miércoles, 5 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (6)

"¡Este es mi Hijo, escuchadle!"
(Marcos 9, 2-10)

El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...

Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.

En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.

La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.

¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!

Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.

Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.

Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe  cobra todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".

Contemplando Su rostro, la Gloria de la Resurrección, me pregunto: 

¿Cómo me pongo ante la presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Es cómoda o comprendo que pasa por la Cruz?
¿Estoy atento y escucho con frecuencia la Palabra del Señor? 
¿Estoy disponible y dócil a las inspiraciones de Su Espíritu?
¿Hago y aplico en mi vida lo que Jesús me dice? 
¿Me da miedo preguntar o hablar sobre Dios?
¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo, o me quedo indiferente en mis seguridades?

JHR

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