sábado, 27 de julio de 2019

DOS CLAVES DE CRECIMIENTO PARROQUIAL

Nuestra Iglesia Católica pierde gente de sus parroquias a un ritmo alarmante. Algunas personas se van porque no se sienten cómodas. Otras, porque no llegan nunca a comprometerse. Otras, porque su vida llega a su término y mueren. Y los jóvenes vienen sólo si les traen sus padres. Y a una cierta edad, ni eso.

No podemos evitar que la gente se vaya de nuestras parroquias. Por supuesto, no podemos evitar que mueran. Pero podemos plantearnos cómo hacer, de nuestras parroquias, un imán para las personas.

He escrito sobre este tema en varias ocasiones y seguiré haciéndolo las veces que haga falta. Aunque uno sigue aportando su granito de arena y poniendo en práctica lo que escribe, aún sigue sorprendiéndome el hecho de que en ámbitos católicos, nadie parezca inquietarse por esto. Dentro de la Iglesia, sólo existe la preocupación por la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. 


Es cierto también, que nuestros monasterios y conventos envejecen a la par que sus denodados consagrados y sus perseverantes contemplativas. Pero es que, precisamente, el centro de gravedad de todo el problema de la falta de vocaciones, también, está en el crecimiento de comunidades parroquiales. Comunidades que puedan suscitar esas vocaciones.


Si nuestros monasterios echan el cierre por falta de "efectivos", si nuestras parroquias se van vaciando por falta de visión o por falta de misión, es que no estamos haciendo caso a la invitación de Jesús: 

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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20.y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"(Mateo 18, 19-20; Marcos 16, 15; Lucas 24,47-48).

Con esta invitación, Cristo inició su Iglesia, delegando en sus apóstoles esa misma invitación para su continuidad y crecimiento. Hoy, dos mil años después, da la impresión de que hemos declinado esa invitación.

Para llevar a cabo esa invitación de Jesús, es decir, para que Su mensaje llegue hasta los confines de la tierra, para que nuestros monasterios y conventos eleven sus oraciones al cielo y para que nuestras parroquias crezcan cuantitativa y cualitativamente, los cristianos tenemos dos tareas: una, llegar a nuevas personas que están fuera, es decir, invitar, evangelizar, y dos, acoger, escuchar y ayudar a las que ya están dentro, es decir, discipular.

Invitar= Evangelizar

La mayor diferencia existente entre parroquias que crecen (porque algunas crecen) y las que se vacían o cierran, es la evangelización, es decir, el hecho de invitar a personas alejadas de la fe a un encuentro personal con el amor de Cristo.

Promover nuestras parroquias desde programas diocesanos y espacios publicitarios en medios o redes sociales de evangelización son grandes ideas, pero, a las pruebas me remito, por sí solos, no funcionan.

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La mayoría de las personas que realmente se encuentran con Dios son personas invitadas personalmente por un amigo o miembro de la familia, bien a través de un método de evangelización, de un grupo pequeño de fe, de una peregrinación, etc.

Nuestra Familia de fe crecerá, primero por amor, y segundo, por el "boca a boca"

Sin embargo, nadie que venga a nuestras parroquias se comprometerá con ellas tan sólo por el simple hecho de haber sido invitado por alguien conocido.

Las personas se comprometen de forma automática y natural por razones experienciales y vivenciales: por un sacerdote que se muestra cercano y comprometido con Dios y con la Verdad, por un ambiente de cálida acogida y fraternidad auténtica, por una escucha atenta de sus problemas, necesidades o heridas por parte de las personas que les reciben,  por una adecuada y continua formación en la fe, a través de grupos de oración, matrimonios, jóvenes, etc.

Evangelizar, invitar a las personas a la Iglesia es sólo la mitad de la ecuación. La otra mitad es enfocarse en que se comprometan y permanezcan a largo plazo, y la única clave para esto son las relaciones personales.

Acoger= Discipular
Como ya hemos dicho, las personas se acercarán a Dios y a su Iglesia por una invitación personal, o tal vez por algo que han visto o escuchado en relación con un retiro, una peregrinación, un contenido de enseñanza o un método de evangelización.

Pero las personas se quedan cuando desarrollan una conexión más profunda y personal con el Cuerpo Místico de Cristo. Vendrán porque han sido invitados, pero se quedarán cuando se sientan personalmente interpelados y comprometidos por, al menos, dos hechos:

-porque han desarrollado amistades auténticas en un grupo pequeño de fe.

-porque han dedicado su tiempo, talento y capacidad a comprometerse en un servicio.

No debemos confundir multitud con parroquia. Una multitud no es una comunidad. Una multitud puede convertirse en una comunidad parroquial, pero una multitud no es automáticamente, una parroquia. Puede haber mucha gente en momentos determinados pero, a la hora de una necesidad, puede que no haya nadie dispuesto o comprometido.

A los católicos se nos da muy bien "recibir". Mucho más que "dar". Es como si no nos hubiéramos enterado de nada de lo que Jesús nos ha dicho: "Hay más felicidad en dar que en la que hay en recibir" o "No hay amor más grande que el que entrega la vida por sus amigos". O puede que seamos "especialmente comodones" y "perezosos" para comprometernos.

Las parroquias con propósito, con visión y misión, son especialmente hábiles en mover a las personas hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo:

-Hacia el interior, mueven a la multitud hacia una comunidad atractiva, pidiéndoles que se comprometan con la parroquia, formándolas y sugiriéndoles su adhesión a un pequeño grupo o servicio. Promueven el compromiso personal de ellas, desarrollando los hábitos y las disciplinas propios de un discípulo. Mueven a las personas comprometidas hacia el núcleo de la parroquia, involucrándolas en el servicio a otros de la comunidad.

-Hacia el exterior, enviándolas de vuelta al mundo en misión para presentar a otras personas a Jesús.

Todos los miembros de una parroquia deberían estar formados y capacitados para invitar a otros a asistir y a pertenecer a ella. 

Y luego, para atender a los que ya se han incorporado a la comunidad, los sacerdotes y su núcleo de personas más comprometidas, deberían trabajar en dos tareas específicas: conectar a las personas entre sí, formando grupos pequeños de fe y conectar a las personas creando servicios pastorales.

¿Qué persona invita a un amigo a casa y luego le deja desatendido?

Los nuevos "creyentes" que formarán parte de nuestra parroquia dentro de uno o dos años a partir de ahora, son aquellos que se unen al grupo pequeño y se unen a un equipo de trabajo.

Resultado de imagen de evangelizar y discipularAprovechemos cualquier ocasión para invitar a otros a formar parte de nuestra familia, ya sea fuera o dentro de nuestra parroquia, en una boda o funeral, en un retiro, en una celebración de amigos, en un puesto de trabajo.

Y con los que ya forman parte de nuestra familia, invitemosles a seguir creciendo y madurando espiritualmente a través de la formación, el discipulado y el servicio.

Así es como crece la Iglesia: trabajando para llegar a nuevas personas y trabajando para cuidar a las personas que ya han llegado.

Así es como Jesús lo hizo. Así es como nos enseñó a amar a Dios y al prójimo.

viernes, 26 de julio de 2019

¿DISPUESTOS A LA LUCHA O A DESERTAR?

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"Todo es posible para el que cree"
(Marcos 9, 23)

Desde un punto de vista táctico, sea cual sea el ámbito (militar, deportivo, social, religioso, etc.), estar a la ofensiva es la manera de obrar de quien ataca y agrede a otro, y la defensiva es la actitud de quien se coloca para resistir y rechazar una agresión. 

Mientras que el que toma la ofensiva busca y persigue al adversario donde se encuentre para derrotarlo o aniquilarlo, el que se mantiene a la defensiva se esfuerza en impedir su propia destrucción o derrota.

La ofensiva ataca con empeño el punto en el que le interesa vencer, economizando fuerzas para emplearlas en el punto decisivo, donde necesita alcanzar la superioridad. Intenta desalojar al enemigo de las posiciones que ocupa, bien porque cuenta con superioridad numérica, o porque cree contar con superioridad moral.

La defensiva, por el contrario, renuncia a la iniciativa y espera el ataque para repelerlo, contentándose con hacer frente y resistir el choque. Es es una actitud aparentemente de auto-protección, de previsión o de alerta. 

Partiendo de la certeza de que los cristianos estamos inmersos en una batalla espiritual, ¿Qué actitud tenemos? ¿estamos a la ofensiva o a la defensiva?

Resultado de imagen de caballeros templariosDesde su inicio, la Iglesia tuvo que emplearse a fondo en las tácticas defensivas, es decir en la Apología. Al tiempo que se construía la Iglesia desde dentro, empleó a sus mejores efectivos para defenderse del acoso y rechazo desde fuera.

Hoy en día ocurre lo mismo. El rechazo hacia los cristianos, la Iglesia y la fe católica es total, incluso más visceral y frenético. Nuestros adversarios están a la ofensiva bajo la táctica de la tolerancia, pero en el fondo ni nos soportan, ni les gustamos. Nos odian.

Es un guerra aparentemente, incruenta, pero es mortal. El Enemigo parece mostrar que su principal objetivo es el desgaste continuo de "lo cristiano", atacando e invadiendo posicione
s una y otra vez. Una vez conseguida esta primera fase, su estrategia es la aniquilación total del pueblo de Dios. Ese es el objetivo del "Anticristo", oponerse y luchar contra Cristo.

Enfrente, la Iglesia ha  venido adoptando una pésima táctica pastoral defensiva, tratando de no oponer resistencia, incluso, de mimetizarse todo lo posible con el enemigo. Es una deserción en toda regla: "Os digo y os pido en nombre del Señor que no viváis como viven los paganos, con sus vanos pensamientos y su mente oscurecida, apartados de la vida de Dios por su ignorancia y la dureza de su corazón; han perdido todo sentido moral y se han entregado al vicio, realizando desenfrenadamente toda clase de inmoralidades" (Efesios 4, 17-18).

Sin duda, es una nefasta táctica puesto que, mientras que las persecuciones a la fe de los primeros siglos, la hicieron crecer y robustecerse, sobre todo, por la valiente y audaz respuesta de los cristianos, hoy estamos a la defensiva pero no damos respuesta, y así, retrocedemos y menguamos.

En el campo de batalla espiritual, los cristianos somos odiados, despreciados, vilipendiado o incluso asesinados pero no actuamos. 

En este entorno hostil, la reacción de muchos cristianos es procurar que no se note que somos cristianos, es vivir nuestra fe en la clandestinidad de nuestros templos o casas, es esconder nuestras cruces, medallas y rosarios, es ocultar nuestras sotanas e incluso nuestros clerimans para que no se note que somos "gente de Iglesia". 

En el fondo, es una táctica derrotista, porque pensamos que no tenemos armas para defendernos. Nos falta el elemento apologético. Tenemos el deber y el derecho de defender nuestra fe ante los que la atacan y ante los que la ridiculizan, como nos muestran las Escrituras en Efesios 6, 11-18. 

La Armadura de Dios descrita en la carta a los Efesios es una llamada a la lucha, constituida por un conjunto de elementos defensivos y ofensivos, que requiere adiestramiento específico y destreza en su uso. 

Nos hallamos en una batalla a muerte, incesante, donde no existe tregua ni paz, ni compromiso o apaños mutuos, ni lugar donde esconderse, y donde es necesario posicionarse en uno de los dos bandos, porque no hay neutralidad posible.

La armadura de Dios provee a su ejercito equipación, adiestramiento y estrategia adecuada que nos garantiza la victoria en la guerra. Nuestra armadura nos protege de los ataques frontales; no se puede usar por partes, debe usarse completa siempre; nos arma defensiva y ofensivamente para recuperar posiciones que el maligno nos ha robado:

Armas Defensivas

Escudo de la Fe. Nos protege de las flechas de la venganzael odio, la envidia, la mentira, la ira, la vanidad y el orgullo.

Coraza de Justicia. Cubre el cuello, pecho y muslos. Actúa como protección para el cristiano. 

Yelmo de la SabiduríaNos cubre y protege la cabeza, y nos ayuda a pensar de la manera que Dios quiere que luchemos, incluso cuando estamos tentados a desertar.

Calzado de la Paz. Anclados al suelo para no resbalar, nos asegura un caminar estable, seguro y firme en medio del barro y las sacudidas de la batalla.

Cinto de la Verdad. Nos da firmeza, equilibrio y agilidad en los movimientos al conocer la Verdad y proclamarla.

Armas Ofensivas 

Espada del Espíritu. Sacramentos y Evangelización: armas cortantes y letales contra el Enemigo que nos mantiene afilados.

Arco y Flecha de la Oración. Moviliza el poder de Dios. Hace a la armadura relucir y brillar al permanecer conectados a Jesucristo. En ocasiones, también es un arma defensiva.

Estrategia y Adiestramiento

Palabra de Dios. Adiestramiento y formación en la lucha espiritual y estrategia de defensa contra el desánimo, el cansancio, la desilusión, la desesperanza.
No parece pues acertado seguir con la misma estrategia y con la misma pastoral que años atrás, cuando la fe católica era universal, y no era puesta en duda por nadie. 

Hoy, la Iglesia ha dejado de ser católica y universal, para convertirse en íntima y personal. Ha dejado de ser una, para convertirse en muchas opiniones mundanizadas. Ha dejado de ser apostólica, para convertirse en inactiva...

Resultado de imagen de armadura defensiva u ofensivaEl mundo nos ataca con la máxima virulencia para imponernos su pensamiento único. Desde todos los flancos, nos dicta cómo debemos pensar y actuar. 

Por eso, hoy, los cristianos bien formados y armados, no podemos tratar de pasar inadvertidos, no podemos dejar de hacernos notar, no podemos callar ni disimular. No podemos avergonzarnos de la cruz, ni esconderla.

Los cristianos tenemos que ser audaces y valientes para defender con coherencia y firmeza nuestra posición a favor de la vida y contra el aborto y la eutanasia, la defensa del matrimonio cristiano indisoluble, nuestra posición contra la ideología de género, etc.

Los cristianos tenemos que ser capaces de proclamar con claridad y solidez, la eficacia de nuestra fe, como uno de los grandes dones que nos ha dado Dios no sólo a los católicos, sino a toda la humanidad. 

Los cristianos debemos tener la certeza de que estamos en el ejercito victorioso, capitaneado por nuestro Señor Jesucristo, a quien "Se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mateo 28,18), quien "se ha manifestado para destruir las obras del diablo" (1 Juan 3,8) y quien nos transfiere, deposita y reviste de autoridad por el Espíritu Santo: "Ved que os he dado poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todas las fuerzas del enemigo, sin que nada os dañe" (Lucas 10,19). "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8, 31).

Los cristianos debemos tener la plena confianza en que el poder para salir victorioso no está en nuestras manos, en nuestros actos o palabras, sino en la Palabra de Dios, que obra milagros y es cierta: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24,35).

Hoy, los cristianos debemos estar preparados y alerta para entablar batalla a nuestro Enemigo. E incluso, estar dispuestos a morir por nuestra fe. 

jueves, 25 de julio de 2019

EL DOBLE CAMINO: ORACIÓN EN ACCIÓN

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"La acción es una oración con hechos!

¡Cuantas veces hemos hablado en "petite comité" sobre qué es más importante, la oración o la acción! ¡Cuántas veces hemos defendido qué va antes, la una o la otra!

Sin embargo, ambas no sólo no son contrapuestas ni excluyentes, sino que son absolutamente complementarias y dependen la una de la otra. Es como preguntarse ¿qué fue antes el huevo o la gallina?

El Papa Francisco hace poco, decía: "La escucha de la palabra del Señor, la contemplación y el servicio concreto al prójimo no son dos comportamientos contrapuestos, sino, al contrario, son dos aspectos ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que no van nunca separados, sino vividos en profunda unidad y armonía. Oración y acción están siempre profundamente unidas. Una oración que no lleva a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento solo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida de la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado."

De la oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica y de la acción brota la comunicación con Dios para saber cuál es su voluntad en cada actividad, en cada momento.

Sin oración, la evangelización se convierte en mero activismo sin sentido sobrenatural, sin alcance redentor. 

Sin acción, la contemplación se convierte en mero ensimismamiento sin sentido natural, sin alcance apostólico.
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Imagen relacionadaEl camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.

Es cierto que los "activistas" o defensores de la acción, pudieran ver la oración como una pérdida absoluta de tiempo. ¿Por qué rezar en lo escondido cuando pueden estar transformando el mundo?

Como también es cierto que muchos de los "orantes" o defensores de la oración, pudieran ver la acción como una pérdida impulsiva de energías. ¿Por qué hacer cosas en un mundo agitado cuando pueden estar en la tranquila presencia de Dios?


Y yo me pregunto, ¿hay una posición intermedia? ¿es posible hallar un equilibrio entre oración y acción?

Para la mayoría de nosotros, el equilibrio es un problema. Tendemos a pensar en términos de blanco y negro; de bueno y malo; de correcto y incorrecto; de importante y urgente.

Pero Dios, en su Palabra, nos muestra que en la vivencia de la fe cristiana, en la vida espiritual, existe un equilibrio perfecto entre oración y la acción:

Moisés escuchó la llamada de Dios en la soledad del desierto para, luego, cumplir Su voluntad, de regreso a Egipto y liberar a Su pueblo.

Jesús anunció el mensaje de Amor después de salir de la soledad del desierto, para luego, mantener un ritmo de acción y oración, moviéndose del mundo al Padre, y del Padre al mundo, una y otra vez.

Los apóstoles, después de la llegada del Espíritu Santo en oración, explotaron en acción.

San Pablo fue un denodado hombre de acción orante.

Henri Nouwen, r
econocido autor cristiano, dijo: “La vida cristiana no es una vida dividida entre tiempos para la acción y tiempos para la contemplación. No. La acción social real es una forma de contemplación, y la contemplación real es el núcleo de la acción social. . . La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos lleva a profundizar en él ”.

Nuestra vida de fe y servicio a Dios y a los hombres, gracias a la providencia divina, crea un espacio para que Dios trabaje en nuestro día a día.

Pasamos tiempo en silencio, Dios habla; Ayunamos, Dios nos llena; Adoramos, Dios nos habla; Hacemos una pausa, un retiro, Dios nos envía.

El Espíritu de Dios se mueve en, a través y alrededor de nosotros. Es entonces, cuando ocurre la verdadera transformación. Pero primero tenemos qu
e hacer espacio para Dios.

Una vez transformados por su Gracia, trabajamos con una fuerza sobrenatural para ren
ovar el mundo, pero no depende de nosotros.
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Oramos por los problemas del mundo, pero luego debemos comprometernos en las soluciones. Pedimos la intervención de Dios, pero Él quiere "necesitarnos". ¿No deberíamos, por lo tanto, orar mientras servimos? o ¿servir mientras oramos?

Por tanto, la oración es necesaria antes de la acción. Y durante y después de la acción, es también necesaria la oración.

La oración es comunicación, pero es mucho, mucho más. La oración nos conecta con el creador del universo, el Rey eterno. La oración alinea nuestros pensamientos y acciones con el Espíritu Santo, y entre nosotros.

El poder de la oración, une al pueblo de Dios con los propósitos de Dios, y puede cambiar el mundo. La oración llena nuestros corazones, nuestras manos, nuestras palabras y nuestras vidas con poder y significado. Cada movimiento que hacemos es una alianza con Dios, llena de oración, llena de esperanza y de fe en la voluntad de Dios. Cada palabra que oramos se combina con el poder del Espíritu Santo en una acción santa.

San Juan Pablo II dijo:
 “La misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”. 

La Madre Teresa de Calcuta, sobre "rezar el trabajo" dijo: 
“Nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”
.

Dios siempre toma la iniciativa. No somos nosotros quienes damos el primer paso. Pero sí quienes nos comprometemos cuando escuchamos la voz de D
ios.

Esta es la idea: dejar a Dios ser Dios, dejar que Dios actúe mientras nosotros pedimos y servimos. No somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro. El éxito y la gloria son de Dios.
Oremos y escuchemos mientras Dios actúa a través de nuestro servicio. San Benito decía: "Ora et labora", y yo creo que se refería a realizar ambas a la vez. 

Ni podemos sólo quedarnos en la oración, pretendiendo que lo haga Él todo, ni salir a la acción sin conocer la voluntad de Dios, pretendiendo arreglar el mundo por nuestra cuenta.

Debemos vivir, servir y orar en un perfecto equilibrio
, el que Jesús nos enseñó: "oración en acción", o lo que es lo mismo, un servicio centrado en la voz de Dios y en la atención al hombre.

San J
uan Pablo II, dijo: "La oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado”.

Benedicto XVI, sobre la Nueva Evangelización, dijo:“Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración. Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba”.

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Oración franciscana

Que Dios me bendiga con incomodidad
en respuestas fáciles, medias verdades y relaciones superficiales,
para que viva en lo profundo de mi corazón.

Que Dios me bendiga con santa indignación
ante la injusticia, opresión y explotación de las personas,
para que pueda trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios me bendiga con lágrimas
por los que sufren dolor, rechazo, hambre y guerra
para que pueda extender mi mano para consolarlos 
y convertir su dolor en alegría. 

Y que Dios me bendiga con suficiente insensatez 
para creer que puedo hacer una diferencia en el mundo, 
para que pueda hacer lo que otros dicen no se puede hacer, 
traer justicia y bondad a todos nuestros pequeños y pobres. 
Amén

martes, 23 de julio de 2019

CÓMO ESCUCHAR UNA HOMILÍA

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"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla"
(Stg 1, 22)

Sospecho que la mayoría de nosotros, los católicos, nunca nos hemos planteado cómo escuchar una homilía. No nos paramos a pensar cuál es la manera correcta de hacerlo. Sencillamente, nos sentamos y escuchamos.

Es cierto que la mayoría de las homilías que escuchamos de nuestros sacerdotes nos proporcionan un bien espiritual. Sin embargo, me pregunto cuántas nos llegan todo lo que deberían, cuantas de ellas han pasado de nuestros oídos a nuestra mente. Cuantas de ellas, a nuestro corazón. Y cuántas, a nuestra vida.

Es importante que sepamos cómo escuchar una homilía para sacar el mejor provecho. Creo que la palabra clave para hacerlo es "apertura".

Escuchar requiere estar "abierto a Dios" con un alma preparada, una mente alerta, un corazón receptivo y un espíritu dispuesto para la acción.

Alma preparada 
Lo primero es que necesitamos es que el alma esté preparada. La mayoría de nosotros, asumimos que la homilía comienza cuando el sacerdote termina de proclamar el Evangelio y empieza a hablar. Sin embargo, escuchar una homilía, en realidad, comienza antes. 

Comienza cuando preparamos nuestra alma para la Eucaristía. Mientras nos dirigimos a la Iglesia, nuestros pensamientos deberían comenzar a volverse hacia el Señor. Si es posible, habiendo leído con anterioridad el Evangelio del día.

Comienza cuando, una vez en la Iglesia, nuestra disposición es "orante" y nuestra actitud "activa" más que "acudir a ver qué pasa". Se trata de orar mientras escuchamos para saber qué nos quiere decir el Señor, a través de su Palabra, más que en lo bien que hable el sacerdote, o lo simpático que sea. 

Mente atenta
Dios transforma nuestras vidas, primero, apelando a nuestra mente y renovando nuestro entendimiento: "Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rom 12, 2 ). 

Entonces, cuando escuchamos al sacerdote, nuestras mentes necesitan estar completamente  en alerta, atentas y comprometidas con Dios. 

Estar atento requiere respeto y disciplina. Nuestras mentes tienden a divagar y a irse hacia nuestras preocupaciones cotidianas. 

A veces, estamos más pendientes del reloj, o de lo que hemos hecho hoy, o de lo que vamos a hacer cuando acabe la misa, y empezamos a volar con nuestra imaginación, lejos de la Casa de Dios. Y así, es imposible escuchar Su voz.

Necesitamos mostrar el respeto debido a Dios, que está hablando por boca del sacerdote, y por tanto, escuchar atentamente.

Reconozco que, aunque no lo hago a menudo, alguna vez he tomado notas en una homilía. Hasta el punto que, después de misa, se me ha acercado el sacerdote, a preguntarme qué hacía.

Tomar notas (aunque sean mentales), previa lectura del Evangelio del día, me parece una excelente manera de concentrarme tanto durante la lectura como durante la homilía. 

Soy consciente de que mi memoria no es una de mis grandes virtudes. Por eso, también escribo. Escribir es una ayuda valiosa para la memoria. El acto físico de escribir me ayuda a colocarlo y ordenarlo en mi mente. 

Además, tengo la ventaja añadida de que "lo escrito, escrito queda" . Y así, tengo referencias para futuras ocasiones. Incluso, obtengo un gracia adicional cuando leo, rezo y hablo de mis escritos sobre el Evangelio y de la homilía con alguien, después de misa. Incluso con el propio sacerdote.

Tampoco está de más que, una vez en casa, abramos nuestra Biblia para confrontar que lo que hemos escuchado de boca del sacerdote esté en consonancia con las Escrituras y lo hablemos en familia. 

El apóstol San Pablo lo plantea cuando dice: "Los judíos de Berea eran más abiertos que los de Tesalónica, y recibieron la palabra con buena disposición, estudiando diariamente las Escrituras para ver si todo era así" (Hch 17, 11). 

Pablo no sólo no criticó a los de Berea por ello, sino que, al contrario, alabó su compromiso de comprobar que lo que Él les decía, estaba de acuerdo con las Escrituras.

Corazón receptivo 
Pero escuchar a Dios a través de la homilía del sacerdote, escuchar realmente, requiere algo más que nuestras mentes atentas. También requiere un corazón abierto de par en par y receptivo a lo que nos suscita el Espíritu Santo.

Lo repito: Algo muy importante sucede cuando escuchamos una homilía: Dios nos habla. 

A través de Su Espíritu, calma nuestro miedo, consuela nuestro dolor, remueve nuestra conciencia, expone nuestra debilidad, proclama Su Gloria y nos da paz. 

Escuchar una homilía nunca puede ser simplemente un ejercicio intelectual o racional. 

Necesitamos recibir la Palabra de Dios, guardarla, conservarla y meditarla en nuestro corazón, exactamente igual que hacía nuestro mayor ejemplo, Nuestra Madre la Santísima Virgen María.

Espíritu dispuesto para la acción 
Lo último, tras una homilía, es tener un espíritu dispuesto a poner en práctica lo que hemos escuchado y aprendido. "La Palabra de Dios es viva y eficaz" (Hb 4, 12) y se aplica directa y particularmente a nuestras vidas diarias. 

El Espíritu Santo nos interpela, nos suscita, nos inspira siempre lo que debemos pensar, lo que debemos decir, cómo debemos decirlo, lo que debemos callar, cómo debemos actuar, lo que debemos hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y nuestra propia Santificación. Nos da agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar, acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar(Oración del cardenal Verdier).

Siempre hay algo que Dios quiere que hagamos en respuesta a la proclamación y predicación de su Palabra. Ella misma nos mueve a la acción. 
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El apóstol Santiago nos exhorta a no contentarnos con sólo escuchar y olvidarnos, sino a ser "activos cumplidores", "hacedores de la Palabra": 

"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si uno escucha la palabra y no la practica, es semejante a un hombre que mira su cara en un espejo y, después de haberla visto, se olvida en seguida de cómo era. Pero el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella, no como un oyente olvidadizo, sino como un activo cumplidor, será dichoso en practicarla."  (Stg 1, 22-25)

Hemos meditado algunas de las cosas que podemos hacer para saber escuchar una homilía.

Hay algunas más, seguramente. Pero la mejor manera de saber si hemos escuchado correctamente a Dios en una homilía es por la forma en que vivimos nuestras vidas. 

Nuestras vidas deben repetir y poner en práctica las palabras que hemos escuchado. En eso consiste ser cristiano. 

Cristo mismo nos lo dice: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21; Mc 3, 34-35; Mt 12,49-50). 

San Pablo, inspirado por el Espíritu, lo describe de forma sublime: "Mi carta sois vosotros, carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; pues es claro que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones." (2 Cor 3, 2-3)

FRANCISCO: DESAFÍOS DE LA IGLESIA


El Papa Francisco en su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, realiza un planteamiento de cinco desafíos importantes en la Iglesia para los laicos, la mujer, los jóvenes, las vocaciones y los ancianos. 

La misión de los laicos en la Iglesia 

El Papa constata una evidencia: "Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados" (EG 102). 

El Papa está pensando en la evangelización y está claro que en ella los laicos, "la inmensa mayoría del Pueblo de Dios", tienen un papel esencial

El Papa Francisco hace una segunda exposición: "Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe".

Sin embargo, la toma de conciencia de la responsabilidad laical no es igual en todas partes: "En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio […] a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones" (EG 102)

Llama la atención la crítica del Papa al clericalismo, que impide el desarrollo de un laicado adulto:
                                          
"El clericalismo es también una tentación muy actual en la Iglesia: se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se acurruca en cobertizos de ideologizaciones como las ya vistas, o en pertenencias parciales y limitadas".

Además de esta crítica del clericalismo, Francisco pone el dedo en la llaga de otro problema: el compromiso: "Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso […] se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad" (EG 102)

En realidad, el compromiso de los cristianos laicos en el mundo social, político y económico está casi ausente. 

Otro desafío pastoral importante lo constituye "la formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales" (EG 102).

El lugar de la mujer en la Iglesia 

Mucho más novedoso aún resulta el apartado dedicado a la mujer: "La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares" (EG 103)

El Papa Francisco reconoce "cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica" (EG 103)

Imagen relacionadaSin embargo, constata una carencia y un gran desafío: "Todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia […] en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes" (EG 103)

Reconoce que "las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente" (EG 104). 

No pone en discusión "el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía" pero llama la atención sobre un riesgo: esta cuestión "puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder" (EG 104).  

Citando Christifideles laici de Juan Pablo II, recuerda que "cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos" (EG 104)

Por eso, la función del sacerdocio ordenado, aunque se considere "jerárquico" no es un "poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo" (EG 104)

En fin, Francisco concluye reconociendo que "aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia" (EG 104).  

Como se puede ver, el Papa señala por dos veces como un gran desafío la importancia de que la mujer esté presente en los diversos ámbitos de la Iglesia "donde se toman decisiones importantes". 

Los jóvenes en la Iglesia

Francisco reconoce que "los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas" (EG 105)

Resultado de imagen de los jovenes en la iglesia catolicaEl Papa cree que el problema es sobre todo de los adultos, pues "nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden" (EG 105). 

Y, aunque valora el crecimiento de asociaciones y movimientos juveniles, cree "necesario, sin embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia" (EG 105)

Francisco cree que se ha crecido en dos aspectos: "la conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor" e invita a los jóvenes a ser “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra" (EG 106)

Las vocaciones sacerdotales

Francisco es consciente de que "en muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada" (EG 107)
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El Papa ve la causa de esta escasez en la ausencia de comunidades con un fervor apostólico contagioso"Aún en parroquias donde los sacerdotes son poco entregados y alegres, es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración" (EG 107).  

A pesar de la escasez, Francisco apuesta por "la necesidad de una mejor selección de los candidatos al sacerdocio. No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico" (EG 107)

¡Duro diagnóstico, pero certero! No todo vale. 

Escuchar a los ancianos y a los jóvenes 

Es frecuente en sus homilías e intervenciones que el Papa anime a escuchar a los jóvenes y a los ancianos, a la hora de intentar leer los signos de los tiempos en la realidad actual: "Necesitamos la memoria y la sabiduría de la experiencia de los mayores, pero también la esperanza de los jóvenes, «porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual" (EG 108)
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El Papa Francisco reconoce que no ha intentado ofrecer un diagnóstico completo e invita "a las comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos" (EG 108)

Sin embargo, en ningún momento pierde el ánimo Francisco: "Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!(EG 109).

lunes, 22 de julio de 2019

MARTA Y MARÍA: CUESTIÓN DE PRIORIDADES

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"Camino adelante, llegó Jesús a una aldea; 
y una mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa. 
Marta tenía una hermana llamada María, 
la cual, sentada a los pies del Señor, 
escuchaba sus palabras. 
Marta, que andaba afanosa en los muchos quehaceres, 
se paró y dijo: 
"Señor, ¿te parece bien que mi hermana me deje sola con las faenas? 
Dile que me ayude". 
El Señor le contestó: 
"Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, 
y sólo es necesaria una. 
María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará".
(Lucas 10, 38-40)

Ayer, escuchábamos el conocido pasaje del Evangelio de San Lucas, que nos narra la visita de Jesús a Betania, a casa de Marta y María, hermanas de Lázaro. Los tres hermanos fueron muy amigos del Señor.

María se sienta a los pies de Jesús para escucharlo, porque “no quiere perderse ninguna de sus palabras” mientras Marta “los quehaceres la afanan”. María "vivía" para Jesús y Marta se "desvivía" por Jesús.

Jesús, alabando el comportamiento de María, nos dice a cada uno de nosotros que no nos dejemos abrumar por nuestros quehaceres, que no nos afanemos por las cosas que tenemos que hacer. Cristo no dice: "no lo hagas" sino "no te agobies".  
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Y para no agobiarnos, nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré." (Mateo 11, 28). 

El Señor nos invita a escucharle, ante todo, para hacer "silencio", para encontrar paz y serenidad. Porque sólo así, podremos hacer las cosas cotidianas con eficacia.

Cuando el Señor viene a visitarnos a nuestra casa, es decir, a nuestra vida, ninguna ocupación o preocupación puede ni debe mantenernos alejados de Él. Nada debe distraernos ni nada debe llenar nuestro corazón de queja o resentimiento. 

Cuando dejamos que el rencor y la envidia anide en nuestro corazón, no somos capaces de escuchar atentamente a Cristo. Incluso, tampoco de reconocerle, como les ocurrió a los dos de Emaús. Y es que, a veces, los árboles no nos dejan ver el bosque. 

Sin embargo, nuestro Señor no pretende condenar la actitud de servicio de Marta, sino la ansiedad con la que la vive. En ocasiones, esa ansiedad y preocupación desmesuradas por los detalles, nos hacen caer en un insano "activismo" que nos impide escuchar a Dios, incluso aunque estemos trabajando para Él.

Marta no era sospechosa de negligencia. Ella fue quien recibió a Jesús, ella fue su anfitriona, quien se ocupó de su bienestar, quien hizo sentir a Cristo "como en casa". A Marta la encontramos en varios pasajes del Evangelio, siempre "trabajando", siempre "sirviendo" (Lucas 10, 38-40; Juan 11, 1-45; 12,2).

Marta era una mujer de gran fe y amaba tanto como su hermana a Jesús. Debió ser una mujer "de armas tomar", clara y directa. 
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Marta dio siempre el primer paso y puso los medios a su alcance para que el encuentro con Jesús pudiera producirse. Su actitud era y es necesaria en todo cristiano. Asimismo, tenía tal confianza e intimidad con el Señor como para hablarle con toda franqueza. 

Lo hizo en este pasaje y cuando su hermano Lázaro murió, algún tiempo después (Juan 11, 21-24) .

Y Jesús no se enfada, porque conoce el corazón de Marta, porque sabe que la actitud de Marta es noble y sincera, y humanamente, comprensible y hasta, justificable. Lo que Jesús corrige con mucho cariño y dulzura, es la agitación, la ansiedad y la preocupación de Marta. Corrige su "falta de enfoque". 

No tenía paz. Estaba inquieta y turbada. Jesús parece decirla: "Marta, estás dividida y ansiosa interiormente, con la mente en un sitio y el corazón en otro. Estás agitada y desconcertada porque quieres hacer muchas cosas, que no se pueden hacer todas a la vez"

Jesús la hace ver que Él está allí, que no debe preocuparse, y le dice que su hermana María ha hecho la elección adecuada: la escucha de la palabra de Dios que trae la paz. Nos invita a elegir nuestras prioridades.

Es paradójica la semejanza con otra una respuesta de Jesús, cuando parece reprender a su Madre, la Virgen María, en las bodas de Caná. En ambas escenas, nuestro Señor, que comparte y anima la virtud del servicio a los demás, nos enseña que, en nuestro corazón, no debe haber espacio para la preocupación. Sólo espacio para Él. Él es nuestra prioridad.

Además, Cristo nos enseña que la corrección es necesaria y que no tiene por qué ser algo violento. En este caso, Su sabia corrección nos anima a combinar el corazón de María (la contemplación) y las manos de Marta (la acción).

Jesús nos enseña a enfocarnos, no tanto en todas las cosas que necesitamos o que debemos hacer, sino en Él. 

Nos lo dice también en la parábola del sembrador: "Lo sembrado entre zarzas es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y la seducción de la riqueza ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mateo 13, 22).

Por tanto, ¿cuál es mi prioridad?