miércoles, 17 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (18): A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA

"Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mt 22,14)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos hablan de santidad, o mejor dicho, nos llaman a todos a la santidad. En la profecía de Ezequiel y en el Salmo 50, Dios promete darnos un corazón nuevo, infundirnos un espíritu nuevo, derramar sobre nosotros un agua purificadora. En el Evangelio, nos invita a su boda y pone a nuestra disposición, de forma gratuita, el "vestido de boda".

Dice Jesús que "Muchos son los llamados pero pocos los elegidos". Pero ¿a qué nos llama? Nos llama a "Ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5,48). Nos llama a ser santos. Sin embargo, muchos creyentes piensan que alcanzar la santidad es imposible o que está reservada a unos pocos privilegiados. 

Pero no es así. El Señor pone a nuestra disposición todos los medios posibles para que la alcancemos: sale a los caminos, es decir, se encarna, y viene a buscar a los descarriados para reunirnos en torno a su mesa, es decir, a la Eucaristía. Nos invita y nos promete un corazón de carne, un espíritu nuevo, un agua purificadora, un vestido de boda. 

¡Dios pone todo de su parte para nuestra santidad! Y nosotros... ¡cuántas veces rechazamos su invitación! ¡Cuántas veces nos parece una boda irrelevante y rechazamos su llamada! ¡Cuántas veces decepcionamos y enfadamos al Anfitrión, dándole la espalda y siguiendo en "nuestras cosas"!

Cuando Cristo nos asegura que son pocos los elegidos se refiere, no tanto a la dificultad para entrar en el reino de los cielos, sino a nuestra negativa a entrar. 

Nos justificamos, nos excusamos o, en el caso de aceptar, lo hacemos sin el traje de boda, es decir, de forma inapropiada.

¡Cuántas veces acudimos a la Eucaristía sin estar en gracia, sin confesarnos o en situación irregular! ¡Qué daño le hacemos al novio!
La fiesta está preparada, el banquete está listo, y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo por "nuestros asuntos" y nuestra comodidad nos impiden acudir a su llamada, que implica un compromiso de nuestra parte.

El reino está abierto de par en par, el banquete se nos ofrece a todos. El traje para asistir es gratis, es pura gracia, por lo que no tenemos excusas para no utilizarlo. No podemos seguir ofuscándonos en nuestros esquemas humanos, ni seguir empeñándonos en hacer nuestra voluntad con nuestros corazones de piedra, con nuestra "dura cerviz".

No hay tiempo que perder. Tengo que aceptar la invitación que Dios me ofrece. De momento, hay muchos asientos libres pero no debería dejarlo para el último momento porque puede que cuando quiera entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

¿Soy consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión? ¿Conozco el protocolo? ¿Voy vestido para la ocasión, limpio de pecado, perfumado de gracia y revestido de Cristo?  ¿Tengo la actitud correcta (fe), espero que llegue el "día" (esperanza) y tengo preparado el traje adecuado (amor) para ser un "digno invitado"?

Es el momento de responder afirmativamente a la invitación, de prepararme, de acoger un corazón nuevo, un espíritu nuevo, un traje nuevo para que, llegado el día, el Señor me diga: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"



JHR


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