¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

jueves, 22 de febrero de 2024

SENTARSE DETRÁS EN MISA




Muchos católicos cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús en Mateo 20,16: "los últimos serán los primeros". En efecto, algunos llegan a misa los últimos y se van los primeros. Toda una declaración de intenciones...

Y me pregunto: ¿Soy de los que se sienta en los bancos del final en misa? 
Y si fuera un concierto o un partido de fútbol...¿También me pondría en las últimas filas? ¿Llegaría tarde y me iría en cuanto pudiera? ¿Participaría o me resultaría indiferente?

¿Soy consciente de lo que sucede en misa? ¿Voy a participar en ella o estoy de paso? ¿Me involucro en lo que allí ocurre o simplemente, "estoy" allí? 

¿Evito proclamar las lecturas con la excusa de que no tengo gafas? ¿Eludo pasar la colecta o cantar porque me avergüenza? ¿Doy la paz "a la japonesa"? ¿Soy un "católico dominguero"?

Si hubiera estado invitado a la Última Cena...¿me pondría cerca o lejos para escuchar a Jesús? ¿Y en la Cruz? ¿estaría al pie de ella o miraría desde una distancia prudencial?
La Eucaristía es el centro neurálgico de la vida cristiana y como tal, merece la pena esforzarse para participar mejor de este sacramento que la Iglesia recibió de Cristo como el don por excelencia, porque es Dios mismo que se ofrece a todos los hombres para nuestra salvación. Hacerlo desde una distancia prudencial no es propio ni de recibo.

Sí, en misa nos jugamos mucho. No es simplemente ir a un lugar por compromiso, costumbre o tradición, ni tampoco es una actividad dominical más. A misa no se va a ser un simple espectador sino a celebrar y ser partícipe de la obra salvífica de nuestro Señor.

Por eso, es importante preguntarme cómo puedo participar mejor de la Eucaristía. Tres simples sugerencias: preparación, disposición, compromiso.

Preparación
En primer lugar,  necesito una adecuada preparación. Y es que ocurre con frecuencia que acudo a la iglesia sin pensar mucho...o quizás pensando mucho (en el "después"), y sucede que la Eucaristía empieza y termina sin apenas darme cuenta porque "estoy a otra cosa". ¡Cuántas veces soy incapaz de recordar qué Evangelio se ha leído o qué ha dicho el sacerdote en la homilía! ¡Cuántas veces tengo la mente ocupada con otras cosas!

Prepararme es profundizar en mi comprensión sobre la Eucaristía. Si comprendo bien lo que allí ocurre, me dispondré de antemano. Y, viceversa, si me preparo bien, comprenderé mejor.

Y para ello, en primer lugar, lo más conveniente es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica, ese gran olvidado para muchos creyentes en edad adulta. En  los números 1322 a 1419 explica lo que significa este sacramento, su estructura, su celebración y la forma de actuar en cada parte de la Liturgia. Es importante conocer de antemano lo que luego voy a vivir.

En segundo lugar, tampoco está de más echar un vistazo a encíclicas sobre la Eucaristía como Sacramentum Caritatis (Sacramento de la Caridad), Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía) de Benedicto XVI o Dies Domini (El día del Señor), de Juan Pablo II. Meditar estos textos pontificios me prepararán para participar más y mejor en la Eucaristía.

En tercer lugar, algo más sencillo: meditar, reflexionar y rezar de antemano las lecturas que la Iglesia me propone para cada día en la Liturgia de la Palabra. Si lo hago, estaré más atento a las lecturas y sacaré más fruto al escuchar de nuevo la Palabra de Dios.

Disposición
La misa es una cita con Dios. Voy "de boda". Voy de celebración. No puedo acudir de cualquier forma. Entro en "suelo sagrado". Es importante que me descalze de mis prejuicios y disponga mi corazón para ponerme en presencia de Dios con una actitud dócil y humilde.

Y nadie va a una boda sucio o sin vestirse adecuadamente para la ocasión. Hablando de vestirse, el mejor "hábito" es llegar con un corazón reconciliado con el Señor mediante una buena confesión.

Tampoco se llega tarde a una celebración. Llegar con el tiempo justo (o empezada la misa) no es la mejor manera de prepararme o de disponerme. Es necesario llegar con tiempo, sosegado y tranquilo, sin prisas, sin aceleramientos, sin ruidos. Si entro con "la lengua fuera" y trayendo conmigo mucho "ruido", no seré capaz de "estar" atento ni de "comportarme" correctamente. 

Una vez en la iglesia, es necesario tener una actitud de respeto, de reverencia, de recogimiento, de silencio interior. Estoy delante del Señor aunque mis ojos no puedan verle..¡Cuántas veces olvido Quién está presente!

Quizás haya algunos hábitos que con el tiempo he adquirido y que es bueno revisar. Para empezar, no es lo mejor llegar apurado a la celebración, distraído y con muchas cosas en la cabeza. Procurar llegar a tiempo, tener un ánimo sosegado y tranquilo, apagar el teléfono móvil, me predispone para adoptar una actitud de escucha y acogida del misterio del cual voy a participar. 

Desde otra perspectiva, es también importante la atención al modo como me visto. No se trata de buscar aparentar, pero sí recordar la solemnidad del momento y que mi exterior acompañe a mi interior. Nadie va a una boda en pantalón corto o con camiseta.

Compromiso 
La idea es que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, es decir, todo mi ser, esté en la “frecuencia” correcta para lograr esa sintonía. Todo mi ser acompaña, se compromete y vive la celebración eucarística: mis gestos, mis palabras, la entonación de mi voz, mi postura corporal, mis sentimientos, mis pensamientos, en fin, todo mi "yo" debe estar dispuesto para el encuentro con el Señor que está vivo en la Eucaristía, hablándome desde el ambón y haciéndose presente como ofrenda al Padre en el altar para mi salvación y reconciliación.

Además de todo lo dicho, no debo pasar por alto que la Eucaristía es acción de gracias a Dios. La palabra Eucaristía significa precisamente eso: Acción de gracias. 

No olvido, por tanto, darle gracias a mi Padre por tantos dones: por darme a su propio Hijo, por darme al Espíritu Santo, por dejarme a María como Madre y modelo de vida cristiana, por la Iglesia, por mi familia, por mis amigos, por los dones personales que he recibido...en fin, por tantas cosas buenas. 

Como recuerda el apóstol Santiago: "Todo bien y todo don perfecto viene de arriba, del Padre del Cielo" (Stg 1,17).

Si me siento detrás...me pierdo mucho...

lunes, 22 de enero de 2024

CINCO PIEDRAS Y UNA HONDA

"Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. 
En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, 
Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. 
El Señor te va a entregar hoy en mis manos, 
te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver 
y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. 
Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. 
Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, 
porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos"
(1 Sam 17, 45-46)

Todos conocemos la historia de David, el pastor de ovejas, y Goliat, el gigante filisteo que nos relata el capítulo 17 de la primera carta de Samuel y cuyo mensaje principal es aprender a combatir con problemas "gigantes", a ser conscientes de la necesidad de ser humildes para vencer a los poderosos y arrogantes "Goliats" de nuestra vida. Y, sobre todo, saber que la victoria sólo es posible, no por nuestras propias fuerzas o méritos, sino por nuestra fe en Dios.

Pero vayamos un poco más atrás en la historia bíblica para poder centrar las reflexiones que hoy queremos compartir y saber quiénes son nuestros enemigos. 

Nuestros Enemigos
Génesis 10,1-32 enumera una lista de 70 nombres, llamada "las Generaciones de Noé" o "Tabla de Naciones" (recogida también en el apócrifo Libro de los Jubileos, 8-9) que representa la expansión de la humanidad después del diluvio y donde dice que los filisteos son descendientes de Misráin (que significa Egipto), hijo de Cam (segundo hijo de Noé) y del que proceden también los pueblos hostiles que Israel encuentra en la Tierra Prometida (cusitas, cananeos, jebuseos, etc.). 
La Biblia se refiere en varias ocasiones a Egipto como "la tierra de Cam" (Sal 78,51;105,23-27;106,22;1 Cro 4,40) y muestra la enemistad entre camitas y semitas, entre egipcios y judíos, y que alude tanto al éxodo “He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a ... una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17) como al protoevangelio: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15).

La descendencia de Cam, es decir, los filisteos, eran adoradores de Baal, el dios fenicio de la lluvia, la virilidad y el poder, asociado al Diablo o Belcebú (Baal-zebub o "Señor de las moscas" o "Príncipe de la Tierra"). Representado por un toro simboliza a todos los dioses falsos del mundo. Aparece mencionado en casi cien ocasiones en el Antiguo Testamento y está relacionado con los pecados de adulterio e idolatría (1 Re, 18, 20-39; Os 2, 1-25).

También adoraban a Astarté (Ishtar o Astoret), diosa mesopotámica que representa a la madre naturaleza, los placeres sexuales y también la guerra. A ésta se la nombra como esposa de Baal y como prostituta (Jue 2,13; 10,6; 1 S 7,3-4; 12,10). También conocida con el nombre de Asera o Ashêrâh (Jue 6,25; 1 R 18,19).
 
Por tanto, Goliat de Gat, el guerrero gigante de tres metros de altura, representa el poder violento e idolátrico del mundo pagano, al que tiene que enfrentarse David, joven pastor de ovejas, que representa a Cristo y, por prolongación, al cristiano

Nuestros Combates
Cuando Goliat ve a David, se siente ofendido en su orgullo: "¿Me has tomado por un perro?" Aquí, el término griego utilizado para "perro" es kaleb, el mismo utilizado en Dt 23,18 para referirse a "prostitutos masculinos". Goliat, lleno de ira, desprecia y amenaza  a David con todo su poder y violencia, y le desafía a entablar batalla.

David acepta el violento desafío del gigante. Inicia el combate dialéctico: alaba y glorifica a Dios y no se adjudica el triunfo para sí, sino que se lo atribuye a Dios: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel".

Goliat, lleno de ira y orgullo por su derrota dialéctica, inicia el combate físico: despreciando a David e insultando a su Dios, arremete con velocidad y violencia contra él. Pero David, lejos de sentir temor y con tranquilidad, coge una piedra de su zurrón y la coloca en su honda. Mientras todos están convencidos de que “Goliat es tan grande, que no puede derrotarlo”, David piensa: “Goliat es tan grande, que no puedo fallar”. 

Y lanzando la piedra con su honda, le da de lleno en la frente a Goliat y cae de bruces a tierra. David corre hacia él, desenvaina la espada del gigante y le corta la cabeza. David sabía que la batalla estaba ganada de antemano. Y lo sabía porque su mejor arma era su fe en el poder de Dios.
El pasaje de David y Goliat simboliza el combate espiritual entre el bien y el mal, la lucha entre el cristiano y el mundo pagano, idólatra y dominado por las bajas pasiones, la pelea con nuestras dificultades, problemas y batallas personales.

El "David de hoy" es  también insultado y despreciado, amenazado y acosado por el "Goliat de siempre" que trata de infundir temor para desmoralizarnos y para que nos rindamos. Un gigante que nos impone el culto idolátrico a sus falsos dioses, a sus ideologías y, convencido de su fácil victoria, nos desafía a entrar en combate.

Entonces ¿qué debemos hacer?

Nuestras Armas
El relato nos dice que "Saúl ordena armar a David con su propia armadura:yelmo, coraza y espada" (v. 38) pero David la rechaza porque "no está acostumbrado a caminar así" (v. 39) y prefiere ir a la batalla con "su bastón, cinco piedras lisas del torrente, su zurrón de pastor y su morral (v. 40). 

En la lucha espiritual, no podemos utilizar cualquier "armadura humana". Debe ser una armadura espiritual: "Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef 6,10-12). 
El pasaje habla de que David cogió su bastón, del griego ballein, que significa "lanzar, arrojar" y que ha sido traducido al latín como fustíbalo u honda de fuste. El fustíbalo era una honda más grande que la ordinaria, unida a un palo de madera de 1,5 m y que permitía arrojar piedras de mayor peso y con mayor velocidad. Ambos términos, bastón y honda, simbolizan el apoyo del cristiano en la fe y el alcance de la Palabra de Dios.

Las cinco piedras, probablemente, se refieren a virtudes (fortaleza, prudencia, justicia, templanza y humildad) que debemos recoger del "lecho del río de agua viva", que es Cristo eucaristía (Jn 7,37), y el zurrón es nuestro corazón, donde colocamos aquellas y también, donde guardamos nuestro alimento, la Palabra de Dios.

Enfrentándonos a nuestros Goliats
Todos los cristianos nos enfrentarnos a nuestros propios “Goliats”, todos tenemos que afrontar pruebas, desafíos y tentaciones. Y lo debemos hacer siguiendo el ejemplo de David, en la confianza plena en Quien todo lo puede.

Nuestro combate pasa por tener muy presente que tenemos que proveernos y guardar en nuestro zurrón todas las "piedras" necesarias para superar los desafíos, así como la "honda" para utilizarlas, y que encontramos estando muy cerca del Señor, en la oración, en los sacramentos...
Y sobre todo, "¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros" (Rm 8,31).  Sabemos que el mal está derrotado de antemano porque Cristo ha vencido ya, porque vive y porque "sabemos que está con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20). 

Esta es nuestra fe. El arma más poderosa para afrontar nuestros miedos, nuestros problemas y nuestras dificultades, incluso cuando todo parece en contra o cuando parece imposible salir victorioso, porque sabemos que "para Dios nada hay imposible" (Lc 1,37).

Sólo con una fe firme podremos, al final, repetir las palabras de san Pablo: "He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe" (Rm 4,7). 


JHR