"Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.
Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
Si no les hace caso, díselo a la comunidad,
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano."
(Mt, 18, 15-18)
¿A quien no le cuesta corregir a otro? ¿A quien le gusta ser corregido?
Muchas veces, no nos atrevemos a reprender y corregir a otro debido a la errónea idea de poder ofenderle. Es verdad que corregir siempre resulta embarazoso, tanto para el que corrige como para el que es corregido. A menudo, el primero no se atreve y el segundo no lo acepta.
Sin embargo, Dios es tajante: 'Ve, amonéstale'. Dios nos pide acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda.
La corrección no es una ofensa, sino un bien y un servicio que hacemos a nuestro prójimo por amor. Quien corrige a su hermano, le ama.
Junto a la oración y el buen ejemplo, la corrección fraterna constituye un medio fundamental para alcanzar la santidad. La corrección fraterna es fuente de santidad personal en quien la hace y en quien la recibe.
"Amar a tu prójimo como a ti mismo" significa buscar su santidad, como nosotros buscamos la nuestra. Amar significa desear lo mejor para el otro. Y qué mejor cosa que procurar su santidad, para que disfrute en el cielo de la presencia de Dios!!!
Pero además, Dios es claro: "tú y él solos". Nada de chismes, nada de criticas a las espaldas, nada de habladurías. Entre los dos, sin espectadores, a solas, en la intimidad, nunca en público.
Nuestra actitud correctora siempre ha de tener un talante de delicadeza, de dulzura, de prudencia, de humildad y atención hacia quien cometió una culpa, evitando palabras que puedan herir y "matar" a nuestro hermano. Pero sobre todo, una actitud de amor.
Como dice el Papa Francisco: "las palabras matan. Por eso, cuando hablamos mal, cuando criticamos injustamente, cuando despellejamos a un hermano con la lengua, estamos asesinando su reputación."
La finalidad de las sucesivas intervenciones (si llegara el caso) es la de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa o error ha ofendido no solamente a uno, sino a todos, incluso a Dios.
Jesús "amaba hasta el extremo a sus amigos", los discípulos. El mismo les corrigió en varias ocasiones: ante la envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús, a Pedro porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres, corrige la ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada comprensión sobre el lugar a ocupar en el reino de Dios. Pero también, a su vez, les reconoce su valentía y su buena disposición para “beber su cáliz”.
Corregir a nuestro hermano es una expresión de amistad y de franqueza que distingue al adulador del amigo verdadero.
Y a su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso espiritual.
Y a su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso espiritual.
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