martes, 6 de abril de 2021

RECONOCIENDO EN LAS APARICIONES AL RESUCITADO

"Así está escrito: el Mesías padecerá, 
resucitará de entre los muertos al tercer día"
(Lucas 24,46)

A partir del tercer día, es decir, del domingo de resurrección, Cristo Resucitado se aparece en diez ocasiones a los discípulos, durante cuarenta días, antes de su ascensión a los cielos. Hoy meditamos y reflexionamos sobre su significado, sus características y su propósito.

Las diez cristofanías tienen tres características esenciales:

-IniciativaEl Resucitado toma la iniciativa. San Pablo lo explica en 2 Timoteo 1,9-10: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

La fe es la consecuencia del encuentro y no el origen de la experiencia. Jesús siempre se anticipa y nos interpela con preguntas y, como si no supiera las respuestas, quiere escucharlas de nuestros labios. Así ocurre cuando le pregunta a María Magdalena qué busca o cuando les pregunta a los dos de Emaús qué ha ocurrido con Jesús el nazareno.

-Reconocimiento: Los discípulos lo buscan donde no pueden encontrarlo. Lo buscan muerto pero está vivo. San Pablo en 1 Corintios 15,42-45 explica la resurrección de los muertos como la semilla que se siembra y que florece de otra forma"Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual (...) el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. 

Por eso, al Resucitado se le reconoce progresivamente como consecuencia de la gracia divina y no de nuestra razón humana. Se le distingue y se le contempla en la medida que maduramos espiritualmente y nos formamos en la fe.

-Sentido: Jesús envía a sus discípulos a la misión. San Mateo la expone así: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,19-20).

De la misma forma que Cristo vino a cumplir la voluntad del Padre, a servirle y a dar testimonio de Él, nosotros, su Iglesia, los cristianos, tenemos la obligación de testimoniar y servir a Dios en medio del mundo. Nuestra tarea es ser testigos de que Cristo ha resucitado y proclamar la salvación eterna a todos los hombres, hasta los confines de la tierra.
Además de estas tres características, encontramos en las apariciones del Resucitado unas providenciales analogías con las Bienaventuranzas descritas en Mateo 5,3-12. 

En Dios no existe la casualidad ni el azar. Todo tiene un propósito eterno. Y así, estas diez cristofanías no sólo están dirigidas a los discípulos cristianos del primer siglo, sino que también, con ellas, el Resucitado nos llama a ser santos:

Bienaventurados los mansos y los que lloran 
El Resucitado se aparece a los mansos, a los pecadores, a los humildes, a los que lloran. Se aparece (de madrugadaMaría Magdalena, Juana, Salomé y María, la de Santiago, que van al sepulcro y lo encuentran vacío. Allí encuentran a dos ángeles que les dicen que ha resucitado. 
Al salir del sepulcro, María Magdalena, volviéndose, se encuentra a Jesús pero no le reconoce, y piensa que es el jardinero (en realidad, en clara alusión al que cuida del Edén). Hasta que el "Rabunní" (que significa espiritualmente, maestro, y a la vez, marido) la llama por su nombre, entonces le "ve" y le reconoce. Es la Palabra de Dios la que convierte la mente y el corazón, la que nos consuela y la que nos conduce a las bodas del Cordero.
         
Después, las "envía" a todas, diciéndoles que vayan a contárselo a los discípulos para que le busquen en Galilea, es decir, en "tierra de misión" (Mateo 28,1-10; Lucas 24,1-11; Marcos 16,1-10; Juan 20,10-18). 

Por eso, es importante que nosotros no permanezcamos inmóviles y atenazados en el misterio de la Cruz, llorando la pasión y muerte del Señor. Allí no encontraremos las principales respuestas a la certeza de nuestra fe. Es necesario que nos acerquemos al misterio del sepulcro para ser capaces de ver al Resucitado. Sólo aproximándonos a la certeza de nuestra fe con pureza de intención, arrepentimiento y humildad, seremos capaces de ver y reconocer al Resucitado, y entender cuál es nuestra vocación, nuestro propósito: amar y servir.

Bienaventurados los limpios de corazón y los misericordiosos
Jesús se aparece (por la mañana del mismo día) a los puros de corazón, a los obedientes, a los agobiados. Se aparece Pedro cuando, después de ver el sepulcro vacío, se vuelve a casa solo, aunque esta escena no se narra en los evangelios sino en la carta de Pablo a los Corintios (1 Corintios 15,5). 
El Señor confirma a Cefas en la fe tras la negación del apóstol días atrás, y le calma el agobio que se había instalado en el corazón de "Piedra", es decir, de "Pedro", aunque limpio y lleno de amor al Maestro.

De igual manera, nosotros somos confirmados en la fe y aliviados por el Señor cuando, a pesar de nuestras negaciones y traiciones, acudimos rápidamente a Él, con una actitud de obediencia, sinceridad y deseo de santidad. Entonces, Jesús nos reconforta y nos resucita para que, de la misma forma, seamos misericordiosos con los demás.

Bienaventurados los pobres de espíritu y los que buscan la paz
El Señor se aparece a quien reconoce su pobreza y su debilidad, a quien se ha alejado de Dios pero le busca por el camino de la vida. Se aparece a Cleofás y el otro discípulo de Emaús (al atardecer) de camino a su aldea (Lucas 24,15-35).
Los dos de Emaús buscaban la paz de sus almas tras la pérdida de Jesús, y aunque la buscaban en un sentido contrario, la encuentran cuando abren su corazón a la Paz de Cristo.

Análogamente, también nosotros somos capaces de reconocer al "inesperado Caminante" cuando, a pesar de nuestras desilusiones y decepciones, de nuestros resentimientos y quejas, abrimos el corazón a la Palabra de Dios para que el propio Jesucristo, autor y protagonista de ella, lo inflame mientras nos habla de Él.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
El Resucitado se aparece a los que buscan la justicia, la rectitud y la honradez, a quienes permanecen reunidos en torno al Maestro. Y se aparece en torno a la mesa, en el cenáculo, en la Eucaristía:

- a los Diez apóstoles (sin Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (al anochecer) mientras están con Cleofás y el otro discípulo de Emaús en Jerusalén (Lucas 24,36-48; Marcos 16,14; Juan 20,19-24). 

- a los Once apóstoles (con Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (a los ocho días) cuando Jesús deja que Tomás introduzca su mano en sus llagas (Juan 20,26-30).
Jesús también se aparece a nosotros, quienes, aunque justos y rectos de intención, dudamos y titubeamos. El Señor busca a quienes tenemos sed y hambre de Él para que perseveremos y seamos fieles. Y nos busca sólo si permanecemos en comunidad, en comunión, en fraternidad.

Bienaventurados los perseguidos y los injuriados
Cristo se aparece a los que van a ser perseguidos, injuriados y martirizados por Su nombre y en cumplimiento de la misión encomendada. Se aparece:

a los Siete apóstoles en el mar de Tiberíades (al amanecercuando Pedro, Tomás, Natanael, Juan y Santiago (los Zebedeos) y otros dos discípulos están pescando. Jesús realiza el milagro de la pesca, símbolo de la Eucaristía donde encontramos fortaleza ante las dificultades (Mateo 28,16-20; Juan 21,1-14).

- a los Once en un monte de Galilea cuando les envía a la misión de evangelizar (Mateo 28,19-20; 1 Corintios 15,5-6). Además de los Once, había otros quinientos discípulos cuando se aparece Jesús.

- a Santiago el menor en un lugar indeterminado (1 Corintios 15,7)

- a los Once en Betania, cuando Jesús asciende al cielo (Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-53; Hechos 1,9-12).

- a Pablo, camino a Damasco (1 Corintios 15,8; Hechos 9,3-9; 22,6-11; 26,12-18).
El Señor se manifiesta en nuestra vida de misión, en nuestro servicio a Dios y a los hombres: cuando todo parece oscuro; cuando estamos dispersos; cuando, aún sabiendo lo que debemos hacer, no obtenemos resultados; cuando, aún llenos de celo, no somos capaces de ver; y también cuando somos perseguidos, señalados o insultados.

Jesús quiere hacernos ver lo transitorio de la economía de sus apariciones. Primero, diciéndonos a través de María Magdalena, que su nueva presencia es en el Espíritu“Suéltame”, No te apegues a ellas", "No me busques donde no puedes hallarme"

Segundo, diciéndonos a través de los dos de Emaús y de Tomás, que su nueva presencia es la certeza de la fe: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!", "¿Por qué os alarmáis?, "¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?", "Bienaventurados los que creáis sin haber visto".

Y tercero, diciéndonos a través de los Once en Galilea, en Betania, de Pablo en Damasco o en cualquier tierra de misión, que su nueva presencia se hace plena en el servicio por medio del Espíritu Santo: "Paz a vosotros", "Recibid el Espíritu Santo", "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos". 

En definitiva, con sus apariciones, el Resucitado nos llama a ser santos, a ser bienaventurados y a proclamar con fe y alegría que:

¡¡Jesucristo ha resucitado!!!

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