¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 30 de octubre de 2015

EL ANHELO HUMANO DE PLENITUD COMPLETA




“Me eleva tanto, que no quiero bajarme de la nube.
Soy adicto y no me canso.
Querido, sabes que eres mi demonio.
Y aunque nunca tengo bastante, lo necesito.
Y aunque no me llena, lo anhelo”

(I just can't get enough, Black Eyed Peas)

El egoísmo se centra en lo que uno tiene, pero su satisfacción es efímera, por lo que subyace un sentimiento profundo de inquieto anhelo por lo que uno no tiene, por "no tener suficiente", por “pensarse” incompleto. 

Muchos piensan que el relato del Génesis sobre Adán y Eva es una fábula. Yo quiero pensar que es un espejo donde mirarnos, un “tipo” que nos representa y nos define, también hoy en día.

El primer hombre y la primera mujer estaban más cerca de Dios que cualquier otra criatura en la tierra, tenían relación directa con Él, hablaban con Él y experimentaban su presencia.

Lo tenían todo, todo cuanto se puede desear: salud, perfección, eternidad y sus necesidades físicas completamente satisfechas. Y a pesar de todo, sucumbieron al espejismo del “quiero más” y comieron de la fruta del único árbol que Dios les prohibió. No tenían suficiente porque estaban centrados en lo que “no tenían” y no valoraban lo que sí tenían.

Hoy, al igual que Adán y Eva, nosotros comemos la fruta prohibida, no valoramos lo que tenemos: nuestro Dios, nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, etc. Tentados y engañados por la misma serpiente rastrera que lo hizo con nuestros primeros padres, nunca tenemos suficiente y deseamos más, y con ello, nos alejamos de Dios, que es lo que Satanás pretende.

Al alejarnos de Dios, que es el único que nos ofrece duradera alegría, auténtico propósito, vida plena y verdadera satisfacción, nuestro destino es “sudar por nuestro pan de cada día”, por tener más “hasta que volvamos a la tierra”. Cuánto más dinero, más contento; cuántas más cosas, más satisfacción; cuánto más éxito, más felicidad.

El hombre busca desesperadamente algo que ya tenía con Dios y que perdió al no valorarlo, al rechazarlo; y lo intenta recuperar a través de un ansia por lo nuevo, de un afán por lo mejor, y de un empeño por poseer más.

Esta continua insatisfacción es utilizada por el diablo para confundirnos y desviarnos hacia el consumo compulsivo de cosas materiales (tecnología, moda, dinero, posesiones) y espirituales (éxito, poder, yoga, meditación), como si de ello dependiera exclusivamente nuestra vida. El lema del mundo es: “consumo, luego existo”.

Sutilmente, interiorizamos que lo que tenemos nunca es suficiente, que nuestra razón de ser está vinculada a lo que no poseemos y que, por ello, debemos conseguirlo. Nos hallamos enredados en un bucle interminable que nos ofrece una vida sin propósito, que en sí misma es una “muerte en vida”.

La energía con que Satanás alimenta el deseo del “quiero más” genera una energía opuesta de igual intensidad (ley de Newton) que provoca finalmente nuestra caída y expulsión de la vida. Y cuando lo perdemos todo, nos damos cuenta de lo desnudos que estamos, de lo “poco” que somos.

Mientras tanto, sembramos infelicidad para nosotros mismos y para los demás. Con ello, estamos ayudando a conseguir el propósito del enemigo de Dios, que es establecer el infierno en la tierra: desasosiego, inquietud, aburrimiento, negatividad, ansiedad e insatisfacción. En una palabra, infelicidad. 

¿Cómo ha de responder un cristiano  a la tentación del “quiero más”? 
El Papa Francisco advierte: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii Gaudium, 2).

Todos experimentamos, en mayor o menor medida, este deseo insatisfecho del “quiero más” debido, fundamentalmente, a dos causas externas: primero, como ya sabemos, porque hemos heredado el pecado original de nuestros primeros padres y segundo, porque al nacer en este “nuevo jardín” desarrollarnos esta cultura del “nunca es suficiente” y ello nos afecta 
directamente.

Sin embargo, este deseo insatisfecho no es una cuestión totalmente externa. Todos ambicionamos ser felices, y queremos serlo infinitamente, es decir, anhelamos saciarnos completamente y para siempre. En realidad, la cultura del consumo se aprovecha de una fuerza interior e innata del ser humano: el anhelo de plenitud completa

Para que un cristiano pueda responder a la tentación del “nunca es suficiente”, presente en el mundo y en nuestros corazones, debe cuestionarla profundamente. No para eliminarla de raíz sino para buscar lo que de verdadero tiene. 

Es en nuestro propio corazón donde podemos reconocer el anhelo de ser felices y preguntarnos si lo que nos propone el mundo y su amo lo puede llenar. 

Es allí donde debemos evitar que se instale el Tentador y hacer sitio al único que verdaderamente nos calmará esa sed. Y ese no es otro que Jesucristo, quien, en su infinitud y perfección, es el “agua que sacia mi sed”.



lunes, 24 de agosto de 2015

EL ANHELO DE INDEPENDENCIA



“Permanezcan en mí como yo en ustedes. 
Una rama no puede producir fruto por sí misma 
si no permanece unida a la vid; 
tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes las ramas. 
El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, 
pero sin mí, no pueden hacer nada.”

Juan 15,4-5


El anhelo de independencia es parte de nuestra naturaleza humana desde el inicio de la creación, con Adán. El primer hombre lo buscó aliándose con el mayor enemigo de Dios y así le fue…así nos fue…

El hombre actual vuelve por sus fueros y proclama a los cuatro vientos su deseo de autonomía e independencia de Dios. 

El hombre no tiene ni siente necesidad de Dios porque el hombre quiere ocupar el lugar de Dios. Es una vieja historia, renovada hoy por el hombre posmoderno. 

La exaltación del hombre es el culmen de la posmodernidad pero es también su crisis: el tiempo de la secularización, el tiempo del relativismo ético y de la desorientación moral en la cual el hombre no sabe decir más nada sobre sí mismo, de dónde viene, adónde va, y cuál es el sentido de su vida y de su caminar. 

Lo mismo le pasó al hijo pródigo en la parábola de Jesús: se creyó “su propio padre”, pidió su independencia y dilapidó su herencia.

El anhelo de independencia desune, hace que la familia y el matrimonio pierdan su sentido. Desde el principio, el Diablo ha intentando sembrar discordia en la pareja y en la familia, enfrentando a hombre contra mujer, a hermano contra hermano, padre contra hijo…

Con el aumento significativo de los divorcios, de las familias desintegradas, de las convivencias libres y sin compromiso y de las uniones homosexuales parece que los matrimonios y las familias están en peligro de extinción, tienden a desaparecer del todo.

Las crisis de la pareja, del matrimonio y de la familia son síntomas de una crisis todavía más profunda. Cuando se quiebran las columnas que sostienen la casa, significa que la misma casa está por colapsar. 

La crisis de la pareja, del matrimonio y de la familia, conducen a una crisis todavía más profunda, la de la sociedad. Una sociedad enferma incapaz de hacer un diagnostico real y que ha vuelto la espalda a Dios creyéndose capaz de auto-curarse por sí sola. Sólo Cristo salva; sin él no hay camino posible a la vida.

Para que el amor en la pareja reflorezca, para que el matrimonio sea nuevamente valorado y la familia resurja de sus cenizas es necesario volver a las raíces de la fe, es necesario rencontrarse con Jesús, salvador y redentor de la humanidad, quien no tuvo anhelo de independencia al entregarse por todos nosotros.

El anhelo de independencia impide al hombre comprometerse. Muchos chavales dejan de estudiar porque no quieren comprometerse a la disciplina de ir al colegio cada día y cumplir con sus deberes. Otros pierden su trabajo porque no quieren cumplir con la rigidez del horario o con las órdenes de un “jefe caprichoso”. Muchos no quieren comprometerse con la sociedad, con el gobierno, con las leyes...

El anhelo de independencia (de Dios) es la esencia del pecado. En el principio fue Satanás, que anhelaba el poder, ser como Dios. Luego, engañó y embaucó a Adán. 

Hoy enreda a muchos cristianos, que añoran una cierta autonomía y libertad, una cierta distancia de Dios, darle la espalda, y se preguntan ¿por qué no puedo gobernar mi vida yo solo?

No matan, no roban (Satanás no robó ni mató; ni tampoco Adán), creen ser buenas personas pero prefieren vivir la fe a su modo, individualmente, sin necesidad de Dios. Es la negación del derecho de nuestro Creador a guiar nuestra vida, es la esencia de la rebelión contra Dios, del pecado original.

El anhelo de independencia implica creerse la mentira de Satanás de “ser como Dios”. Si el Diablo consigue que pensemos así y actuemos independientemente de la voluntad divina, entonces controlará nuestra voluntad y nuestra vida. Creeremos que estamos actuando por nosotros mismos, que estaremos decidiendo con libertad, lo cual forma parte del engaño de Satanás, pero en realidad, estaremos actuando bajo sus órdenes, bajo su poder y bajo su voluntad.

El anhelo de independencia es excluyente, divide a los hombres, separa a las parejas, aleja a los hijos, aparta a los hermanos, distancia al ser humano Dios y le transforma en un monstruo insaciable de gloria, ansioso de éxito y ávido de poder. 

Lo excluyente es egoísta y el egoísmo es lo contrario del amor, lo opuesto a Dios. El amor y la misericordia divinas no excluyen a nadie; todo lo contrario, unen, sanan, dignifican y redimen.

Ser como Dios es cumplir su voluntad. Ser como Dios es haber sido creados a “Su imagen y semejanza”. Ser como dios es reconocerle nuestro Padre y Creador. Ser como Dios es amar como Él. Ser como Dios es ser “perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.