sábado, 10 de abril de 2021

EZEQUIEL 37: UN VALLE REPLETO DE HUESOS SECOS

"Y cuando abra vuestros sepulcros 
y os saque de ellos, pueblo mío,
 comprenderéis que soy el Señor. 
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; 
os estableceré en vuestra tierra 
y comprenderéis que yo, el Señor, 
lo digo y lo hago" 
(Ezequiel 37,13-14)

El libro profético de Ezequiel nos ofrece un lenguaje directo y duro, pero también rico en símbolos, imágenes y visiones. Una de estas visiones se encuentra en el capítulo 37 en la que el profeta Ezequiel, "llevado por el espíritu" (como Juan en el Apocalipsis), ve un inmenso valle repleto de huesos secos.

Sólo "en espíritu" somos capaces de ver y entender las cosas espirituales, el propósito del Dios Vivo, la voluntad del Creador. Ezequiel observa un gran osario lleno de huesos sin carne, sin tendones, sin piel, sin nervios. Es decir, se encuentra con una multitud de seres sin esperanza, sin vida, sin actividad. Todos los que allí se encuentran se han alejado de Dios, están "muertos". 

Esta visión de una inmensidad de huesos secos de Ezequiel 37 tiene una secuencia sincronizada en Apocalipsis 3,14-22, en la que Juan escucha lo que dice el ángel de la Iglesia de Laodicea. Esos huesos secos son los mismos cristianos que no necesitan nada, los que no son ni fríos ni calientes... los tibios. 
Esos huesos secos son "muertos espirituales" que necesitan "comprar oro acrisolado" al fuego, es decir, necesitan purificarse y enriquecerse. 

Necesitan vestir su desnudez con las "vestiduras blancas", es decir, necesitan carne, tendones y piel, o lo que es lo mismo, ser santos. 

Necesitan el "colirio" del Señor para que puedan ver, es decir, necesitan la guía del Espíritu Santo. Y eso es lo que hace Dios: nos reprende y nos corrige. Nos llama a la conversión. Y lo hace porque nos ama.

Volviendo a Ezequiel, Dios le pregunta: "Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?" Y él contesta: Señor, Dios mío, tú lo sabes". En efecto, sólo Dios puede devolver la vida, sólo Él puede hacer que algo reviva.

Aunque para los judíos esta visión simboliza la restauración del pueblo y la reconstrucción del Templo, es decir, la resurrección espiritual de Israel, para los cristianos simboliza la resurrección de Jesucristo y la reconstrucción del Templo vivo. Y con ella, nuestra resurrección a una nueva vida, a un nuevo Espíritu, a un nuevo Cuerpo: la Iglesia de Cristo.

Cristo me llama y me dice: "Hueso seco, levántate y anda". Pero ¡cuántas veces la sequedad de mi alma me hace oponer resistencia al movimiento! ¡cuántas veces la pereza, la falta de carne, de tendones y de piel, me impide levantarme y andar! ¡cuántas veces mi falta de valentía, de perseverancia y de espíritu me lleva a dejar a Dios de lado!
Sólo el Espíritu de Dios es capaz de suscitar en mí los dones necesarios para vencer mi tibieza, mi aspereza y mi dureza de corazón en los momentos de sequía espiritual. 

Sólo la Palabra de Dios puede fortalecer mis huesos, suavizarlos y recubrirlos de carne, de tendones y de piel para que pueda levantarme y andar. 

Sólo la santidad que el Señor me ofrece puede revestir mi desnudez para presentarme ante su poderosa presencia.

Para Dios no hay causas perdidas. El Señor nos quiere a todos a pesar de nosotros. Quiere que todos nos salvemos. Quiere salir a nuestro encuentro, recibirnos, abrazarnos y llenarnos de su aliento para que todos lleguemos a ser santos y perfectos como lo es Él. 

Y para conseguirlo, necesito ser dócil a su Espíritu, obediente a su Palabra y estar dispuesto a ser todo aquello a lo que me llama. Necesito dejar que mis huesos sean recubiertos por su gracia: necesito resucitar.



JHR

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