domingo, 25 de octubre de 2020

FRANCISCO ¿UN PAPA CONTROVERTIDO?

"Os ruego, hermanos, 
en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

No hay duda de que la Iglesia Católica vive tiempos de confusión y de una crisis de identidad de extraordinaria gravedad, que señalan la cercanía del fin de los tiempos. La Iglesia se encuentra ante lo que algunos denominan "Purificación", y lo que otros llaman "Reforma". Son los signos de los tiempos que los católicos debemos discernir, y que el Papa Francisco, como cabeza de la Iglesia Católica y del Magisterio Apostólico, debe tratar de interpretar y explicarnos.

Su última encíclica, "Fratelli tutti", denominada por él mismo como una "Encíclica Social", dirigida a "todas las personas de buena voluntad", junto a unas supuestas declaraciones suyas a favor de las uniones homosexuales, aparecidas en los medios de comunicación, no han hecho sino contribuir más aún a la gran confusión de conceptos, a la división de criterios y al antagonismo de posiciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Es un hecho evidente que  Francisco no deja indiferente a nadie, ni a propios ni a extraños. El Pastor de los pobres, de los marginados y de los inmigrantes, el Obispo dialogante y cercano, con sus originales frases y dichos, atrae a muchos fieles y seduce especialmente, a quienes no creen en Cristo.

Sería interminable enumerar todos sus dichos y chascarillos, pero lo cierto es que, como dirían en Argentina, el Papa "tira los galgos" al mundo, es decir, endulza los oídos de las personas alejadas y sin fe para ganárselos.

Francisco es signo de contrariedad, tanto fuera como dentro del pueblo de Dios. Si bien es cierto que las críticas más duras a sus declaraciones descontextualizadas y las defensas a ultranza de la coherencia de sus escritos con la doctrina católica, provienen de los ámbitos internos de la Iglesia, también es igual de cierto que muchos católicos "de a pié" están desconcertados y desorientados porque no son capaces de entender lo que que dice al utilizar conceptos no muy propios de la fe católica ("derechos humanos", "solidaridad", "cambio climático", etc.), ni de comprender a quién se lo dice ("populismo", "liberalismo", "insolidarios", "opresores", etc.). Y en eso, se parece a Jesucristo, a quien sus apóstoles, muchas veces, no entendían.

Francisco es, sin duda, signo de contradicción, tanto en su Argentina natal como en su Papado Romano. Hay quienes le ven como una solución, y otros, como un problema; hay quienes le ven como una continuidad y otros, como una ruptura. En eso también se parece a Cristo, a quienes algunos veían en él la salvación, mientras que otros pensaban que llevaba un demonio dentro (Marcos 3, 20-30). 

Sin embargo, ante cualquier declaración suya, siempre hay algunos quienes las critican y las replican, y otros las defienden y tratan de explicarlas. No creo que, ni los unos deban ser considerados conservadores o radicales, ni los otros progresistas o reformistas. Sobre todo, si son expresadas desde el seno de la Iglesia, que es Una y Santa, la Iglesia de Cristo. No es ni conservadora ni reformista. No hay división en el pueblo de Dios. No hay Iglesia de Pablo o de Apolo (1 Corintios 1, 10-13). San Austín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad".

Al Santo Padre sólo se le puede entender si tenemos en cuenta sus dos principales rasgos personales, aunque no siempre vayan de la mano: su firmeza en materia dogmática y su marcada sensibilidad social. Podríamos decir que Francisco es un "conservador popular" que ejerce un "apostolado social".

Pero el problema no es si es el papa Francisco es sospechoso o no en materia de fe, sino que no habla claro. Muchas veces, parece decir una cosa y la contraria, como si hablara a la vez a dos auditorios distintos, con la intención de agradarlos a ambos. Quizás también sea que los medios tratan de buscar "resquicios" en sus palabras o sacan de contexto sus declaraciones, para lanzar grandes titulares con los que crear polémica entre el mundo católico y el ateo. El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12,30). En eso no se parece mucho a Cristo.

El problema no es que el papa Francisco niegue los aspectos invariables de la doctrina católica, sino que sus silencios en lo esencial, relegan lo sustancial a un segundo plano. Y lo fundamental es llamar al mundo a la conversión y proclamar de forma clara que la única Salvación que tenemos, es creer en Jesucristo"No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos" (Hechos 4,12). En eso tampoco se parece mucho a Jesús.
El problema no es que el papa Francisco invite a una fraternidad universal, sino que lo hace sin proclamar al mundo que la única hermandad posible está vinculada a la filiación divina que Jesucristo logró para la humanidad con su muerte y resurrección, reconciliándonos con el Creador y convirtiéndonos en hijos de Dios, y por tanto, hermanos de Cristo: "Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado...el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos" (Colosenses 1, 21-26).

Nosotros, los católicos, escuchamos lo que la Iglesia nos dice y nos enseña a la luz del Espíritu Santo, la Sagrada Tradición y del Magisterio, y de la Sagrada Escritura, y ponemos nuestra confianza en Dios y no en los sueños o en las promesas del mundo.
Los cristianos sabemos que la fraternidad universal no es posible por la implantación de ideologías mundanas sino por la dimensión trascendental, sobrenatural y mística a la que Dios nos llama; creemos que la justicia social y la paz mundial no son posibles por los méritos humanos ni por la acción de una autoridad mundial política, sino por la gracia de Dios; tenemos la certeza que la unidad de todos los hombres no se consigue por un diálogo ecuménico global sino por la fe en Jesucristo.

Y por todo ello, clamamos:  "Señor mío, Dios mío, nos basta tu Gracia" .

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