¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 30 de agosto de 2021

NADIE NOS HA CONTRATADO

"No andéis agobiados pensando qué vais a comer,
 o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 
Los paganos se afanan por esas cosas. 
Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; 
y todo esto se os dará por añadidura. 
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, 
porque el mañana traerá su propio agobio. 
A cada día le basta su desgracia"
(Mateo 6,33-34)

Muchos vivimos la experiencia de querer trabajar y no poder, porque nadie nos ha contratado (Mateo 20,7). Muchos vivimos el drama humano de no encontrar empleo aunque buscamos "como un obrero que no tiene de qué avergonzarse" (2 Timoteo 2,15) y "para servir al Señor, y no a los hombres" (Colosenses 3,23)

En una cultura del descarte como la que vivimos, llegas a pensar que nadie cuenta contigo, que no eres válido... cuando buscas y buscas durante mucho tiempo, pero no encuentras trabajo.  Vivimos en un mundo de etiquetas y de máscaras, de estereotipos y de paradigmas, de imágenes y de clichés que aceptamos de forma colectiva y que nos convierten en esclavos de esa proyección que damos al exterior.

Por ello, solemos creer que lo que nos define es nuestra posición social o laboral, el barrio en que vivimos, el coche que conducimos, la ropa que vestimos... Pero aunque el mundo diga lo contrario, tener o no tener trabajo tampoco define nuestra identidad ni nuestra valía. 

Cuando decimos "Soy abogado...médico...empresario...albañil", en realidad, nos referimos a actividades que desempeñamos en nuestras vidas gracias a los talentos que hemos recibido, pero la profesión no define quiénes somos ni lo que valemos.

San Pablo dice que nuestra identidad está unida a la de Cristo: "Dios...que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos...nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia" (Efesios 1,3-6).

Lo que verdaderamente nos define es lo que llevamos en nuestro corazón. ¡Qué alivio se siente cuando uno comprende esto! Y se llega a esa comprensión cuando somos conscientes de que todos los seres humanos poseemos un valor único, una luz primordial, un aspecto que nos define: la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26-27). 

Mi identidad no me la proporciona un trabajo sino Dios. Mi valía no me la ofrece una profesión sino mi comunión con Cristo. Mi dignidad no me la brinda un empleo sino ser hijo de Dios en Cristo. Y por eso, tengo la confianza absoluta de que Él cuida, se interesa y se preocupa profundamente por todos y cada uno de sus hijos, aunque nadie se acuerde de ellos

Mi confianza absoluta en Dios no es pasividad sino compromiso con su Voluntad; no es ociosidad sino desapego a mi comodidad; no es pereza sino abandonosu Providencia.
No obstante, reconozco que soy débil, y cuando me asalta la duda, la preocupación o la angustia en la espera, siempre acudo a Su Palabra, para reconfortarme: 

"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mateo 11,28)

"¿Si Dios está con nosotros...quién contra nosotros?" (Romanos 8,31)

"¿No valgo yo más que los pájaros del cielo o los lirios del campo?", o "¿Quién de nosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?" (Mateo 6,26-27).

No desfallezco. Soy "pesado" y hasta "cansino". Cada día le pido a Dios que me ayude, que me guíe, que me dirija, que me señale el camino... pero nunca le pido seguridad material absoluta. Tampoco pretendo que sea el "genio de la lámpara" que esté a mi disposición para cumplir mis deseos. Y mucho menos, tentarle o recelar de su Providencia... 

Desde luego que no. Por eso, mi seguridad está puesta en Dios "porque el Señor da la gracia y la gloria; y no niega sus bienes a los de conducta intachable" (Salmo 84,12), y mi confianza "porque sabe que tengo necesidad de todo eso" (Mateo 6,32), y mi agradecimiento "porque tengo lo necesario, y me sobra...y mi Dios proveerá a todas mis necesidades con magnificencia" (Filipenses 4,18-19), y mi esperanza "porque el hombre proyecta su camino y el Señor dirige sus pasos" (Proverbios 16,9).

Sé que el Señor tiene un plan para mí. Dios tiene sus tiempos. Él sabe más... Y en ello estoy...

"Confía en el Señor con toda el alma, 
no te fíes de tu propia inteligencia; 
cuenta con él cuando actúes, 
 y él te facilitará las cosas...

El hombre tiene proyectos,
el Señor proporciona la respuesta...

Encomienda al Señor tus tareas,
y tendrán éxito tus planes."

(Proverbios 3,5-6; 16,1-4)

jueves, 26 de agosto de 2021

AFÁN DE PROTAGONISMO

"Todo lo que hacen es para que los vea la gente... 
les gustan los primeros puestos en los banquetes 
y los asientos de honor en las sinagogas...
...El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido"
(Mateo 23,5-12)

Dice San Josemaría Escrivá que hay quienes no ven a Cristo en los demás hermanos, sino escalones para subir más alto.

Sin duda, se refiere a algunas personas que, excesivamente ritualizadas, rigoristas y legalistas, buscan afanosamente un papel protagonista y un ansia desmedido de reconocimiento con el que satisfacer su ego, y así, escalar "posiciones" dentro de la Iglesia

El papa Francisco lo llama clericalismo o "narcisismo espiritual", una tendencia mundana que debemos evitar y extirpar de la Iglesia. Esto mismo fue lo que le ocurrió a Salomé, la madre de Santiago y Juan, quien buscaba que sus hijos fueran "más" que los demás, por lo que fue corregida por Jesús (Mateo 20,20-27).

¡Cuántas veces pretendemos construir una religiosidad supremacistacarente de paz, bondad, amor o humildad que hace huir a los demás de la Iglesia!

¡Cuántas veces edificamos parroquias privativas, nos apropiamos de las pastorales y ocupamos "cargos" que nos den autoridad, prestigio o control sobre todo lo que debe ocurrir en ellas!

¡Cuántas veces nos dejamos dominar por un emotivismo espiritual, esclavo de afectos y pasiones pero carente de piedad y misericordia!

¡Cuántas veces confundimos servicio con activismo clerical, con el propósito de "ser más que los demás", que nos separa y nos aleja del amor de Dios! 
¡Cuántas veces nos convertimos en personas tristes y mustias, con "cara de vinagre" y "golpes de pecho", que "hacen cosas" sin saber su significado profundo!

¡Cuántas veces debatimos y discutimos "todo", murmuramos y criticamos a "todos", sin poner amor y alegría en nada de lo que hacemos!

¡Cuántas veces nos sentimos amenazados por los "nuevos" que llegan, ante la posibilidad de que se apropien de "nuestras cosas" y les negamos nuestra acogida y cercanía!

¡Cuántas veces deseamos construir una estructura parroquial cerrada, a modo de "club religioso" ensimismadode "corralito espiritual" vetado a los demás!

Sin embargo, en la Iglesia no hay podios ni asientos privilegiados ni puestos de honor. El único podio de vencedor es la Cruz, el único privilegio real es el de Cristo Resucitado y la única gloria le corresponde a Dios. 
Todos los bautizados compartimos una responsabilidad, una misión y una actitud: testimoniar una vida de fe coherente con el evangelio, anunciar con valentía nuestra esperanza en Jesucristo, y servir siempre con amor y alegría. 

Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, a buscar el rostro de Dios, a ser perfectos como Él, a amar como Él y a servir como Él: "El primero entre vosotros será vuestro servidor" (Mateo 23,11).

¿Quién puede sentirse atraído por Dios y su Iglesia si nuestra vida de fe contradice lo que expresan nuestras palabras o nuestros hechos? 

¿Quién puede ser digno de crédito o aprecio si nuestro tiempo en la parroquia lo dedicamos a recelar, murmurar, juzgar y excluir a los demás?

¿Quién puede ser testigo de Jesús si nuestro servicio en la Iglesia busca sólo protagonismo y reconocimiento ante los demás?

¿Quién puede llamarse cristiano si nuestra actitud habitual es legalista, celosa y resentida como la del "hermano mayor" de la parábola, criticando y juzgando a los demás? 


"El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,25-26)

lunes, 23 de agosto de 2021

LOS OCHO LAMENTOS DE JESÚS: ¡AY DE VOSOTROS!

"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!
¡Jerusalén, Jerusalén!,
que matas a los profetas
y apedreas a quienes te han sido enviados"
(Mateo 23,1-39)

Después de escuchar en los evangelios a Jesús hablando con signos y parábolas, con firmeza y claridad, tanto a la muchedumbre como a los discípulos, ahora, en el capítulo 23 del evangelio de San Mateo, el Señor se dirige a la clase dirigente religiosa, a los escribas y fariseos. 

Ellos, doctores de la Ley, pastores del pueblo, administradores encargados de cubrir las necesidades materiales y espirituales del pueblo de Israel, se han convertido en guías ciegos, necios e hipócritas que "dicen pero no hacen", que cargan a la gente con normas pesadas que ellos no cumplen, que hacen todo "de cara a la galería" pero que no mueven un dedo, que se "elevan y se espiritualizan" pero no viven lo que predican y que sólo buscan honor, privilegios y poder.

Jesús se exaspera y se indigna por la incoherencia y el descrédito de las conductas, las actitudes y comportamientos de los dirigentes religiosos, por los abusos e injusticias de los escribas y fariseos sobre los inocentes. Pero no es ira lo que el Señor demuestra sino Temor de Dios, una santa "indignación" y un "santo lamento" ante el rechazo del hombre a la gracia y a la misericordia de Dios...
Los ocho "Ay de vosotros"
En contraste con las ocho bienaventuranzas (Mateo 5,3-11) con las que se abre el reino de los cielos, Jesús realiza ocho lamentaciones (Mateo 23,13-36) con las que se cierra el reino de los cielos. Utiliza la expresión de reproche y de pesar "¡Ay de vosotros!" para señalar la dureza de corazón humano y para expresar su constante invitación a la conversión:

v. 13¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Jesús se lamenta por la maldad que aleja a las personas de Dios al anteponer tradiciones, ideas y normas humanas y que cierra las puertas del Reino de los cielos a los hombres porque ni entran ni dejan entrar, ni comen ni dejan comer. 

v. 14: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Jesús se lamenta por el egoísmo que engaña al pueblo con el propósito de alcanzar un beneficio propio y que se eleva por encima de los demás con una falsa espiritualidad en lugar de humillarse en oración.

v. 15¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! Jesús se lamenta por la falsedad que muestra caminos equivocados y falsas doctrinas y que no hacen discípulos de Dios sino seguidores y prosélitos que conducen a la perdición.

v. 16-22: ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”! Jesús se lamenta por la mundanidad que paganiza el templo y el altar de Dios y que obstaculiza la acción de la gracia de Dios cuando en la Iglesia se habla de doctrina social y política en lugar de hacer presente a Jesucristo.

v.23-24¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Jesús se lamenta por el formalismo que enseñan y exige el cumplimiento riguroso de la Ley (613 preceptos y normas de la Torá). Un yugo insoportable y una carga pesada que contrastan radicalmente con el yugo llevadero y la carga ligera de Jesús (Mateo 11,30).

v. 25-26¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! Jesús se lamenta por su corrupción con la que aparentan ser puros y santos de "cara a la galería", pero en su interior sólo hay pecado, maldad, desenfreno y corrupción.

v. 27-28¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Jesús se lamenta por el orgullo que busca prestigio y reconocimiento social mostrándose en público como justo y escrupuloso seguidor de la Ley, pero que en realidad esconde pensamientos indignos y crueles.

v. 29-36¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos! Jesús se lamenta por la falta de coherencia que proclama un gran respeto por la Ley que no cumple, y una gran consideración por los profetas que persigue, crucifica y mata.
En el versículo 33, Jesús es especialmente duro: "¡Serpientes, raza de víboras!", asemejándolos al Diablo, a la Serpiente original, e integrándolos en la familia del Enemigo. En los versículos 34 al 36, los responsabiliza de la sangre de todos los mártires, desde Abel a Zacarías.

Sin embargo, Jesucristo nos repite una y otra vez, con gestos y con palabras, que no ha venido a condenar sino a salvar, y nos advierte del enorme abismo que separa el Reino de Dios (justicia, verdad, misericordia, perdón) de la doctrina de los hombres (cumplimiento, formalismo, legalismo, incoherencia, hipocresía). 

En el versículo 37 llora desconsoladamente por Jerusalén, la esposa infiel, que crucifica y que mata a todos los enviados de Dios. Es el corazón roto de un enamorado que se lamenta por el rechazo de su pueblo a la misericordia divina"Cuántas veces intenté...y no habéis querido".

Pero Jesús no sólo se dirige a los responsables religiosos de su tiempo, sino también a todos nosotros los bautizados, consagrados y laicos...a toda su Iglesia y nos invita a hacer un profundo examen de conciencia: 

¿Soy un escriba o un fariseo?
¿Observo escrupulosamente la Ley pero me olvido del Amor?
¿Cumplo pero no sirvo?
¿Evangelizo pero no creo ni hago lo que digo? 
¿Finjo y engaño a otros con máscaras para ocultar mi hipocresía? 
¿Blanqueo mis acciones aparentemente o busco purificarlas de verdad?
¿Soy coherente con la fe que profeso? 
¿Busco protagonismo y reconocimiento?
¿Me creo superior a los demás?
¿Soy exigente, severo y crítico con los demás mientras yo no muevo un dedo?
¿Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio? 
¿Soy comprensivo e indulgente con los demás o les crucifico y asesino? 
¿Hago su carga ligera o les impongo un gran peso?
¿Soy manso y humilde de corazón o soy necio e hipócrita?
¿Escucho a los profetas enviados de Dios o a los del mundo?
¿Estoy atento a lo visible o a lo invisible? ¿a lo natural o a lo sobrenatural?

domingo, 22 de agosto de 2021

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Entonces Jesús les dijo a los Doce:
'¿También vosotros queréis marcharos?'.
Simón Pedro le contestó:
Señor, ¿a quién vamos a acudir? 
Tú tienes palabras de vida eterna; 
nosotros creemos y sabemos 
que tú eres el Santo de Dios".
(Juan 6, 67-69)

El mensaje de Jesús es duro, contundente y chocante para los judíos...y también para nosotros. No todos quieren o aceptan seguirlo; muchos deciden abandonar, incapaces de asumir la exigencia del seguimiento a Cristo; y como muchos discípulos judíos, piensan: ¡Es muy duro! ¡Lo dejo!

La Verdad Revelada, el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios, el Pan de Vida, es decir, el mismo Jesucristo es difícil de entender sin fe, sin la gracia que nos da el Espíritu Santo. Nadie puede llegar a creer en Él si Dios no se lo concede, porque la fe nos es algo que adquiero por méritos propios sino que es un don que generosamente me ofrece.

Aunque halla visto Sus milagros o incluso reconozca Su divinidad, ocurre que, en ocasiones, no quiero profundizar, no quiero moverme más allá de mis deseos, de mis comodidades o de mis necesidades materiales... y por eso, muchos le abandonamos

El propio Jesús nos interpela a cada uno de nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?” Nos pregunta si también nosotros queremos rendirnos y abandonarlo. Y yo... ¿quiero marcharme?

La Palabra de Dios es una espada de doble filo: tanto en el evangelio como en la primera lectura del libro de Josué, me da la libertad de elegir a Dios o a otros dioses, porque el Amor nunca obligaMe coloca ante una elección: buscarlo con sinceridad, querer entender más y seguirlo, o rechazarlo porque no me gusta lo que oigo ni a lo que me compromete.

Para Jesús, lo importante no es el número de gente que estemos a su alrededor porque busquemos oír lo que queremos oír. Cristo no es políticamente correcto ni cambia el discurso para agradar o para quedar bien, sino que habla para revelar al Padre y no para darme gustoPrefiere quedarse solo a estar acompañado de personas que no se comprometan con Él, que no creen, que no lo siguen. Para Jesús, no existen términos medios.

En su estilo directo e impetuoso, Pedro responde por todos nosotros diciendo que no hay otro camino“¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!” Aun sin entenderlo todo, Pedro acepta a Jesús y cree en Él. A pesar de todas sus limitaciones, Pedro "cree sin entender", como la Virgen María. Y yo...¿creo aún sin entender?

Muchas personas hoy en día se han alejado de Cristo. Otros se quedan y creen de verdad. Otros, como Judas, fingen seguirlo pero en realidad tratan de utilizarle en beneficio personal. Asisten a la Iglesia por una cuestión social o de tradición, o para recibir aprobación y reconocimiento, o por cumplimiento hipócrita. Pero en realidad solo hay dos respuestas posibles: acepto a Jesús o lo rechazo.
A pesar de que existen muchas ideologías y “verdades” humanas, únicamente Jesús tiene palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes pero no ven a Cristo, la única fuente. Buscan donde no pueden encontrar.

En la homilía de hoy, escuchaba al sacerdote decir: "Si os ofrecieran una pastilla que os diera la posibilidad de ser inmortales y de ser siempre jóvenes, ¿la rechazaríais?". En efecto, eso es lo que Dios nos ofrece en la Eucaristía, la vida eterna a través de la donación de su propio Hijo. Y yo... ¿me lo creo o lo rechazo?

Jesús me enseña a asimilar a Dios como asimilo la comida que ingiero para crecer y desarrollarme. Se trata de que Dios viva en mí y yo en Dios. Lo que da vida no es celebrar el maná del pasado, sino comer este nuevo pan que es Jesús, su carne y su sangre, participando en la Eucaristía, asimilando su vida, su entrega, su donación. Y yo...¿cargo mi cruz y le sigo?

Jesús me pide creer en Él como Hijo de Dios y enviado por el Padre para rescatarme y liberarme del pecado, para salvarme y darme vida eterna. Pero no basta con creer. Es necesario que asimile e interiorice a Cristo: comer su carne es alimentarme, crecer y desarrollarme en la voluntad de Dios, y beber su sangre es aprender a cargar la cruz y seguirlo.

domingo, 15 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (15): MARÍA, REINA MADRE

 
“Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza
(Apocalipsis 12,1)

Concluimos, por este año, las meditaciones en chanclas de la mano de nuestra Madre y Señora la Virgen María, guardándolas en nuestro corazón. 

La escena de la primera lectura de Apocalipsis 11,19 es realmente sobrecogedora: el cielo se abre y aparece el santuario de Dios, que revela María, el Arca de la Alianzarecipiente de la presencia de Dios, desaparecida en la destrucción del Templo en el 586 a. C.

"Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono" (Apocalipsis 12,5-6)Jesús, como también nos relata el apóstol san Pablo en la segunda lectura, es resucitado, y con Él, todos con Él, a su debido tiempo y orden (1 Corintios 15, 20-27).

Después, María es asunta al cielo, huye al desierto, lugar de la presencia de Dios, para ocupar un lugar preparado por Dios: en el trono como Reina de cielos y tierra. María, igual que la madre de Salomón, Betsabé, ocupa su lugar a la diestra del rey, Jesucristo (1 Reyes 2,19). 

"Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo" (Apocalipsis 12,10). La Asunción de María es el preludio del comienzo de la consumación de la obra salvífica de Jesucristo y de su reinado.

El Salmo 44 recalca el favor del Rey hacia la Reina Madre: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro". Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Jesús y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro.
En el orden de la gracia, nada es casualidad y así, por ejemplo, vemos los numerosos paralelismos del evangelio de Lucas 1, 39-56 con 2 Samuel 6, en los que María, "encinta" de Jesús, sigue los pasos del rey David cuando llevó el Arca de la Alianza a Jerusalén

-María "se levantó y se fue" a la región montañosa, igual que el rey David "se levantó y fue" a esa región. 

-María visita a su prima Isabel, quien, llena de Espíritu Santo, se asombra y se sobresalta, igual que el rey David ante del Arca de la Alianza. 

-El encuentro con María hace que Juan el Bautista, dentro del vientre materno de Isabel, salte de alegría y emoción, igual que el rey David saltó y bailó ante el Arca. 

-María se quedó en la "casa de Zacarías durante tres meses", igual que el Arca permaneció tres meses en la "casa de Obed-edom" .

La Asunción nos hace fijar la mirada en el cielo con esperanza. María, la Reina Madre reina con esplendor, como oro de Ofir, junto al Rey, Jesucristo, en el trono de la Jerusalén celeste.

¡Bendita Tú, entre todas las mujeres 
y bendito el fruto de tu vientre!
(Lucas 1,42)

sábado, 14 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HACER UNA ELECCIÓN

"Temed al Señor; 
servidle con toda sinceridad" 
(Josué 24,14)

Josué, el siervo del Señor, se dirige a todo el pueblo de Dios...a todos nosotros...y me pide que, en uso de mi libertad, haga una elección sincera: o servir a Dios o servir a otros dioses.

Ahora que he sido liberado de la esclavitud del mundo, ahora que he visto los grandes portentos que Dios ha hecho en mí, ahora que he sido guiado por el Señor a lo largo de mis desiertos, tengo que tomar partido. 

Tengo que dar una respuesta personal y comunitaria. Tengo que comprometerme. No puedo ser neutral ni tibio; no puedo ser laxo ni cómodo: O sirvo a Dios o sirvo al mundo.

¿Elijo inclinar mi corazón al Señor, obedecer su voz y ser su testigo en el mundo?
¿Elijo decirle "sí" a Dios y abandonar otros dioses? o ¿le doy la espalda y sigo mi camino?
¿Elijo serle fiel y huir de las seducciones que el mundo me ofrece?
¿Le obedezco con la boca y le niego con el corazón?


"Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; 
de los que son como ellos es el reino de los cielos" 
(Mateo 19,14)

También Jesús, el Señor, me invita a hacer una elección. La misma que Él hace: los niños. Me dice que no les impida acercarse a Él, e incluso se enfada si se lo impido: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mateo 19,14; Marcos 10,14-15).
Jesús afirma con rotundidad que el Reino de Dios es de los que "son como ellos" y que para entrar en el cielo, tenemos que "recibirle como un niño". Entonces ¿Qué significa ser como un niño?

Los niños no son autosuficientes sino que dependen del cuidado de los padres. Reciben todo, no por méritos propios, sino de forma gratuita, por amor. "Ser como niños" implica saberse débil y dependiente, frágil y necesitado, en contra de la lógica humana que, muchas veces, pretendemos los adultos: bien ser autónomos e independientes en nuestro camino de fe o bien, cumplir y hacer méritos propios para ganarnos el cielo.

Pero la lógica divina no funciona así, no depende de los esfuerzos ni de los méritos de cada uno de nosotros. La fe es un don de Dios, una gracia del cielo que debemos aceptar como lo que es, como un regalo inmerecido, y hacerlo con confianza e incondicionalidad, con sencillez y humildad, con alegría y agradecimiento...como hacen los niños.
Algunos podemos pensar, como los discípulos, que los "niños" (los recién llegados, los conversos o los que tienen menos formación) son una molestia para nosotros y para Dios. Nada más lejos de la realidad. El Señor se enternece cuando alguien llega con ansía de saber más de Él, con deseo de conocerle más profundamente, con el anhelo de sentarse en su regazo. 

Algunos podemos obrar, como los discípulos, auto confiriéndonos la potestad de decidir quien puede ir a Cristo y quién no, quien puede ir a la Iglesia y quién no. Sin embargo, Cristo y su Iglesia no son para los más santos sino para los más necesitados: "Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mateo 9,13).
 
¿Dejo que los necesitados se acerquen a Jesús? o ¿les niego su derecho y les regaño?
¿Me apropio de Dios? o ¿lo comparto con los demás?
¿Decido quién es digno de Dios y quién no? o ¿hago una elección por los más necesitados?
¿Elijo ser el "hermano mayor" autosuficiente? o ¿el niño confiado en quien Dios se complace?


"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, 
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, 
y se las has revelado a los pequeños" 
(Mateo 11,25)

viernes, 13 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): UNA UNIÓN INDISOLUBLE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" 
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio, es decir, la unión entre hombre y mujer es indisoluble en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, cómoda, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre, que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida, y murmuramos contra Dios. Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad y perseverar en la prueba, y preferimos fabricarnos "becerros de oro". Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, Dios todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.
Los mandamientos de Dios son muy claros y no admiten "peros": No mataras...No cometerás actos impuros (adulterio). Jesús también es firme: "Yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio" (Mateo 19,9). Por tanto, no hay excusa válida a los ojos de Dios para solicitar una separación, un divorcio o incluso, una nulidad (aunque la Iglesia tiene el poder de otorgarla según Mateo 18,8), como tampoco la hay para acabar con una vida, sea por el motivo que sea. Es palabra de Dios.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar toda dificultad y toda prueba. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios. Sin Él, nuestra vida está condenada al fracaso...y nuestro matrimonio también.

Para Dios no hay nada imposible. Y, personalmente, doy fe de ello: mi matrimonio no es un camino de rosas...igual que mi seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en una relación. Sin Cristo en mi vida, mi matrimonio habría fracasado y mi vida también.
La cuestión es...¿confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 

¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 

¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

jueves, 12 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): TEN PACIENCIA

"Ten paciencia conmigo, 
y te lo pagaré todo” 
(Mateo 18, 21-19, 1)

Ayer, el Señor me hablaba de corrección, reconciliación e intercesión. Hoy me invita al perdón, una de las claves para mi santidad, en la parábola del siervo despiadado de Mateo 18, donde los dos deudores ruegan paciencia a su señor y prometen pagarlo todo. 

Es exactamente lo que yo hago cuando me acerco al Sacramento de la Confesión: experimento la paciencia misericordiosa de Dios y, aunque, es imposible pagarle todo, me perdona.

Jesús me llama a la perfección del amor, a ser como el Padre misericordioso, a "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,38), y me abre la puerta del perdón: la compasión.

En la Biblia, el número "siete" significa perfección y por tanto, perdonar "setenta veces siete" equivale a la perfección total, a perdonar siempre. "Siete", también, significa descanso: "Y al séptimo día, descansó" (Génesis 2, 2-3). Cuando perdono, descanso y encuentro paz.

Cristo me amó hasta el extremo en la cruz para el perdón de mis pecados: "Padre, perdónalos, porque nos saben lo que hacen" (Lucas 23,34). De la misma manera, mi cruz implica amar hasta el extremo a quienes "me condenan y crucifican". 

Supone mirar al cielo y pedirle a Dios que me ayude a perdonar a otros "porque no saben lo que hacen"Requiere mostrar compasión hacia quienes me ofenden, paciencia hacia quienes me hieren y benevolencia hacia quienes "me traicionan".

Esa es la perfección del amor a la que me exhorta el Señor: mostrar paciencia y perdonar a otros ¡siempre!, aunque sepa que no puedan pagármelo, aunque sepa que no puedan reparar el daño hecho. 

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Entonces, mi alma se perfecciona y me configuro plenamente con Jesús, con la misericordia divina del Padre.

miércoles, 11 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): SOBRE LA CORRECCIÓN, EL PERDÓN Y LA INTERCESIÓN

"Ninguna corrección resulta agradable, 
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, 
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana...
Buscad la paz con todos y la santificación,
sin la cual nadie verá al Señor" 
(Hebreos 12,11-14)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone la necesidad de la corrección fraterna, la reconciliación y la oración comunitaria (Mateo 18,15-20)Tres acciones que, habitualmente, nos suponen un enorme esfuerzo para asimilarlas y más aún, para ponerlas en práctica: 

Nos cuesta corregir y ser corregidos 
Quizás porque creemos que corregir es juzgar, criticar o señalar a la persona; porque pensamos que nadie tiene la potestad para corregir o rectificar a otros y, consecuentemente, ni corregimos ni dejamos que nos corrijan; porque creemos que "no es cosa nuestra" y preferimos "mirar hacia otro lado" antes que enfadar, molestar o interpelar a nadie. 

La corrección es un ejercicio "obligatorio" de caridad de ayuda fraterna, de ánimo y de progreso espiritual que realizamos entre pecadores, frágiles y débiles, limitados y necesitados, en el que no se ponen en cuestión las personas sino los actos. Jesús nunca señaló a las personas sino sus conductas, nunca recriminó a los pecadores sino los pecados. 
El objetivo de la corrección es avanzar en el camino hacia la unidad de la Iglesia y la santidad de todos; es reconducir conductas equivocadas, rectificar errores y clarificar situaciones para salvar almas; es enmendar ideas, actos o dichos equivocados, distorsionados, mal enseñados o mal aprendidos, al someterlas a la luz de la Verdad. 

No dejarse corregir por un hermano es un signo de orgullo y vanidad impropio de un cristiano y tener reparo en corregir a un hermano por no querer herirlo o humillarlo, aparte de ser un error muy común, implica una falta de madurez espiritual y un pecado de omisión a la caridad fraterna. 
Ambas actitudes condenan, primero, a la persona no corregida, a vivir en el error y a perderse por la la senda equivocada, y segundo, a la persona que no corrige, a dejar de ser luz en el mundo y a convertirse en cómplice del error y la mentiraLa corrección es un deber de justicia que busca la paz, la luz, la armonía, la unidad y la paz entre hermanos. Corregir y dejarse corregir son actos de humildad y mansedumbre. 

Nos cuesta perdonar 
Quizás porque creemos que hay cosas imperdonables de parte de otros y por las que les "condenamos" y les "crucificamos". 

Sin embargo, Jesús nos invita a no airarnos contra nuestro hermano, a no difamarlo, a no "matarlo" con nuestros juicios...en definitiva, nos llama a la reconciliación y a la comunión fraterna (Mateo 5, 22-25). 
Nos cuesta ser perdonados 
Quizás porque somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y nos "flagelamos"; o porque nos produce pudor acudir al sacramento de la Reconciliación para contar nuestras miserias, para exteriorizar nuestras faltas más oscuras, para abrir nuestro corazón

Sin embargo, es en la confesión donde somos sanados, perdonados y abrazados directamente por Jesucristo, y donde obtenemos de forma inmediata Su gracia y Su paz
Nos cuesta rezar...sobre todo por otros 
Quizás porque pensamos que no son dignos, que no son merecedores del amor de Dios; quizás porque nos produce vergüenza o desconfianza interceder por otros; o quizás porque nuestro egoísmo, nos impide acordarnos de los demás. 

Jesús nos invita a la oración comunitaria cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mateo 6,9-16) y nos asegura que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 5,20).
Padre Nuestro, 
enséñanos a mostrar a otros Tu bondad y Tu misericordia cuando corrijamos, 
y a tener Tu humildad y Tu mansedumbre cuando seamos corregidos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a tener Tu corazón tierno y Tu mirada reconciliadora 
cuando intercedamos por otros, 
y a buscar Tu gracia y Tu paz cuando nos confesemos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a buscar Tu justicia y Tu equidad para exculpar nuestras propias miserias 
y a otorgar Tu compasión y Tu perdón a los que nos ofenden, 
como Tú te compadeces y nos perdonas cuando te ofendemos.