de exceso de uno mismo.
Exceso de uno mismo es cuando pensamos que el mundo gira, en todo momento, en torno a nosotros mismos. Es creer que todo depende de nosotros. Es "ego" en demasía. Y, desde luego, no es una actitud cristiana.
Nos estamos refiriendo a una tentación sigilosa, personal y comunitaria, que entra en el corazón, en la Iglesia y que apenas percibimos. Cuando la persona o la Iglesia tiene exceso de ella misma, se autocomplace y se "ensimisma", su mundo se contrae y no deja espacio a Dios. No es capaz de testimoniar su identidad ni de cumplir su misión de abrirse al mundo.
Un cristiano no puede vivir en una "reserva india", en un "gueto". No puede encerrarse en su templo fortificado para vivir un fe individual y exclusiva. Tampoco la Iglesia. Eso no es vivir la fe sino "sobrevivir" a la fe.
La fe es exógena: o se comparte o se muere. La confianza es inclusiva: o se incorpora o se excluye. La Buena noticia no puede quedarse en "el interior" sino que debe salir al exterior. Pero para eso, primero tiene que "haber entrado".
Dios no puede (no quiere) entrar a la fuerza en mi corazón. Quiere que lo abra de par en par al proyecto que ha pensado para mí, para cada uno de nosotros, en particular, y para el mundo, en general.
Dios no puede entrar en mi alma si está llena de "yo", si está repleta de un egoísmo que pone el candado en la puerta de mi corazón. Cristo "está de pie a la puerta y llama. Si escucho su voz y abro la puerta, entrará en mi casa y cenará conmigo y yo con él" (Apocalipsis 3,20).
El Señor no va a derribar mi puerta ni va a entrar si yo no se lo permito. Es su autolimitación con el hombre, es el gran respeto que tiene el Amor a la libertad de la voluntad humana. "El amor no obliga, no exige, no fuerza, no violenta. El amor es paciente, todo lo espera y todo lo soporta" (1 Corintios 13,4-8).
Tener una alta autoestima no es lo mismo que tener exceso de uno mismo. La autoestima es consecuencia de la aceptación del don gratuito y divino que nos hace únicos, insustituibles e irrechazables para ofrecer nuestros talentos a Dios y a los demás. El exceso de uno mismo es consecuencia de la negación del amor que Dios nos tiene para instalarse en la queja y el resentimiento, y erigirse en su propio dios.
Desconfiar de Dios y cerrarle la puerta mientras nos aislamos en nuestro ego significa perder el combate espiritual. Es levantar la "bandera blanca de la rendición" y darle la victoria al Enemigo. Es hacerse semejante a Satanás.
El origen del mal reside en el corazón del hombre que desconfía de Dios. ¡Que se lo digan a Adán! La desconfianza en Dios implica no conocerle de verdad (o peor, no aceptarle), genera vanidad, orgullo y odio e impulsa a apartarse y a alejarse de Él. Le "matamos". Y es entonces cuando nos convertimos en hijo pródigo, en personas desagradecidas y orgullosas que tienen un corazón duro, hinchado y autosuficiente incapaz de amar. Y luego pasa lo que pasa...
El amor implica confianza, y la confianza conduce a la fidelidad. Sin embargo, el mundo nos coacciona para que desconfiemos de Dios. Nos conmina a negarle, a serle infiel y a apostatar de Él, a veces, sin darnos cuenta. Nos seduce con el eterno dilema del ¿y por qué no? Nos engaña con la falacia de hacernos creernos seguros de nosotros mismos, invencibles, dueños de nosotros y de nuestras circunstancias. Nada más lejos de la realidad.
El Imperio nos obliga a rendir culto al éxito individual, al progreso particular, al "yo primero, y después, yo". El Enemigo sabe que el exceso de uno mismo es escasez de Dios, pero los cristianos debemos "menguar" para que Dios crezca en nosotros. Debemos disminuir para que Dios aumente en nosotros (Juan 3,30).
Exceso de uno mismo es engaño a uno mismo. Es distorsión de la propia identidad y deformación de la realidad. Es veneno para el alma y pasto para los lobos. Es un ticket para el sufrimiento y la ruina.
JHR
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