martes, 20 de julio de 2021

TIEMPOS DE APOSTASÍA

"¡Atención, hermanos! 
Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, 
que lo lleve a desertar del Dios vivo" 
(Hebreos 3,12)

Dice un refrán popular que "No es oro todo lo que reluce", utilizando la imagen del oro como metáfora del bien para referirse a que no todo lo que parece bueno es bueno. Hoy, queremos reflexionar también sobre el oro como símbolo de la fe. Hoy, hablamos de apostasía.

Según el autor de la carta a los Hebreos, la apostasía es la "deserción del Dios vivo" y según el Catecismo de la Iglesia Católica es la negación, renuncia o abjuración total de la fe que, junto con la herejía (rechazo parcial de la fe o de una verdad de fe) y el cisma (rechazo al Papa y a la Iglesia), hieren la unidad de la Iglesia (CIC 817 y 2089). 

La apostasía es un acto voluntario y consciente, concretizado y manifestado formalmente que no surge de manera espontánea, sino que nace del agnosticismo o incredulidad. Comienza siempre con la duda ante ciertas verdades de fe, crece con el menosprecio o el rechazo de estos dogmas, se desarrolla con la herejía y concluye con el cisma.

Desde el inicio de la creación, ha habido apostasía. Primero, cayeron algunos ángeles y luego, algunos hombres. La duda nace en el corazón orgulloso, crece y se desarrolla en la mente egoísta y finalmente, se produce la caída.

No obstante, existe una importante diferencia entre la caída de los ángeles y la de los hombres. Mientras nosotros tenemos la posibilidad de arrepentirnos, los ángeles caídos o demonios, no. Su naturaleza angélica (más perfecta que la humana) permanece intacta, aunque deformada por el pecado del orgullo. Así, los ángeles no "malentienden" las cosas como los hombres, sino que comprenden todo con total claridad y eligen todo con plena libertad y total rotundidad.

Hoy, muchos son los que, dentro de la Iglesia, niegan verdades o dogmas de fe y apostatan de la Iglesia Católica. Algunos se alejan pidiendo que "les borren" de la Iglesia, que "les desbauticen". Otros se quedan, haciendo realidad la parábola del trigo y la cizaña. Pero tanto los unos como los otros, reniegan de la Verdad y se autoproclaman "reformadores", cuando en realidad, son apóstatas.

Sin embargo, la Iglesia no deja nunca a nadie excluido de ella, ni tampoco van al infierno por el hecho de apostatar (puesto que siempre tienen oportunidad de arrepentimiento), ni siquiera por estos actos graves de infidelidad. El vínculo sacramental de pertenencia a la Iglesia por el bautismo es una unión ontológica permanente y no se pierde con motivo de ningún acto o hecho de renuncia formal ​(CIC 535). Los apóstatas son (lo quieran o no) miembros de la Iglesia, aunque en rebeldía

¿Cómo identificar la apostasía?

Todos los libros sagrados del Nuevo Testamento (excepto Filemón) hablan de la apostasía. La Palabra de Dios la identifica con claridad y la sitúa dentro de la Iglesia, con el propósito de que reconozcamos el "cuándo", el "por qué" y el "cómo" de la apostasía:

-el cúando y el por qué

"El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia" (1 Timoteo 4, 1-2). 

San Pedro en su segunda carta nos advierte sobre los peligros de los falsos maestros, las corrientes gnósticas y los errores doctrinales de los "impíos farsantes" que se infiltran en las comunidades cristianas (2 Pedro 1-3).

-el cómo

"Con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, con todo tipo de maldad y poder seductor que incitará a creer en la mentira" (2 Tesalonicenses 2,3-12). 

"Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Corintios 11,13-14).

"Se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7,15-16). 
"Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros" (1 Juan 2,19).

El libro de Judas es todo un manual sobre la apostasía y mantiene una estrecha relación con la segunda carta de Pedro. Habla de los "impíos infiltrados": desde los ángeles rebeldes, el pueblo infiel de Israel, los habitantes de Sodoma y Gomorra, hasta la propia Iglesia de Cristo (Judas 1,4-7). 

Se lamenta por ellos y los identifica por su maldadmaterialismo e idolatría, porque se apacientan a sí mismos y viven en la oscuridad. Les llama murmuradores, querelladores, aduladores, burlones, egoístas y creadores de divisiones (Judas 1,11-16). 

Los compara con "Caín" (Génesis 4,12-16): asesinos e impíos; con "Balaán" (Números 31,16; Apocalipsis 2,14): codiciosos, balsfemos, seductores, idólatras y lujuriosos; y con "Coré" (Números 16,19-35): opositores y rebeldes a la Iglesia

¿Cómo luchar contra la apostasía?

Jesucristo nos llama a mantenernos firmes en la fe y en el amor de Dios Padre, a orar y a discernir guiados por el Espíritu Santo, a perseverar en la lucha constante en la que estamos inmersos para reconocer y prevenir la apostasía que existe en medio de nuestras comunidades.

El Señor nos exhorta a ser una Iglesia santa, aunque también a ser plenamente conscientes de que, en muchas ocasiones, a los cristianos nos resulta dificil distinguir quién es Caín y quién Abel, quién es trigo y quién cizaña, incluso aunque lleven sotana, "cleriman" o parezcan cristianos devotos. 
La apostasía es siempre, como su Instigador, sutil y encubierta, difícil de detectar y adornada de un falso "sentido común", propuesta como una gran seducción a modo de "idea" que se infiltra furtivamente en las mentes de los cristianos con el objetivo de corromperlas. Nunca (o casi nunca) niega abiertamente la verdad sino que la tergiversa y la pervierte.

En su carta a Tito, San Pablo nos exhorta a no fijarnos en las falsas apariciencias sino en las obras"Para los impuros y los incrédulos nada hay limpio, ya que su mente y su conciencia están manchadas. Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" (Tito 1,15-16).  

Con su comportamiento impío y su falsa enseñanza, los apóstatas muestran su verdadero yo rebelde y su verdadera naturaleza detestable, aunque esto no quiere decir que necesariamente se "salgan" físicamente de la Iglesia. Por eso, necesitamos "ver a los apóstatas con las gafas de la fe", es decir, a la luz de la Palabra y la doctrina del Magisterio de la Iglesia.

El mayor daño es el que se provoca "desde dentro" y eso lo sabe muy bien la Serpiente, quien ya en el principio de los tiempos, se infiltró en el Edén para confundir, dividir y llevar a nuestros primeros padres al pecado, y a nosotros, con ellos. Y hoy... continúa haciéndolo.

Los cristianos nos quedamos con la clave de unidad que nos da San Pablo: 

"Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar 
y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

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