sábado, 31 de octubre de 2020

CASARSE NO VA DE COMER PERDICES

“Casarse es fácil, permanecer casados es el reto. 
No se trata de con cuánto amor nos casamos, 
sino de cuánto amor construimos”

Desde pequeños, nos han contado muchos cuentos de hadas donde los protagonistas (príncipe azul y princesa rosa) se enamoran a primera vista, se casan ostentosamente en un palacio, viven felices y comen perdices. No es verdad: mi matrimonio ha cumplido 31 años y jamás hemos comido perdices.

De forma poco responsable, atribuimos esta decisión de casarnos a momentos de ilusión platónica o romanticismo idílico, o porque "toca" después de un noviazgo prolongado, o por un embarazo no deseado, o para que no se "nos pase el arroz", o por reconocimiento social, o simplemente, porque pensamos que la persona que elegimos es "perfecta". 

Si lo hacemos por alguna de estas razones, empezamos mal y... ¡lo que mal empieza, mal acaba!

Casarse significa "ponerse manos a la obra", construir, edificar... Es unir  y confiar tu vida a una persona a quien amas y quien te ama, a quien cuidas y quien te cuida, con quien creces y construyes un camino lleno de buenos momentos y experiencias, pero también de dificultades y obstáculos.
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Casarse va más allá de la química o de la física. Casarse es compromiso y entregarespeto y donaciónexclusividad y lealtad, pasión y deseoamistad y complicidad

Casarse es gratitud y perdón, cuidado y protección, construcción y edificación, dedicación de tiempo y esfuerzo a quien amas, es alimentar el amor.

En una sociedad que aboga por la "obsolescencia programada", por "destruir" en lugar de "construir", nuestro matrimonio sólo tendrá éxito si ponemos en el medio el Amor, si ponemos a Dios. 

¿Por qué? Porque Dios así lo ha instituido, porque es un don y un regalo que nos hace a nosotros y, sobre todo, porque creciendo ambos, junto y hacia Dios, el matrimonio es indestructible.

Un diseño perfecto

La culminación del diseño de Dios, lo más excelso de Su creación, fue unir al hombre y a la mujer. Por esa razón, Dios no apadrina matrimonios fracasados, hogares infelices, ni relaciones íntimas egoístas o sin propósito. 

Dios no creó a la primera pareja para que fracasara sino para que fueran complementarios (Génesis 2). En el primer matrimonio no existían los celos, ni las luchas entre ellos, ni las suegras, ni tuvieron relaciones anteriores con otras personas para comparar.

Dios creó el matrimonio para satisfacer las necesidades emocionales, psíquicas, físicas y espirituales entre un hombre y una mujer. 

Una unión compatible 

Dios creó a Adán solo en la tierra. ¿Necesitaba Adán más compañía que la que ya disfruta en el Edén? ¿Podía haber una mejor compañía que la de Dios? Seguramente no, y sin embargo, fue el mismo Dios quien dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2,18).

Adán puso nombre a los animales, pero era obvio que no pudo tener con ellos compañía compatible. Los vio cómo se emparejaban, “pero para sí mismo no encontró una ayuda apropiada” (Génesis 2,20). 

De manera que fue después de esta tarea con los animales, cuando Dios le dio una “ayuda apropiada”. Esto vino después de que Dios creara un deseo en él. 

¿Qué pasó cuando Eva fue creada? Bueno, la sorpresa de Adán tuvo que ser mayúscula. Recordemos que lo único que Adán veía eran animales y vegetales... pero ahora ve a una criatura que despierta en él sensaciones nunca antes experimentadasCuando vio a Eva, y dijo: “esto es ahora huesos de mis huesos, carne de mi carne…”, fue una exclamación llena de júbilo y de alegría. Esta sensación debe ser la misma cuando encontramos a quien Dios ha preparado para nosotros. 

En el diseño matrimonial, hubo y hay un propósito: Dios dio a Adán una esposa y dio a Eva un esposo. Y así es como ha funcionado desde el principio. 
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Dios no le dio una madre para que ésta le gobernara. No le dio a una hermana para que jugaran. Ni tampoco le dio a un hijo para que lo cuidara. Tampoco le dio a otro hombre.

Dios les dio a ambos una compatibilidad única en la tierra. Dios llenó la soledad del hombre con algo de su propia vida, de su propio cuerpo: una ayuda idónea, un complemento. La traducción sería una "ayudante" como él mismo. Es por eso que a nuestros cónyuges, les llamamos la “otra mitad”, lo que nos falta para ser completos. 

La llamada “guerra de los sexos” y sobre todo, el feminismo radical, crea confusión y división, pretenden crear una competencia entre el hombre y la mujer. Confunden igualdad con complementaridad. 

Lo que hace a un hombre y una mujer vivir como compañeros es su diferencia no su igualdad. Dios hizo al hombre para que fuera hombre y a la mujer para que fuera mujer. 

Lo que no es lógico ni natural es que la mujer quiera ser un hombre o que un hombre quiera ser una mujer. Al hombre (Adán), Dios le dio la responsabilidad de trabajar, de labrar y cuidar el Edén, mientras a la mujer (Eva) la tarea de ayudarle. Dios creó a la mujer para ser la ayuda y la motivadora del hombre. 

El hombre es el protector y la mujer, la protegida. Dios creó al hombre como vasija fuerte, mientras que la mujer es una vasija más frágil; el hombre es fuerte y rudo, la mujer es suave, delicada, amorosa. 

El hombre, por lo general piensa de una manera lógica, con la cabeza; la mujer piensa emocionalmente, con el corazón. La mujer es más romántica, soñadora; el hombre es más frío y calculador. 

Estas diferencias no deben ser criminalizadas como algo malo ni discriminatorio. En la diferencia está la complementariedad de ambos sexos. Es obra de Dios. Lo demás, es pretender una obra del ser humano.

Una unión permanente

"Se unirá a su mujer… y lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mateo 19,5,-6). La palabra hebrea “se unirá” significa soldar o pegar. Dios no pensó en hogares desechos, sino en hogares de éxito. 

En hogares desechos por la separación es común escuchar: “Se acabó el amor”. Pero la verdad es que se acabó porque nunca existió. Las separaciones producen personas desechas por culpa de la inmadurez, el egoísmo y el orgullo. Cuando alguien busca sacar algo, satisfacer algo, exigir algo en el matrimonio, en lugar de darse, satisfacer y entregarse al otro, éste fracasa y se rompe.

De estas causas, el egoísmo es el que más hace daño. Es cuando se entiende la pareja sólo para una unión física, para un desahogo de la carne, sin considerar el diseño divino. El llegar a ser “una sola carne”, implica no sólo una unión física sino también psíquica, emocional y espiritual.
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El amor es un compromiso. Y si no se hace ese compromiso, cuando llega alguna crisis, lo más cómodo es acabar con el matrimonio. 

El amor verdadero crea una soldadura en el matrimonio que convierte a ambos cónyuges en uno. Y si uno le hace daño al otro, se perjudica así mismo. 

Si nuestro matrimonio es pura apariencia y superficialidad, si el amor no es real, no es matrimonio. Si nos esmeramos sólo por tener la casa bien arreglada, las cuentas al día, comprar cosas, y mostrar que todo va bien, pero no tenemos amor, nuestro matrimonio está vacío y sin propósito. 

Si nuestro matrimonio es egoísta, sin tomar en cuenta al cónyuge, estamos dejando su gobierno al interés, que caerá en la rutina y hará perder el encanto de sus primeros años. La belleza física se acabará, cuando el cuerpo envejezca y cesará el deseo físico, pero el amor perdurará.

Una unión íntima

El matrimonio no es un "tú" o un "yo", sino un "nosotros". El matrimonio es la más íntima de las relaciones. “Íntima”  tiene que ver con lo más profundo, lo más secreto. 

Solo en el matrimonio se da la unión física, psíquica, emocional y espiritual. El sexo fue creado como parte del diseño divino. No fue hecho solo para que vinieran hijos, de modo que solo el hombre se complaciera. Ni tampoco fue hecho para satisfacer la concupiscencia. 
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Una pareja que ha recibido de Dios el regalo del sexo podrá experimentar una unión psíquica, emocional y espiritual. 

En la fornicación y el adulterio no puede darse este tipo de unión. 

En la homosexualidad o el lesbianismo tampoco puede darse esta unión. 

En la pornografía tampoco se produce esa unión, pues se trata de un comercio cuyo fin es promocionar la depravación, como señala San Pablo en Romanos 1,24-27.

Una unión santa

El reto al que se enfrenta una pareja hoy es vivir en santidad. Si algo conduce al éxito en el matrimonio es la santidad de los cónyuges. La santidad en el matrimonio es la opción de ambos cónyuges por mantener los valores morales y espirituales como su estandarte para el resto de sus vidas.
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Desnudos sin avergonzarse” fue la manera en la que vivían Adán y Eva antes de que cayeran por el pecado. Porque cuando el pecado no está presente no hay razones para avergonzarse. Entonces, esa unión es santa.

En la carta a los Efesios 5,22-25 encontramos una exhortación a tener muy en cuenta: "Amar a tu esposa como Cristo amó a su Iglesia"Pero en el amor y en la entrega de Cristo por su Iglesia hay un propósito: “A fin de presentársela a si mismo una iglesia gloriosa, sin mancha y sin arruga y sin cosas semejantes”.

No puede existir una meta más alta para el esposo que ésta. Así como el Señor no concibe una Iglesia con mancha, el esposo tiene una mayor responsabilidad que en su matrimonio no haya manchas que avergüencen su relación. Esto tiene que ver con el pacto de la fidelidad

"La santidad conviene a tu casa" (Salmo 93,5). La presente declaración fue dada para enaltecer los valores morales y éticos que deben ser vistos, como adornos distintivos, en la vida de los estamos envueltos en la casa del Señor.
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La misma palabra “santidad” nos exhorta a distinguir entre lo santo y lo profano; entre lo malo y lo bueno. 

Es una santidad que expresa la separación de los objetos divinos, exclusivamente para el servicio al Señor. Ese mismo principio debiera aplicarse al hogar, y sobre todo, al matrimonio.

Es la falta de santidad lo que hace que tantos matrimonios queden manchados, destruidos y al final separados. Nunca había sido tan necesario el llamado de este salmo para la familia de hoy. 

Un matrimonio debiera luchar contra todos los enemigos que quieren invadir la intimidad de su hogar. Una pareja debiera esforzarse para vivir de tal manera que nada les avergüence. Que el diseño original sea mantenido incólume frente al insistente ataque del pecado. 

Algunos le desean a recién casados felicidad; es extraño oír de alguien que les desee santidad. Pero si buscamos primero la santidad, el resultado será la felicidad. 

PROFUNDIZANDO EN LA FIGURA DE JESÚS

"Sed imitadores de Dios, 
como hijos queridos, 
y vivid en el amor como Cristo os amó 
y se entregó por nosotros a Dios 
como oblación y víctima de suave olor"
(Efesios 5,1-2)

El Espiritu Santo, a lo largo de todo el Evangelio, nos dibuja la figura de Cristo, pero no tanto cuanto sus características físicas como sus rasgos morales

Con seguridad, su aspecto debió ser atractivo y elegante, su talante, educado, sus gestos, atentos y de buen gusto, y su voz expresiva y contundente. Y por ello, atrajo la atención de toda la gente de su época.

Sin embargo, escudriñar la figura espiritual del Señor exige, antes de nada, hacer silencio, es decir, cultivar el "arte de la oración contemplativa", porque contemplar hoy a Jesucristo se hace especialmente difícil debido, sobre todo, a dos inconvenientes: 

-el ruido exterior (la superficialidad, la actividad frenética, la prisa, etc.) que dificulta la escucha atenta y la contemplación, y nos cierra a la trascendencia.

-el ruido interior (la soberbia, la comodidad, la pereza, etc.) que nos impide escuchar la voz de la conciencia para reflexionar y discernir en profundidad la figura de nuestro Señor.

El ruido, el activismo y la superficilidad nos aisla, convirtiéndonos en seres solitarios, incapaces de reconocer a Dios en la creación y en el prójimo, y por ende, de relacionarse con ambos.

Nuestro problema es que no escuchamos. A los dos años de edad, aprendemos a hablar, pero necesitamos toda la vida para aprender a escuchar. Queremos mantener "conversaciones imposibles"... porque sólo hablamos y no escuchamos. No callamos ni para respirar.

Por eso, los cristianos debemos aprender a escuchar y contemplar la Palabra de Dios. En la EscrituraDios Espiritu Santo nos habla continuamente de Dios Hijo, imagen de Dios Padre.

Dice San Jerónimo que "quien no conoce la Escritura, no conoce a Cristo". Orando y meditando la Palabra de Dios, encontrarnos al Señor, su modo de ser, sus rasgos característicos, para que, al igual que los dos de Emaus, "arda" nuestro corazón, mientras Él mismo nos relata las Escrituras.

En la Palabra de Dios, Jesús se hace el encontradizo con nosotros, "se deja ver", se revela a nosotros, también con sus "silencios", gestos elocuentes de su divinidad, que nos enseñan a callar y a escuchar, para así, descubrir el amor en lo que se silencia. Y así, con los oídos abiertos, los ojos limpios y el corazón puro, descubrimos cómo es nuestro Señor.

La excepcional personalidad de Jesús excede todos los paradigmas humanos y todos los modelos morales. Así, un judío en su sano juicio, no proclamaría ser Dios y menos aún, lo mantendría hasta el punto de ser condenado a muerte por blasfemia. Si realmente no fuera Dios, sería un loco, un inane, un trastornado...

Son tantas sus buenas cualidades humanas (todas las posibles) y divinas que sería interminable enunciarlas. He aquí algunas de ellas:

Perfección
La personalidad de Jesucristo rebosa sabiduría, altura moral, pureza y rectitud de intención en todo cuanto dice y hace.

Su serenidad, su equilibrio, su armonia y sus virtudes humanas evidencian de forma patente su perfección. 

Jesucristo es el modelo perfecto de toda virtud. Perfecto Dios y perfecto Hombre, une el Cielo y la Tierra.

Cuando Cristo actúa por el Espíritu Santo, personifica los gestos del Padre y da testimonio de la Trinidad perfecta. 

Santidad
Su santidad se pone de relieve en la veracidad transparencia de sus palabras y de sus actos. Sólo Cristo es Santo.

Sus enemigos buscan acusaciones para darle muerte pero no las encuentran. Recurriendo a falsos testigos con argumentos contradictorios, le condenan a muerte, aunque Pilato le encuentra inocente, e incluso Judas reconoce su inocencia al devolver el dinero de su traición.

Pedagogía
La autoridad, la firmeza y la seguridad con la que habla en toda situación le acreditan, sin ninguna duda, como el Hijo de Dios. 

Cristo vive en contacto cercano con loa hombres, apreciando lo bueno de cada uno, afrontando los problemas que le presentan y sanando sus enfermedades físicas o espirituales.

No procura el "buenismo" ni el "sentimentalismo", es firme a la vez que suave, directo a la vez que dulce.

No hiere  la conciencia de quienes le escuchan y les enseña siempre con su pedagogía de lo cotidiano: ilustra con la anécdota, la comparación o la parábola, repitiendo lo mismo varias veces o de diferentes formas, si es necesario.

Amor
La dulzura y amabilidad de sus palabras y la atención a todos los que se le acercan necesitados, "enamoran" y demuestran que Cristo es la razón de ser del Amor, que el Dios-Hombre es Amor.

Su Amor por el hombre es irrevocable. No hay nada que podamos hacer que nos pueda alejar de su amor.

Bondad
En Jesús no hay, ni euforias en los milagros que hace, ni depresiones ante los problemas del hombre, no hay tensión espiritual como en las vidas de muchos santos de la Iglesia.  

"Todo lo hace bien" es el comentario unánime de quienes son testigos de sus obras.

Sólo Dios es bueno. Y por ello, comprende que nos olvidemos de sus consejos, porque sabe somos malos debido a nuestra naturaleza herida por el pecado.

Prefiere ser ofendido a ofender. Prefiere servir a ser servido.

Sencillez
Durante las tres décadas de su vida privada en Nazaret, Jesús no hizo nada que llamara la atención, nada que no hiciera de forma natural un judío de la época. 

Jesús aprendió de San José un oficio artesano y sencillo sin despertar admiración alguna, y con la maestría de sus manos, santificó, "espiritualizó" el trabajo, enseñándonos a amar nuestras tareas y mostrándonos que es el amor de Dios lo que da trascendencia a nuestras acciones.

Sinceridad
El Señor tiene aversión a la mentira, que es propia del Diablo. No soporta la falsedad y la doble vida, el orgullo y la hipocresía, que sólo intentan disimular los pecados.

Jesucristo es sincero, no se comporta bien "de cara a la galería" ni es "políticamente correcto". Sencillamente, se comporta con sinceridad porque es la Verdad

No hay nada en el Señor que suene a postizo o incoherente, no hay mentira ni contradición.

Es coherente en su conducta y en su enseñanza. No pacta con la mentira ni diluye la verdad.

Humanidad
Jesús amó la época histórica que eligió para encarnarse y, aunque conoció el cansancio, la fatiga del trabajo y la monotonía de los días sin relieve, dio siempre gloria al Padre amando su labor cotidiana y cumpliendo siempre con sus obligaciones

El amor al mundo, en el mundo, sin ser del mundo es otro gran rasgo de la personalidad cristiana que Cristo protagonizó al juntarse con pecadores. 

El Señor se encuentra a gusto, como pez en el agua, compartiendo su vida y enseñanzas con la gente, de aldea en aldea, quedándose en sus casas y compartiendo mesa con ellos. 

Sensibilidad
Observa y aprecia la naturaleza, proclama la belleza de la creación en los lirios del campo o la libertad de los pájaros, ensalza la fe de los pobres y de los pecadores.

Su compasión y su misericordia le hacen muy sensible al sufrimiento humano, y lo sana; a la ignorancia de la gente, que es la mayor pobreza; a la vida de las personas, a quienes escucha.

Confianza
El Señor confía plenamente en el hombre y, aunque sabe lo que necesita, delega y cree en él

Prefiere la posibilidad del error, de que le traicionen o le nieguen, a desconfiar de él o a quebrantar su libertad de elección.

Pero también nos pide a sus discípulos fe y confianza en la misión que nos encomienda, aunque sea dificil y, a primera vista, imposible, porque Él nos ayudará.

Nos pide que seamos dóciles a la acción del Paráclito, que seamos instrumentos de la gracia divina; que nos lancemos a sus brazos sin miedo.

Optimismo
Cristo sabe apreciar lo que hay de bueno en cada hombre, en cada corazón y trata de sacarlo a la luz pero no cae en idealismos ingenuos ni buenismos blandengues.

Su actitud ante la vida es una visión gozosa, optimista y positiva afrontando todos los problemas. Nunca mira para otro lado, nunca desatiende una situación.

Elegancia
El Señor es atento, educado y tiene buen gusto, como muestra su proceder con el vino en las bodas de Caná.

Es delicado y sutilatento y agradecido aceptando invitaciones a banquetes o defendiendo la generosidad de una mujer que le lava sus pies con sus lágrimas.

Es generoso y desprendidoordenado y meticuloso como demuestran sus muchos milagros, por ejemplo, el de la multiplicación de los panes y peces, cuando distribuye a la muchedumbre en grupos para darles de comer y ordena que se recojan las sobras.

Compasión
El Señor se compadece de las muchedumbres cuando las ve "como ovejas sin pastor".

Muestra misericordia y piedad con los enfermos, con las viudas, con los repudiados, con los pecadores.

Se apiada de los que van a Él suplicantes y con fe.

Alegría
El Señor es la alegría personificada. Allí por donde pasa, deja una estela de alegría y entusiasmo en la gente, como cuando entra en Jerusalén.

Cristo es nuestro ejemplo a imitar.


Fuente: 
-"Cristo, la Obra maestra del Espíritu Santo" (P. Pedro Beteta)

miércoles, 28 de octubre de 2020

EL TURISMO ESPIRITUAL COMO DEPENDENCIA


Cuando hablamos de “retiro espiritual”, a todos nos viene a la cabeza la idea de apartarse, de recogerse y de aislarse para pasar un fin de semana con Dios. Sin duda, es una esperiencia maravillosa que el Señor nos concede para recibir su infinito amor y participar de su inmerecida gracia.

Todos anhelamos en nuestro corazón un deseo o necesidad espiritual para encontrarnos a nosotros mismos, para encontrarnos con Dios, para dar un sentido a nuestra existencia. 

Sin embargo, no quisiera pensar que sólo soy capaz de encontrarme con Dios en un retiro por querer escapar de lo cotidiano; no quisiera suponer que sólo soy capaz de entregarme a los demás en un retiro porque fuera no me atrevo; no quisiera creer que sólo soy capaz de rezar y hablar de Dios en un retiro, porque fuera no tengo tiempo ni valor; no quisiera pensar que sólo soy capaz de abrir mi corazón y ser auténtico en un retiro, porque fuera debo ser "fuerte y políticamente correcto"; no quisiera creer que sólo soy capaz de dar un propósito a mi vida en un retiro, porque fuera no es posible.

Porque de ser así, es entonces cuando me "convierto"... pero no a Dios, sino que me convierto en un "turista espiritual", en un "guiri religioso". Es entonces cuando pretendo transformar ese encuentro con Dios en una escapada de "turismo espiritual" para encontrar mi paz, en una experiencia sobrenatural con la que me relajo de mi estrés diario, en un "cristianismo de fin de semana" a mi forma, para volver a "secularizarme" nada más salir de él. 

¿Y si me planteara hacer "fuera" lo mismo que hago "dentro" en un retiro...? ¿y si me propusiera vivir el retiro cada día, en cada situación...? ¿ y si trasladara la atmosfera de un retiro al mundo cotidiano...? ¿y si me comprometiera a dejar de ser turista espiritual para convertirme en embajador de Cristo en mi sociedad...?

Yo creo que Cristo no vino a la tierra a hacer turismo ni a acompañarnos en un viaje de placer. Y se lo dejó claro a Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor. Quedarse allí no era el propósito de su misión. Los discípulos debían proclamar la gloria de Cristo al mundo, en el mundo.
Por tanto, como cristiano, no puedo quedarme en la "gloria" del Tabor, no puedo convertir un retiro en una forma de "ocio espiritual", en una forma de "relax emocional", en una forma de "descanso místico", en una  "autorrealizacion cristiana". No puedo obsesionarme en los retiros como una forma de saciar una necesidad o una satisfacción personal.

Estoy convencido de que el verdadero fruto de un retiro espiritual consiste en trasladarlo a mi vida cotidiana. Ese es el reto: buscar a Dios en cada momento del día, en cada persona que me cruzo y vivir lo que vivo en un retiro, pero a diario. Ese es el desafío: buscar a los demás, acompañar a quienes han compartido esa experiencia conmigo y regalarles mi vida cada día. Ese es el próposito: proclamar que Jesucristo está vivo al mundo, en el mundo.

La planificación, los preparativos, el retiro en sí mismo, la gracia derramada, las conversiones de las almas... todo se convierte en una experiencia apasionante que me llena de gaudio espiritual, pero no puedo limitarlo a un momento de "autosatisfación espiritual", no puedo reducirlo a un simple fin de semana de "experiencia religiosa", no puedo convertirlo en una "adicción mística"o  en un "subidón espiritual". Porque todo subidón, además de ser efímero, va seguido de bajón. 
La experiencia del Tabor que siento y experimento en el retiro, siendo maravillosa, no puedo guardarla en un fin de semana, porque allí perderá toda su fuerza. Debo extenderla a toda mi vida, desarrollarla en cada momento de mi existencia, llevarla a todo mi entorno. De nada me sirve vivirla en el retiro, si luego no la traslado a mi dia a dia.

Mi fe en Cristo no puede estar basada en una experiencia de "péndulo espiritual" que se mueva por sentimientos o sensaciones. No puede estar asentada sobre un hábito de "dependencia espiritual" que necesite más y más dosis. 

Porque entonces será una experiencia de mi "yo" humano, y no un encuentro con Jesús, con el "Yo" divino. Porque entonces será un sentimiento muy noble por mi parte y una sensación de "plenitud" particular pero no de libertad, porque seré esclavo de gula espiritual.

Necesito que mi fe aumente, madure y crezca en toda ocasión. Necesito salir de mi "yo" particular, para encontrar el "nosotros" comunitario. Y eso sólo ocurre cuando pongo la fe en acción, porque "la fe sin obras está muerta" (Santiago 2, 14-17).

lunes, 26 de octubre de 2020

POBRES E INDIGENTES EN EL ESPÍRITU

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos" 
(Mateo 5, 3; Lucas 6,20)

En nuestra sociedad occidental, el materialismo prima sobre cualquier otro aspecto de la vida: lo primordial es "tener" o "poseer", ya sean bienes materiales, talento, honores, riqueza o poder; lo fundamental es "ser alguien"o "triunfar". 

Un "rico" que deposita sus anhelos en las capacidades personales y en las riquezas de este mundo, desecha lo trascendental. Prefiere depender de él y de las realidades sensibles y por ello, es incapaz de amar al prójimo, como tampoco es capaz de amar ni de dejarse amar por Dios. 

De forma similar, también existen "ricos en el espíritu" que ponen sus miras en los cumplimientos religiosos y en las recompensas espirituales, desechándo la gracia. Prefieren depender de sus talentos, de sus preocupaciones y sentimientos, y por ello, tampoco aman, ni a Dios ni al prójimo.

Sólo cuando el hombre toma conciencia de su fragilidad y de su debilidad, es cuando asume su pobreza material y espiritual; sólo cuando se desapega de lo terrenal y se vacía de sí mismo, se abandona a la misericordia de Dios; sólo cuando toma conciencia de que su corazón y su alma están vacíos, se hace accesible al amor de Dios; sólo cuando reconoce su necesidad y dependencia, se hace dócil a la gracia de Dios.
Es en la presencia poderosa de Dios, donde todos los hombres somos pobres e indigentes materiales, y mendigos e insolventes espirituales, y a pesar de ello, Dios no nos humilla, ni nos margina ni nos desecha, sino que se compadece de nosotros. Nuestro Padre misericordioso sale al encuentro de sus hijos pródigos, nos abraza y nos devuelve nuestra dignidad.

El pobre en el espíritu deja de estar pendiente, satisfecho o preocupado de sí mismo o de los bienes materiales; deja de idolatrarse y de idolatrar cosas; siente carencia, necesidad y dependencia de Dios. 

El Evangelio de San Lucas, con la parábola del fariseo y el publicano, nos muestra el perfil del rico y el del pobre en el espíritu: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador” (Lucas 18,10-13).

Al contrario de lo que pudieramos pensar, Dios no desea ni ricos espirituales ni materiales, aquellos que creen tener méritos propios, que creen "cumplir", que creen estar por encima de los demás, aquellos que creen tener todo lo que necesitan, que creen estar seguros, que creen estar a salvo. 

El mismo Jesucristo se refiere a los dos tipos de ricos en el Evangelio cuando dice: "En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos" (Mateo 19, 23-24).
Dios quiere pobres en el espíritu que le pidan, que le necesiten, que le anhelen, que le elijan...quiere pobres en el espíritu que se desapeguen de sí mismos y se agarren a Él...quiere pobres en el espíritu que se nieguen a sí mismos y le sigan.

El pobre en el espíritu, libre de todo apego a las realidades naturales y sensibles, interiores y exteriores, se muestra dócil a la gracia infundida por Dios en su alma, que le atrae de lo corporal a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, hacia la unión íntima con el Todopoderoso. Y así, alcanza la perfección.

domingo, 25 de octubre de 2020

FRANCISCO ¿UN PAPA CONTROVERTIDO?

"Os ruego, hermanos, 
en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

No hay duda de que la Iglesia Católica vive tiempos de confusión y de una crisis de identidad de extraordinaria gravedad, que señalan la cercanía del fin de los tiempos. La Iglesia se encuentra ante lo que algunos denominan "Purificación", y lo que otros llaman "Reforma". Son los signos de los tiempos que los católicos debemos discernir, y que el Papa Francisco, como cabeza de la Iglesia Católica y del Magisterio Apostólico, debe tratar de interpretar y explicarnos.

Su última encíclica, "Fratelli tutti", denominada por él mismo como una "Encíclica Social", dirigida a "todas las personas de buena voluntad", junto a unas supuestas declaraciones suyas a favor de las uniones homosexuales, aparecidas en los medios de comunicación, no han hecho sino contribuir más aún a la gran confusión de conceptos, a la división de criterios y al antagonismo de posiciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Es un hecho evidente que  Francisco no deja indiferente a nadie, ni a propios ni a extraños. El Pastor de los pobres, de los marginados y de los inmigrantes, el Obispo dialogante y cercano, con sus originales frases y dichos, atrae a muchos fieles y seduce especialmente, a quienes no creen en Cristo.

Sería interminable enumerar todos sus dichos y chascarillos, pero lo cierto es que, como dirían en Argentina, el Papa "tira los galgos" al mundo, es decir, endulza los oídos de las personas alejadas y sin fe para ganárselos.

Francisco es signo de contrariedad, tanto fuera como dentro del pueblo de Dios. Si bien es cierto que las críticas más duras a sus declaraciones descontextualizadas y las defensas a ultranza de la coherencia de sus escritos con la doctrina católica, provienen de los ámbitos internos de la Iglesia, también es igual de cierto que muchos católicos "de a pié" están desconcertados y desorientados porque no son capaces de entender lo que que dice al utilizar conceptos no muy propios de la fe católica ("derechos humanos", "solidaridad", "cambio climático", etc.), ni de comprender a quién se lo dice ("populismo", "liberalismo", "insolidarios", "opresores", etc.). Y en eso, se parece a Jesucristo, a quien sus apóstoles, muchas veces, no entendían.

Francisco es, sin duda, signo de contradicción, tanto en su Argentina natal como en su Papado Romano. Hay quienes le ven como una solución, y otros, como un problema; hay quienes le ven como una continuidad y otros, como una ruptura. En eso también se parece a Cristo, a quienes algunos veían en él la salvación, mientras que otros pensaban que llevaba un demonio dentro (Marcos 3, 20-30). 

Sin embargo, ante cualquier declaración suya, siempre hay algunos quienes las critican y las replican, y otros las defienden y tratan de explicarlas. No creo que, ni los unos deban ser considerados conservadores o radicales, ni los otros progresistas o reformistas. Sobre todo, si son expresadas desde el seno de la Iglesia, que es Una y Santa, la Iglesia de Cristo. No es ni conservadora ni reformista. No hay división en el pueblo de Dios. No hay Iglesia de Pablo o de Apolo (1 Corintios 1, 10-13). San Austín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad".

Al Santo Padre sólo se le puede entender si tenemos en cuenta sus dos principales rasgos personales, aunque no siempre vayan de la mano: su firmeza en materia dogmática y su marcada sensibilidad social. Podríamos decir que Francisco es un "conservador popular" que ejerce un "apostolado social".

Pero el problema no es si es el papa Francisco es sospechoso o no en materia de fe, sino que no habla claro. Muchas veces, parece decir una cosa y la contraria, como si hablara a la vez a dos auditorios distintos, con la intención de agradarlos a ambos. Quizás también sea que los medios tratan de buscar "resquicios" en sus palabras o sacan de contexto sus declaraciones, para lanzar grandes titulares con los que crear polémica entre el mundo católico y el ateo. El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12,30). En eso no se parece mucho a Cristo.

El problema no es que el papa Francisco niegue los aspectos invariables de la doctrina católica, sino que sus silencios en lo esencial, relegan lo sustancial a un segundo plano. Y lo fundamental es llamar al mundo a la conversión y proclamar de forma clara que la única Salvación que tenemos, es creer en Jesucristo"No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos" (Hechos 4,12). En eso tampoco se parece mucho a Jesús.
El problema no es que el papa Francisco invite a una fraternidad universal, sino que lo hace sin proclamar al mundo que la única hermandad posible está vinculada a la filiación divina que Jesucristo logró para la humanidad con su muerte y resurrección, reconciliándonos con el Creador y convirtiéndonos en hijos de Dios, y por tanto, hermanos de Cristo: "Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado...el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos" (Colosenses 1, 21-26).

Nosotros, los católicos, escuchamos lo que la Iglesia nos dice y nos enseña a la luz del Espíritu Santo, la Sagrada Tradición y del Magisterio, y de la Sagrada Escritura, y ponemos nuestra confianza en Dios y no en los sueños o en las promesas del mundo.
Los cristianos sabemos que la fraternidad universal no es posible por la implantación de ideologías mundanas sino por la dimensión trascendental, sobrenatural y mística a la que Dios nos llama; creemos que la justicia social y la paz mundial no son posibles por los méritos humanos ni por la acción de una autoridad mundial política, sino por la gracia de Dios; tenemos la certeza que la unidad de todos los hombres no se consigue por un diálogo ecuménico global sino por la fe en Jesucristo.

Y por todo ello, clamamos:  "Señor mío, Dios mío, nos basta tu Gracia" .

viernes, 23 de octubre de 2020

EVANGELIZACIÓN 2.0: DISCIPULAR CONVERSOS

"Nadie puede venir a mí 
si no lo atrae el Padre que me ha enviado...
Serán todos discípulos de Dios. 
Todo el que escucha al Padre y aprende, 
viene a mí" 
(Juan 6,44-45)

Hace cinco años, en mi artículo Iglesias portaaviones, escribía sobre la urgencia de la conversión pastoral de la Iglesia, sobre la necesidad de pasar de ser cruceros a portaaviones. 

Un cambio de paradigma al que nos han venido exhortando los papas (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) en sínodos, encuentros y encíclicas (Lumen GentiumRedemptoris MissioEvangelli NuntiandiiVerbum Domini, Evangelii Gaudium) bajo expresiones como "Nueva Evangelización", "La Iglesia existe para evangelizar", "Iglesia en salida", etc.  

Y gracias a la acción del Espíritu Santo que, en los últimos años, ha guiado a la Iglesia para poner práctica distintos metodos de evangelización (Cursillos de Cristiandad, Apha, Emaús, etc.) que han producido muchos frutos, han hecho regresar a muchos "hijos pródigos", que se habían alejado de la Iglesia (entre los que me encuentro yo también).
Ahora, escribo y reflexiono sobre la importancia y la imperiosa necesidad de que la Iglesia dé un nuevo paso en su misión: Evangelización 2.0. Es decir, de la evangelización al discipulado, priorizar la acogida, ayuda y formación de todas las personas que han vuelto, y que continúan regresando a la Casa del Padre, es decir, acoger atender y preparar a los conversos.

No podemos limitarnos a evangelizar y luego volvernos a casa sin más, dejando a las personas sin guía. Es necesario acoger, acompañar y discipular a los "evangelizados". Si no lo hacemos, el fruto caerá en tierra y se pudrirá. Transcurrido un tiempo, la personas que regresaron, volverán a marcharse. 

Muchas veces lo hemos escuchado, dicho y repetido: el fruto de la evangelización no consiste en llenar parroquias los domingos, sino en los evangelizadores que envía y en los discípulos que genera.

La Iglesia evangelizadora no es un crucero placentero donde disfrutamos todos como pasajeros. Es algo más: es un portaviones en continua actividad que envía y recibe aviones, que repara y reposta a los que llegan para volver a enviarlos. Es un navío donde los pasajeros están en continuo adiestramiento.

El regreso de los "hijos pródigos" no tiene sentido alguno, si una vez en casa, no les devolvemos su dignidad, no les vestimos, no les calzamos, no les ponemos el anillo y no les ofrecemos el novillo cebado. 
No tiene sentido, si al cabo de un tiempo, dejamos descuidados los aviones en los hángares del portaviones, o si no los reparamos, preparamos y equipamos para nuevas misiones, o incluso, si quedan inservibles para la acción. 

La evangelización no tiene sentido sólo por el acto en sí de envangelizar, si al cabo de un tiempo, los que regresaron, se vuelven a marchar a aquel "país lejano" del que vinieron, porque no les hemos acogido ni prestado la atención debida. Eso es lo que la párabola nos exhorta a hacer: acoger, acompañar, preparar...discipular.

Como decía en el artículo antes citado, el mayor enemigo de la evangelización somos nosotros mismos. Volvemos de las misiones con "prisioneros rescatados", pero seguimos siendo "cortos de miras", al no saber qué hacer con ellos, al no escuchar lo que el Espíritu Santo nos dice a través de la Iglesia, de la Tradición, el Magisterio y la Palabra de Dios.

No se trata de llenar las parroquias como si fueran "trasteros", donde acumulamos de todo "por si acaso", pero no utilizamos nada. No se trata de organizar retiros evangelizadores o acciones misioneras para "ocuparnos" en muchas cosas que carecen de sentido sobrenatural. Porque todo eso no evangeliza. 

Se trata de adiestrar continuamente a los hombres y mujeres que son rescatados del Enemigo y acogidos en el "portaaviones" (y a la dotación, también), para formar un ejército de "rescatadores de almas" para Dios. 
Se trata de preparar grupos para misiones específicas, incluso a veces, "imposibles", porque todos corremos el peligro de caer en manos del Enemigo y volver a ser "prisioneros de guerra".

Se trata de entrenar equipos especiales que, primero, deben ser adiestrados en la supervivencia como cristianos para, después, conocer las tácticas de defensa y ataque, y así, emprender la misión y liberar a otros prisioneros.

Sólo un ejército bien dotado y equipado, entrenado y adiestrado, puede embarcarse en nuevas misiones que acaben con éxito. Sin la preparación adecuada, no se puede "luchar".

martes, 20 de octubre de 2020

SIERVOS DE DIOS

"El que quiera ser grande entre vosotros, 
que sea vuestro servidor, 
y el que quiera ser primero entre vosotros, 
que sea vuestro esclavo. 
Igual que el Hijo del hombre 
no ha venido a ser servido 
sino a servir 
y a dar su vida en rescate por muchos"
(Mateo 28,26-28)

A muchos de nosotros, cristianos que hemos conocido el amor y el perdón de Dios, se nos llama "servidores" porque servimos a Dios por amor y agradecimiento, y seguimos el ejemplo de Cristo, quien no vino para ser servido sino para servir y, por amor, dar su vida en rescate por muchos.

El término "servidor" proviene del término hebreo jebed y del griego δοῦλος o doulosque se repite en numerosas ocasiones a lo largo de la Palabra de Dios y que significa "esclavo o siervo". Doulos es alguien que, habiendo obtenido su carta de libertad, decide servir a su Señor por amor y en acción de gracias
Un "siervo de Dios" no es alguien que carece de libertad o que sirve por obligación, sino alguien libre, que acepta voluntariamente ser esclavo de Dios por amor, es decir, obedece con docilidad por un acto de libre voluntad y de amor.

Un "siervo de Dios" es un "enamorado de Dios" que ha sido escogido, elegido y llamado por el Espíritu Santo para cumplir el Plan de Salvación de Dios. 

En el Antiguo Testamento, "siervo de Dios" hace referencia tanto a los patriarcas: Abrahán (Salmo 105,42) José (Génesis 50,17), Moisés (Éxodo 14,31; Números 12,7; Deuteronomio 34,5; Josué 1,1, 15; 8:21, 23; 18,7; 1 Crónicas 6,49; 2 Crónicas 1,3; 24,6; Nehemías 1,7; 10,29; Daniel 9,11), Josué (Josué 24,29; Jueces 2,8), como a los profetas: Jeremías (Jeremías 7,25; 2 Reyes 21,10; Amos 3,7), Isaías (Isaías 20,3; 49,5), Elías (2 Reyes 10,10) y Job (1,8, 42,7). Incluso se refiere también a algunos reyes: David (2 Samuel 3,18), Nabucodonosor (Isaías 25,9; 27,6). 

En el Nuevo Testamento, la primera y más importante "Esclava del Señor" es la Madre de Cristo,  la Virgen María (Lucas 1,38). "Siervo de Dios" hace referencia a los apóstoles, y así, Pablo, en el comienzo de cada una de sus cartas dirigidas a las Iglesias, se define, alternando "siervo de Cristo Jesús", "siervo de Dios" o "apóstol de Cristo" (Romanos 1,1; 1 y 2 Timoteo; Tito 1,1, Gálatas 1,1; Efesios 1,1). Además, incluye como "siervos de Dios" a Sóstenes (1 Corintios 1,1), a Timoteo y a Silvano (2 Corintios 1,1; Filipenses 1,1; Colosenses 1,1; 1 y 2 Tesalonicenses 1,1)Santiago se llama "siervo de Dios y del Señor Jesucristo" (Santiago 1,1), Pedro es "siervo y apóstol de Jesucristo" (1 y 2 Pedro 1,1), Judas también es "siervo de Jesucristo" (Judas 1,1) y Juan es "siervo de Dios" (Apocalipsis 1,1).

Todos ellos se cumplen en Jesucristo, "el Ungido de Dios", el "Siervo de Yaveh", "el Siervo Sufriente" (Isaías 42, 1-4; 52,13-15; 53, 1-12Zacarías 3,8; Hechos 3,13, 26; 4,27, 30).
Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones porque no todos los siervos de Dios son buenos o fieles, no todos cumplen la voluntad de Dios. Eevangelio de San Mateo 25, 14-30 nos relata la parábola del siervo bueno y fiel, en la que Cristo nos explica que por un lado, hay siervos buenos y fieles, y por otros, siervos negligentes y holgazanes:

Los siervos buenos y fieles son aquellos a quienes el Señor ha dejado a cargo de sus bienes y que, desarrollando todos los talentos que Dios les ha otorgado, producen fruto y glorifican a Dios, cada uno, según sus capacidades.

Los siervos negligentes y holgazanes son aquellos siervos negligentes que no ponen todos sus talentos para la gloria de Dios ni para el bien de los demás. Se distinguen dos tipos:

-Los siervos de cumplimiento. Son aquellos que  "cumplen y mienten", es decir, realizan su labor pero lo hacen por rutina o por interés personal. 

-Los siervos de mantenimiento. Son aquellos que "ni mienten ni cumplen", es decir, se excusan para no realizar su labor por temor. 

Un "siervo de Dios" es alguien que, cuando es llamado por Cristo, deja todo y le sigue (Mateo 4), subordina su voluntad a la del Señor, escucha, guarda y pone en práctica Su Palabra (Marcos 3, 35).