martes, 25 de agosto de 2020

FORMARSE NO ES INFORMARSE

"La formación de los fieles laicos 
tiene como objetivo fundamental 
el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación
 y la disponibilidad siempre mayor 
para vivirla en el cumplimiento de la propia misión. "
(Juan Pablo II, Cristifideles laici, 58)

A menudo, apelamos a la necesidad imperiosa de formarnos en la fe. "Exigimos" charlas y meditaciones de sacerdotes, buscamos libros espirituales, esperamos que nuestros sacerdotes estén muy pendientes de nuestro discipulado, o incluso buscamos formación superior teológica, pero ¿qué significa realmente formarse?

Para mí, la palabra "FE" está compuesta de dos letras: "F" de Formación y "E" de Evangelización.  Por eso, la fe de un cristiano no se limita a la adquisición de conocimientos teológicos mediante procesos formativos básicos o catequesis doctrinales, que a veces, resultan eternos o, incluso, ineficaces. Además, deben ser puestos en práctica, deben vivirse y deben proclamarse.

La formación es el proceso permanente de maduración de la fe cristiana que tiene como modelo a Jesucristo, como fuerza motriz, al Espíritu Santo, y como objeto, la propia santificación y la de los demás. Parte del conocimiento (dimensión intelectual), se sustenta en la oración (dimensión espiritual), celebra (dimensión sacramental) y vive para servir (dimensión pastoral). 

Es un camino continuo de aprendizaje, servicio y amor a Dios que comienza en el ámbito de una comunidad eclesial o religiosa, es decir, en la Iglesia, que está sostenido por una dirección espiritual doctrinalmente correcta, bien sea a través de un sacerdote, de un religioso o de una religiosa, y que acaba el día de nuestra muerte.

Pero llegado un determinado momento de la vida del cristiano, éste debe dejar de ser discípulo para convertirse en apóstol; debe dejar de ser un bebé espiritual para convertirse en un adulto espiritual. Porque la fe, si no crece, se estanca y muere.

Por ello, la finalidad de toda formación cristiana, es decir, de todo discipuladodebe conducir a la autonomía del cristiano. En palabras del mismo Jesús: "Os conviene que yo me vaya... para que el Espíritu de la verdad, os guíe hasta la verdad plena" (Juan 16, 7 y 12). Lo que no quiere decir que vivamos la fe de forma individual ni lejos del Maestro.

Formarse no es sólo informarse sobre Dios, saber que existe; no es sólo conocer al Jesucristo histórico, saber que murió y resucitó; no es sólo enumerar y comprender los mandamientos. Es mucho más. 
Formarse es dejar que el Espíritu Santo "dé forma a mi alma"; es dejar que Dios "modele mi espíritu"; es dejar que Cristo "edifique en mi corazón Su Reino".

Formarse es construir en mi interior el templo de la Trinidad; es dejar que Dios transforme mi corazón de piedra en uno de carne. 

Formarse es relacionarme con Dios, "intimar" y comunicarme con Cristo, aprender de Él, seguir su ejemplo...y su cruz.

Formarse es caminar junto a mis hermanos mientras aprendo; es discipular a otros mientras soy discipulado; es alimentarme espiritualmente para crecer en la fe, madurar en la esperanza y arder en el amor.

Formarse es descubrir la vocación para la que he sido creado, es asumir el plan que Dios tiene para mí; es comprometerme con Dios, es "darle un sí" confiado.

Formarse es llegar a asemejarme y a convertirme en otro "Cristo"; es dejarme guiar y fortalecer por el Espíritu de Dios; es "perfeccionarme" y caminar hacia mi santidad.

Formarse es llegar a ser discípulo de Cristo para dar testimonio y proclamar el Evangelio; es vivir la fe en comunidad; es buscar espacios de encuentro con mis prójimos.
Formarse es descubrir a un Dios que me ama con locura, que da la vida por mí y que nunca me abandona.

Formarse es vivir una vida exterior eucarística y sacramental que me lleven al amor a Dios y al prójimo; es vivir una vida interior contemplativa y de silencio que me lleven a lo profundo del "misterio".

Formarse es vivir con la mirada fijada en el cielo; es asumir la identidad misionera cristina y cumplir la voluntad de Dios en todo momento; es anhelar y buscar formar parte de la Jerusalén celeste.

Formarse es basar toda mi existencia en una profunda experiencia de Dios, en una vivencia mística continua, en una relación íntima con Cristo y en constante comunicación con Él, para conocer su voluntad.

Formarse es anunciar a Cristo en todos mis ambientes existenciales; es servir a Dios y a los hombres, formando parte de la Iglesia de Cristo.
JHR

lunes, 17 de agosto de 2020

SI QUIERES, VEN Y SÍGUEME

"Si quieres ser perfecto, anda, 
vende tus bienes,
da el dinero a los pobres 
—así tendrás un tesoro en el cielo— 
y luego ven y sígueme" 
(Mateo 19, 16-22)

Con frecuencia me pregunto ¿que tengo que hacer para ser santo? ¿qué debo hacer para ser perfecto? ¿qué debo hacer para ser feliz?

Soy como el joven rico del Evangelio de hoy, tengo salud (juventud) y dones (riqueza) pero...¿las pongo al servicio de Dios?

Cuando me encuentro con Jesús, me presento al "examen" creyendo tener los deberes "hechos" y la lección aprendida, y le pido cómo puedo "subir nota". 

En el fondo, quiero ser digno por mis medios, ser bueno por mis cumplimientos, ser apto por mis obras. 

Cumplo los mandamientos y la Ley, hago obras de caridad y apostolado, acudo a misa, no mato, no robo... y así ¡creo ser un buen cristiano! 

Pero "cumplir" no me define como cristiano. Ni "ser bueno" tampoco, porque: "Sólo Uno es bueno. Si quieres ir a Él, vende todo y sígueme."

Me llamas a no conformarme con una vida de mínimos, con una fe de cumplimiento, con un peregrinaje de mediocridad. Porque quieres que llegue a la meta, a la perfección.

Señor, Tú nunca me dices "tienes que...", "debes de..." sino que apelas primero a mi libertad (si quieres...), para invitarme a dejar mis apegos terrenales (vende todo...) y seguir Tu ejemplo, dejándolo todo y entregándolo todo (sígueme...)

En definitiva, me marcas el camino de ofrecer mi libre voluntad para trascender del mundo e ir al Padre, por el único medio: Tú, Señor Jesús, mi modelo.

Muchas veces, busco "qué hacer" para "llegar a ser", y Tú, Señor, con esa pedagogía tan divina, tan tuya de hacerte el encontradizo, de darte a conocer sin quebrantar mi voluntad, de darme ejemplo con Tu forma de ser y estar, te pones en camino conmigo para que abandone todo, y para llevarme a mi meta como ciudadano del cielo.

Me muestras el mapa de mi "viaje" cuyo punto de salida es el perfeccionismo y cuyo punto de llegada es la perfección: Dios como único bien.

He aquí el punto principal de mi "carrera cristiana": vaciarme de mí, dejar mis egos, vender mis anhelos y apegos, abandonar todo aquello en lo que me deleito o de lo que me siento orgulloso, desechar todo aquello en lo que pongo mis falsas esperanzas y seguirte, mi Señor.

La riqueza del joven de la parábola no sólo se refiere a la exterior, a los bienes materiales. También a los dones intelectuales, a los talentos espirituales, a las habilidades corporales…y que, quizás, tampoco siempre estoy dispuesto a venderlas, a ofrecerlas...

¡Cuántas veces Te doy la espalda, Señor, y me vuelvo triste a mis cosas! No porque Tú me hayas quitado nada, sino porque no he sido capaz de aceptar lo único que puede darme la felicidad plena: seguirte al cielo.

Mi vida cristiana no consiste en "saberme la asignatura" ni en querer "subir nota"; tampoco en "merecer" ni en alimentar mi ego de "buen católico"; tampoco en "hacer", sino en "ser" lo que estoy llamado a ser: "perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto".

Y para ello, debo escucharte...venderlo todo y seguirte.

Para la reflexión:

¿Realmente me haces feliz, Jesús o pongo mi felicidad en otras cosas?

¿Busco mi vida fuera de Ti, en mis cosas, en mis gustos, en mis capacidades, en mis posesiones?

¿Hago mi “santa” voluntad aunque ello me lleve a la tristeza?

¿Agradezco las gracias y riquezas, los dones y talentos que me has otorgado o creo que son todo por mérito mío?

¿Vivo para atesorar bienes, posesiones, placeres y un buen nombre ante los hombres o ante Ti, Señor? 

¿Mi vida se sostiene en el "yo", en el egoísmo, en la codicia, en la vanidad? o ¿en el abandono a Tu Providencia?

Jesús, ayúdame a estar agradecido por todo lo que tengo, por todo cuanto Tú me regalas, y a seguirte, en lugar de estar triste por cuanto perdería si te sigo. 

María, Tú que siempre estás pendiente de las necesidades de los demás, muéstrame cómo vivir para otros, cómo vivir para Dios.

A ti te entrego mi vida, mi cuerpo y mi alma, mis pertenencias materiales, físicas y espirituales.

Purifícalas con tu bondad, embellécelas con tu humildad para que sean dignas, y entregárselas a tu Hijo, Quien nada puede negarte.

Padre, envíame tu Espíritu para que me guíe y me enseñe cual es el sentido de mi vida, para que ayude a buscar los bienes de arriba, a desechar lo pasajero y atesorar lo eterno: el amor.

Señor, dejo mi pasado a tu Misericordia, mi presente a tu Amor y mi futuro a tu Providencia.

Que mi alma descanse en Ti, que mi corazón se llene de Ti, que mi única necesidad seas Tú y que mi vida sea para Ti.

viernes, 14 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (15)

El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: 
enaltece a los humildes”  
(Lc 1, 39-56)

Concluimos las meditaciones en chanclas de la mano de Nuestra Señora la Virgen María que, en su Asunción a los cielos, nos lleva a su Hijo Jesucristo.

La escena del Apocalipsis es realmente sobrecogedora: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, que da a luz un hijo varón que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro. Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono".

El Salmo nos habla del favor de Dios a la Virgen: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro". 

Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Dios y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro ni que sufriera las consecuencias de un pecado que no conoció jamás, "llevándola arriba".

La Asunción de María, es la "buena noticia", es el anuncio del establecimiento de la salvación, el poder y el reinado de Dios desde el cielo, a través de su Hijo Jesucristo y en colaboración con su Madre, la Virgen.

La Asunción de María, llevada a cabo directamente por Dios, por su excelsa santidad y pureza, su Inmaculada Concepción y su Divina Maternidad, su Virginidad Intacta y su Unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde la Encarnación hasta el pie de la cruz, es el triunfo definitivo de María y garantía de nuestra vocación de eternidad, de nuestro común destino en el cielo como seguidores comprometidos de Jesucristo. 
La Asunción de la Virgen (ese gran signo en el cielo) es un signo de consuelo y un mensaje de esperanza. 

Es el camino y la llave de entrada al cielo: "En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día" (Benedicto XVI, 2010).

Santa María, eres mi gran ejemplo de cómo decir Sí a Dios, de cómo responder a su gran invitación a dejarle venir a mi vida. 

Eres mi modelo perfecto de humildad, caridad y servicio; de fe, confianza y esperanza; de conversión de mi corazón, para prepararlo a recibir a Cristo y así, llegar al cielo. 

Eres mi mayor ejemplo (después de tu hijo Jesucristo) para alcanzar las grandes virtudes de amor, confianza, fé, esperanza, humildad, generosidad, vida interior y servicio.

Por todo ello y mucho más, Santísima Virgen María "no podías conocer la corrupción del sepulcro, Tú que naciste Inmaculada y que engendraste al Señor de la vida”. Por eso, fuiste llevada al cielo por Tu propio Hijo. 

No tengo palabras para darte mi infinito agradecimiento, Maria, mi Madre y Señora del Cielo.. 

... por haber creído en la Palabra de Dios y por enseñarme Tu fe y confianza únicas. 

... por haberme mostrado Tu gran disponibilidad y generosidad. 

... por enseñarme Tu obediencia, Tu humildad y Tu amor que da todo, sin pedir nada a cambio. 

... por haber aparecido en mi vida llenando mi alma de alegría y por concederme gracias abundantes. 

... por consolarme en los problemas, ampararme en los dificultades y protegerme en los peligros. 

... por ser mi mi Refugio y mi Salud, mi Consuelo y mi Auxilio. 

... por haberme regalado Tu esperanza, al abrirme las puertas del cielo, al darme a Tu hijo Jesús, mi Señor y Salvador. 

... por haberme permitido consagrarme a Ti y a Tu Hijo en una esclavitud de amor. 

... porque por Tu Asunción me haces partícipe de la Resurrección de Tu Hijo y del triunfo definitivo de Tu Inmaculado Corazón. 

¡Bendita Tú, entre todas las mujeres!

JHR

MEDITANDO EN CHANCLAS (14)

"No son dos, sino una sola carne" 
(Mateo 19, 3-12)

Dios, en el principio, crea de dos seres, hombre y mujer, uno sólo, y de uno sólo hace dos, de forma que el uno descubre en el otro un segundo “yo-mismo”, un 'complemento", sin por ello, perder su personalidad, sin confundirse con el otro, sin superioridad del uno sobre el otro.

Este “principio” muestra cuál es la primera identidad humana, nuestra primera vocación y la voluntad inicial de Dios.

Sin embargo, los hombres de todos los tiempos han querido plantear la pregunta sobre el divorcio para poner a Dios a prueba, para rechazar la visión integral del hombre dada por el Creador en el "principio", para sustituirla por concepciones parciales y tendencias actuales, amparándose en su libertad de elección.

La respuesta que Cristo dio a los fariseos (y a nosotros hoy) exige que el hombre, varón y mujer, decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad integral y originaria para vivir una experiencia auténticamente humana: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre".

Es nuestra dureza de cerviz y nuestro corazón de piedra las que nos inclinan a "querer ser Dios" y a decidir cambiar esa idea original por una "nuestra", por una opinión propia de cada uno.

La Encarnación (y la redención que brota de ella) es también la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio (y del sacerdocio). Cristo se une a la Iglesia y la hace "Una, en un sólo cuerpo, un solo espíritu".

Sin embargo, de nuevo, el hombre quiere decidir, y "repudia" a la Esposa para ir a buscar otra que la satisfaga más.
¡Cuántas veces obviamos el significado esponsalicio del cuerpo, su dimensión plena y personal en el Sacramento del matrimonio! 

¡Cuántas veces, por conveniencia, egoísmo y utilitarismo, vaciamos el sacerdocio de su sentido sagrado y de su propósito original, cuestionando la virginidad y el celibato!

Cristo nos llama la atención para que comprendamos que el camino del sacramento del matrimonio y del sacerdocio es el camino de la “redención del cuerpo”, que consiste en recuperar la dignidad perdida y la comunión plena con Dios.

Dios jamás "da puntadas sin hilo".

JHR

jueves, 13 de agosto de 2020

CARITAS IN ECCLESIAE


"Tuve hambre y me disteis de comer, 
tuve sed y me disteis de beber, 
fui forastero y me hospedasteis, 
estuve desnudo y me vestisteis, 
enfermo y me visitasteis, 
en la cárcel y vinisteis a verme.
En verdad os digo 
que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
conmigo lo hicisteis" 
(Mateo 25, 35-36)

A lo largo de los siglos desde su creación, la Iglesia ha trabajado al servicio del hombre y de su bienestar. Ha atendido la salud, la formación, la economía y la calidad de vida de los hombres. Ha acogido a los refugiados, ayudado a los pobres y curado a los maltratados. La Iglesia ha defendido siempre la dignidad humana como mandato divino.

Sin embargo, la Iglesia se convierte en una organización humana, en una ONG, en el momento en que sólo trabaja por y para el hombre.

Los pobres a quienes servimos, los necesitados a quienes ayudamos, los heridos a quienes atendemos tienen que saber en nombre de Quién les amamos, tienen que saber el origen de nuestra generosidad.
La Iglesia ama al hombre porque ama a Cristo y porque ha sido amada por Él. Sin amor a Dios, la generosidad es un acto árido. Sin proclamar a Dios, la caridad es una obra infructuosa.

La caridad nunca impone la fe pero tampoco la oculta o la calla. Es el mejor testimonio de Dios: habla por boca de Dios y muestra Su amor gratuito.

El hombre se ha vuelto sordo, ciego y autista para las cosas eternas: ha olvidado que existe el cielo y ha obviado su necesidad de Dios.

Por eso, la Iglesia, en su misión caritativa, debe proclamar a Dios, debe recordar que todo lo que hace y ofrece es por amor a Dios y que todo procede del amor de Dios y no mostrar la labor humanitaria en sí misma. Es Dios quien regala amor y no una institución.
La caridad de la Iglesia no puede:

- convertirse en un "activismo mundano" que pretenda ser popular sino en un servicio a Dios a través de la ayuda al hombre.

- medirse, evaluar o cuantificarse en términos de eficacia humana sino en base a la infinita misericordia divina.

- ser una organización que "facilite cosas" al hombre sino en una Madre que le ponga en presencia del Padre.

- ser una institución a imagen del hombre solidario, humanitario y social sino la imagen de Dios.

- ser una administración que "gestione recursos materiales y humanos" sino portadora de Cristo.

- ser una construcción según los "movimientos y criterios del mundo" sino un faro en el que toda su acción esté iluminada por Cristo y refleje Su luz. 

- ser una asociación benéfica ni un club de "gente buena" que se ocupa del cuerpo sino preocupada por la salvación del alma.

- un medio de autorrealización y autosatisfacción propia sino una obra para la gloria de Dios.

- un ente mundano y profano, "social y políticamente correcto", que no ofrece ningún encanto ni atracción especial sino un lugar de encuentro con Dios.

- un "objeto de usar y tirar", mediocre, "desfigurado" y sin identidad sagrada sino un camino hacia Dios.

- un "mercadillo" donde se cambie y se comercie con alimentos y ropa sino una casa de oración. 

Porque la Iglesia es la casa de Dios.



miércoles, 12 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (13)

"No te digo que perdones hasta siete veces, 
sino hasta setenta veces siete." 
(Mateo 18, 21-19, 1)

En la Biblia, el número "siete" significa perfección, plenitud.  También es descanso ("Y al séptimo día,  descansó"). "Setenta veces siete" equivale a decir la perfección de la perfección...

Cristo, que nos llama a ser "perfectos como el Padre es perfecto" (Mateo 5, 38), nos invita a perdonar siempre, a mostrar compasión, a tener misericordia, a tener paciencia. Eso es la máxima expresión del Amor.

Sin embargo, ¡cuánto me cuesta perdonar! ¡cuánto me cuesta amar de verdad¡ ¡cuánto me supone mirar a quien me ofende con los mismos ojos de Dios! ¡cuánto me cuesta mostrar paciencia y misericordia con quien me hace daño o me traiciona!

Perdonar no es fácil... requiere mucho amor. Pero si no perdono ¿cómo voy a ser perdonado? Si no doy confianza ¿cómo voy a ser digno de confianza? Si no soy compasivo ¿cómo voy a ser compadecido? Si no amo ¿cómo voy a ser amado?

Jesús, en la cruz, pidió compasión por todos nosotros: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen".

Esa es la actitud del amor: perdonar a otros ¡siempre! porque, muchas veces, no sabemos lo que hacemos. Debo perdonar, incluso aún sabiendo lo que me hacen...

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Mi alma se perfecciona.


JHR

NO SÓLO DE RETIROS VIVE EL CRISTIANO

"Queridos míos, creced en la gracia 
y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 
A él la gloria ahora y hasta el día eterno"
(2 Pedro 3, 18)

Los retiros espirituales (también los de Emaús) son una invitación a subir al monte Tabor para descubrir la divinidad de Cristo y recibir numerosas gracias.

Acercándonos a la presencia del Señor, se nos desvela un "cachito de cielo" en el que nuestros ojos "ven", nuestros oídos "oyen" y nuestros corazones "arden".

Experimentamos el mismo gaudio espiritual que Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús se transfiguró, y desearíamos eternizar ese momento, anhelaríamos establecernos allí permanentemente.
Sin embargo, obedeciendo a Dios Padre, escuchamos a Jesús, que nos dice: "Debéis volved a vuestra cotidianidad"Y nosotros, lo hacemos a veces, "a regañadientes" porque pensamos que las sensaciones allí vividas son exclusivas de un retiro espiritual y no pueden encontrarse fueran de él.

Pero no es del todo así, porque el Señor se nos aparece en muchas partes (en la Eucaristía,  en la Adoración, en la Creación...) y nos habla de muchas maneras (en Su Palabra, en la Oración,  a través de nuestros hermanos...) y nos invita a volver a "Jerusalén" con el corazón "en ascuas" dispuesto a amar y con la boca preparada para proclamarle.

Pero la mayoría de las veces, fuera de un retiro, nosotros no somos capaces de verlo, de reconocerlo o de escucharlo. O, quizás, no estamos dispuestos...

Cristo nos invita a una vida eucarística, a una vida interior contemplativa, a una vida exterior activa donde Él sea el centro. Nos invita a crecer en la gracia, en el conocimiento de Él y, en definitiva, en el amor.

No hace falta estar en un retiro para ofrecerle cada acción, cada instante, cada pensamiento de mi vida.

No hace falta estar en el Tabor para descubrir que toda mi existencia  puede ser una experiencia continua de mi Señor.

Cristo me lleva a su presencia no sólo para que vea quién es, sino para prepararme en la instauración el Reino de los Cielos en la tierra, que pedimos en el Padrenuestro.
El retiro no puede ser la meta sino el medio para llenarme, ir y anunciar al mundo la Buena Nueva.  

El retiro me regala las herramientas para regresar "transfigurado" y "renovado", para caminar de nuevo en mi vida cotidiana, con la certeza de mi fe y con la firme decisión de buscar mi santidad en medio del mundo. 

Aunque somos ciudadanos del cielo (nuestra meta definitiva), debemos seguir peregrinando en el mundo, en un viaje de crecimiento y madurez espirituales hasta que llegue el momento de volver a ver a nuestro Señor.

Por eso, debemos volver a lo cotidiano, a la "normalidad". Allí seguiremos teniendo a Jesús a nuestro lado: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos".

JHR

martes, 11 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (12)

“Si te hace caso, 
has salvado a tu hermano” 
(Mateo 18, 15-20)

El pasaje de hoy corresponde a la segunda parte del Sermón de la Comunidad cuyas claves son la corrección fraterna, la necesidad de la reconciliación y la oración comunitaria:

Corrección fraterna
A menudo, nos ofendemos unos a otros, nos hacemos daño y rompemos la comunión. ¿Por qué se me hace tan difícil perdonar? ¿Por qué siempre veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el mio? 

Tú , Señor, que no quieres que nadie se pierda, Tú que perdonas siempre todo, me invitas a ser ejemplo, a ganar a mi hermano y a restaurar la comunión, corrigiéndolo “a solas”, a través de la escucha atenta, el diálogo respetuoso y la actitud benévola que posibilitan la reconciliación. 

¡Cuántas veces, me cuesta ser corregido, por mi orgullo! ¡Cuántas veces, en lugar de salvar a mi hermano, le "crucifico" en público con mis juicios! ¡Cuántas veces no corrijo por comodidad y dejo que mi hermano se pierda! 

Reconciliación
Tú, Señor, me exhortas a buscar también a otros para que medien en nuestras disputas. Pero siempre, con delicadeza, ternura y discreción. Desde Tu mirada misericordiosa que perdona y sana, y no desde el juicio que condena y mata.

¡Cuántas veces digo "perdono pero no olvido"! 

¡Cuántas veces me niego a perdonar a mi hermano por resentimiento y orgullo! 

¡Cuántas veces, en lugar de construir comunión, la destruyo y pierdo a mis padres, cónyuge, hijos, hermanos y amigos o me pierdo yo! 

Oración comunitaria de intercesión
Tú, Jesús, rezas conmigo para que nuestro Padre, que siempre nos escucha, nos lleve a ella. 

¡Cuántas veces pido por mi y no pido por mi hermano! 

¡Cuántas veces pido porque el otro cambie y no porque cambie yo! 
Padre Nuestro, enséñame a mostrar a otros Tu bondad y misericordia cuando corrija, y a tener Tu humildad y mansedumbre cuando sea corregido.

María, Madre Nuestra, enséñame a tener Tu corazón tierno y Tu mirada misericordiosa para que la paz de Tu Hijo reine en nuestras vidas.

JHR

lunes, 10 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (11)

¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?
(Mateo 18, 1-5. 10. 12-14)

Resuena de nuevo la escena de la madre de Santiago y Juan, pidiéndole a Jesús un sitio preferente en el cielo para sus hijos.

La gran tentación del ser humano es saber quién está por encima de los demás, saber quién es el más importante, quien es el "mayor".

En realidad, queremos ocupar el primer lugar, ser importantes, ser considerados por encima de los demás.No es más que el fiel reflejo de nuestra mentalidad cainita pecaminosa. 

Los hombres, los adultos, somos competitivos, egoístas y envidiosos. No tenemos piedad en pisotear la dignidad de los demás, con tal de conseguir nuestro interés de exaltación, nuestro deseo de predominio.

Sin embargo, Jesús al explicarnos cuáles son las condiciones para entrar en el Reino de los Cielos, deja sin valor a la capciosa pregunta y nuestros deseos egoístas:

Necesitamos conversión, es decir, cambiar de mentalidad, cambiar de proceder y asemejarnos a nuestro Pastor, ser como Él.

Necesitamos humildad, es decir, ser sencillos, inocentes, confiados y con ganas de aprender y asemejarnos a un niño.

Para que entendamos cómo "funciona" el Cielo, Jesús nos expone otra de sus grandes parábolas: la oveja perdida.

Las noventa y nueve ovejas son los ángeles y la oveja perdida somos los hombres. 

El Buen Pastor baja del cielo para venir a buscar a la oveja extraviada. 

No se plantea quien es "más", si unas ovejas u otras, si los ángeles o los hombres. Viene a buscar a la que se ha perdido.

La voluntad del Dueño del rebaño no es otra que reunir al rebaño, es decir,  la salvación de todas las ovejas. 

Para Dios, todas sus criaturas somos importantes y no deja que ninguna se pierda o quede excluida.

Tan sólo nos pide que seamos dóciles, humildes y sencillos... como lo es un niño, como lo es una oveja, como lo es el Buen Pastor.


JHR

domingo, 9 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (10)

"A quien me sirva, el Padre lo honrará" 

(Juan 12, 24-26)


Jesús, con su ejemplo, me da las tres claves para ser cristiano: dar fruto, ganar la vida eterna y alcanzar la gloria.

MISIÓN: "Caer en tierra y morir para dar fruto".

Jesucristo cumplió su misión: se encarnó (bajó a la tierra) y murió (se despojó de su posición en el cielo) para dar mucho fruto (nos salvó)

Como cristiano, tengo que caer en tierra (humildad) y morir (desprendimiento) y ser fecundo (amor).

Frente a la soberbia, humildad. Frente al orgullo, entrega. Frente a la vanidad, amor. 

SERVICIO: "Aborrecerse a sí mismo para ganar la vida eterna".

Jesús se negó a sí mismo para servirnos y darnos la vida eterna.

Como cristiano, tengo que aborrecerse, negarme a mí mismo, desprenderme de mí, para servir a los demás.

Frente al egoísmo, altruismo. Frente al individualismo, abnegación. Frente al egocentrismo, entrega.

COMPROMISO: "Servir a Cristo es seguirlo para alcanzar la gloria".

Cristo sirvió a Dios Padre y se comprometió con los hombres para alcanzar la gloria.

Como cristiano, tengo que comprometerme, seguirlo y servirle.

Frente a la comodidad, esfuerzo. Frente a la desgana, compromiso. Frente a la pereza, servicio.

JHR

MEDITANDO EN CHANCLAS (9)

"Le entró miedo y comenzó a hundirse"
(Mateo 14, 22-33)

Ayer, tras una semana agitada y convulsa, empecé a hundirme. 

Te perdí de vista, Jesús, y comencé a dudar, a dejarme arrastrar por el miedo y la incertidumbre.

Hoy, Señor, me vuelves a tender la mano y, como el pasado lunes, me dices ¿por qué dudas?

Dudo porque el Tentador me lleva al terreno de las posibilidades, de lo que está por venir, del "podría ser"...y me lo pinta "negro".

Y Tú Señor, sin embargo, quieres que esté en el terreno de la confianza, del presente, en el "lo que es"...y me lo pintas "blanco".

Agarro mi presente y lo tomo como una cruz, en la confianza absoluta de que Tú, como siempre, estás a mi lado para ayudarme, aunque me dejes "faenar" y caminar sobre las olas.

Me comprometo a no mirar hacia abajo sino a mantener mis ojos fijos en Ti, mientras me dices "ven".

Y yo voy, Señor...hacia donde Tú me digas. ¡Confío en Ti!

JHR

sábado, 8 de agosto de 2020

LA GENERACION DE JUAN PABLO II

"La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies" 
(Mateo 9, 36-38)

Hoy quiero rendir un pequeño homenaje a la llamada "generación de Juan Pablo II", jóvenes a quienes el Santo Padre invitó, en un clima social de escepticismo y materialismo generalizados, a "no tener miedo", a elegir entre el bien y el mal, a sentirse orgullosos de ser católicos, a vivir su fe sin complejos, a renovar la Iglesia, a recristianizar Occidente.
Y muchos de ellos que "quisieron ser como él", sintieron la poderosa llamada de la Gracia de Dios, para forjar una hornada de sacerdotes comprometidos y valientes con tres grandes rasgos característicos: una fuerte conversión que cambió sus vidas por el encuentro transformador con Cristo, un sentido de la vocación sacerdotal fundamentado en la santidad personal y la ortodoxia, y un gran amor por la Virgen Santísima, consagrando su sacerdocio en manos de María.

Muchos de ellos, que nunca habían pensado ser sacerdotes y que se habían alejado del rebaño, incluso, "marchándose a un país lejano", experimentaron una renovación personal tan extraordinaria en sus vidas, que adoptaron una clara disposición a convertirse en instrumentos de Dios para la renovación de Su Iglesia, para servirle y darle gloria.

Jamás pasó por su imaginación llegar a ser sacerdotes "funcionarios" preocupados exclusivamente de las cosas temporales sino "obreros" encaminados a las cosas eternas, en busca de la santidad propia y ajena, y con la misión principal de proclamar la sana doctrina de manos de María.
Tampoco pensaron nunca servir en parroquias "autorreferenciales", o de "mantenimiento", o "ensimismadas", sino en comunidades "misioneras", servidoras de Dios y del mundo, que representaran la auténtica y verdadera identidad de la Iglesia.

Estos jóvenes sacerdotes comenzaron a trabajar en silencio  para la reconstrucción de la Iglesia, convencidos de volver a hacerla viva y floreciente, para hacer de la fe un modo de vida alegre y sin complejos, y para demostrar al mundo que la salvación es posible.

Esta generación de sacerdotes, ahora ya adultos, han demostrado que "sí, se puede". Que se puede ser católico,  dejarlo todo y seguir a Cristo en el mundo actual; que se puede avivar la comunidad eclesial y reconstruirla como era en el primer siglo; que se puede caminar hacia la santidad con fe y perseverancia; que se puede afirmar con rotundidad que Dios "no está pasado de moda"; que se puede "volver a los orígenes", al "Amor primero", a pesar de tener que remar a contracorriente y no sin pocos obstáculos. 

Estos denodados hombres de Dios siguen diariamente al pie del cañón, luchando contra la "dictadura del relativismo" imperante en nuestra sociedad; contra las corrientes actuales que intentan desviarlos del camino correcto y convencerlos de que su vocación no tiene sentido en un mundo sin Dios; contra las miradas furtivas y las afirmaciones difamatorias de quienes les identifican con depredadores por el mal ejemplo de algunos sacerdotes; contra los vicios adquiridos por una feligresía adormecida y aletargada; incluso contra la acedia y cobardía de algunos de sus obispos y hermanos de sacerdocio.

Esta generación de pastores con "olor a oveja" viven su seguimiento de Cristo con coherencia y autenticidad. Son discípulos que se han convertido en "apóstoles de los últimos días", que "salen y hacen nuevos discípulos, formándoles y enseñándoles, y bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

Doy gracias a Dios y a la Virgen por haber tenido el privilegio de conocer a muchos de ellos, la gracia de haber descubierto y compartir la fe con ellos, y el honor de servir a Dios junto a ellos.

TOTUS TUUS

MEDITANDO EN CHANCLAS (8)

"Si tuvierais fe, nada os sería imposible"  
(Mateo 17,14-20)

Una vez más, Jesús nos muestra que la medida de los milagros es la medida de nuestra fe: 

Los discípulos, que habían recibido de Jesús el poder de curar enfermos y de expulsar demonios, fracasan por falta de fe. 

Jesús, enfadándose, les exhorta a dejarse llevar por la fe, que se hace fuerte, sobre todo, en los momentos de prueba y de sufrimiento. 

La fe lo puede todo, más allá de las propias capacidades humanas.

En ocasiones, a mi me ocurre lo mismo cuando, en la prueba, dudo, cuando no me dejo llevar por el Espíritu. Entonces, mi fe flaquea, se debilita y desconfío del poder de Dios.

Pienso que no vale la pena seguir sirviendo a Dios porque nada cambia, porque no "muevo montañas", porque no "curo", no convierto a nadie, porque todo sigue igual o incluso, empeora. 

Y es que quiero "ver para creer", quiero hacerlo por mi mismo, y tiro la toalla... es entonces cuando nada sucede, cuando nada cambia, cuando no puede obrarse ningún milagro.

Sin fe, puedo estar distraído, entretenido e incluso divertido en el mundo; puedo estar cómodo viviendo en la oscuridad, sin comprometerme con la verdad, sin buscar a Dios; puedo vivir tranquilo en mi ignorancia sin exponerme a hacer lo que la fe me exige.

Pero sin fe, me cierro a la trascendencia y a la gracia, pierdo a Dios de mi vista y de mi alcance.

Sin fe nada ocurre, nada trasciende, nada se transforma. 

Sin fe, carezco de esperanza, de seguridad, de sentido y propósito para mi vida.

La fe es un don gratuito que me regala Dios pero que debo cultivar y hacer crecer, pidiendo la en oración. 

La fe es un acto de confianza, supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. 

La fe debe fortalecerse y alimentarse para que deje de ser infantil y se convierta en una fe adulta adulta. ¿Cómo? Con la Palabra de Dios, con la oración diaria y con los sacramentos.

Dios se esconde y se muestra. Sólo con los ojos de la fe puedo verle. 

Dios se hace amar antes que hacerse comprender. Sólo con el corazón puedo comprenderle.

La fe no "trata" de entender a Dios sino de encontrarle para amarle. Y cuando le encuentro, entiendo todo.

JHR

jueves, 6 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (7)

"Niégate, toma tu cruz y sígueme" 
(Mateo 16,24)

Jesús nos habla con firmeza, incluso,, con dureza. No esconde ni dulcifica las exigencias del discipulado cristiano. Nos desafía con tres retos:

"Negarme a mi mismo" es entregarme, es dejar mi comodidad, es humillarme, es desprenderme de mis criterios.

"Tomar la Cruz" es renunciar a lo que me ofrece el mundo, es asumir ser marginado y humillado injustamente por el Imperio, es aceptar ser perseguido y difamado por el mundo.

"Seguir a Cristo" es dejarlo todo y comprometerme libremente con Dios. Es decirle "sí", es escucharle, hacer lo que Él dice y lo que hace.

Y a continuación, Jesús nos da el razonamiento, nos lo explica para interpelarnos:

"Querer salvar la vida" es estar sólo pendiente de los bienes materiales, de la salud del cuerpo, de mis comodidades y egoísmos, de mis apegos y deseos. Pero uno nunca queda saciado porque siempre querrá más, nunca tendrá suficiente...

"Perder la vida" es entregarla por los demás, olvidándome de mí mismo, negándome para afirmar a los demás. 

"Por mí" es darla por amor a Cristo, por amor a los demás, como hizo Jesús, "porque no hay prueba de amor más grande que dar la vida por los hermanos" (Juan 15,13). 

"Encontrar la vida" es obtener la recompensa eterna, la corona de la vida, la plenitud que Dios nos promete.

¿De qué me servirá ganar el mundo entero, si arruino mi vida? O ¿qué puedo dar yo a cambio de mi vida? 

Muchos andan preocupados por "tener" cosas en la vida (riquezas, posesiones, salud), por "ganar el mundo" (poder, prestigio, fama) pero una cosa es segura: todos morimos y nada nos servirá entonces. Nada podemos hacer para evitar la muerte. Nada podemos pagar para vivir eternamente.

Fue Cristo quien pagó un alto rescate para que tuviéramos vida en abundancia, para que tuviéramos vida eterna.

El Hijo del Hombre pagará a cada uno según su conducta. Hará justicia. A cada uno, según sus actos. El tiene el poder y la autoridad para hacerlo.

Sin amor ni hay cruz. 

Sin cruz no hay Cristo. 

Sin Cristo no hay vida.

miércoles, 5 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (6)

"¡Este es mi Hijo, escuchadle!"
(Marcos 9, 2-10)

El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...

Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.

En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.

La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.

¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!

Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.

Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.

Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe  cobra todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".

Contemplando Su rostro, la Gloria de la Resurrección, me pregunto: 

¿Cómo me pongo ante la presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Es cómoda o comprendo que pasa por la Cruz?
¿Estoy atento y escucho con frecuencia la Palabra del Señor? 
¿Estoy disponible y dócil a las inspiraciones de Su Espíritu?
¿Hago y aplico en mi vida lo que Jesús me dice? 
¿Me da miedo preguntar o hablar sobre Dios?
¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo, o me quedo indiferente en mis seguridades?

JHR

martes, 4 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (5)

"Mujer, qué grande es tu fe" 
(Mateo 15, 21-28)

La mujer cananea del pasaje de Mateo, es pagana, hostil a los judíos y alejada de Dios pero demuestra una fe tan grande, que la mueve a interceder ante Jesús por la curación de su hija. Y Él se la concede. 

Es una oración de intercesión magistral que me enseña la necesidad de:

-Perseverancia y determinación: ni el enfado de los discípulos ni la brusquedad del Señor la desaniman.

-Decisión y confianza: Ella sabía lo que quería (la curación de su hija) y tenía la certeza de que Jesús la ayudaría.

-Humildad e ingenio: No pide mucho, tan sólo "migajas", reconociéndose pecadora e indigna de recibir la gracia que pide, y a la vez, replicando con creatividad a Jesús.

Jesús, Tú siempre te dejas “tocar” por el sufrimiento humano, venga de quien venga; Tú siempre "abres" tu corazón a quien persevera; Tú siempre "donas" tu amor a quien ama; Tú siempre "regalas" tu gracia a quien cree.
Por ello, Señor, enséñame a revisar mis prejuicios y mis esquemas cerrados, a mostrarme comprensivo con el "diferente", compasivo con el "ajeno", sensible con el que no es de los "míos".

María, Madre mía, ayúdame a no sentirme importunado por otros, a estar siempre abierto y disponible a todos, sean creyentes o no, para acogerles en todas sus situaciones y ayudarles en todas sus necesidades.

Señor, purifica mis intenciones, purga mis peticiones, ten compasión de mis miserias y muéstrame Tu corazón de Misericordia infinita.

Padre Nuestro, hazme ver en "tus silencios", la manera de acrecentar mi fe, en "tus distancias", la forma de hacerla más insistente, y en "tus pruebas", el modo de aumentar mi perseverancia...

Porque Tu misericordia es más grande que mis pecados.

JHR