lunes, 12 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): ¿DIOS, CULPABLE DEL MAL?

"Sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien;
a los cuales ha llamado conforme a su designio"
(Rom 8,28)

El hombre, desde la Antigüedad, se ha acercado siempre a la divinidad con fascinación, consciente de su debilidad y sintiéndose pecador e ínfimo ante lo Absoluto. 

Sin embargo, en la actualidad, el hombre ha invertido los papeles: ha desbancado a Dios de su trono de grandeza, del sillón de la sabiduría y de la justicia, y le ha sentado en un banquillo de los acusados. 

El hombre de hoy, convertido en juez absoluto, sospecha de Dios, le señala y le culpa del mal y del sufrimiento de los inocentes. Le pide cuentas e incluso, le niega un abogado defensor. 

Culpar a Dios es poner el universo del revés, es la anti-creación. En el principio, Dios creó todo bueno (Gn 1,31), pero el hombre, en un mal uso de su voluntad y de su libertad, y engañado por el enemigo de Dios (el primero que culpó a Dios), cayó en el pecado (Gn 3,6) culpó a Dios: "La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Gn 3, 12) y sufrió las consecuencias (Gn 3,16-19): al romperse la armonía de la creación, surgió el desequilibrio, el caos, el mal, el dolor y el sufrimiento pero el hombre cuando se ve desbordado por sus actos o por las circunstancias, culpa siempre a Dios.
El mal no es una creación de Dios (ontológicamente, el Bien Supremo no puede ser al mismo tiempo el Mal Supremo). El mal no tiene entidad propia: es la ausencia del bien. Cuando pecamos, es decir, cuando nos alejamos del Bien Supremo que es Dios,...sobreviene el caos. 

Eso, precisamente es lo que, teológicamente, significa el pecado y el infierno: el alejamiento de Dios, ya sea momentáneo o eterno. Y por tanto, alejarse del Bien no puede ser culpa del Bien, sino de la ausencia de éste.

Para devolver la armonía original de la creación, la Eternidad irrumpió en el tiempo y el espacio, y Dios se encarnó en un hombre de la Jerusalén del siglo I, pero los fariseos le acusaron de blasfemia (Mt 26,65) y le condenaron a muerte: "Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera(Jn 11,50). 

Dios, el Legislador, es el primero que se somete a las consecuencias de la ley del libre albedrío del hombre, autoimpuesta por Él mismo como muestra de su incuestionable bondad y amor infinito hacia su criatura. 

El Creador del hombre se hace hombre para pagar las consecuencias del mal de toda la humanidad pecadora. Uno por todos: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5, 14).

Culpar a Dios del mal y del sufrimiento es como si el ladrón culpara a la víctima de su delito por no habérselo impedido; es como si la estatua culpara al escultor de haberla esculpido; o como si el hijo culpara al padre de sus malos actos por haberle engendrado:
"¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija entre otras tantas! ¿Acaso le dice la arcilla al alfarero: “Qué estás haciendo. Tu obra no vale nada”? ¡Ay del que le dice al padre: “¿Qué has engendrado?”, o a la mujer: “¿Qué has dado a luz?”! Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que le ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos?" 
(Is 45,9-11)
Los filósofos racionalistas e ilustrados del s. XVIII (Hume) culparon a Dios de impotencia, por no ser capaz de evitar el mal, o de maldad, porque siendo capaz, no lo evita. El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, racionalmente, un argumento inválido porque si Dios le concede libre albedrío al hombre ¿cómo Dios va a quebrantar esa libertad y actuar en contra de ése?. 

Los fariseos y los jefes judíos culparon a Jesús de expulsar demonios con el poder del jefe de los demonios (Mt 9,34): El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, teológicamente, un argumento inconsistente porque si expulsar demonios es hacer el bien y éstos son el mal ¿cómo Dios va a provocar y utilizar al mal para hacer el bien?.

En el fondo, son excusas, pretextos y justificaciones para negar con la razón la existencia de Dios; el Diablo quiere imponer con engaño y maldad al hombre el ateísmo, aunque el mismo tiene la certeza de la existencia de Dios. 

Dice san Juan que Dios es amor (1 Jn 4,8) y san Pablo que el amor es benigno; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (cf 1 Co 13,4-6). Si Dios es amor y el amor es bueno, justo y veraz ¿puede Dios ser el culpable del mal?

Añade san Juan en varios pasajes de su Apocalipsis que Dios no sólo no es el culpable del mal sino que lo limita (Ap 6,6.8; 7,3; 8,7-12; 9,4-5.10.15) porque si no lo hiciera, el hombre sucumbiría ante el gran poder destructivo del mal. 

Los cristianos tenemos la absoluta certeza de que Dios no envía castigos, ni desgracias, ni enfermedades, ni muertes, ni cataclismos, ni terremotos, ni huracanes, ni guerras, ni terrorismo, ni hambre... sino que todo ello son las consecuencias de la ruptura de la armonía creacional, de la perturbación que el caos provoca en el orden natural, del quebrantamiento del equilibrio establecido por Dios que el Mal ocasiona (cf 1 Jn 3,4).

El libro sapiencial de Job muestra la procedencia del mal, su autor (el Diablo) y su acción perversa, al mismo tiempo que manifiesta la condición autoimpuesta por el Bien así mismo para establecer su alianza con el hombre: el libre albedrío.

En conclusión, Dios no es el culpable del mal porque el Amor no coacciona, no impone, no chantajea, no violenta ni quebranta jamás; porque el Bien no puede hacer el mal, no puede provocar dolor ni ser el culpable del sufrimiento.

El Bien no puede hacer nada de eso, porque no puede negarse a sí mismo, no puede ir contra su propia esencia. Es el Mal el que sí puede, porque es la negación del Amor y la ausencia del Bien.

JHR

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