¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿CÓMO Y PARA QUÉ PERSEVERAR EN LA FE?


“ La autenticidad de vuestra fe produce paciencia”
(Stg 1,3)

Recuerdo una historia que escuché contar a Monseñor Munilla en la que hablaba de la perseverancia: la caza del zorro, muy propia de la cultura británica.

Cuando se suelta al zorro, la jauría de perros sabuesos sale rápidamente en su persecución. Al principio todos corren, saltan y ladran al unísono. Hacen mucho ruido. Pero a medida que pasa el tiempo, el cansancio hace mella y los perros se van descolgando. Unos se despistan con cualquier cosa del camino. Otros se paran a olisquear. Otros se tumban en el suelo. Otros se cuestionan el por qué de correr y se dan la vuelta. Y sólo unos pocos consiguen alcanzar la presa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso los que alcanzan la presa son más fuertes, más jóvenes, más capaces o están mejor entrenados?

La respuesta es que aquellos perros habían visto al zorro al comienzo de la cacería. Sabían lo que perseguían.

Vivimos en un mundo "a la carrera" donde todo es "urgente" e "inmediato". Todo es para el "aquí y ahora". Todo lo queremos para "ya". Nos domina la impaciencia. Y cuando somos impacientes, nos paralizamos y comenzamos a pensar que, lo que deseábamos tan sólo hace un momento, quizás ya no merece la pena, nos desmotivamos y abandonamos.

En la vida del cristiano pasa lo mismo que con los sabuesos ingleses: sólo quien ha visto a Cristo es capaz de aguantar la dureza de la carrera, los inconvenientes del camino y las dificultades del terreno. Sólo quién es consciente de por qué corre, es capaz de alcanzar la meta.
No vale cumplir. No vale seguir a otros. No vale "creer de oídas". Lo que vale es saber el "por qué" de la perseverancia, saber el "qué" de su atractivo. Perseverar no es sino demostrar que somos lo que decimos ser. 

Muchas veces nos pasa lo que a los perros de caza: corremos pero no sabemos para qué ni hacía dónde. Corremos porque vemos correr a otros y nos encontramos inmersos en un activismo que nos convierte en "sabuesos descontrolados", en "pollos descabezados", en "cabras locas".

Sin objetivo en mente, la perseverancia es imposible. Sin visualizar la meta, la carrera no tiene sentido. Sin ver al "zorro", ¿para qué ladrar? ¿para qué correr?

Sólo se puede ser cristiano si has puesto los ojos fijos en Cristo. No se puede ser fiel por el hecho de ver a otros serlo. No se puede ser perseverante por hacer lo que vemos a otros hacer. No se puede ser auténtico por el hecho de "cumplir" como los demás.
La perseverancia es la fe puesta en acción... hasta el final. No se trata de empezar la carrera con mucho ánimo y muchas ganas, para abandonar en los primeros kilómetros. 

La fe no es una carrera de cien metros lisos sino, más bien, una carrera de obstáculos, o mejor aún, un maratón. No se trata de correr, se trata de acabar, de cruzar la meta, de vencer... 

Porque al vencedor, Cristo le promete "siete" cosas (Ap 2 y 3),: 
  1. comer del árbol de la vida
  2. darle la corona de la vida
  3. darle el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella, un nombre nuevo
  4. no sufrir la muerte segunda
  5. tener autoridad sobre las naciones
  6. confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus ángeles
  7. hacerle columna en el templo de su Dios y sentarse con Él en su trono. 

JHR

miércoles, 15 de noviembre de 2023

¿QUÉ ES REALMENTE EMAÚS?

“Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 
'Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'...
 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. 
No hay mandamiento mayor que estos" 
(Mc 12,29-31)

Muchos ya han vivido y conocido lo que es un retiro de Emaús. Sin embargo, lejos de romper la confidencialidad al explicar o decir lo que allí ocurre, hoy quiero reflexionar sobre lo que es realmente Emaús.

En estos años de tantos retiros y reuniones, he sido testigo de muchos milagros: he visto corazones endurecidos "abrirse" al amor de Cristo y volverse incandescentes, he visto vidas destrozadas "resucitar" al sentirse sanadas y perdonadas, he visto personas adormecidas "despertar" a la llamada del Señor y ponerse en marcha, he visto almas cambiar de rumbo y caminar junto a Dios...entre ellas, la mía.
He visto tantas cosas y tantas buenas...que no puedo más que dar gracias a Dios por permitirme ser testigo privilegiado de su gracia y de su amor. Y he visto tantas cosas, no porque yo sea clarividente ni más listo que nadie, sino porque he aprendido lo que es realmente Emaús: he aprendido a escuchar primero, para después, aprender de lo que escucho.  De eso "va" Emaús: de escuchar. Emaús es escuchar a nuestro prójimo y a Dios. 

Estoy convencido de que escuchar es la primera manera de amar: al interesarnos por el otro, al querer saber más del otro, comenzamos a amarlo de manera efectiva e intencionada. Porque como dice san Agustín "nadie puede amar lo que no conoce". Y eso es lo que nos pasa en nuestras propias vidas con nuestras mujeres, con nuestros amigos, con nuestros hermanos y con nuestro Dios. Escuchamos y conocemos...y  al hacerlo, amamos.

Jesús, ese viajero misterioso que se acerca a los dos de Emaús (y a cada uno de nosotros), no se aparece de sopetón para darles un sermón durante "sesenta estadios" (alrededor de diez/once kilómetros). Imaginemos cuál sería nuestra reacción y actitud si un ferviente sacerdote nos "deleitara" con una homilía de casi dos horas...seguro que a los diez minutos habríamos desconectado (aunque, por otra parte, es lo que, por desgracia, muchas veces nos ocurre, incluso antes...).

La pedagogía divina es mucho más elevada y su amor, también. Y lo son porque son eso: "divinas". Una pedagogía (y un amor) que no ha dejado de mostrarse, de donarse y de entregarse durante siglos a todos los hombres, recibiendo más excusas que éxitos, más "peros" que "síes". 

Desde el principio, Dios ha dicho: "Shema Israel" (Dt 6,4; Mc 12,29), "Escúchame pueblo mío, Escúchame hijo mío". Pero el hombre no escucha...
Es la forma de actuar del amor, es la manera de ser de Dios...el Señor, nos aconseja qué hacer para vivir una vida plena y dichosa, dando ejemplo: primero escucha y después, habla. Y lo hace por pura misericordia porque Él lo sabe todo y no necesita escuchar nada de nuestra boca que no sepa. Pero, quiere hacerlo, porque nos ama. Igual que un padre escucha a su hijo sabiendo de antemano lo que quiere y necesita.

El Resucitado inicia su pedagogía preguntando a los discípulos: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Tras la respuesta, un tanto sarcástica, de los éstos, vuelve a preguntarles: "¿Qué?".

El sabe todo lo que ha ocurrido en Jerusalén esos días...¿cómo no lo va a saber si le ha pasado a Él?, pero quiere que se lo digan los discípulos, quiere escuchar lo que agobia y preocupa sus corazones. De la misma forma que quiere que nosotros le contemos que nos preocupa y nos agobia...¿para qué? para que vayamos a Él, y Él nos aliviará (Mt 11,28).

Esta es la gran lección de Emaús y también de nuestra fe en Dios. Hay muchas otras, pero la primera es "escuchar". No se puede creer sin escuchar, de la misma forma que no se puede amar sin conocer, no se puede servir sin dar la vida. 

Escuchar es iniciar un acercamiento de amor para entrar en comunión. Es la pedagogía de Dios: escuchar para amar y servir, para "darse" y entregar la vida. 

Sin embargo, el mundo y Satanás, con su falsa pedagogía, nos instan a no escuchar ni a Dios ni al prójimo. Nos anima a hacer prevalecer nuestro discurso sobre el de los demás, a imponer nuestras ideas sobre las de los demás, a establecer división y rencor, sospecha y duda. 

En definitiva, a odiar a los demás, a servirse de los demás, a "negarse" a los demás, a quitar la vida.
Jesús nos muestra Emaús como una gran eucaristía en la que lamentamos nuestra pérdidas, escuchamos su palabra, le invitamos a nuestra vida, le reconocemos al partir el pan y salimos a proclamar que ha resucitado. 

Pero además, Emaús es una gran oración: escuchamos cuánto nos ama, cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros y qué nos pide. Lo mismo que hacía Cristo cada vez que se enfrentaba a una misión encomendada por su Padre: escucharlo en oración.

El dilema está ante nosotros, hoy como en el principio, en el árbol del paraíso o en el árbol del calvario: debemos tomar partido, elegir una opción: escuchar a Dios o seguir a nuestra concupiscencia. 

Pero sólo escuchando a Dios y a nuestro prójimo seremos capaces de pasar del odio al amor, del rencor a la gratitud, del pecado a la santidad. Eso es Emaús...


"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias"
(Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22)



JHR

jueves, 12 de octubre de 2023

¿CIUDADANOS DEL CIELO O DEL MUNDO?

"Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? 
Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, 
se constituye en enemigo de Dios" 
(Sant 4,4)

Dios creó al hombre para el cielo, aunque lo hizo en la tierra. Creó también todas las cosas buenas, no para satisfacerlo plenamente, sino para que lo impulsaran hacia Él.

Todos los dones y todas las criaturas creadas debieran estimularnos a amar más a Dios y anhelar el regreso a la casa del Padre para estar en comunión con Él, pero no es así. Como hijos pródigos, los hombres preferimos la seducción de lo creado al amor donado, pedimos nuestra herencia para irnos a "un país lejano". 

Toda la creación nos señala lo bueno y lo mejor para nosotros pero tenemos la libertad de optar de otro modo. Tendemos a desarrollar deseos desordenados por las cosas o por las criaturas, que nos hacen desearlas más de lo que realmente las necesitamos y nos convertimos en adictos de las cosas terrenales olvidándonos de las celestiales.

Elegimos mal: deseamos los medios y obviamos el fin; preferimos lo fugaz y rechazamos lo eterno; ponemos "lo creado" en el lugar del Creador y lo convertimos en idolatría... preferimos el don al donante, la criatura al creador, lo perecedero a lo imperecedero...

Nos conformamos con deseos efímeros y olvidamos nuestro destino eterno. Buscamos placeres pasajeros y perdemos de vista el gozo auténtico de la casa eterna. Pero, igual que en la parábola lucana, nuestra correspondencia al amor generoso e infinito de nuestro padre bueno debe ser una elección propia, no puede ser exigida.

Esto fue lo que les ocurrió a nuestros primeros padres, a los primeros "hijos pródigos": se separaron del Creador y se volvieron hacia "lo creado". Se apropiaron de su herencia y "mataron" al Padre, alejándose de Él. Y nosotros heredamos su pecado...convirtiéndonos en exiliados en un país extranjero; un país "bueno" pero que no es el nuestro.

El hombre, por el mal uso de su libertad, se ha convertido en un peregrino, en un exiliado. Siempre en camino...hacia Dios o a la deriva, con paso seguro o deambulante, mirando al cielo o al suelo, como los dos de Emaús...el hombre siempre está en tránsito, el hombre siempre está en potencia que no en acto.

El pueblo de Dios está siempre en un continuo peregrinar y en un incesante éxodoAdán fue "expulsado" del paraíso (Gn 3,23-24); Caín tuvo que abandonar la casa paterna como un fugitivo (Gn 4,12-14); Noé tuvo que dejar "tierra" para embarcarse en un arca (Gn 9); los habitantes de Babel "fueron dispersados por la faz de la tierra" (Gn11,8); Abrahán abandonó su próspera Ur para emprender un viaje a una tierra lejana (Gn 12,1).

1º Exilio: Egipto

La esclavitud del pueblo israelita en Egipto a lo largo de 430 años (Ex 12,40) es símbolo de la humanidad oprimida por el pecado original. Los judíos no sólo no podían liberarse por sí mismos de aquel yugo sino que además, adoptaron hábitos y prácticas del "mundo" egipcio. Igual que nos pasa a nosotros.

El Creador, para liberarlos (en realidad, para salvarlos) tuvo que intervenir prodigiosamente con la mediación de Moisés (tipo de Cristo) y llevarlos a través del Mar Rojo, símbolo el bautismo (1 Cor 10,1-4). 

Pero Dios sabía que tantos siglos desarrollando costumbres y supersticiones paganas serían difíciles de erradicar. Por ello, les impondría una Ley exigente con nuevas costumbres referidas al culto (sacrificios de los animales sagrados en Egipto), la alimentación (abstinencias), la higiene y el sexo (purificaciones). Igual que hace hoy con nosotros...

A pesar de habernos librado del pecado original por el bautismo, seguimos sufriendo sus efectos y cayendo en nuestros hábitos pecaminosos por nuestra persistente concupiscencia. Por ello, Dios sigue ofreciéndonos medios para nuestra salvación: los sacramentos y, especialmente, el de la confesión.

1º Éxodo: hacia la tierra prometida

Sin embargo, el pueblo elegido de Dios, nada más iniciar su éxodo por el desierto, comienza a añorar sus hábitos paganos y a sentir nostalgia de su vida de esclavitud en Egipto, se rebelan contra Moisés y protestan contra Dios (Num 11,18-20). El Señor, con infinita paciencia, siguió concediéndoles todo aquello que necesitaban, a pesar de sus infidelidades. Igual que con nosotros hoy...

El pueblo judío "de dura cerviz" (Ex 32,9) se fabricó un becerro de oro, imagen de Apis, el dios egipcio de la fertilidad y montó una orgía en pleno desierto (Ex 32,1-6), símbolo de todas nuestras idolatrías, tentaciones e infidelidades. Igual que hoy en día nos fabricamos nuestros propios ídolos particulares. Moisés (tipo de Cristo) intercede ante Dios en defensa del pueblo.

Además, para conquistar la tierra prometida, tuvieron que luchar contra "siete" naciones que simbolizan los siete pecados capitales: soberbia, ira, gula, lujuria, pereza, avaricia y envidia. Lo mismo que nos ocurre hoy a nosotros...

2º Exilio: Babilonia

Tras varios siglos de constantes infidelidades y traiciones a Dios, el pueblo judío será invadido consecutivamente por cinco imperios. En el s. VI a.C., el rey babilonio Nabucodonosor asola Jerusalén y destruye el templo provocando el segundo gran destierro, esta vez hacia el este aunque menos prolongado que el anterior (50 años). El pueblo judío lo ha perdido todo: tierra, templo, identidad, idioma...y sobre todo, ha perdido el favor de Dios, alejándose de Él.

Pero a pesar de que un "pequeño resto" toma conciencia del desastre, llorando y lamentándose en los "ríos de Babilonia" (Sal 137), otros muchos deciden "quedarse" en el mundo pagano, se mezclan con mujeres babilonias, adoptan sus cultos paganos y  sus costumbres idolátricas, su lengua y el próspero "Babylonian way of life". Lo mismo que ocurre hoy.

Este segundo exilio es símbolo de nuestro pecado personal. Esta es la gran diferencia teológica: mientras que la "cautividad egipcia" es heredada como consecuencia del pecado original, la "cautividad babilónica" es consecuencia de nuestra elección, de nuestro propio pecado.

De la misma manera que en el anterior, Dios intervendrá en favor de su pueblo a través de un hombre, el rey persa Ciro (tipo de Cristo), quien decretará un edicto de liberación para el pueblo judío, permitiéndole regresar a su tierra.

Lo mismo nos ocurre a nosotros hoy día: mientras vivimos con nuestras "necesidades" satisfechas (prosperidad, seguridad, placer y confort) en la cautividad del mundo, no vemos la necesidad de regresar a la "Jerusalén paterna"; preferimos ser "amigos del mundo", adquirimos la "ciudadanía del mundo", viviendo como esclavos en la comodidad del pecado, mientras imaginamos que somos libres, que somos dignos y que somos herederos. Pero no es así...

2º Éxodo: hacia el cielo prometido

Al alejarnos de Dios, nos enemistamos con Él y olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos. Por eso, Dios mismo interviene de forma definitiva: Cristo encarnado nos muestra con hechos y palabras la necesidad del ayuno y la penitencia, de la "negación de uno mismo" y del abandono a la misericordia del Padre. 

Nuestro nuevo éxodo es un camino de purificación y sacrificio en el que debemos vivir las bienaventuranzas que simbolizan un "cambio de normas", un cambio de "mentalidad", una "metanoia". Cristo hace todo nuevo: lo que para nosotros es una maldición, el Señor lo transforma en bendición. La de llevarnos de vuelta a la casa del Padre.

En un mundo que evita a toda costa el sufrimiento y que proclama el bienestar material y el hedonismo, el cristiano sabe que el sacrificio nos libera de los bienes de este mundo (que son buenos y creados por Dios) y nos une a los del cielo (que son mejores y prometidos por Dios). Todo lo que Dios ha creado es bueno... pero muchos bienes terrenales están más cerca de nuestra perdición que de nuestra salvación.

Por eso, la pregunta del millón es ¿soy ciudadano del cielo o del mundo?

martes, 29 de agosto de 2023

ESTAMOS EN PLENA PANDEMIA IDEOLÓGICA

"¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, 
que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, 
que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!"
(Is 5,20)

Aunque lo sospechaba con antelación, me entristece ver como la consecución del título de campeón del mundo obtenido por nuestra selección femenina de fútbol se ha visto empañada y eclipsada por culpa del trasfondo ideológico imperante hoy en nuestra sociedad.

No voy a entrar en las justificaciones ni en las consecuencias de los hechos execrables del presidente de la Federación Española de Fútbol sino que me gustaría plantear las causas que han motivado llegar a esto, es decir, cómo hemos llegado a obviar una gesta deportiva de tal magnitud (y otras de mayor importancia) para dejar que personas ajenas al mundo del balompié se hayan "colado" en nuestras ilusiones y hayan aprovechado la ocasión para desplegar todo su perverso arsenal ideológico y doctrinal. 

Lo que surgió en las universidades norteamericanas y que fue asumido por su comunidad negra como movimiento "woke" ("despiertos"), un pensamiento sociopolítico convencido de poseer el monopolio de la verdad, la justicia y el bien ("iluminados") ha traspasado sus fronteras, ha mutado y se ha transformado en una pandemia ideológica, en una guerra global contra la civilización occidental, que también ha llegado a nuestro país.
Lo que entonces era un ideario contra la discriminación racial, ahora es Ley universal en todos los ámbitos. Sus conceptos se han normalizado en el vocabulario mediático, en el discurso político y empresarial, en el ámbito deportivo y social, y mucho me temo que también en el eclesial. Su utilización ha colonizado el imaginario colectivo, imponiéndonos sus expresiones "autorizadas", sus ideas "políticamente correctas", su pensamiento "único" y su doctrina "infalible". 

Los que antes eran sus militantes a pie de calle, ahora se han ido infiltrando en todas las esferas de nuestra civilización occidental: en los partidos políticos y los gobiernos nacionales, que han claudicado a sus pretensiones; en el mundo empresarial y educativo, que han multiplicado sus concesiones y aprobaciones; en la sociedad y la cultura, que han prescrito lo que es correcto a través de supuestos influencers; en el management, la publicidad y los medios de comunicación, que se han convertido en sus cómplices y promotores.

Su alta capacidad de polarización se sustenta en la absoluta manipulación del lenguaje, que se apropia de términos objeto de reprobación universal (en mayor o menor medida) y les asigna una definición nueva, legitimada por activistas y partidarios disfrazados de comités de "científicos" y "expertos".

Su gran poder de propagación se realiza virulenta y exponencialmente a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Basta con repetir incansablemente esos nuevos conceptos y opiniones sobre odio, discriminación, intolerancia (racismo, machismo, xenofobia, homofobia)...para que gente de buena fe (incluso cristianos) se dejen engañar y las asuman como ideas y opiniones propias.

Esta pandemia ideológica ha cambiando el mundo: los que estaban "dormidos" ahora están "despiertos" y lo que estaban "espabilados" ahora están "anestesiados y amodorrados". Parece que nadie hace absolutamente nada, paralizados ante una inevitable manipulación que nos aboca hacia una realidad radicalizada, deshumanizada y, sobre todo, tiránica (por ejemplo, la agenda 20/30) que nos afecta a todos, que invierte el significado de las cosas que reivindica, y que nos obliga a todos a cambiar de dirección y a caminar en sentido contrario.

Este virus inoculado por el totalitarismo “fluido” es como una "fina lluvia" que parece no tener importancia pero que va calando poco a poco y que termina por "empaparnos". Un "chirimiri" en forma de doctrina lingüística "inclusiva", cuya único fin es reeducarnos, desnaturalizando y despojando de significado las palabras y las verdades inmutables para transformarlas por otras, adaptables y maleables a los tiempos y a los intereses del pensamiento único. 

Este patógeno ha sido inyectado y transmitido por todo el mundo mediante expresiones como:
  • "agresión sexual" para unificar legislativamente cualquier abuso o relación no consentida, ya sea de dicho o de hecho.
  • "ayuda médica para una muerte digna” para evitar denominar un cruel asesinato como la eutanasia.
  • interrupción voluntaria del embarazo” o "derecho reproductivopara disfrazar un acto homicida como el aborto.
  • "gestación subrogada" para evitar referirse a un "vientre de alquiler", objeto de transacción económica.
  • todas, todos, todes”; “niños, niñas, niñes”; "ellos, ellas, elles"...para eliminar los sexos (inmutables y definidos por la biología y la genética) y sustituirlos por géneros fluidos tan numerosos y dispares como cada uno desee.
  • "pareja" para eliminar "matrimonio"; "progenitores" para suprimir "padres"; “interés general” para evitar "bien común" o "embrión", "feto" para evitar llamarlo "bebé "y así deshumanizar a la víctimas.
  • "discapacitado" para no utilizar el término ¿despectivo? "subnormal" que no significa otra cosa que "por debajo de lo normal".
  • "educación segregada” para tratar de acabar con la "diferenciada" y evitar reconocer las diferencias de características naturales, ritmos de aprendizaje e intereses existentes entre los dos únicos sexos.
  • "solidaridad" para denigrar la "caridad" bajo la falacia de que quien ejerce la caridad se siente superior al que la recibe.
  • "diversidad" para tratar de conjugar "igualdad" que existe por derecho y "diferencia" que existe por naturaleza.
  • "humanidad" para evitar decir "hombre" como una especie de término excluyente de la mujer.
  • "cambio de opinión" para encubrir en realidad una burda "mentira".......
No hay por dónde coger la lógica maliciosa de este "neolenguaje". Sólo se utiliza intencionadamente en contextos neutros o positivos pero no cuando existen connotaciones negativas o contraproducentes para el objetivo ideológico: no se habla de violentas, asesinas, corruptas o, ya puestos, de delincuentas, "criminalas" o "irresponsablas". 

En todo caso, es evidente que su objetivo es relativizar y modificar la forma de pensar para que la "idea" dependa de las palabras y la voluntad de los estados de ánimo, para así, normalizar un hecho objetivamente malo y darle la apariencia de algo bueno. Su forma de hacerlo es inventando palabras nuevas, eliminando otras “indeseables” y, por último, despojando a otras de cualquier “significado heterodoxo”.

Este mal tóxico ha ideologizado el lenguaje hasta el punto de apropiárselo, destruyendo el espíritu crítico y la oposición intelectual para favorecer el pensamiento totalitario a través de una propaganda atea y anti divina que pretende abstraer las verdades absolutas, transformándolas en eufemismos y elementos artificiales que justifiquen su "doctrina". 

Desde un punto de vista cristiano y espiritual, esta ideología es el eterno objetivo del Dragón y de las dos bestias de Apocalipsis 13 por deshumanizarnos para evitar que alcancemos a Dios, y en comunión con Él, divinizarnos. 

Es el intento de Satanás de llevarse todo y a todos por delante, de oponerse y aniquilar el proyecto original de Dios (Gen 1,27) y de pretender "crear" un mundo paralelo y alternativo a la voluntad divina, aunque tiránico y perverso (Rm 1, 20-32).

Sin una fe firme ni unos valores cristianos llevados a la práctica es infinitamente más fácil adoctrinar y dominar las mentes de aquellos que viven bajo el poder y la influencia del "dios o príncipe de este mundo"(2 Cor 4,4; Jn 14,30; cfr. Mt 4,8-9) y que terminan convirtiéndose en ciudadanos del mundo (Jn 15,19) marcados con el número de la bestia (Ap 13,18). 

Es en este ambiente, como en tantos otros sitios y ocasiones, donde nos enfrentamos a nuestra batalla espiritual y por lo que el Señor nos advierte constantemente a que velemos y estemos vigilantes (Mt 26,41; 1 Cor 16,13; 1 P 4,7. 5,8).

Ninguno estamos libres del poder de esta ideología ya que incluso, infiltrándose en la Iglesia nos hace ceder a la tentación de un "buenismo" que no tiene nada de cristiano, con el que pretendemos readaptar la Palabra de Dios (REL, Biblia inclusiva) o convertir nuestra fe cristiana en un "feminismo cristiano" o incluso realizar una propia "teología femenina" (Europa Press, Revuelta de Mujeres en la Iglesia).

Por eso, ante esta pandemia "anticristiana", extrememos las medidas de protección (Ef 6,11-18), mantengamos la distancia de seguridad con el mundo permaneciendo cerca de Dios (Jn 15,7), vacunémonos para soportar las tentaciones y resistir las pruebas (1 Cor 10,13; Stg 1,12) y pongamos en práctica todas las advertencias de la Autoridad sanitaria divina (Stg 1,22-27). 

martes, 15 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (15): "DOS MUJERES...LLENAS DE DIOS"

En aquellos días, María se levantó 
y se puso en camino de prisa hacia la montaña, 
a una ciudad de Judá; 
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, 
saltó la criatura en su vientre. 
Se llenó Isabel de Espíritu Santo 
y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, 
y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, 
la criatura saltó de alegría en mi vientre. 
Bienaventurada la que ha creído, 
porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, 
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: 
“su nombre es santo, 
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
 dispersa a los soberbios de corazón, 
“derriba del trono a los poderosos 
y enaltece a los humildes, 
a los hambrientos los colma de bienes 
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia” 
- como lo había prometido a “nuestros padres” - 
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses 
y volvió a su casa.
(Lc 1, 39-56)


Concluimos nuestras meditaciones en chanclas, como cada año, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos y contemplando la Visitación de María a su pariente Isabel.

Dos mujeres embarazadas. Una muy joven y otra anciana. Una virgen y otra estéril. 
Dos mujeres que han dicho "sí" al Señor y testigos de los misterios y prodigios de Dios. 
Dos mujeres que comparten el mayor secreto de Dios para los hombres 
Dos mujeres que se convierten en recipientes sagrados de los dones de Dios: María porta a Jesús el Mesías, Isabel a Juan el Bautista
Dos mujeres que constituyen las bisagras entre el Antiguo y Nuevo Testamento: Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y precursor de Jesús. 
Dos mujeres exultantes que alaban y bendicen a Dios por las maravillas que ha hecho Dios en ellas, sobre todo en María.
Dos mujeres que dialogan en un maravilloso encuentro de promesas a través del lenguaje verbal y corporal: tras el saludo de María, el niño salta gozosamente en el vientre de Isabel.
Dos mujeres...llenas de Dios.
María (hija de Joaquín y Ana, según el evangelio apócrifo de Santiago, consagrada al templo desde los tres años y desposada con José, su tutor, para que la proteja) "se levantó" (del semítico, Qûm, acción inmediata y ascendente) "y se puso en camino de prisa" (recuerda a la misma acción de los dos de Emaús cuando vuelven, "suben" a Jerusalén") "hacia la montaña" (3º énfasis de la acción de levantarse, elevarse). 

Tras el shock de la Anunciación del ángel, la joven María está "elevada" y absolutamente "prendada de Dios". "Llena de Gracia" y de amor generoso. Seguro que hasta su rostro resplandecía. Un "impulso interior" la lleva a salir al encuentro de su prójimo, en este caso, al de su pariente Isabel: lleva a Dios encarnado en sus entrañas. 

Necesita contarle a alguien de confianza la gran noticia, y va inmediatamente a visitar a Isabel, su tía (según el Evangelio apócrifo de Santiago), de quien el ángel le ha dicho que está embarazada aunque era de edad avanzada (96 años) y estéril (y que, por vergüenza, pasa su embarazo recluida en casa), para pedirle consejo espiritual y para ayudarla en sus necesidades debido a su estado.

Es una joven “enamorada de Dios”, abandonada y confiada en Su gracia, campesina y de condición humilde, que canta y alaba gozosamente al Señor porque se ha dignado elegirla a ella para cumplir la gran esperanza del proyecto salvífico divino de toda doncella judía.

Isabel, descendiente de Aarón y esposa del sacerdote Zacarías, vive en un monte, el Hebrón, donde Dios le cambió el nombre a Abrán por Abrahán y donde instituyó con él la alianza de la circuncisión. A Isabel nadie le había dicho que María iba a ser la madre del Mesías. Lo conoce por revelación divina a través del Espíritu Santo, que se certifica por el salto del niño en su vientre cuando María la saluda. Es la "segunda anunciación", en este caso, del Espíritu Santo a Isabel.

Es una anciana que lleva en su seno al precursor del Mesías y que comparte con María una relación que sobrepasa las palabras. Bendice, agradecida, a la Madre de su Redentor porque ha creído y María transforma su humildad en alabanza a Dios con el Magníficat... la unión con Dios nos conduce a la alabanza y adoración a nuestro Señor...para lo que hemos sido creados.

La intención de Lucas es mostrar la nueva y definitiva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe y humildad, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquiler”, ni de una "madre soltera" sino una mujer plenamente entregada a la voluntad de Dios.
Cuando profesamos nuestra fe, cuando vivimos lo que creemos, cuando degustamos los dones que Dios nos regala, es entonces cuando el amor de Dios se derrama en nuestros corazones y nos mueve a salir a alabar a Dios y a servir a nuestro prójimo. 

Por la fe, llevamos a Dios dentro, la vida divina y sobrenatural... y, como María, no podemos callarlo. Tenemos que contar la felicidad y la paz que embargan toda nuestra alma y que enardece nuestros corazones. Sabernos amados por nuestro Padre del cielo ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades cotidianas y miserias personales, nos impulsa a caminar con ánimo y a cantar las maravillas de Dios.

Por eso, los que hemos creído somos bienaventurados, somos dichosos y nos unimos al canto de María: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi". 


JHR

lunes, 14 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): "PÁGALES POR MI Y POR TI""

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos 
recorrían juntos Galilea, les dijo:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, 
lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, 
los que cobraban el impuesto de las dos dracmas 
se acercaron a Pedro y le preguntaron:
«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó: «Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
«¿Qué te parece, Simón? 
Los reyes del mundo, 
¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó: «A los extraños».
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. 
Sin embargo, para no darles mal ejemplo, 
ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, 
ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. 
Cógela y págales por mí y por ti».
(Mt 17,22-27)

El pasaje de hoy nos propone dos secciones que parecen inconexas pero que no lo son: la primera, el segundo anuncio de la llegada de la "hora" del Señor, es decir, del cumplimiento de su misión en la tierra; la segunda, el cumplimiento en el pago de impuestos a los gobernantes.

Mateo comienza de nuevo con la frase: "En aquel tiempo" (en griego, kairós), que la tradición exegética define literalmente como "el momento señalado, oportuno y elegido por Dios para hacer algo" o "el tiempo de Dios" o "el tiempo en que se cumple la voluntad de Dios".

Kairós se  diferencia del otro concepto de tiempo griego, Cronos en que, mientras éste mide el tiempo lineal, el tiempo en el que actúa el hombre, aquel mide el momento exacto, adecuado y oportuno en el que ocurre algo importante: se cumple la voluntad de Dios.

Es, por tanto, la "hora", el momento para que se cumpla la voluntad de Dios y por eso, Jesús, mientras aún está en Galilea con sus discípulos, les anuncia de nuevo su pasión, muerte y resurrección, hecho que les entristece: “lo entregarán (al odio de los hombres), lo matarán (sin culpa), pero resucitará (al tercer día)". 
Sin embargo, esta vez no se sorprenden tanto como en el primero (Mt 16,21-23), tan sólo dice que se entristecen. No sabemos si lo entienden (diríamos que no) pero lo ignoran como si no lo hubieran escuchado. Sólo lo entenderán cuando Jesús se les aparezca después de resucitado. 

Nos ocurre a todos: ante el sufrimiento, que queremos hacer como si no existiera, como si no hubiera ocurrido...y lo sacamos de nuestra mente. Sin embargo, Jesús nos anima a hacer frente al dolor y la muerte, a estar preparados para el momento de la gran prueba. No hay resurrección sin cruz, no hay ganancia sin pérdida...

En la segunda parte del texto, Jesús nos introduce en la cuestión del pago del impuesto destinado al mantenimiento del Templo (correspondiente al jornal de dos días de un obrero). 

No está obligado a pagarlo, porque el deber correspondía a los súbditos, no a los hijos del rey; de ahí la analogía que usa Jesús: El Señor del Templo es Dios y Jesús es su Hijo, está exento pero paga como uno más, para dar ejemplo, para evitar escándalos innecesarios y para que nadie pueda reprocharle nada.

¡Qué paradoja! Jesús anuncia el fin de su vida en la tierra y a la vez, está pendiente de ocuparse de los asuntos temporales, de los temas cotidianos y legales, de cumplir el pago de impuestos. Siendo Dios, se somete a las leyes humanas

Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios, que debe morir para resucitar conforme a lo que indefectiblemente se va disponiendo en un escenario de injustica y legalidad, aunque siempre y ante todo, para que se cumpla la voluntad del Padre. Sin embargo, quiere cumplir también la voluntad humana, pagando impuestos que no le corresponde pagar.
"¿Qué te parece Simón?": una pregunta dirigida a mí, a cada uno de nosotros. Me interpela y me invita a cumplir con mi deber de ciudadano al igual que Él cumplió con su deber de Hijo de Dios. Por nuestra unión con Cristo también adquirimos la condición de hijos de Dios y por consiguiente, tampoco estaríamos obligados a pagar el impuesto.

Sin embargo, para no escandalizar a nadie el Señor le manda a Pedro (a nosotros) sacar una moneda de la boca de un pez y pagarlo. Es una actitud de respeto por lo que representa el Templo, que es la casa de Dios.

Jesús vuelve a preguntar "¿A quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?" para señalar que los propios gobernantes judíos no le ven como uno de sus hijos sino como un extraño: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Podríamos decir que es la antítesis de la parábola del Hijo pródigo. 

Sin embargo, Jesús aún rechazado por su propio pueblo, no se apena ni se enfada sino que asume la situación con el mayor amor y misericordia posibles. Va más allá y nos exhorta al cumplimiento de nuestras obligaciones humanas: "dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios", que pronunciara en su discurso escatológico (Mt 22, 15-21). 

Jesús, como hombre, no quiere hacer uso de ningún privilegio por ser Dios, sino que cumple con su deber y nos exhorta a nosotros a hacer lo mismo. Siempre nos da ejemplo, en todo. Entrega su vida y paga por nuestros pecados. Entrega su moneda y paga por nuestros impuestos...y todo lo hace por amor a nosotros, libremente, porque quiere. Nadie lo obliga. Se somete a la voluntad del Padre y a la del hombre

El Señor me muestra el camino a seguir, me invita a seguir su ejemplo, a ser responsable. Primero con Dios, pero también con mi ciudadanía y con mis obligaciones civiles. 

Los cristianos no somos insurrectos, insumisos ni insubordinados. Cumplimos con nuestros deberes a semejanza de Cristo. No podemos decir que cumplimos nuestros deberes con Dios si incumplimos antes nuestros deberes como ciudadanos, de la misma forma que no podemos amar a Dios si no amamos antes a nuestro prójimo.


JHR

sábado, 12 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): "SEÑOR, SÁLVAME"

Después que la gente se hubo saciado, 
enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca 
y se le adelantaran a la otra orilla, 
mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. 
Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, 
sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. 
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, 
se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca 
y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, 
empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
(Mt 14,22-33)

Seis días más tarde, volvemos al mar de Galilea para reencontrarnos con la escena de los discípulos en la barca (que representa la comunidad, la Iglesia) "faenando" en los quehaceres cotidianos, en los que de forma habitual y constante surgen tormentas y tempestades.

El hecho de ser cristiano no significa que vayamos a estar exentos de contrariedades o dificultades. De hecho, siempre que estamos en nuestras faenas, en nuestras obligaciones surgen los problemas y las pruebas, pero Jesús siempre se nos aparece para ayudarnos cuando más le necesitamos.

Lo que Mateo quiere resaltar con la reacción de Pedro, con sus debilidades y sus miedos, es que todos, incluso la cabeza de la Iglesia, necesitamos perseverar en la prueba para convertirnos y trabajar nuestro coraje, y también reconocer la presencia de Cristo, para recibir de Él la fortaleza y aumentar la fe.

De nuevo, Jesús le recrimina a Pedro su poca fe como había hecho anteriormente en tantas ocasiones (Mt 8,23-27; 16,22-27) y también cuando le niegue (Mt 26, 69-75). Sin embargo y a pesar de todo, Cristo le pone al frente de Su Iglesia (Jn 21,11-16) por su corazón lleno de amor.

El Señor sabe que todos nosotros, incluido el papa, el sucesor de Pedro, necesitamos su ayuda. Nadie está exento de noche oscura, nadie está a salvo de crisis espirituales o tribulaciones, que por otro lado, son ocasiones excepcionales para que nuestra fe sea puesta a prueba y crezca con la ayuda de Dios, y así vencer el mal.
Sin embargo, ante las dificultades, nos sobresalta el miedo, que conduce al bloqueo y a la desconfianza... y Jesús lo sabe. Por eso, necesitamos que se aparezca en nuestras dudas, y debilidades, en nuestras preocupaciones y problemas...para que nos anime, nos ayude, nos rescate y nos salve. 

¡Ayúdanos, Señor, a perseverar en medio de las pruebas y las debilidades para que pueda aumentar nuestra fe!

¡Rescátanos, Señor, cuando las tinieblas se ciernen sobre nuestra misión apostólica y sobre nuestro caminar cotidiano para que podamos ver tu luz!

¡Permítenos, Señor, descubrirte también cuando nos hablas con Tu Palabra y con Tu Espíritu, en toda ocasión y en todo lugar para que podamos reconocerte y creer!

¡Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación!

¡Realmente eres Hijo de Dios!

JHR

viernes, 11 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): SI TUVIÉRAIS FE, NADA OS SERÍA IMPOSIBLE

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que,
 de rodillas, le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: 
muchas veces se cae en el fuego o en el agua. 
Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¡Generación incrédula y perversa! 
¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? 
Traédmelo».
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Les contestó:
«Por vuestra poca fe. 
En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: 
“Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. 
Nada os sería imposible»
(Mt 17,14-20)

Jesús, después de su Transfiguración en el Tabor (a 17 km al suroeste del mar de Galilea, cerca de Nazaret), regresa a Cafarnaún (al noreste del mar y que significa “villa de Nahum”, o villa de consuelo) donde se le acerca un hombre que tiene un hijo epiléptico (que en la mentalidad judía se atribuía a fuerzas malignas o demoníacas).

Ante la súplica del "hombre" que, de rodillas, pide compasión y que tantas veces ha acudido a mí pero que no he atendido ni he sido capaz de curarlo por mi falta de fe, Jesús me increpa duramente: me llama incrédulo y perverso.

Me recuerda que Él ya no está físicamente, en persona, pues ha muerto, resucitado y ha sido exaltado, y que me ha dejado a mí, su discípulo, y a la Iglesia, como intermediación y salvación para el mundo: Cristo dio a los apóstoles "autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10,1). 

Ellos le acompañaron mientras enseñaba y hacía milagros. Vieron su gloria en el Tabor...y sin embargo, su poca fe seguía les impedía hacer aquello para lo que Jesús les había dado potestad
La Iglesia, los cristianos... somos ahora la "presencia" de Dios en la tierra y tenemos el "poder" de realizar milagros pero...¿me creo capaz o tengo dudas? ¿tengo fe suficiente como para mover montañas o mi incredulidad es la que las crea? ¿Hago presente a Cristo cuando alguien que me necesita acude a mí o mi falta de fe lo imposibilita? ¿Por qué no puedo, Señor?

Porque mi autosuficiencia y mi afán de hacerlo todo por mis méritos me impide ayudar a mi prójimo. Cómo los dos de Emaús, yo esperaba...pero en mí, en mis capacidades, en mis expectativas...

Porque mi incertidumbre y mi duda me imposibilitan dar una respuesta auténtica a otros. Como los dos de Emaús...converso y discuto de todo lo que había sucedido...pero sin fe, sin esperanza, sin caridad...

Porque mi incoherencia y mi contradicción me convierten en "piedra de tropiezo" (Mt 16,21,23) que impide que tu gracia se derrame. Como los dos de Emaús, soy necio y torpe para comprender...

Porque mi epilepsia espiritual y mi convulsión física reduce mi escasa fe a una cuestión teórica que sé pero que no ejerzo en la práctica. Como los dos de Emaús, no te reconozco...no creo realmente que hayas resucitado...

Dice san Pablo que "caminamos en fe y no en visión" (2 Cor 5,7). Por tanto, lo que me hace capaz de vencer obstáculos y realizar milagros es lo creo y no lo que veo. 

Mi visión siempre es escasa y limitada pero mi fe debe ser una llama abundante y firme que jamás se apague permaneciendo en la Iglesia, buscando la presencia de Dios para pedirle en oración ser instrumento de su poder. Sólo así, podré mover montañas.

¡Señor, Cuántas veces te frustro por mi perversidad y mi poca fe! 
¡Cuántas veces te disgusto por mi dura cerviz y mi corazón de piedra! 
¡Cuántas veces te abandono por mi poca sensibilidad y mi autosuficiencia! 
¡Cuántas veces te impido realizar milagros por mis dudas y mis recelos! 
¡Cuántas veces Tú sí crees en mí pero yo no en Ti!

¡Si tuviera fe, nada me sería imposible!
¡Señor, ten compasión de mí y aumenta mi fe!
¡Haz que sea posible lo imposible!


JHR