domingo, 15 de julio de 2018

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: RECRISTIANIZAR EUROPA

Europa ha perdido su identidad católica para convertirse, a través de un proceso de secularización, en una sociedad con una grave crisis de fe y de pertenencia a la Iglesia.

Fue San Benito, quien llevó a los pueblos bárbaros del viejo continente a la vida civilizada y cristiana, forjando el alma y las raíces de Europa: "los monjes no quisieron hacer Europa,...quisieron vivir para Cristo y el resultado fue Europa". Después, fueron San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Agustín, San Ignacio... y un largo etcétera de católicos, quienes siguieron construyendo y erigiendo lo que hoy conocemos como la civilización cristiana, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.

Hoy parece que volvemos a una nueva barbarie con la supresión de nuestra honda identidad cristiana y el resultado es algo que no se parece en nada a la Europa católica de antaño: los principios sagrados y los valores identitarios están siendo desplazados por falsas libertades e igualdades que, tratando de hacernos comer del fruto del "árbol del conocimiento", intentan dirigirla a un nuevo espacio, alejado de Dios, fuera del "Edén"
.

Una Europa irreconocible

De los 702 millones de europeos, sólo 276 millones son "católicos". En los últimos años, la Iglesia católica europea ha perdido 10 millones de fieles y cada vez tiene menos sacerdotes para atenderlos por falta de vocaciones. Es, sin duda, el invierno de la Europa cristiana.

Francia, la primogénita católica, es hoy una nación laica y pagana. Y con ella, España y el resto de países tradicionalmente cristianos, antaño fieles transmisores de la fe católica, han sucumbido a la tentación de mundanizarse. Una tentación que se ha propagado como la peste a lo largo y ancho del Viejo Continente.

Europa sufre una profunda transformación cultural, motivada por dos procesos con sus nefastas consecuencias: globalización e inmigración, que han cambiado los esquemas europeos, y que conduce hacia "una apostasía silenciosa".

Europa se ha convertido en una sociedad multi-étnica y multi-confesional, que reniega de su propia historia y de sus símbolos religiosos, que forjaron su identidad y su cultura, convirtiéndose en caldo de cultivo de todo tipo de ideologías: ateísmo, materialismo, consumismo, relativismo, hedonismo...

Europa ha pasado de ser un continente marcado profundamente por la cult
ura cristiana, a ser un continente que reniega o, cuando menos, ignora sus propias raíces cristianas. Parece no tener necesidad de Dios, y pretende que lo religioso quede relegado al terreno meramente personal e individual. Un cristianismo "encerrado", prisionero y a la espera de su ejecución.

En nuestro pasado reciente, Europa ha sucumbido a la irrupción de dos sistemas económicos, políticos e ideológicos, cada uno con sus terribles consecuencias: por un lado el capitalismo y, por otro, el comunismo. En ambos, Dios ha sido relegado o sustituido y la experiencia religiosa hoy es “perseguida”, directa o indirectamente. 

Hoy, Europa se encuentra prisionera de un “integrismo laico” excluyente  y por una feroz hostilidad y un constante acoso a la Iglesia

Y así, hemos vuelto a los orígenes de la Iglesia: de la misma forma que Jesucristo fue perseguido hasta la muerte, la Iglesia es perseguida por los poderes públicos, por una sociedad alejada de Dios, por un mundo paganizado, y atacada por ideologías contrarias al Evangelio que pretenden su crucifixión y muerte.

Una Iglesia irreconocible

La Iglesia Católica consiguió el objetivo de cristianizar Europa, pero no fue capaz de evangelizarla. El continente asumió la cristiandad pero no la misión de Cristo...

La Iglesia ha sido el redil de las noventa y nueve ovejas, a las que sólo ha ido “alimentando” y que poco ha poco, muchas de ellas, lo han ido abandonando hacia "otros pastos", motivadas por la indiferencia, el agnosticismo, la increencia, la desafección religiosa, el individualismo, el consumismo y el relativismo.

Han sido pocos los pastores que han salido a buscar y rescatar a esas ovejas. Han preferido resguardarse y acomodarse dentro del redil y, finalmente,  ahora es una la oveja que está dentro, y noventa y nueve, fuera. 
La Iglesia ha cerrado sus puertas por dentro, adoptando una tendencia generalizada a reafirmarse en lo identitario, en la verdad poseída y que se ha de preservar; de inclinarse más por el culto que por la calle, por el mantenimiento más que por la misión, por el control humano más que por la acción del Espíritu Santo. 

Y así, ha perdido su vocación misionera de salir al encuentro de los que se han instalado en esos otros “pastos”

Ha sido incapaz de integrar la pretendida renovación del Concilio Vaticano II, es decir, pasar de una Iglesia-comunión a una Iglesia-misión, servidora del mundo.

Se hace necesario
, pues, que la Iglesia recupere su vocación peregrina y misionera, y hacer el éxodo de una Iglesia de mantenimiento a una Iglesia misionera,  de "puertas abiertas", que forme discípulos misioneros.

Es imprescindible que salga de su aletargamiento misionero y de su parálisis pastoral, para "re-evangelizar" un "nuevo mundo" que ha dejado de estar sujeto a Dios para desarrollar y cumplir su propia voluntad.

Es vital que en la Iglesia se produzca una “metanoia”, un cambio de mentalidad hacia el origen, para que el mensaje de Cristo resuene en los oídos de quienes quieran escuchar, le reconozcan y transformen su vida. Y de esa forma, cambiar el mundo. 

La Iglesia necesita dejar de repetir las mismas palabras y los mismos esquemas. Debe renovar catequesis que no forman discípulos misioneros sino personas que consumen y, después  abandonan la casa de Dios. 

La Iglesia debe dejar de considerarse “mayor”, "anciana",“de tercera edad”, para convertirse en una "renacida", "joven" y vigorosa. 

La Iglesia necesita más valor  y audacia para salir fuera, para comprometerse, para tomar conciencia de la acción del Espíritu, “que sopla donde quiere” para llevarnos al origen, a Cristo.

Una asignatura pendiente


Desde que Juan Pablo II propusiera esta nueva evangelización hasta hoy, han pasado casi cuarenta años, pero la realidad es que la Iglesia sigue sin interesar al europeo de hoy. El mensaje de Jesucristo “rebota” en un muro de indiferencia, de desprestigio eclesial, de materialismo, “de apostasía silenciosa y relativista”. 

La cuestión es que Dios ni atrae ni inquieta. Dios no interesaSencillamente, deja indiferente a un número cada vez mayor de personas y parece diluirse en la conciencia del hombre actual. Ha desaparecido como respuesta al sentido de la existencia.

Hemos pasad
o del “orden de las creencias”, en el que los individuos actuaban movidos por una fe que les servía de criterio, sentido y norma de vida, al “orden de las opiniones”, en el que cada uno tiene su propia opinión sin necesidad de fundamentarla en ningún sistema ni tradición. Todo ello en el marco de un escepticismo, desidia y desencanto generalizado.

Las personas
 se han familiarizado en una cultura de “la ausencia de Dios”: se prescinde de Dios y no pasa nada especial. Incluso, nosotros los católicos, nos vamos acostumbrando a esta nueva situación de indiferencia y de increencia, conviviendo sin más con otras personas a las que Dios no atrae, ni fascina, ni interpela ni seduce: ateos convencidos, agnósticos, adeptos a nuevas religiones y modas espirituales, personas que creen “en algo”, individuos sincretistas y creyentes “a la carta”, personas que no saben si creen o no creen, que creen en Dios sin amarlo, que oran sin saber muy bien a quién se dirigen…

Lo religioso y lo espiritual se va reduciendo a un ámbito cada vez
 más restringido, perdiendo influencia en el campo político, social, cultural o artístico. 

Crece la incultura religiosa. Los “media” difunden una cultura indiferente y frívola donde lo religioso aparece muchas veces vinculado o incluso mezclado con lo esotérico, la astrología, las creencias ocultas, la parapsicología, el tarot, la meditación, el yoga, el reiki y la trascendentalidad oriental...

La vida agitada, la prisa, el ruido y el estrés impiden a muchos pensar y reflexionar. Muchos ni siquiera se plantean las grandes cuestiones de la existencia; no tienen palabras para hablar de la fe. Lo desconocen casi todo. Crece el paganismo como forma de vida.

Tampoco la nueva evangelización ha entrado en las propias mentes y corazones del pueblo más o menos fiel que se siente miembro de la Iglesia. Quizás se ha producido un cierto “aggiornamento”, pero no se ha dado la transformación deseada por low Santos padres, pues no existe en la mayoría de los católicos, ni el compromiso ni el valor necesarios para lanzarse y salir a transformar el mundo.

Por desgracia, los católicos ya no forman un "cuerpo" homogéneo. Se han vuelto "ambiguos" y "tibios". Muchos que se llaman cristianos, no difieren mucho en su estilo de vida de quienes no se reconocen como tales. Dicen "creer pero no practicar". No fundamentan sus formas de vida ni en la fe, ni en el seguimiento a Jesucristo y ni en su misión de evangelizar.

Po
co a poco, muchos han sucumbido al mundo y han caído en el desinterés, el abandono, la decepción, el silencio y olvido de algo que un día tuvo algún significado en sus vidas. 

Cada vez es más frecuente entre los católicos, un agnosticismo difuso, una indiferencia por falta de trasfondo religioso y memoria cristiana, alergia a la Iglesia institucional mal entendida, fuerte valoración de las propias convicciones por falta de formación religiosa, rechazo de normas de Dios y, casi siempre, un relativismo creciente.

Una misión por delante

Entonces, ¿qué ha de ser y cómo ha de actuar la Iglesia? ¿cómo ha de entender y vivir su misión?
La nueva evangelización de la Iglesia debe "navegar" en esta terrible situación de descrédito y desconfianza en los grandes principios y valores. 

La Iglesia deberá responder a preguntas como: ¿dónde puede encontrar la sociedad europea un nuevo eje para orientar su caminar histórico?, ¿cómo explicar la Transcendencia y la Inmanencia?, ¿dónde encontrar ese puente entre lo sagrado y lo secular?, ¿en qué dirección buscar modelos adecuados para decir “Dios”?

Es  necesario que captemos la profundidad y gravedad de esta crisis religiosa para vivir y comunicar la experiencia cristiana de Jesucristo vivo y resucitado dentro del contexto en el que nosotros nos movemos: una Europa descristianizada. 

Es, en este mundo de la “indiferencia/increencia”, donde todos los católicos debemos encarnar la nueva evangelización, de la misma forma que Cristo se encarnó en el mundo hace veintiún siglos. Cristo no se quedó en casa con los suyos, salió al mundo a ofrecerle el mensaje de salvación que le encargó el Padre a pesar de que sabía que eso le llevaría a la muerte.

En un próximo artículo, reflexionaremos sobre las claves de la nueva evangelización. Hasta entonces... "que Dios nos pille confesados".

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