miércoles, 21 de mayo de 2025

SERVIR A DIOS POR COMODIDAD

"El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará
(Jn 12,26)

Servir a Dios es una tarea no sólo de actitud y disponibilidad personal sino, sobre todo, de obediencia y de responsabilidad que implica sacrificio y renuncia de nuestros propios deseos, planes y comodidades.

Seguir a Cristo significa estar dispuesto a hacer lo que me pide y en el lugar donde me lo pide, y no donde me apetece o donde me es fácil. Porque el Señor no me envía a una misión exitosa y cómoda sino a una vida de entrega hacia los demás y de desprendimiento de mi mismo. Y si duele, si incomoda, si resulta difícil o engorroso...es que estoy en el sitio correcto, haciendo lo correcto, con el "Dios" correcto.

Ocurre que, en ocasiones, encontramos un nicho de comodidad espiritual para servir a Dios y al prójimo según nuestros parámetros humanos y nos autoconvencemos de que es allí donde Dios nos llama. Es humano...pero no es lo que Dios nos pide.

En el fondo, me engaño a mi mismo al buscar servir a Dios a mi manera, a cambio de algún interés o beneficio personal, como por ejemplo, para "hacer amigos", o para encontrarme a gusto o para auto justificar mi conciencia...pero eso no es servir.

Servir a Dios y a los demás supone esfuerzo y sacrificio, no facilidades y comodidades.  Implica salir de mi casa hacia territorios desconocidos e inexplorados venciendo la tentación de la comodidad o del miedo al fracaso, como hicieron los patriarcas, los profetas y los apóstoles. 

Servir a Dios requiere la valentía de "remar mar adentro" (Lc 5,4) sabiendo que Dios está siempre a mi lado, en la barca, porque ni en la comodidad de mi casa ni en la tranquilidad de la orilla se puede pescar, es decir, "faenar" en las cosas de Dios.

Servir a Dios no es buscar un quid pro quo, una compensación o un beneficio personal. No es cumplir un status quo, un rol cristiano o una forma de "estar" en la Iglesia. 

Servir a Dios significa soltar las riendas de mi vida y dejarle a Dios que la gobierne, dejar de lado mi "bienestar" para abrazar el "bienservir", sabiendo que yo no soy ni el artífice ni el protagonista de la misión, sino Dios. 

Servir a Dios significa entregarle las llaves de mi voluntad y decir "he aquí tu servidor, Señor, hágase como dices" (cf. Lc 1,38). 

Servir a Dios significa escuchar y cumplir su llamada: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24)

Por eso, antes de plantearme servir, debo preguntarme: Señor, ¿Qué quieres de mí? ¿A dónde me llamas? ¿Dónde soy necesario y útil?

Sólo entonces, seré capaz de decir: "Te seguiré adondequiera que vayas" (Mt 8,19; Lc 9,57)

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