viernes, 6 de octubre de 2017

EL PRIMER SERVICIO, EN CASA

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"El que no se preocupa de los suyos, 
y especialmente de los de su casa, 
ha renegado de su fe 
y es peor que un incrédulo." 
(1 Timoteo 5, 8)

Cuando estamos muy metidos en “las cosas de Dios”, muy comprometidos con "la Iglesia", pensamos que estamos haciendo lo que Dios espera de nosotros. Creemos que el Plan de Dios depende de nosotros hasta el punto de llenar nuestras agendas.

Sin embargo, la labor evangelizadora y el servicio de Dios existe antes de nosotros y existirá después de nosotros, pero no será así con nuestra familia. 

Antes de pensar en evangelizar al mundo, nuestra prioridad es nuestra familia. Es en nuestra familia donde debemos invertir lo mejor de nosotros, donde debemos desarrollar relaciones sanas y estables, donde debemos reflejar el carácter de Cristo y ser ejemplo e influencia para que nuestros hijos le conozcan. Por tanto, no debemos descuidar la relación familiar ni la relación con nuestros hijos.

Dios ha establecido prioridades en la vida de todos nosotros con la intención de que vivamos de manera sana, ordenada y plena. Y el principio de toda la creación de Dios es la familia. ¿En qué lugar de importancia pongo la relación familiar en mi vida? ¿Es mi familia mi prioridad?

La familia cristiana es una Iglesia doméstica, es una comunión de personas done la fe, la esperanza y la caridad reflejan a Dios.

La familia cristiana es misionera, tiene la misión de seguir los pasos de Cristo, de evangelizar, pero primero de todo, a sus propios hijosNuestra familia es nuestro primer ministerio, es nuestro primer radio de acción evangelizadora.

Lo primero, la familia

El apóstol Pablo en 1 Timoteo 5,8 nos avisa: dice que si no establecemos como prioridad nuestra casa, ¡somos peores que los incrédulos! Dios quiere que seamos reflejo de su amor, y quiere que primero lo seamos en casa. ¿Cuánto tiempo dedico a mis hijos, a hablar con ellos, a estar con ellos?, ¿Reflejo con mis actos en casa el carácter de Cristo?, ¿Demuestro mi amor hacia mi familia en comparación con el amor que le doy a mis amigos o a mis hermanos de fe? 

Podemos desarrollar un gran servicio cristiano en la extensión del Reino de Dios al acercar almas a Cristo, pero si no prestamos atención a nuestra familia, no alcanzaremos el máximo desarrollo de nuestras potencialidades, de nuestra fe y de lo que Dios quiere para nosotros.

Una fe sana y madura es aquella que reconoce lo que Dios ha establecido es lo que se debe hacer, y en el orden que Él así lo ha decidido.

Es en la familia donde aprendemos a afrontar lo mejor y lo peor de nosotros, es ahí en ella donde existe intimidad, donde no hay apariencias, donde somos conocidos tal como somos. 

Nuestra familia es la primera que debe notar el amor de Dios en nosotros y que Jesucristo dirige nuestra vida, y al notarlo ¡querrán conocerlo también! Ajustemos nuestras prioridades, cojamos nuestra agenda y dediquemos tiempo nuestra familia.

Dirigir adecuadamente la familia

¿Cómo dirigir adecuadamente nuestra familia? Si pensamos que la dirección de una familia gira alrededor del autoritarismo, de asumir una actitud dictatorial, estamos muy equivocados.
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Dirigir una familia no es otra cosa que ejercer un adecuado liderazgo, influir hacia un proceso de cambio y transformación que contagie a todos.

El apóstol Pablo nos da las pautas sobre cómo dirigir una familia: “"debe ser ecuánime, pacífico y desinteresado; que sepa gobernar bien su propia casa y hacer que sus hijos sean obedientes y respetuosos; porque si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? "(1 Timoteo 3, 3-5).

Emprender el proceso de cambio no resulta fácil, pero cuando permitimos que Jesús guíe nuestros pasos, el camino al comienzo parecerá difícil pero se torna más ameno de transitar.

Dios comienza a producir transformación en nuestra vida, y esas pautas se transfieren a todos en casa. Nuestro liderazgo como padres y madres conforme al propósito eterno del Padre termina impactando positivamente a los miembros del hogar.

Enseñar a partir del ejemplo


La mejor forma de impartir una enseñanza que permanezca en el tiempo es mediante el ejemplo.

Los padres, mediante el testimonio de nuestra vida, somos los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. 

Debemos llevar una vida intachable y ser reflejo de Cristo también en nuestra casa:

-Promoviendo y manteniendo un ambiente de paz, unidad y amor en el cual nuestros hijos puedan crecer con seguridad, confianza y equilibrio.

-Tratando a nuestros hijos como personas y estableciendo un ambiente espiritual para que escuchen y respondan el llamado que Dios les hace.

-Apoyándoles y acompañándoles en sus actividades.

-Motivándoles para que participen de la fe.

-Enseñándoles con palabras y testimoniando con hechos que toda familia debe ser cristiana.

-Orando diariamente en familia.

Estamos llamados a liderar la transformación del mundo, comenzando en nuestra familia. No podemos, bajo ninguna circunstancia, dejar de ser sal y luz: ""Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla a la calle y que la gente la pise. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse. No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los que están en casa." (Mateo 5,13-15)

Cuando nos disponemos a cambiar con ayuda de Dios, logramos avances significativos. Es lo que ocurre cuando le permitimos a Dios que tome el control de nuestra existencia, de nuestro cónyuge y de nuestros hijos, los que Él nos dio el privilegio de liderar.

¡Hoy es el día de comenzar a cambiar, en la certeza de que ese paso, con ayuda de Jesucristo, traerá transformación a la manera de vivir y afianzará nuestra relación familiar!

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