"Os he destinado para que vayáis y deis fruto,
y vuestro fruto permanezca"
(Jn 15,16)
Durante mucho tiempo hemos formado parte de una sociedad cristiana, de un mundo conquistado por el mensaje de Jesucristo y colonizado por el amor de Dios. Sin embargo, poco a poco, a lo largo de años, hemos ido permitiendo invasiones que han asaltado los territorios del alma, deteriorando e incluso, destruyendo sus fortines, esto es, los corazones de los hombres.
Jesucristo, sabedor de las necesidades el hombre y anticipándose a ellas, nos ha encomendado una misión a sus seguidores... también a nosotros, a los cristianos del siglo XXI: reconquistar almas para Dios. En eso consiste la nueva evangelización, en la recuperación de los territorios donde, otrora, Dios habitaba, es decir, la restauración de los corazones en el amor del Padre.
Conquistar almas es una tarea muy gratificante (que no beligerante), en la que el Señor nos da la oportunidad y el privilegio de servir en su ejército celeste para contribuir a la edificación de Su Reino de amor.
Ninguno de nosotros se alista en el ejército de Dios por su propia iniciativa. Es Jesús quien nos elige, y lo hace en función, no de nuestros méritos ni capacidades, sino de su plan. Una vez que elige a sus soldados, los forma. Su primera enseñanza es que nos dejemos conquistar por Él, que abramos nuestra fortaleza de piedra, nuestro corazón endurecido, y que le dejemos entrar.
La novedad de la conquista de Jesús es que nunca toma la forma de una invasión violenta ni de un asedio agresivo. Cristo necesita ser invitado a entrar en nuestras vidas. Nos mira con ternura y nos regala su amor mientras espera a que le abramos la puerta y nos dejemos conquistar por Él, nos dejemos seducir y amar por Él. Tras la conquista, el Señor coloniza nuestro corazón y habita en él.
Cuando entramos en intimidad con Jesús, nos convertimos en sus amigos. Se establece amigablemente en nosotros, es decir, vive y permanece en nosotros con el propósito de poblarnos, desarrollar y potenciar las riquezas y los talentos que nos ha dado y que nosotros todavía no hemos explotado, bien por desconocimiento o por dejadez.
Es entonces cuando nos convoca a salir, a conquistar y colonizar almas, aunque en realidad, nosotros ni conquistamos ni colonizamos, simplemente, salimos a buscar almas y las acercamos a Cristo.
Dispuestos a conquistar
La conquista de almas, es decir, la evangelización, significa estar dispuestos a seguir el ejemplo de Jesús. Es estar dispuestos a tener la misma mirada de Cristo hacia todas las almas, es decir, a verlas como Dios las ve. Es estar dispuestos a sentir pasión por ellas, a enamorarnos de ellas, como Dios lo está de todos los hombres:
Conquistar almas significa rescatar personas de las garras del Diablo, liberarlas de las esclavitudes del mal, sacarlas de las tinieblas de este mundo oscuro, mostrándoles el amor y la luz de Dios a través de nuestras palabras y obras.
Conquistar almas no consiste sólo desear el bien de los demás, sino procurarlo, lo cual exige hacer todo aquello que esté en nuestra mano para que las personas sean felices. Requiere nuestra entrega hasta el extremo, es decir, dar la vida por los demás.
Conquistar almas no consiste en ganar batallas (discusiones) ni firmar rendiciones (persuasiones) ni hacer prisioneros (captaciones), sino en acercar y atraer almas a Dios compartiendo a Cristo, es decir, compartiendo Su amor con ellas, para que después, el propio Jesús colonice sus corazones.
Conquistar almas no consiste en desarrollar métodos, ni cumplir procedimientos ni realizar actividades, sino en reflejar que nos amamos unos a otros. En eso conocerán que somos discípulos de Cristo (Jn 13,35).
Conquistar almas no consiste en ser resultadistas ni estar pendientes de qué hacemos para Dios, sino qué hace Él a través de nosotros. Basta un corazón entregado, dócil y lleno de Espíritu Santo para poder trabajar unidos hacia la conquista. Unos estudiarán el terreno, algunos planearán la estrategia y otros la ejecutarán, pero sólo Dios conquista y coloniza (1 Corintios 3,7).
Conquistar almas sólo es posible si tenemos a Cristo como el centro de nuestra vida. Sólo así, nuestro corazón arderá de pasión y, en la medida en que nuestra pasión por Jesús aumente, deseando saber más de Él a través de su Palabra y de la oración, aumentará nuestro celo por servirle a Él y a los demás.
Dispuestos a colonizar
Tras la conquista viene la colonización, es decir, entrar en las vidas de esas personas. Entrar en sus vidas significa interesarnos, acogerlos, escucharlos y ayudarlos... "a la manera de Jesús":
Colonizar almas requiere ser coherentes, veraces y auténticos, tanto en nuestras palabras como en nuestras acciones, de forma que las personas vean cómo la verdad nos hace libres a todos (Jn 8,32).
Colonizar almas supone mostrar compasión, identificarnos y empatizar con sus situaciones, preocupaciones y necesidades, demostrar deseo auténtico de ayudarles y, por supuesto, rezar por ellos.
Colonizar almas implica acompañar, enseñar y formar en el camino hacia Cristo a todos aquellos que no le conocen o que le han perdido de vista. Darles a conocer aquello que nosotros hemos experimentado, sobre todo, a través del testimonio personal.
Colonizar almas entraña ofrecer una amistad genuina, en contraste con el interés egoísta que muestra el mundo, brindar amabilidad, simpatía y disponibilidad. De esta manera, seremos luz para ellos (Mt 5,14).
Dispuestos a perder
Para ganar almas para Dios, los cristianos debemos estar dispuestos, primero, a perder. Perder significa "darlo todo", vaciarnos de nosotros, e incluso hasta perder nuestra vida.
Debemos estar dispuestos a perder nuestro tiempo y dinero para darselo a otros; nuestras comodidades para buscar oportunidades de servir; nuestros egoísmos para volcarnos en las necesidades de otros; nuestras vergüenzas para hablar de Dios; nuestras ideas para seguir el plan de Dios; nuestras imposiciones para escuchar con atención; nuestros miedos a los desconocidos; nuestros prejucios para no juzgarlos; y nuestras prisas por convencerlos.
Se trata de perder para ganar, de morir para vivir, de dejarse amar por Dios para amar a los demás, de dejarse llevar por Cristo para conducir a otros hacia Él, de dejarse cautivar por Jesús para ser un apasionado suyo.
Y si no estamos dispuestos a todo esto, significará que tampoco estaremos dispuestos a amar y a seguir a Cristo, para conquistar u colonizar almas.
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