¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 30 de noviembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA: DOCTRINA CRISTOCÉNTRICA

"Pablo, siervo de Cristo Jesús, 
llamado a ser apóstol, 
escogido para el Evangelio de Dios...
para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, 
para gloria de su nombre" 
(Romanos 1, 1-5)

El artículo de hoy pretende esbozar algunos aspectos fundamentales de la teología del gran apóstol de los gentiles, san Pablo, de cuya persona ya hemos hablado en anteriores posts (El apóstol PabloCombatir el buen combate y El aguijón de Pablo). A éste de hoy, le seguirá otro artículo donde repasaremos algunos elementos fundamentales de su discurso moral y escatológico.

Reconozco siempre que san Pablo me ha cautivado particular y profundamente por su conversión, por su disposición, pasión y celo evangelizador, y que es mi particular referente apostólico y teológico.

A pesar de que san Pablo no conoció en persona a Jesucristo (aunque se dice que mientras estuvo en Arabia, discerniendo durante tres años, el mismo Cristo estuvo con él), sí tuvo numerosas ocasiones para preguntar sobre Su vida y enseñanzas a sus testigos presenciales, Bernabé y Silas, o compartirla con los que luego serían historiadores del Señor, Marcos y Lucas, con quienes participó conjuntamente en las tareas de apostolado durante mucho tiempo. 

Un dato significativo de la teología paulina: hay en san Pablo más alusiones a la vida y a las enseñanzas de Cristo que en los propios evangelios

Él es el principal fundador de la Iglesia del primer siglo y de la Teología cristiana, predicador del ascetismo, defensor de los sacramentos y del sistema eclesiástico, valedor de la religión del amor y de la libertad que Cristo nos anunció

Por todo ello, Pablo es llamado "Heraldo del Evangelio", el "segundo fundador del cristianismo."

Discurso teológico

La teología de san Pablo es, fundamentalmente, cristocéntrica, que es la base de su soteriología (salvífica), abarcando la persona y figura del redentor. Todos y cada uno de los detalles en san Pablo convergen en Jesucristo
"Su Evangelio" consiste en la salvación de todos los hombres por Cristo y en Cristo

La humanidad sin Dios

En la carta a los Romanos, san Pablo define que:

-nuestra naturaleza humana se halla bajo el imperio del pecado, que no distingue entre judíos y gentiles (Romanos 3, 22-23), y que la causa histórica de este mal fue un hombre: Adán (Romanos 5, 12-15).

-el pecado original heredado del primer hombre, se manifiesta externamente y se convierte en la fuente y causa de nuestros pecados actuales. Es la lucha entre la ley, asistida por la razón, y la naturaleza humana, debilitada en la carne y la tendencia al mal (Romanos 7, 22-23). 

-Dios no abandona al hombre pecador y por ello, se manifiesta en el mundo visible (Romanos 1, 19-20), por la luz de la conciencia (Romanos 2, 14-15) para, finalmente, hacerlo a través de su Providencia, siempre activa, paternal y benevolente (Hechos, 14, 16; 17, 26). Más aún, en su infinita Misericordia, Dios "salvará a todos los hombres y los hará llegar al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2, 4). 

-Dios conduce paso a paso al hombre hacia la salvación. A los patriarcas, particularmente: a Abrahán, le hizo una promesa libre y generosa, confirmada por el juramento (Romanos 4, 13-20; Gálatas 3, 15-18), que anticipaba el Evangelio. A Moisés le dio su ley, cuya observancia debería haber sido medio de salvación (Romanos 7, 10; 10, 5),  y que aún siendo violada, resultó ser una guía que condujo a Cristo (Gálatas, 3, 24) y el instrumento de Su Misericordia. 

-La ley fue un mero interludio hasta que la humanidad estuvo preparada para la revelación (Gálatas 3, 19; Romanos 5, 20), originando así la intervención divina. (Romanos 4, 15). Allá donde abundó el mal, surgió el bien y "la escritura concluyó bajo el pecado, mientras que la promesa, por la fe en Jesucristo, pudo ser dada a los que creen" (Gálatas 3, 22). 

-Todo esto se cumplió "al final de los tiempos" (Gálatas 4, 4; Efesios 1, 10), es decir, en el momento dispuesto por Dios para la ejecución de sus designios misericordiosos, cuando la impotencia del hombre pudiera manifestarse plenamente. Entonces, "Dios envió a su hijo nacido de mujer bajo la ley, para que pudiera redimir al hombre que estaba bajo la ley, para que pudiera recibir la adopción filial" (Gálatas 4, 4).

La persona del Redentor
Casi todas las referencias a la persona de Jesucristo llevan, directa o indirectamente aparejado, el papel de salvador. La cristología paulina es siempre salvífica. 

1- Cristo verdadero Dios

Cristo pertenece a un orden superior a lo creado (Efesios 1, 21); Él es el creador y el mantenedor del mundo (Colosenses 1, 16-17); Todo es por Él, en Él, y para Él (Colosenses 1, 16).

Cristo es la imagen del Padre invisible (2 Corintios4, 4; Colosenses 1, 15); Él es el hijo, el hijo mismo, el bienamado y lo ha sido siempre (2 Corintios 1, 19; Romanos 8, 3, 32; Colosenses 1, 13; Efesios 1, 6). 

Cristo es el objeto de las doxologías reservadas sólo a Dios (2 Timoteo 4, 18; Romanos 16, 27); Se le reza como se le reza al Padre (2 Corintios 12, 8-9; Romanos 10, 12; 1 Corintios 1, 2); Los dones que se le piden pueden ser sólo concedidos por Dios, particularmente la gracia y la salvación (Romanos 1, 7; 16, 20; 1 Corintios 1,3; 16, 23) ante Él se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (Filipenses2, 10), puesto que toda cerviz se inclina en adoración de su Altísima Majestad. 

Cristo posee en sí todos los atributos divinos:
-eterno: es el "primógenito" y existe antes de todos los tiempos (Colosenses 1, 15-17).
-inmutable: es "de condición divina" (Filipenses 2, 6).
-omnipotente: tiene poder para hacer surgir todo de la nada (Colosenses 1, 16).
-inmenso: llena todas las cosas con su plenitud (Efesios 4, 10; Colosenses 2, 10).
-infinito: "la plenitud divina opera en Él" (Colosenses 2, 9). 

Todos le pertenecen por derecho: el trono de Dios es el de Cristo (Romanos 14, 10; 2 Cor. 5 10); El Evangelio de Dios es el de Cristo (Romanos 1, 1, 9; 15, 16, 19); La Iglesia de Dios es la de Cristo (1 Corintios 1, 2; Romanos 16, 16); el Reino de Dios es el de Cristo (Efesios 5, 5), el Espíritu de Dios es el de Cristo (Romanos 8, 9). 

Cristo es el Señor (1 Corintios 8, 6); Se le identifica con el Yahvé del Antiguo Testamento (1 Corintios 10 4, 9; Romanos 10, 13; 1 Corintios 2, 16; 9, 21); Él es el Dios que “adquirió su Iglesia con su propia sangre" (Hechos 20, 28); es nuestro "Dios y salvador Jesucristo" (Tito 2 13); es el Dios "de todas las cosas" (Romanos 9, 5), que representa en su infinita transcendencia la suma y sustancia de todo lo creado.
2- Jesucristo verdadero hombre

Jesucristo es el segundo Adán (Romanos 5,14; 1 Corintios 15, 45-49); "el mediador entre Dios y los hombres" (1 Timoteo 2, 5), y, en tanto que tal, es necesariamente un hombre. 

Desciende de los patriarcas (Romanos 9, 5; Gálatas 3, 16).

Pertenece a la estirpe de David (Romanos 1, 3).

Nacido de mujer (Gálatas 4, 4), como todos los hombres

Hombre en su apariencia, similar a la de todos los hombres (Filipenses 2, 7), aunque sin pecado (2 Corintios 5, 21). 

Aunque san Pablo no explica en ningún sitio cómo se realiza en Cristo la unión de las naturalezas divina y humana, le basta con afirmar que poseía "la naturaleza de Dios, tomó "la naturaleza del siervo" (Filipenses 2, 6-7), o con afirmar la Encarnación con la siguiente fórmula sucinta: "Dado que en Él se realiza la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Colosenses 2, 9). 

Cristo es una sola persona con las cualidades propias de la naturaleza humana, y las de la naturaleza divina, como la preexistencia, la existencia histórica y la vida gloriosa (Colosenses 1, 15-19; Filipenses 2, 5-11). 

Cristo es el Dios Hijo y tiene moralmente derecho, incluso como hombre, a los bienes de su Padre, como la inmediata visión de Dios, la felicidad eterna y el estado de gloria. 

Sin embargo, se encuentra despojado temporalmente de una parte de estos bienes para que pueda cumplir su misión en tanto que redentor: Abajamiento y aniquilación de los que nos habla San Pablo.

La redención objetiva, obra de Cristo
El hombre caído es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda. Dios, en su Misericordia, envió su Hijo para salvarlo. 

La teología de san Pablo repite continuamente que Jesucristo nos salvó en la cruz, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Romanos 5, 9-10). 

¿Qué da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza redentora y salvadora? San Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos muestra el drama del Calvario bajo tres aspectos, que se comprenden mejor comparándolos entre sí y que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan
  • la muerte de Cristo es un sacrificio (como los de la antigua ley) para expiar el pecado y para hacernos propicios a Dios. Romanos 3, 25 expresa el doble concepto (1) del sacrificio y (2) del sacrificio expiatorio, que son la raíz misma de la enseñanza paulina y de todo el Nuevo Testamento. Cristo fue quien tomó la iniciativa de la misericordia, instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio. 
  • la muerte de Cristo representa la redención, el pago del rescate que da como resultado la liberación del hombre de su servidumbre anterior (1 Corintios 6, 20; 7, 23; Gálatas 3, 13; 4, 5; Romanos 3, 24; 1 Corintios 1, 30; Efesios 1, 7, 14; Colosenses 1, 14; 1 Timoteo 2, 6).
  • Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la segunda muerte, la eterna. La transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Romanos 3, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre: 
  • Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. 
  • Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Filipenses 2, 8; Gálatas 2, 20). 
  • El hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse, por la fe, del fruto de la redención.
La redención subjetiva, obra de la Gracia
Con la muerte y resurrección de Cristo, la redención se ha completado, en principio y por ley, para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya, de hecho, por la fe y el bautismo, que, uniéndole a Cristo, le hace partícipe de la vida divina. 

Según San Pablo, la fe se compone de varios elementos: 
  • sumisión del intelecto a la palabra de Dios
  • abandono del creyente a su salvador que promete asistencia
  • acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina. 
Tal acto de fe posee un valor moral puesto que “da gloria a Dios” (Romanos 4, 20) en la medida en la que reconoce su propia impotencia. Es por esta razón por la que "Abraham creyó a Dios y le fue reputado por justicia" (Romanos 4, 3; Gálatas 3, 6). Los hijos de Abraham, del mismo modo, "justificados por la fe sin el auxilio de la ley" (Romanos 3, 28; Gálatas 2, 16). 
Por tanto, Dios otorga gratuitamente la justicia en función de la fe, la cual no es equivalente a la justicia, dado que el hombre es justificado por la gracia (Romanos 4, 6), y se convierte en su propiedad y, en adelante, le es inherente.
 
Los protestantes basan la justificación en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificación no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificación del pecador. 

Tal teoría es insostenible porque: 

1.- Incluso, admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aún, o que no se vuelve justo por la declaración misma. 

2.- La justificación es inseparable de la santificación, dado que esta última es "la justificación de la vida" (Romanos 5, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Romanos 1, 17; Gálatas 3, 11). 

3.- Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Romanos 6, 3-5; Efesios 4, 24; 1 Corintios 1, 30; 6, 11). 

Podemos, pues, establecer una distinción de definición entre los conceptos de justificación y santificación, pero no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas.

...continuará...

domingo, 29 de noviembre de 2020

APOCALIPSIS: LA TIERRA, CONTEMPLADA DESDE EL CIELO

"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, 
pues el primer cielo 
y la primera tierra desaparecieron, 
y el mar ya no existe. 
Y vi la ciudad santa, 
la nueva Jerusalén que descendía del cielo, 
de parte de Dios, 
preparada como una esposa 
que se ha adornado para su esposo. 
Y oí una gran voz desde el trono que decía: 
'He aquí la morada de Dios entre los hombres, 
y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, 
y el “Dios con ellos” será su Dios'. 
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, 
y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, 
porque lo primero ha desaparecido" 
(Apocalipsis 21, 1-4)

Nos introducimos de nuevo en la Revelación de Dios a los hombres, penetrando en el misterio del Apocalipsis de San Juan. Haciendo una lectura espiritual, teológica y litúrgica profundizamos en el mensaje del "vidente de Patmos", para descubrir cómo el libro, lejos de ser una visión catastrófica y desoladora, es un motivo de regocijo y alegría para toda la humanidad.

Si en los Evangelios Sinópticos, el cielo es contemplado desde la tierra, en el Evangelio del Resucitado, la tierra es contemplada desde el cielo. El propio Jesucristo, Señor de la historia, el único que puede abrir el libro sellado, nos explica el significado de la historia y su sentido último.
El Apocalipsis es una exhortación a vivir la misma experiencia mística de San Juan y hacerla nuestra, a dejarnos "arrebatar en espíritu", a dejarnos llevar con docilidad por el Espíritu Santo para ser capaces de interpretar los símbolos y aprender a vivir nuestra propia vida a la luz de los mismos.

El Apocalipsis es una invitación a la felicidad que no puede leerse de una forma neutral o desinteresada. El libro no soporta, e incluso, rechaza a los lectores desinteresados. Esta es la razón por la que llama siete veces "Bienaventurados" a quienes leen y escuchan las palabras de este libro y las ponen en práctica; "Dichosos" a quienes reconocen al Señor Jesucristo como su Rey y los que no se han dejado seducir por el Usurpador, por el falso cristo; "Felices" a quienes saben luchar y resistir al Anticristo.

El Apocalipsis es una llamada a la esperanza, dirigida a quienes esperan que "algo importante está a punto de suceder", a quienes confían en la inminencia de un cambio: que el Rey de la historia está a punto de tomar el poder legítimo que le corresponde.

El Apocalipsis es una visión no tanto del fin del mundo ni de cataclismos, como de la afirmación del Reino de Dios. No habla tanto de desastres, calamidades o castigos de Dios como de la "catástrofe interior", que es la caída o pérdida de la fe. 

El Apocalipsis es una exhortación de San Juan a las 7 Iglesias, es decir, a la Iglesia de todos los tiempos, a todos los cristianos, a descubrir el sentido de la Historia, a permanecer firmes y a perseverar en la fe. A tener una actitud de escucha atenta al Señor, de abrirnos al Espíritu, cuando repite siete veces: "El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias"

El Apocalipsis es una profecía del presente que muestra que los desafíos del cristiano de ayer y de hoy, son siempre los mismos. Nuestro mundo, como el de San Juan, también es un mundo apocalíptico que se encuentra en declive y en decadencia, y que espera un paradigma que vuelva a redefinir su Historia. 

El Apocalipsis es una guía para desenmascarar el poder seductor del Imperio, que pretende presionar, persuadir, controlar y arrinconar al cristiano para que apostate de Dios y dé culto a Satanás. 

El Apocalipsis es una constatación del surgimiento de la "Bestia", la manifestación del Dragón como un imperio cultural, un poder persuasivo e ideológico, un dominio perverso y malvado, una propaganda antidivina, a la que ninguno somos inmunes. 

El Apocalipsis es un camino hacia el gozo a través de la resistencia, que nos ofrece estrategias para resistir la influencia del Imperio y liberarnos de su sugestión, y que concluye con la instauración de la "ciudad santa", la nueva Jerusalén: La Iglesia es la esposa del Cordero, el lugar de la verdadera intimidad con Dios. Estamos todos invitados a entrar y pertenecer a Ella, porque somos ciudadanos del Cielo. 

El Apocalipsis es un compendio histórico que nos presenta dos caras: la cara oculta (sufrimientos, tribulaciones y llantos) y la cara luminosa (cantos de alabanza, oraciones y gloria), para mostrarnos que el sufrimiento no tiene la última palabra, sino que es el paso a la felicidad. Sin Cruz no hay Resurrección.

El Apocalipsis eel Evangelio del Resucitado que presenta a Jesucristo, el Cordero degollado, como el único que puede abrir el libro sellado, esto es, revelar la historia y dotarla de sentido. 
El Apocalipsis es un libro que se desvela para darnos dos mensajes: que Jesús está vivo y resucitado, y que tiene poder y con autoridad sobre la historia del mundo. Nos invita a decirle con esperanza: ¡Ven, Señor Jesús!, o incluso, nos constata que ¡Ya has venido, Señor!

El Apocalipsis es un manual de perseverancia cristiana que nos ofrece los instrumentos para crecer en la fe, alcanzar el sentido último de la vida y de nuestra vocación, presentándonos a la "Mujer" (la Virgen María, la Iglesia, la Esposa fiel, la nueva Jerusalén celeste) que sufre, que es perseguida y hostigada por el "Dragón" (Satanás, el Anticristo infiel, la gran Babilonia apóstata).

El Apocalipsis es un tratado de resistencia activa y no violenta contra el mal en la seguridad de que el cristiano no debe luchar porque Dios ya ha vencido. Se refiere más a la lucha interior que se vence con la oración personal y contemplativa, y con la plegaria comunitaria, que ve y mira, que suplica y que alaba a Dios. 

El Apocalipsis es una invitación a la conversión, un estímulo para el arrepentimiento y al crecimiento en el amor, un cambio radical de mentalidad, una transformación en un cristiano "místico", aquel que tiene los ojos abiertos hacia Dios, aquel que penetra en el misterio revelado, aquel que "tiene oídos y oye", aquel que se esfuerza en cambiarse a sí mismo para cambiar el mundo, aquel que anhela una vida nueva en un mundo nuevo.

El Apocalipsis es un vademécum sobre el "discípulo ideal", el "cristiano apocalíptico" que "se vuelve", " se convierte" y se postra ante la voz del Resucitado, aquel que "se deja tocar" por el Maestro, aquel que permite al Señor entrar en las profundidades de su corazón y establecer con Él una comunión íntima, aquel que no tiene miedo porque Cristo está "de pie" en medio de la Iglesia, aquel que es "santo"..

El Apocalipsis es un escrito sobre la "comunidad ideal", la "Iglesia fiel" que comparte la fidelidad al Reino de Dios en medio del "reino de la Bestia", aquella que comparte fatiga, persecución y tribulación por causa de Su nombre, aquella que se reúne "el día del Señor" para la alabanza eucarística, aquella que es, al mismo tiempo, divina y humana, brillante y opaca, santa y pecadora. 

El Apocalipsis es la manifestación de Dios Jesucristo, quien con poder y autoridad, nos habla desde el cielo y nos convoca, a la comunidad reunida en oración, a la celebración litúrgica, para acoger su Palabra y recibir su Presencia en nosotros y con nosotros.

"Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: 
de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. 
Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear" 
(Isaías 65, 17-18)



Fuente:

-El Apocalipsis de San Juan (Emilio Aliaga, edición Verbo Divino)

viernes, 27 de noviembre de 2020

PRACTICANTES NO CREYENTES

"Convertíos y creed en el Evangelio"
 (Marcos 1, 15)

Siempre he puesto y pondré de manifiesto la incongruencia de aquellos que se autoproclaman "católicos, pero no practicantes…", porque es como decir "soy un ser vivo, pero no ejerzo".  Si uno es católico: necesita vivir una vida conforme a su fe y comprometida con sus creencias. Si no, no es católico. Lo mismo que ocurre con un ser vivo: necesita respirar, alimentarse y reproducirse. Si no, será un "ser muerto".

Pero existe una mayor incoherencia (y debería preocuparnos muy seriamente) en los que son practicantes, pero no son creyentes, es decir, aquellos que, en ocasiones, van o "hacen cosas" para la iglesia pero que, en realidad, no creen. Mejor dicho, en realidad, sí creen, lo que ocurre es que creen sólo en ellos mismos, pero no en Dios ni en la Iglesia.

Son los "filósofos" que hablan pero no se comprometen, son los "protestontos" que reprochan cualquier verdad de fe. Son los falsos "maestrillos" que, con sus "librillos", tratan de deforman el Evangelio (Gálatas 1, 7).

Son los "sobrados" que no necesitan formación porque lo saben todo, o mejor dicho, porque saben aquello que les interesa saber. Son los "iluminados" que tienen la potestad para cambiar aquello que "se debe" corregir de la doctrina, de los mandamientos o de la Palabra de Dios.

Son los "selectivos" que viven sin normas (de Dios) o sin someterse a ellas, son los "opcionales" que proponen sus alternativas a las "incomodidades" evangélicas, son los "opositores" que contraponen sus saberes a la "sana doctrina" (1 Timoteo 1, 9-10). Son todos esos que... "saben" más que Dios.

Son los "sentimentalistas" que creen y obran en función de sus emociones, son los "coleguitas" que pretenden convertir la fe en "amiguismo", más para agradar a los hombres que a Dios (Gálatas 1, 10). Son los "encantadores de serpientes" que utilizan sus trucos para "encantar" a los ingenuos, son los "buenistas" que no matan, no roban...ni hacen nada más. 
Son los "espiritualizados" que instrumentalizan a Dios y anteponen su voluntad, asegurando que es la de Dios. Son los "laxos" que no corrigen porque no aman (Apocalipsis 3, 19), son los "vividores" que "viven y dejan vivir", pero que en realidad "mueren y dejan morir". 

Son los "coordinadores" que se "encargan" de cosas pero no "lideran" personas, son los "siervos inútiles" cuya negligencia no da fruto (Mateo 25, 26). Son los "holgazanes" que "organizan" porque "no sirven para servir".

Son los "teólogos" que no leen la Escritura ni la ponen en práctica, son los "suplicantesque rezan mal o no rezan, porque andan inquietos y preocupados por muchas cosas (Lucas 10, 41-42). Son los "activistas" que "hacen" cosas pero no "son" cristianos. 

Son los "seducidos" que desobedecen y se rebelan porque "quieren ser como Dios" (Génesis 3, 5), son los "imponentes" que imponen lo que se debe y no se debe hacer, son los "conocedoresque conocen lo que es bueno y lo que es malo (para ellos).

Son los "discipulos" que quieren ser más que el Maestro, los "esclavos" que ansían ser más que sus amos (Mateo 10, 24; Juan 13, 16). Son los "miseriacordeones" que evitan hablar de pecado, de cruz, de sufrimiento, de martírio y "estiran" los términos.

Son todos los que Dios está a punto de vomitar de su boca... porque no son ni fríos ni calientes (Apocalipsis 3,16).


miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA CAÍDA DEL IMPERIO: ROMA Y BABILONIA LA GRANDE

"Cayó, cayó la gran Babilonia. 
Y se ha convertido en morada de demonios, 
en guarida de todo espíritu inmundo, 
en guarida de todo pájaro inmundo y abominable; 
porque del vino del furor de su prostitución 
han bebido todas las naciones, 
los reyes de la tierra fornicaron con ella, 
y los mercaderes de la tierra se enriquecieron 
con el poder de su opulencia" 
(Apocalipsis 18, 2-3)

La exégesis del Apocalipsis nos ayuda a revelar y desenmascar al Enemigo de Dios, al "Imperio", al poder perverso del mal, representado por san Juan con los símbolos de las bestias y la mujer sentada sobre la bestia escarlata (Apocalipsis 17), llamada “Babilonia la Grande”, y también, los motivos de su irremediable caída

Babilonia la Grande, nombre que aparece 6 veces en el Apocalipsis, es la "Roma Imperial" y el "Imperio de iniquidad"; es la "Bestia" y el "Falso Profeta"; es la "Jerusalén infiel" y la "Babilonia apóstata"; es el "Nuevo Orden Mundial" y la "trinidad satánica".

Este artículo pretende reflexionar sobre los evidentes paralelismos entre las causas que motivaron la caída del Imperio Romano y las causas de la inminente caída de Babilonia la grande (Apocalipsis 17-19), profetizada también en los libros de Jeremías, Isaías, Ezequiel y Daniel, y enumeradas como señales del fin de los tiempos en Mateo 24.

San Juan, en su revelación apocalíptica, nos exhorta: "Bienaventurado el que lea y escuche esta profecía" y "el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu le dice". Por eso, leyendo esta revelación y escuchando al Espíritu Santo, iremos descubriendo claramente estos signos en nuestra sociedad del siglo XXI.

Las 7 trompetas

El sonido de las cuatro primeras trompetas de Apocalipsis 8 manifiestan la devastación provocada por la manipulación imperialista sobre la creación : 
La 1ª trompeta manifiesta el enfriamiento de la fe (granizo) y la persecución a los cristianos (fuego), simbolizado por el 2º jinete rojo (sangre, guerra y odio), que rememora los tiempos de las persecuciones de los césares romanos, Nerón y Domiciano. 

La 2ª y 3ª trompetas muestran la devastación absoluta por la corrupción del mundo a todos los niveles: social, político, religioso, económico y ecológico, simbolizada por el 4º jinete amarillo pálido (corrupción y muerte), que rememora la séptima plaga de Egipto, por el que un tercio de la tierra, del mar y del cielo han sido asolados, lo que, sin embargo, indica que todavía hay espacio para la regeneración. 

La 4ª trompeta anuncia la oscuridad del Imperio, síntoma de su decadencia y preludio de su inminente caída, simbolizada por el 3º jinete negro (la mentira, la herejía y el error), que rememora la decadencia de Roma. El dios sol, símbolo imperial de Roma ("Roma es la luz"), se oscurece junto con la luna y las estrellas, símbolos de sus reinos aliados: es una burda y demoníaca parodia del oscurecimiento del verdadero sol (Dios), la verdadera luna (la Virgen, la Iglesia) y de las verdaderas estrellas (los ángeles, los hombres) causada por el Dragón (Satanás).

La 5ª trompeta relata el 1º"ay" visto por el águila (Iglesia): la invasión espiritual de toda suerte de inmoralidad sexual, a través de múltiples tentaciones seductoras (langostas). Las langostas salen del "pozo del abismo" (infierno) por la irrupción de una "estrella caída del cielo a la tierra", en clara alusión a Satanás, a quien Dios le ha dado "la llave del abismo", el poder de descargar todas las fuerzas diabólicas sobre el hombre y la tierra. Un abismo del que sube humo que oscurece el sol y el aire, es decir, la mentira y la tentación (inicio de todo pecado), envueltas en una especie de halo de fascinación y atracción, y que evita discernir el bien y el mal (apreciar la luz del sol, de Dios) y surge la duda (de que exista Dios). 

La 6ª trompeta narra el 2º"ayaugurado por el águila (Iglesia): la invasión ingente de idolatría proveniente de culturas, ideologías y espiritualidades "extranjeras". "Inmigrantes" que vienen de fuera y no pertenecen al Imperio: son los "bárbaros". "Desheredados" del Imperio llenos de ira, envidia y deseos de venganza destructiva.  Es un ejército de caballería (ágil y rápido) cuyo poder está en su número (son muchos), en sus colas como serpientes con cabezas (ideologías y espiritualidades) y en sus bocas (odio y rencor) y trae tres plagas a las que nadie sobrevivirá: fuego (violencia y crueldad), humo (engaños y mentiras) y azufre (prodigios y hechicerías). Recuerdan la destrucción de Sodoma y Gomorra que, como la del Imperio, tiene fijada una fecha concreta y una hora exacta, es decir, es inevitable.

Por otro lado, y antes de la 7ª trompeta (de la que no hablaremos en este post), la visión del ángel que tiene en su mano un librito (la Palabra de Dios) y que ruge como un león (la voz de Dios) es una llamada a la Nueva Evangelización, a anunciar y proclamar el kerygma a los marginados, a los deshechados, a los explotados por el Imperio. 

El ángel jura que ¡se ha terminado el tiempo! Se trata de la última y definitiva oportunidad que la Gracia utiliza como instrumento combatir la idolatría global del Imperio y para la conversión de los "nuevos bárbaros", de los "extranjeros desheredados del Imperio"Es imprescindible que luchar contra la mentalidad y la lógica imperial, no con sus mismas armas (las del Dragón) sino con la fuerza del Evangelio.

Las crisis políticas, económicas, sociales y morales periódicas, y los cambios sanitarios, ecológicos y climáticos cíclicos, tanto del siglo pasado como del actual, son las consecuencias, sin parangón en la historia, de la injusticia, perversidad, inmoralidad y corrupción en la que está sumido el sistema imperial y que arrastra a todos, como cola de Dragón.

El poder perverso del Imperio del mal ha llevado al mundo actual a un colapso económico en el que el materialismo, con una falsa promesa de bienestar, convierte al hombre en consumidor y mercancía; a una corrupta y decandente anarquía política en la que el hombre-dios camina en tinieblas y en una oscuridad globalizadora. Por su propio orgullo, Babilonia se dirige hacia la destrucción de todo lo creado y hacia su colapso inminente. Exactamente lo mismo que ocurrió en la decadencia y caída del Imperio Romano:
 
Decadencia moral, política y social

Según el británico Edward Gibbon (1737–1794, en su obra"Historia de la decadencia y caída del Imperio romano"), la Roma imperial cayó debido a factores exógenos, principalmente a las invasiones bárbaras, aunque, incialmente, entró en decadencia debido, fundamentalmente, a factores endógenos:
 
-el abandono progresivo de sus cultos paganos en favor de la fe cristiana
-la supresión de sus libertades en favor de la tiranía de los césares
-la degeneración del ejército romano en favor de su ingerencia en el poder
-la pérdida de las virtudes cívicas en favor de la corrupción materialista, sexual y moral
-el desinterés por los asuntos públicos en favor de la autocomplacencia de los asuntos privados

Dice el propio Gibbon que "los romanos se habían ido volviendo progresivamente 'afeminados', poco deseosos de continuar llevando la vida tan dura y 'viril' de sus antepasados"

Economía estancada, altos impuestos, desempleo e inflación

El Imperio romano se encontraba constantemente amenazado por la bancarrota, en parte debido al alto costo que demandaba su mantenimiento, y en parte también, a su economía estancada, los elevados impuestos y una inflación desorbitada.

La mayoría de los habitantes de Roma apenas pudieron disfrutar de la increíble prosperidad del Imperio y de la Pax romana. Por ejemplo, la cantidad de oro enviada a Oriente en pago por bienes de lujo, llevó a una escasez que impidió la producción de monedas. Como resultado, la moneda romana se devaluó tanto, que hubo que implantar el sistema de trueque.

La mano de obra esclava y barata fue otra de las grandes causas que provocaron la caída del Imperio Romano. Los plebeyos de Roma, al no poder competir contra los esclavos, quedaron desempleados y pasaron a depender de las dádivas del Estado. 

Además se puso en práctica una política de comercio sin restricciones (una especie de globalización) que empeoró aún más la situación de los plebeyos, pues se vieron imposibilitados de competir con el comercio extranjero.

Alta inmigración

Las migraciones desde las zonas rurales a la gran urbe imperial fueron continuas, y así, Roma llegó a tener un millón de habitantes (ninguna ciudad del mundo igualaría esa cifra hasta el Londres del siglo XIX). Estas migraciones consiguieron que la cultura imperial asumiera como propias otras culturas y religiones ajenas... 

Al igual que Roma abjuró de sus antiguos dioses, de sus juegos de gladiadores, de la esclavitud, y se transmutó en Cristiandad, hoy, la "Babilonia apóstata", la "Jerusalén infiel" el "Imperio" que gobierna y dirige el mundo reniega de Cristo y se convierte a nuevos credos: a la fe en el “género”, culto al liberalismo sexual, al veganismo, al feminismo, al ecologismo, a las espiritualidades orientales, al materialismo, etc.

Cambio climático

El período entre el año 150 y el 450 d.C. fue de una enorme inestabilidad climática y culminó en una Edad de Hielo. La energía procedente del sol descendió a mínimos, en parte debido a las erupciones de volcanes, cuyas emisiones crearon una capa que dificultaba la llegada de la luz a la tierra...

Al igual que el Imperio romano cayó en frías tinieblas, la gran Babilonia global de hoy, se ha llenado de humo (apostasía) y de hielo (frialdad en la fe).

Enfermedades y plagas

Roma, ciudad imperial y maravilla de la ingeniería civil, sin embargo, estaba infestada de ratas, moscas e insectos de todo tipo. Esta insalubre fauna urbana, unida a la mala costumbre de los ciudadanos romanos que casi nunca se lavaban las manos, provocó enfermedades letales que fueron la principal causa de mortandad en el Imperio romano”. La "gran ciudad" se convirtió en un hogar moral y sanitariamente corrompido...¿nos suena?

Hacia el siglo III, una gran pandemia, la llamada 'peste antonina' (por el nombre del emperador del momento), asoló el Imperio durante quince años. 
Algunos estudiosos creen que fue probablemente el virus de la viruela o del sarampión, que provocaba fiebre, diarrea, vómitos, inflamación de la faringe, erupciones en la piel, gangrena, pérdida de vista y oído, etc.). 

Otros, sin embargo, se decantan por la aparición de dos enfermedades distintas: una gripe que atacaba las vías respiratorias, febril y muy contagiosa, del estilo de la llamada pandemia española de 1918, o la Covid de 2020, y que fue la más devastadora y una fiebre hemorrágica viral, que se caracteriza por un aumento súbito de la fiebre, cefaleas, mialgias generalizadas, dolores de espalda, conjuntivitis y postración severa, seguidos por diversos síntomas hemorrágicos, patologías similares a los filovirus, cuyo representante más conocido para nosotros hoy es el ébola, cuya tasa de mortalidad es muy alta: entre el 50 y el 70%.

Fuera lo fuere, la pandemia acabó con alrededor del 20% de la población total del Imperio, cobrándose la vida de más de cinco millones de personas. Sirva como ejemplo que 5.000 personas morían cada día sólo en la Roma imperial entre el año 251 y el 270, y que en Alejandría, la población descendió en más de un 60%. Las consecuencias políticas, económicas y sociales fueron devastadoras.

La ira de Dios

Desde el discernimiento que nos muestra el Espíritu de que hoy nos encontramos ante el toque de las trompetas de los "siete arcángeles de la presencia" (llamados "la mano de Dios") de Apocalipsis 8 y 9, el sonido de éstas nos anuncia solemnente la llegada de Dios y su intervención en la historia, que para algunos es salvación, y para otros, juicio.

La oscuras situaciones y circunstancias que vive hoy "la Gran Babilonia" no han de verse como castigos de Dios, sino como consecuencias de los actos de la libre voluntad del hombre, que Dios "permite" para que se convierta, experimentando los efectos propios del mal. 

Los cristianos, que no dudamos del amor de Dios a los hombres, puesto que lo ha demostrado Él mismo con su sacrificio en la cruz, ni de su justicia de "dar a cada uno lo que le corresponde", sabemos distinguir entre lo que Dios "permite" y lo que Dios "quiere", y así, la "ira de Dios" se revela contra la impiedad e injusticia del hombre, quien se abandona a las consecuencias de su pecado.

La perversidad imperial actual (como la romana) deja en evidencia su diabólico plan antidivino: sus clamorosos errores ideológicos, políticos y morales; su violencia, maldad y envilecimiento debido a la pérdida de valores; su corrupción, inmoralidad y perversión en todos los niveles; su idolatría o connivencia con otras culturas, ideologías o espiritualidades; su afán persecutorio hacia la Iglesia y de su deseo de crucificar a Cristo; los sucesos que escapan a su control y poder como las condiciones climáticas, las enfermedades crónicas, etc. 

Esta situación de "toque de trompetas" va inexorablemente "in crescendo": cuanto más libre ha dejado Dios al Imperio para ejercer su poder impío sobre el mundo y sobre el hombre, tanto más se han desatado las potencias infernales y más graves son los desastres para la humanidad.

La ira de Dios es, fundamentalmente, terapéutica. El sufrimiento provocado por el pecado induce al hombre a la conversión y a buscar el camino de la salvación. Dios no se queda indiferente ante el mal ni ante el sufrimiento de sus criaturas. 
En su infinito amor, permite el sufrimiento a modo de purificación, tanto del hombre como de la naturaleza. La tierra se ha convertido en un lugar inhóspito que el hombre, por su impiedad, está destruyendo de la misma forma crítica con la que destruye su alma.

La ira de Dios no es una venganza por su honor herido sino una acción solidaria hacia el necesitado, hacia el que sufre. Es una reprobación del mal pero no hay en ella ni rencor ni odio. Es una intervención contra un "Imperio" antidivino, contra una "Babilonia" antihumana, a quien Dios pondrá fin. Si no lo hiciera, significaría el triunfo del Imperio. Y el Cordero de Dios ya ha vencido al mal.

Las desgracias y los desastres, las plagas y las enfermedades que el mundo sufre son símbolos de la decadencia del Imperio y de su inevitable e inminente caída. Por tanto, los cristianos estamos llamados a la firmeza en la fe, a la resistencia pasiva contra el mal, a la continua perseverancia de la oración y la plegaria, al desenmascaramiento del mal

Nosotros, miramos y clamamos al cielo, que nos exorta a un nuevo éxodo ("salir de ella, pueblo mío"), a no ser cómplices de su pecado sino un oasis de humanidad en el desierto del Imperio, a construir la Nueva Jerusalén a pequeña escala. Todo ello ante el inminente colapso y desolación de la "gran prostituta" que nadie llorará. 

Y el cielo, sin duda, no tardará en intervenir en favor de los justos.

lunes, 23 de noviembre de 2020

DESENMASCARAR EL MAL EN NUESTRAS COMUNIDADES

"No te dejes vencer por el mal, 
antes bien vence al mal con el bien" 
(Romanos 12,21)

La principal tarea de un cristiano es luchar contra el mal, y como dice san Pablo, la manera de hacerlo es no dejarse vencer por él, pero no utilizando las mismas armas del Diablo sino las de Dios, pues es el Señor quien vence, porque es Bondad. 

Efesios 6, 11-19 nos insta a usar las armas de Dios "para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire."

Romanos 12, 21 nos exhorta a vencer al mal con el bien y para ello, lo primero que debemos hacer es desenmascararlo

El mal no es un concepto abstracto. Es siempre un acto de narcisismo, de orgullo y rebeldía, un acto libre por el que la voluntad resulta deformada por el ego. Tiene nombre y rostro: Satanás, la serpiente antigua, el Gran Dragón, Lucifer, la estrella que fue arrojada del cielo por el arcángel san Miguel. 

El mal actúa fuera y dentro de nosotros, acecha en el mundo y entra en nuestras casas, creando división y duda. Fuera, es fácil identificarlo: no hay más que ver las noticias o salir a la calle.

Pero también actúa dentro de la Iglesia, como el mismo Jesús nos dice, cuando habla a las 7 Iglesias en Apocalipsis 2 (aunque muchos no le escuchan), y ahí es más dificil detectarlo. 

Satanás mismo no puede "reencarnarse" en persona en el mundo ni acceder a la Iglesia (porque no se lo permite Dios) pero sí ejercer todo su poder diabólico a través de diferentes medios. Quizás esta es una de las razones por las que muchos no creen en su existencia (incluso dentro de la Iglesia)

Por eso, es vital reconocer cómo actúa el Dragón, identificar cuáles son sus medios, conocer el poder de sus fuerzas demoníacas, y descubrir a quienes actúan como "agentes del Imperio", infiltrados dentro de nuestras comunidades. Todo ello descrito en los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis con los signos del Dragón, la bestia que sale del mar y la bestia que sale de la tierra.

Como sabemos, el demonio siempre "aparece", es decir, "actúa" de forma astuta y sibilina, como serpiente que es. Nunca (o casi nunca) actúa de forma directa ni en persona, sino que, "serpenteando", disfrazando el mal de bien y presentando la oscuridad como luz, infiltra su maldad a través de los "lobos con piel de cordero". 

Es importante tener los ojos muy abiertos y vigilar, como nos exhorta continuamente el Señor en su Palabra, para discernir el bien del mal, identificar a las buenas personas de las malas, reconocer a los hijos de la luz de los de la oscuridad. 

La Sagrada Escritura desenmascara a los infiltrados del mal y nos advierte que nos alejemos de ellos. Distinguimos dos grandes grupos (aunque seguramente haya más) que aparecen descritos en el Antiguo y el Nuevo Testamento: los gabaonitas y los nicolaitas.

Los más significativos son los "gabaonitas", a quienes Dios maldice en boca de Josué (Josué 9, 23). 

Son los aduladores y los mentirososTratan de ser blandos, amables y suaves; seducen a los ingenuos con el sentimentalismo y la falsa piedad; disimulan y ocultan su traición con astucia; halagan siempre y jamás corrigen, por miedo a ser descubiertos; son hipócritas y embusteros

Así habla de ellos la Biblia:

"A través de palabras suaves y de lisonjas seducen los corazones de los ingenuos" (Romanos 1,18)

"Su boca es más blanda que la manteca, pero desean la guerra; sus palabras son más suaves que el aceite, pero son puñales...Se complacen en la mentira: con la boca bendicen, con el corazón maldicen"" (Salmo 55,22; 62, 4)

"En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua...Hablan con labios embusteros y con doblez de corazón(Salmo 5,10; 12, 3)

"Su lengua es flecha letal, su boca profiere mentiras; saludan amables al prójimo, y urden por dentro celadas" (Jeremías 9,8); 

"Las palabras del chismoso son golosinas... palabras dulces con malas intenciones. El que odia habla con disimulo, mas por dentro incuba la traición; aunque sea amable, no te fíes, medita abominaciones sin cuento; disimula el odio con astucia, mas su maldad aparece en la asamblea...Lengua mentirosa odia a sus víctimas, boca que adula conduce a la ruina" (Proverbios 2, 22-28)

"Es más estimado el que corrige que el hombre de lengua aduladora" (Proverbios 28, 23)

El otro gran grupo es el de los "nicolaitas", a quienes el propio Cristo aborrece (Apocalipsis 2, 6)
Son los falsos maestros e idólatras (ya sean sacerdotes o laicos), siervos de Jezabel. Se apartan y apartan a otros de la doctrina; tratan de conjugar herejía y fe, voluntad humana y divina, las "cosas" del mundo con las de Dios; se corrompen y corrompen a otros con "nuevas ideas" y "nuevos vocabularios" que no son sino idolatría y propaganda imperial; se disfrazan de cristianos y de apóstoles. 

Así habla de ellos la Palabra de Dios:

"Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas" (2 Timoteo 4, 3-4)

"También habrá entre vosotros falsos maestros que propondrán herejías de perdición y, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida perdición. Muchos seguirán su libertinaje y por causa de ellos se difamará el camino de la verdad. Y por codicia negociarán con vosotros con palabras artificiosas" (2 Pedro 2, 1-3)

"Para ellos la felicidad consiste en el placer de cada día; son corruptos y viciosos que disfrutan con sus engaños mientras banquetean con vosotros; tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecado; seducen a las personas débiles y tienen el corazón entrenado en la codicia, ¡Malditos sean!" (2 Pedro 2, 13-14)

"Son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia" (2 Corintios 11, 13-15)

"Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7, 15-16)
Por otra parte, San Agustín nos advierte de la importancia de "saber reconocer atentamente cuando Satanás se disfraza de ángel de luz, para no dejarse engañar y atraer por algún peligro fatal" (Enchiridion 16,60). 

El demonio siempre se disfraza y por tanto, también disfraza a sus "agentes", infiltrando a personas que parecen cristianas pero no lo son: "Hoy Satanás intenta expulsar (a los fieles) de la Iglesia por medio del veneno de los herejes, del mismo modo que hace tiempo nos expulsó del Paraíso con el veneno de la serpiente" (Sermón 348/A,5).

Vigilemos y estemos alerta. Siempre en vela. "No es oro todo lo que reluce", ni "todo el que me dice 'Señor, Señor'entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7, 21).