lunes, 26 de julio de 2021

MARIA MAGDALENA, APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES

“He visto al Señor
y me ha llamado por mi nombre"
(Jn 20,18)

Cuando algunos señalan a la fe cristiana como una religión machista, las primeras imágenes que me vienen a la cabeza son las de la Virgen María y de María Magdalena, quienes echan por tierra esa afirmación infundada.  Hoy profundizaremos en la figura de María Magdalena.

Los cuatro evangelios relatan la presencia significativa de la mujer en la vida pública de Jesús y, en particular, otorgan a María Magdalena un papel importante dentro de su grupo íntimo de discípulos, no sólo por ser la más nombrada, sino sobre todo, por ser el primer testigo del Resucitado.

La Iglesia canonizó a María Magdalena el 28 de abril de 1669 y, desde entonces, es venerada como santa, especialmente, en Francia. En 1988, el papa Juan Pablo II, en su carta apostólica Mulieris Dignitatem, la definió como la "apóstol de los apóstoles" (apostola aposolorum).

Su festividad se celebra el 22 de julio y fue establecida en el calendario romano general por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 10 de junio de 2016, por deseo expreso del papa Francisco.

En contra de lo que algunos opinan, María Magdalena no fue nunca una prostituta. Más bien, fue una mujer independiente en lo económico y bien posicionada, gracias a la rica industria pesquera de Magdala, su aldea de procedencia y cercana a  Cafarnaúm, en la costa occidental del lago de Tiberíades. Y una mujer influyente en lo social, rompedora de moldes, al seguir a Jesús en contra de una estructura religiosa estricta, cerrada y excluyente con la mujer. 
La Iglesia ortodoxa afirma que las tres Marías que aparecen en los evangelios son tres mujeres diferentes, mientras que la Iglesia Católica, según el papa Gregorio Magno en su homilía nº 33 (591 d.C.), identifica a María Magdalena con

-María la adúlteraa la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8,3-11), a la que libera de siete demonios (Lc 8,1-2).

-María la pecadora, que unge los pies del Señor (Lc 7,37-50) la fiel seguidora de Jesús, junto a Juana, Susana y otras mujeres (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2; Jn 20, 10-18).
-María la de Betania, hermana de Marta y Lázaro. la hermana de Lázaro y de Marta, que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos en casa de Simón el fariseo, antes de su llegada a Jerusalén, la que se postra a los pies de Jesús mientras su hermana Marta la increpa por no ayudarla (Lc 10, 37-50; Mc 14, 3-9; Jn 11,1-2), la que está presente en la resurrección de su hermano Lázaro (Jn 11, 1-44) y la que, días después, en una cena en su casa, demuestra de nuevo su devoción por el Señor, ungiéndole los pies con un perfume muy caro, por lo que es recriminada por Judas (Jn 12,1-8; Mt 26,7)

María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado (Juan), estuvo presente en la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mc 15,40), al pie de la cruz (Jn 19,25) y en el sepulcro (Mt 27,61; Mc 15,47; Jn 19,25-26). 
María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Santiago el menor y de José, y de Salomé, fue de madrugada el primer día de la semana al sepulcro, convirtiéndose en el primer testigo ocular de la aparición de Jesús Resucitado y en la primera apóstol, al anunciárselo a Pedro y a los demás discípulos (Mt 28,1-10; Mc 16,9; Jn 20,1-18).
La grandeza de María Magdalena (ejemplo para todo cristiano) no está en la perfección de sus actos sino en la perfección de su amor, tal y como el propio Jesús se refiere a ella: “Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho” (Lc 7,47). 

El Hijo de Dios quiso manifestar la gloria de su resurrección primero a aquella mujer manchada por el pecado, conversa por el amor y santificada por la gracia. 

Por eso, María Magdalena es la discípula amada y la servidora apasionada de Cristo, la amiga íntima y la compañera fiel del Maestro, la testigo veraz y mensajera valiente del Evangelio.

Los cristianos vemos en María Magdalena, aunque pecadora como nosotros, el paradigma del cristianoal recorrer todas las etapas de un seguidor de Cristo

-arrepentimiento, contrición y conversión: reconoce su pecado, se arrepiente y es perdonada. Se convierte, cambia radicalmente de vida, acompaña y sigue a Cristo allá donde vaya.

-amor, oración y escucha de la Palabra de Diosse enamora ardientemente de Cristo, espiritualmente hablando, y se postra a sus pies, en actitud de reverencia; se los lava y perfuma, en actitud de adoración; escucha la Palabra de Dios postrada a los pies de Jesús y se preocupa por las cosas eternas, en actitud de recogimiento y oración.

-acogida, servicio y misión: acoge y sirve al Señor durante y hasta el final de su vida pública, (pasión, crucifixión, muerte y resurrección; acude al sepulcro de madrugada y llora la desaparición del cuerpo de su Señor; es la primera que ve a Cristo resucitado y la primera que lo testifica y anuncia (a los apóstoles).

viernes, 23 de julio de 2021

TRES PREGUNTAS DE LOS DISCÍPULOS A JESÚS

"Estaba sentado en el monte de los Olivos 
y se le acercaron los discípulos en privado 
y le dijeron: 
¿Cuándo sucederán estas cosas 
y cuál será el signo de tu venida 
y del fin de los tiempos?"
(Mateo 24, 3)

Tras el capítulo 23 del evangelio de Mateo en el que Jesús se dirige por última vez a la muchedumbre en general, el capítulo 24 comienza con unos confundidos discípulos, que después de las duras palabras y los sentidos lamentos de Jesús por Jerusalén, le muestran la magnificencia de los atrios exteriores del templo. Sin embargo, Cristo les asegura que Jerusalén y el templo serán completamente destruidos (v.2), lo que provoca una mayúscula sorpresa y consternación en los discípulos.

Saliendo por la puerta principal del templo hacia el este, Jesús llega al monte de los Olivos, el mismo lugar donde el profeta Zacarías predijo que el Mesías pondría sus pies cuando viniera a establecer su reino (Zacarías 14,4). Se sienta y los discípulos, Pedro, Santiago, Juan y Andrés (cuyos nombres aparecen en Marcos 13,3-4), se le acercan en privado para que les explique aquella sentencia tan rotunda, y le formulan tres preguntas (v.3)¿Cuándo sucederán estas cosas? refiriéndose a la destrucción del templo y ¿cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos? refiriéndose a su muerte y resurrección, y creyendo que el fin de los tiempos ocurriría de forma inminente.

La respuesta de Jesús a la primera pregunta no aparece en este Evangelio de Mateo, sino en el de Lucas 21, 20-24: la destrucción de Jerusalén y de su templo por los romanos cuarenta años después (equivalente al tiempo de una generación). que fue mucho mayor que la provocada por Nabuconodosor seiscientos años antes. 

Según el historiador Josefo, el Lugar Santo ardió de tal forma que todo el oro se derritió y se incrustó en las piedras del suelo, que los soldados romanos levantaron una a una, dando cumplimiento literal a las palabras proféticas de Jesús: "No quedará piedra sobre piedra". Lo único que quedó en pie del templo fue una parte de los cimientos del muro exterior, lo que se conoce hoy como el “Muro de las Lamentaciones” y que da cumplimiento a las lamentaciones de Jesús del capítulo 23.
Las otras dos preguntas no son contestadas por Jesús con una respuesta concreta ni con una fecha exacta, sino con una exhortación a estar preparados. Para ello, el Señor describe los acontecimientos historicos que ocurrirán en el fin de los tiempos, tanto en el mundo como en la Iglesia: está mostrando el comienzo del Apocalipsis, que sucederá tras su Ascensión a los cielos.

Sus palabras proféticas tienen un doble sentido: 

-sucesos que ocurrirían en tiempos de los apóstoles. Destrucción del templo de Jerusalén y el comienzo de su reinado mediante la fundación de su Iglesia.

-acontecimientos que se desarrollarían en el futuro. La tribulación de su Iglesia y su prueba final: la apostasía que sacudirá la fe de muchos. 

Jesús advierte a sus discípulos (y a nosotros también) para que nadie nos engañe (v.4), porque aparecerán muchos falsos cristos (Mateo 24,5 y 23-26; 2 Pedro 2,1), para seguidamente, describir las señales que sucederán antes del fin, como el principio de los dolores, analogía del alumbramiento de Jesucristo (Apocalipsis 12,2) y tiempo de angustia en el parto (Jeremías 30,7; Isaías 66,7; Miqueas 5,2): 

- guerras, hambre, epidemias, terremotos (v.6-7)
persecuciones, martirios, odios y traiciones (v.8-10)
falsos profetas, mentira, maldad y enfriamiento del amor (v.11-12) 
- el anuncio del Evangelio a todas las naciones (v.14)

Estas señales guardan un exacto paralelismo con los jinetes de Apocalipsis 6. Pero, sobre todo, Cristo nos llama a perseverar hasta el fin y a resistir el mal (v.13). Exactamente lo mismo que Juan desarrolla en el libro del Apocalipsis.

Cristo nos previene de la llegada de la "abominación de la desolación" (v.15), es decir, de la apostasía. La misma que profetizó Daniel y tuvo su cumplimiento en 168 a.C. cuando Antíoco Epífanes sacrificó un cerdo a Zeus en el altar del templo santo (Daniel 9,27; 11,30-31). La misma que profetizó Jesús y tuvo su cumplimiento en el 70 d.C., cuando Tito colocó un ídolo en el lugar del templo incendiado después de destruir Jerusalén. La misma que se cumplirá al final de los tiempos, cuando el Anticristo levante una estatua de sí mismo y ordene que todos la adoren (2 Tesalonicenses 2,4; Apocalipsis 13,14-15).

Nos avisa de una gran tribulación (v.21) como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber.

Nos advierte de la mentira y el engaño, a no creer si alguien nos dice que el Mesías ya ha venido ni a buscarle fuera de su Iglesia (v.23-26), porque cuando Cristo venga, todos lo veremos (v.30), y enviará a sus ángeles al son de trompetas (Mateo 24,31; Apocalipsis 8-9).
Nos asegura que su regreso será indudable e incuestionable (Mateo 24,34-35; Marcos 13,26), aunque nadie sabe la hora de su venida, ni siquiera Jesús (v.36). Su venida será repentina y por sorpresa, "como un ladrón" (2 Pedro 3,10), como en los días de Noé, cuando menos se espere (v.37-39).

El propósito de las palabras de Jesús (como las de Juan en Apocalipsis) no es darnos pie a predicciones, conjeturas o cálculos acerca de la fecha de su venida, sino mientras esperamos su venida o parusía, invitarnos a vivir una vida en vela, en alerta constante y preparados (v.42), trabajando para su reino, cumpliendo la voluntad de Dios y siendo intachables e irreprochables (2 Pedro 3, 14) porque la elección que hayamos hecho, determinará nuestro destino eterno (Mateo 24,50-51; Apocalipsis 20,12).

¡Maranatha!
¡Ven, Señor Jesús!
(Apocalipsis 22,20)

martes, 20 de julio de 2021

TIEMPOS DE APOSTASÍA

"¡Atención, hermanos! 
Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, 
que lo lleve a desertar del Dios vivo" 
(Hebreos 3,12)

Dice un refrán popular que "No es oro todo lo que reluce", utilizando la imagen del oro como metáfora del bien para referirse a que no todo lo que parece bueno es bueno. Hoy, queremos reflexionar también sobre el oro como símbolo de la fe. Hoy, hablamos de apostasía.

Según el autor de la carta a los Hebreos, la apostasía es la "deserción del Dios vivo" y según el Catecismo de la Iglesia Católica es la negación, renuncia o abjuración total de la fe que, junto con la herejía (rechazo parcial de la fe o de una verdad de fe) y el cisma (rechazo al Papa y a la Iglesia), hieren la unidad de la Iglesia (CIC 817 y 2089). 

La apostasía es un acto voluntario y consciente, concretizado y manifestado formalmente que no surge de manera espontánea, sino que nace del agnosticismo o incredulidad. Comienza siempre con la duda ante ciertas verdades de fe, crece con el menosprecio o el rechazo de estos dogmas, se desarrolla con la herejía y concluye con el cisma.

Desde el inicio de la creación, ha habido apostasía. Primero, cayeron algunos ángeles y luego, algunos hombres. La duda nace en el corazón orgulloso, crece y se desarrolla en la mente egoísta y finalmente, se produce la caída.

No obstante, existe una importante diferencia entre la caída de los ángeles y la de los hombres. Mientras nosotros tenemos la posibilidad de arrepentirnos, los ángeles caídos o demonios, no. Su naturaleza angélica (más perfecta que la humana) permanece intacta, aunque deformada por el pecado del orgullo. Así, los ángeles no "malentienden" las cosas como los hombres, sino que comprenden todo con total claridad y eligen todo con plena libertad y total rotundidad.

Hoy, muchos son los que, dentro de la Iglesia, niegan verdades o dogmas de fe y apostatan de la Iglesia Católica. Algunos se alejan pidiendo que "les borren" de la Iglesia, que "les desbauticen". Otros se quedan, haciendo realidad la parábola del trigo y la cizaña. Pero tanto los unos como los otros, reniegan de la Verdad y se autoproclaman "reformadores", cuando en realidad, son apóstatas.

Sin embargo, la Iglesia no deja nunca a nadie excluido de ella, ni tampoco van al infierno por el hecho de apostatar (puesto que siempre tienen oportunidad de arrepentimiento), ni siquiera por estos actos graves de infidelidad. El vínculo sacramental de pertenencia a la Iglesia por el bautismo es una unión ontológica permanente y no se pierde con motivo de ningún acto o hecho de renuncia formal ​(CIC 535). Los apóstatas son (lo quieran o no) miembros de la Iglesia, aunque en rebeldía

¿Cómo identificar la apostasía?

Todos los libros sagrados del Nuevo Testamento (excepto Filemón) hablan de la apostasía. La Palabra de Dios la identifica con claridad y la sitúa dentro de la Iglesia, con el propósito de que reconozcamos el "cuándo", el "por qué" y el "cómo" de la apostasía:

-el cúando y el por qué

"El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia" (1 Timoteo 4, 1-2). 

San Pedro en su segunda carta nos advierte sobre los peligros de los falsos maestros, las corrientes gnósticas y los errores doctrinales de los "impíos farsantes" que se infiltran en las comunidades cristianas (2 Pedro 1-3).

-el cómo

"Con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, con todo tipo de maldad y poder seductor que incitará a creer en la mentira" (2 Tesalonicenses 2,3-12). 

"Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Corintios 11,13-14).

"Se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7,15-16). 
"Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros" (1 Juan 2,19).

El libro de Judas es todo un manual sobre la apostasía y mantiene una estrecha relación con la segunda carta de Pedro. Habla de los "impíos infiltrados": desde los ángeles rebeldes, el pueblo infiel de Israel, los habitantes de Sodoma y Gomorra, hasta la propia Iglesia de Cristo (Judas 1,4-7). 

Se lamenta por ellos y los identifica por su maldadmaterialismo e idolatría, porque se apacientan a sí mismos y viven en la oscuridad. Les llama murmuradores, querelladores, aduladores, burlones, egoístas y creadores de divisiones (Judas 1,11-16). 

Los compara con "Caín" (Génesis 4,12-16): asesinos e impíos; con "Balaán" (Números 31,16; Apocalipsis 2,14): codiciosos, balsfemos, seductores, idólatras y lujuriosos; y con "Coré" (Números 16,19-35): opositores y rebeldes a la Iglesia

¿Cómo luchar contra la apostasía?

Jesucristo nos llama a mantenernos firmes en la fe y en el amor de Dios Padre, a orar y a discernir guiados por el Espíritu Santo, a perseverar en la lucha constante en la que estamos inmersos para reconocer y prevenir la apostasía que existe en medio de nuestras comunidades.

El Señor nos exhorta a ser una Iglesia santa, aunque también a ser plenamente conscientes de que, en muchas ocasiones, a los cristianos nos resulta dificil distinguir quién es Caín y quién Abel, quién es trigo y quién cizaña, incluso aunque lleven sotana, "cleriman" o parezcan cristianos devotos. 
La apostasía es siempre, como su Instigador, sutil y encubierta, difícil de detectar y adornada de un falso "sentido común", propuesta como una gran seducción a modo de "idea" que se infiltra furtivamente en las mentes de los cristianos con el objetivo de corromperlas. Nunca (o casi nunca) niega abiertamente la verdad sino que la tergiversa y la pervierte.

En su carta a Tito, San Pablo nos exhorta a no fijarnos en las falsas apariciencias sino en las obras"Para los impuros y los incrédulos nada hay limpio, ya que su mente y su conciencia están manchadas. Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" (Tito 1,15-16).  

Con su comportamiento impío y su falsa enseñanza, los apóstatas muestran su verdadero yo rebelde y su verdadera naturaleza detestable, aunque esto no quiere decir que necesariamente se "salgan" físicamente de la Iglesia. Por eso, necesitamos "ver a los apóstatas con las gafas de la fe", es decir, a la luz de la Palabra y la doctrina del Magisterio de la Iglesia.

El mayor daño es el que se provoca "desde dentro" y eso lo sabe muy bien la Serpiente, quien ya en el principio de los tiempos, se infiltró en el Edén para confundir, dividir y llevar a nuestros primeros padres al pecado, y a nosotros, con ellos. Y hoy... continúa haciéndolo.

Los cristianos nos quedamos con la clave de unidad que nos da San Pablo: 

"Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar 
y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

sábado, 17 de julio de 2021

EL LIDERAZGO EN EL SERVICIO A DIOS

"Sabéis que los que son reconocidos 
como jefes de los pueblos los tiranizan, 
y que los grandes los oprimen. 
No será así entre vosotros: 
el que quiera ser grande entre vosotros, 
que sea vuestro servidor; 
y el que quiera ser primero, 
sea esclavo de todos" 
(Mc 10,42-44)

Dice San Ignacio en su Principio y Fundamento que "el hombre existe para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto, salvar su ánima" (EE 23). 

Sin embargo, desde el principio, el hombre ha sucumbido a la seductora tentación de aquel que quiso sobresalir por encima de los demás y que proclamó: "Non serviam". Es el afán de protagonismo orgulloso que desvirtúa por completo el servicio a Dios porque anhela "ser como Dios", porque desea "divinizarse" a sí mismo y por sí mismo.

Dice El papa Francisco que ese afán egocéntrico y vanidoso en la Iglesia se traduce en clericalismo (eclesial), que pone a una casta de sacerdotes por encima del pueblo de Dios, mediante un autoritarismo dominante que les lleva a considerarse amos y no siervos. 

Sacerdotes tiranos y opresores que olvidan el mandato del Buen Pastor de apacentar sus ovejas; que olvidan que el primer grado del Orden Sacerdotal es el diaconado, esto es, el servicio a Dios y a su pueblo; que olvidan dedicar tiempo a la oración y pedir fe para discernir, obediencia para acatar y humildad para servir.
A los laicos nos ocurre algo parecido cuando nos asignan una responsabilidad pastoral o una misión concreta en la Iglesia: caemos en el clericalismo (seglar) por el que nos sentimos superiores a nuestros hermanos, adoptamos pensamientos y deseos vanidosos, y demostramos actitudes y talantes autoritarios. 

Laicos tiranos y opresores que olvidamos a quien servimos para fijarnos a quien mandamos; que olvidamos la enseñanza de Cristo de "darnos hasta el extremo"; que buscamos los primeros puestos y, "sirviéndonos de los demás, nos servirmos a nosotros".
 
Cristo nos llama a todos, sacerdotes y laicos, a ser una Iglesia misionera y diaconal que anuncia, sirve y ama con alegría sin esperar recompensa ni halagos. Porque el verdadero poder del Reino de Dios está en el servicio.

El liderazgo en el servicio no es mando, relevancia o supremacía sino una actitud humilde y generosadisponible y ejemplar, que escucha atentamente y que delega confiadamente.

Liderar el servicio es hacerse el primer servidor y siervo de todos, para darse completamente: entregando todo nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras energías y nuestros recursos para ponerlos a disposición de las necesidades de los demás. 

Jesucristo es el Primero en el servicio, el Primogénito en el amor, el servidor de todos y su reino de amor es un reino de servidores, donde amar es servir y servir es reinar

Y así se lo explicó con contundencia a sus apóstoles, a Santiago y Juan, que anhelaban un puesto de prestigio y reconocimiento en el cielo, al lado de Jesús: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9,35).
El amor de Dios, la verdadera caridad es el "agapé", un amor incondicional y generoso por el que, el amante tiene sólo en cuenta el bien del amado, y que Jesús les explicó a sus amigos discípulos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). 

Dice San Pedro, cabeza de la Iglesia designada por Cristo, que "si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (1 Pe 4,11). Todo servicio a Dios viene de su Gracia y es para su Gloria.

Dice San Pablo, ejemplo de servicio, que "hay más dicha en dar que en recibir" (Hch 20,35). Sólo sirviendo a los demás, sus palabras adquieren significado. El amor (el servicio) ni se exige ni se obliga. Sencillamente, se da
En 1 Tim 3,2-5, San Pablo describe las características que debe tener un sacerdote u obispo: "conviene que sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿Cómo cuidará de la iglesia de Dios? Que no sea alguien recién convertido a la fe, por si se le sube a la cabeza y es condenado lo mismo que el diablo. Conviene además que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito ni en el lazo del diablo"

Y en los versículos 6-10, las cualidades de un diácono o servidor: "sea asimismo respetable, sin doble lenguaje, no aficionado al mucho vino ni dado a negocios sucios; que guarde el misterio de la fe con la conciencia pura. Tiene que ser probado primero y, cuando se vea que es intachable, que ejerza el ministerio" .

Servir es la materialización del amor. Quien ama, sirve y quien sirve, cumple la Ley
"Amarás a Dios con todo tu corazón, 
con toda tu alma, 
con toda tu mente, 
con todo tu ser... 
y a tu prójimo como a ti mismo" 
(Mc 12,30)

miércoles, 14 de julio de 2021

EL HOMBRE (Y EL SACERDOTE CON ÉL), LLAMADO A LA CONVERSIÓN

"Se ha cumplido el tiempo 
y está cerca el reino de Dios. 
Convertíos 
y creed en el Evangelio"
 (Mc 1,15)

Mientras se publica el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, "Al servicio de la verdad", seguimos leyendo y releyendo su anterior libro, "Se hace tarde y anochece", en el que afirma que la Iglesia corre serio peligro porque se ha desmoronado el significado del sacerdocio. Asegura que no es sólo por las abominaciones y abusos cometidos por algunos indignos sacerdotes, sino porque muchos de ellos han puesto su ministerio al servicio de un poder que no procede de Dios.

Aunque el purpurado africano se dirige habitualmente a sus hermanos de ministerio, no cabe duda que también se dirige a todos los bautizados, también consagrados sacerdotes. Sus palabras son duras porque son verdad, y con ellas nos exhorta a no caer en la cobardía y el miedo de san Pedro al renegar de Cristo, ni a sucumbir en la oscuridad de la traición de Judas

Nos invita a vivir una Cuaresma constante y a, mientras esperamos la venida del Señor, escuchar la voz del Espíritu Santo"Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio".

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de sentirse en peligro. El relativismo imperante en el mundo niega el pecado. Hoy no existe distinción entre bien y mal, entre virtud y pecado. El hombre no siente la necesidad de ser salvado y el sacerdote no siente la necesidad de ser instrumento de salvación. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha mundanizado y ha perdido el sentido de lo sagrado y la trascendencia de Dios. Nos hemos vuelto sordos y ciegos para las cosas de Dios. Hemos olvidado que existe el cielo y nos hemos dejado hechizar por lo palpable, por lo material. Hemos olvidado la oración y hemos dejado de buscar lo divino, en favor del activismo y del materialismo.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado atrapar y seducir por el mundo, a pesar de que, como dice San Ignacio, existe únicamente para Dios. Hemos dejado de pasear con Dios cada tarde y nuestra vida se ha paganizado. La luz del mundo se apaga porque Dios ha dejado de ser "lo primero" como consecuencia de que nuestra fe se ha aletargado y nuestra capacidad de reacción se ha anestesiado

El hombre (y el sacerdote con él) ha tratado de instrumentalizar a Dios, acudiendo a Él sólo para satisfacer sus demandas egoístas. Decimos ser cristianos pero vivimos como gentiles. Sólo "nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena". Sólo cuando necesitamos algo, acudimos a Dios. 

El hombre (y el sacerdote con él) ha convertido la oración en un mercadillo de oferta y demanda, en una oficina de reclamaciones. Como niños mimados, no sabemos alegrarnos cuando nuestro padre nos regala algo, sino que nos quejamos siempre porque nunca tenemos suficiente.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado llevar por el desaliento ante la dificultad del seguimiento a Cristo. Nos hemos dejado embargar por la sensación, aparentemente estéril, de la oración y hemos dejado de priorizar a Dios, dejando de estar en permanente contacto con Él. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido al espíritu del mundo, cediendo al conformismo ante el pensamiento dominante. "Hemos perdido el norte" y nos dejamos arrastrar por la corriente para ganarnos su aprobación. Nos sumergimos en el oscuro mar mundano y nos ahogamos en él.

El hombre (y el sacerdote con él) ha pretendido hacerse popular y visible en el mundo para buscar su aprobación, olvidando que Jesucristo fue "impopular", rechazado y crucificado. Al llenar nuestro corazón de deseos de reconocimiento, impedimos que Cristo pueda ocuparlo por completo. Hemos olvidado que lo importante es "lo invisible" y no "lo tangible".

El hombre (y el sacerdote con él) está desconcertado y confuso por causa del secularismo. Hemos perdido nuestra identidad y nuestro destino divino al desatender los sacramentos, anunciar la Buena Nueva y la comunión con el resto de nuestros hermanos, para dedicarnos a aspectos sociales, políticos, económicos o ecológicos.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un funcionario de la fe, aunque no conoce ni cree los fundamentos de la fe. Hemos dejado de ser guardianes y portavoces de la Palabra de Dios. Tenemos muchos papeles, muchas gestiones y muchas reuniones pastorales pero hemos dejado de conducir almas a Dios "yendo, haciendo discípulos y enseñándoles a guardar lo que Cristo nos ha enseñado" (Mt 28,19-20).

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de "ser" para convertirse en "hacer". Somos "hacedores de cosas" en lugar de ser portadores de luz y de brillo de la Verdad por medio del testimonio personal. Nos hemos adecuado a la sabiduría del mundo y olvidado que los cristianos "no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído" (Hch 4,20).

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "cristiano burgués" y cómodocomo dice Benedicto XVI, instalado en el confort y la seguridad de una fe a la medida que elige qué verdades del Credo creer. Hemos reducido la fe a una filosofía individual, íntima y personal, adaptada a nuestros criterios y que vivimos en silencio. Y cuando hablamos, lo hacemos para lograr aplausos o para que el mundo oiga lo que quiere oír.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "hámster" que corre en una rueda que gira y gira pero que no lleva a ningún lugar. Celebramos la liturgia como un evento profano y de "puertas adentro". "Vamos a misa pero no estamos en misa". Y cuando salimos, mostramos una dramática incoherencia entre la fe que profesamos (o que creemos cumplir) y la vida que vivimos.

El cardenal Sarah clama a toda la Iglesia por la urgente necesidad de conversión, para que cambiemos de dirección, rompamos con el pasado, vayamos contracorriente y volvamos al Camino que es Cristo, del que nunca deberíamos desviarnos. 

Implora la escucha de la Palabra de Dios, la voz que resuena en nuestros corazones, mostrando a Cristo que desea permanecer en nosotros, tendiéndonos la mano para iluminar nuestras vidas a lo largo del itinerario hacia nuestro destino final, la casa del Padre. 
Grita en el desierto del mundo para que nos mantengamos firmes, inquebrantables y perseverantes en el mensaje del Salvador, continuado por el invariable Magisterio de la Iglesia y guiado por el Espíritu Santo, a pesar de los criterios contrarios del mundo.

Suplica a todos los bautizados, sacerdotes y lacios, a cumplir con coraje y valentía nuestra misión evangélica de anunciar y testimoniar a Cristo resucitado, de anticipar el cielo en la tierra, apoyados y orientados por la gracia del Espíritu Santo, y confiados en la bondad y misericordia infinita del Padre.

El hombre (y el sacerdote con él) está llamado a "divinizarse", a volver a caminar escuchando al "Peregrino desconocido", que nos devuelve la esperanza e inflama nuestro corazón. A convertirnos en "héroes del cielo en tierra", resistiendo los criterios perversos del mundo y forcejeando con los propios y diciendo:

"Señor, quédate con nosotros porque se hace tarde y anochece"
JHR

lunes, 12 de julio de 2021

EVANGELIZAR NO ES HACER PROSÉLITOS

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, 
que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, 
y cuando lo conseguís, 
lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! 
(Mateo 23,15)

En el artículo anterior reflexionábamos y meditábamos sobre la misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos y que nos concierne a todos. Sin embargo, debemos tener especial cuidado para no confundir evangelizar con hacer proselitismo, ni celo apostólico por sectarismo.

Proselitismo, del griego ροσήλυτος/prosêlütos y del latín prosélytus, "nuevo venido", es el empeño o afán de una persona por convencerinducir o incluso forzar a otra a cambiar su parecer, sin tener en cuenta su libertad, su dignidad o su capacidad de elección voluntaria.

Hacer proselitismo no tiene nada que ver con evangelizar. El empeño exagerado e incluso impertinente por captar o atraer a la fe a otras personas a cualquier precio no es evangelizar, sino hacer "esclavos de la fe". Imponer la fe de un modo exigente, obligatorio y coactivo no procede de una pureza de intención cristiana. 

Hacer proselitismo es adoptar una actitud sectaria por la que alguien llega a considerarse un "fiscal de la fe", un "juez de la fe", un "hermano mayor", o incluso "espiritualmente superior", obligando y forzando a los demás a "acatar la verdad a la fuerza". 

Nosotros, los cristianos, no somos fiscales, ni abogados ni jurados ni jueces. Somos testigos que, llamados al estrado, damos testimonio de que Jesucristo ha resucitado y vive, pero no acusamos, ni defendemos, ni damos un veredicto, ni dictamos sentencia. Sólo el pecado acusa, sólo el Espíritu Santo defiende y sólo Dios juzga los corazones.

Hacer proselitismo es transformarse, sin saberlo, en traficantes de esclavos de la fe. Es ir a la selva, capturar violentamente a otros e introducirlos a la fuerza en un barco negrero que jamás puede llevar el nombre de "Iglesia de Cristo". Los cristianos no somos comerciantes ni nos dedicamos a la trata de hombres. Somos misioneros que damos gratis lo que hemos recibido gratis (Mateo 10,8).
Dios respeta por encima de todo la libertad y la dignidad del hombre, y nunca fuerza ni quebranta su voluntad. Si Jesús jamás hizo proselitismo durante su vida pública ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?

Este afán de "captar esclavos para la fe" parte de una idea errónea y tergiversada del concepto y del proceso de conversión. La conversión espiritual o "metanoia" es un acto libre e interior de la voluntad por el que el hombre "se vuelve" a Dios, no por un empeño forzado. 

La conversión es siempre un movimiento "interno" del alma y nunca se provoca desde afuera, es decir, nadie convierte a nadie. Es uno mismo quien decide cambiar su corazón y transforma su mente al confrontar su vida ante Dios Todopoderoso, no por la acción empecinada de otro.

Forzar, obligar o presionar a cualquier persona para abrazar la fe no es obra de un cristiano sino de un sectario. Un seguidor de Cristo jamás irrumpe, coacciona y violenta un corazón, sino que lo conquista y lo atrae con el amor, con el ejemplo y con el testimonio de Jesucristo.
Imponer la Verdad por la fuerza, asaltar a las personas por la calle, "condenar" a quien no conoce a Cristo no es obra de un cristiano sino de un tirano. Un cristiano tan sólo anuncia y testimonia a Jesucristo, para que Su justicia y misericordia penetren en el alma con suavidad y firmeza al mismo tiempo.

Un cristiano sabe que "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros" (Pablo VI) y que el fruto de la misión no le pertenece a él, sino que brota de la Gracia. Por ello, más que imponer lo absoluto y lo divino, lo ejemplariza y lo testimonia, mostrando el cielo en la tierra.

Cristo hace discípulos por atracción, no por imposición. El Señor hace amigos por fascinación, no "adeptos" por obligación. Jesús hace hombres libres, no esclavos. Por tanto, si somos discípulos de Cristo, ¿no deberíamos hacer lo mismo?

domingo, 11 de julio de 2021

CRISTO NOS LLAMA Y NOS ENVÍA

"Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más,
pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja;
que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y decía: ‘Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha,
al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos’.
Ellos salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios,
ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.”" 
(Mc 6,7-13)

Hoy, XV domingo del tiempo ordinario, las lecturas que la Iglesia nos propone son absolutamente maravillosas y nos confrontan ante la verdadera identidad de la Iglesia: su misión apostólica y evangelizadora.

El Evangelio nos narra el primer envío de los discípulos sin Jesús, que leemos también en Mc 3,13-14, donde los llama uno a uno por su nombre, y en Mt 28,19-20, donde los envía al mundo entero a hacer discípulos.

La carta de San Pablo a los Efesios 1,3-14 refuerza esta llamada, elección y envío, cuando dice "Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él en el amor...para que seamos alabanza de su gloria y marcados por el sello del Espíritu Santo".

Llamada, Envío y Autoridad

Llamada: Cristo llama a los Doce, a sus “elegidos”. “Doce”, en la Biblia, simboliza plenitud, totalidad, estructura completa constituida por Dios. Doce son las tribus de Israel y doce son los apóstoles del Señor: ambos representan la totalidad del pueblo de Dios. Cuando Jesús “llama a los doce” significa que nos llama a todos, a la humanidad entera.

Jesús es quien designa, quien convoca y quien envía. Nosotros no vamos por nuestra cuenta ni somos protagonistas ni somos quienes elegimos a Cristo. Es Él quien nos mira y nos cautiva.

Sin embargo, Jesús no monopoliza ni acapara la misión. Quiere compartirla con nosotros y nos hace partícipes de la historia de la salvación y por eso, nos llama nos instruye sobre cómo llevar a cabo la misión de una manera sobria y sencilla, testimonial y veraz, coherente y auténtica. Como dice Monseñor Munilla: “Nos implica, nos complica, nos aplica y nos simplifica”. 

Envío: El Señor nos envía, con la garantía del fruto de la misión, a partir de dos disposiciones: una, interior, “hacia dentro”, para mostrar confianza, obediencia y apertura, de forma que el Señor realice su obra también en mí; y otra, exterior, “hacia fuera”: para dar testimonio de Cristo, proclamar su mensaje de salvación y que el realice su obra en otros. 
“De dos en dos”: significa un “nosotros”, porque “donde estéis reunidos dos o tres en mi nombre, allí estaré yo en medio de vosotros” (Mateo 18,19). 

Nos envía de forma comunitaria y solidaria, mutua y recíproca para que nos proporcionemos compañía y aliento en el camino, nos ofrezcamos fortaleza y ayuda en las dificultades, otorguemos credibilidad y veracidad al testimonio y aportemos responsabilidad y apoyo en la misión.

Nos envía a todas las personas que encontremos en el camino de nuestra vida: a los cercanos (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…) y a los lejanos (pobres, enfermos, solitarios, desesperanzados…) para dar testimonio del amor de Dios a todos los hombres.

Autoridad: Jesús nos da su poder, nos otorga el Espíritu Santo, no sólo para que prediquemos y demos testimonio de Él, sino para que, como Él, atendamos y curemos enfermos, resucitemos muertos, limpiemos leprosos y expulsemos demonios (Mt 10,8).

8-9 Apoyo, Confianza y Coherencia

Apoyo: “Un bastón para el camino”. Jesús quiere que sus discípulos caminemos confiados y apoyados en Él. El bastón simboliza a Cristo, el único apoyo que necesitamos. Al Señor le encontramos en la Oración como amparo, en la Palabra como fundamento y en la Eucaristía como sustento.

Confianza: “Ni pan, ni alforja, ni dinero ni túnica de repuesto”. La misión que Cristo nos encomienda es espiritual y, por tanto, no la podemos llevar a cabo desde nuestras seguridades humanas, desde nuestros recursos, expectativas o capacidades. Debemos ir “ligeros de equipaje”, “sin apegos, ni ataduras ni esclavitudes”, es decir, con desprendimiento y desapego a nuestras ideas y conceptos, a nuestras “formas de ver las cosas”. Necesitamos la confianza plena en Jesucristo, que nos envía y nos capacita y esperanza en su Providencia.

Coherencia: “Sandalias pero sin una túnica de repuesto”. Las sandalias simbolizan obediencia y disponibilidad para anunciar la Buena Nueva (Efesios 6,15; Romanos 10,15), y una sola túnica simboliza un solo corazón: austeridad y humildad en las “formas”, sencillez y coherencia en los “hechos”, autenticidad y veracidad en las “palabras”.
10 Acogida y Servicio

Acogida: “Quedaos en la casa donde entréis”: Jesús quiere que seamos acogidos por aquellos a quienes somos enviados, que nos encontremos con ellos y que les hagamos discípulos de Cristo.

Servicio: También es una exhortación a ser una Iglesia de encuentro y acogida, no de hipocresía y rechazo. Una Iglesia abierta y diaconal, al servicio de Dios y de las necesidades del mundo.

11 Alegría, Valentía y Misericordia

Alegría: “Y si un lugar no os recibe ni os escucha, sacudíos el polvo de los pies”: Jesús nos previene de la humillación, el fracaso y el rechazo. Por ello, nos invita a sacudirnos la amargura, la oposición, la hostilidad y la dureza de corazón, la nuestra y la ajena; a vivir la misión con alegría y a no quedarnos con nada ni pedir nada.

Valentía: Nos exhorta a caminar con valentía y perseverancia en la fe; a no desfallecer ante la falta de frutos, a no ser resultadistas.

Misericordia: Nos llama a perdonar y a no guardar rencor a quienes no quieren recibir ni escuchar a Cristo; a dejarlos en manos de la justicia y de la misericordia divina. Nosotros sembramos y sólo Dios cosecha.

12-13 Conversión y sanación

Conversión: “Ellos salieron a predicar la conversión”: Jesús nos llama a salir con una actitud misionera que trabaje por la conversión y la salvación de las almas. “El encuentro con Cristo cambia radicalmente nuestra vida, la impulsa a la metanoia o conversión profunda de la mente y del corazón, y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento” (San Juan Pablo II). La conversión significa un cambio de mentalidad y de vida.

Sanación: “Echaban muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”: Cristo nos concede el poder del Espíritu Santo para expulsar nuestros demonios y los de otros, es decir, nuestras maldades, nuestros orgullos, nuestros egoísmos; para sanar las heridas físicas y espirituales, las nuestras y las de los demás; para purificar los corazones, los nuestros y los de los demás; para “ungir con aceite”, es decir, para bautizar, para consagrar al mundo a Dios.

Contemplamos al Señor, llamándonos para liberarnos de todo el mal que nos esclaviza y nos deshumaniza; enviándonos al mundo que tanto le necesita y que no le conoce; capacitándonos con lo que tenemos que llevar (actitudes, disposiciones o talentos) y enseñándonos lo que no tenemos que llevar (orgullos, rencores o egoísmos).

Nosotros, sus discípulos, somos caminantes con “bastón y sandalias, el Espíritu de Jesús, su Palabra y su autoridad para participar en la historia de la salvación, para anunciar el Amor a todos con quienes nos encontramos, para acompañarles en el sufrimiento, para fomentar la fraternidad, para acoger a los que están perdidos y necesitados, para abrazar a los que están solos y para sanar corazones que están heridos.
Somos peregrinos sin “pan, ni alforja, ni dinero que no nos instalamos ni nos acomodamos en las seguridades humanas. No buscamos bienestar ni tenemos donde recostar la cabeza. No pretendemos ser eficaces ni resultadistas.

Somos apóstoles, “enviados” de Cristo que no llevan “túnica de repuesto sino que vestimos con la sencillez de los pobres, con la humildad de los mansos y la pureza de intención de los santos. Siempre en camino. Nunca atados a nada ni a nadie. Sólo con lo imprescindible: Jesucristo.

Somos portadores de novedad, signos de la cercanía y del amor de Dios, que buscamos constantemente el rostro del Señor

Somos la “voz” que grita en el desierto, la “sal” de la tierra y la “luz” en medio de la oscuridad

Y entonces, en un lugar de nuestro viaje, Jesús se hace el encontradizo con nosotros, nos inflama el corazón, le reconocemos al partir el pan y le decimos:

"Señor, ayúdame a vivir tu llamada,
a cumplir mi vocación de cristiano,
a realizar mi misión de evangelizador fielmente,
a desapegarme de las cosas materiales
y de las seguridades del mundo,
a buscar siempre y en todo tu mayor gloria"

JHR