¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

martes, 27 de julio de 2021

APROPIARSE DE EMAÚS

"
Eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos, 
para que estéis en comunión con nosotros 
y nuestra comunión es con el Padre 
y con su Hijo Jesucristo"
(1 Juan 1,3)

Hoy, escribimos de nuevo sobre los retiros de Emaús desde el testimonio particular y la vivencia personal, conocedor de que recibiré algunas felicitaciones y no menos críticas. No es mi intención ni mi propósito recibir ni lo uno ni lo otro. 

No pretendo acusar, aludir o herir a nadie, ni ahondar en juicios de valor negativos. Tampoco pretendo erigirme en un "sabio de Emaús". De hecho, asumo el contenido de este artículo como propio.

El único objetivo de este artículo es profundizar en este maravilloso método evangelizador para ayudar y ser ayudado, iluminar y ser iluminado, apoyar y ser apoyado.

En ocasiones, los servidores somos testigos de la aparición de tres tentaciones muy comunes en Emaús: pensamos que es "nuestro" y nos apropiamos del método, nos consideramos "expertos" y damos órdenes, queremos "perfeccionarlo" e introducimos cambios. 

Una actividad parroquial, una obra del Espíritu

Emaús es un retiro organizado por laicos para laicos. Es un método de nueva evangelización inspirado por el Espíritu Santo. Aún así, caemos en la tentación de creer que es "cosa nuestra" y que nos pertenece. O lo que yo llamo el "factor humano en las cosas de Dios".

No debemos olvidar que, ante todo, es una actividad o pastoral evangelizadora parroquial y que, por tanto, todo lo que ocurre en la parroquia es competencia y responsabilidad del párroco. 

El párroco es la máxima autoridad de Emaús en la parroquia. Por ello, no puede estar ajeno a lo que es Emaús ni tampoco los laicos pueden mantenerle al margen, y mucho menos, organizar retiros y dinámicas sin contar con él, ya sea en la propia parroquia o en otra.

Es él a quien Cristo deja llevar el timón de la barca, quien supervisa las fechas de los retiros, quien elige a los líderes "entrantes" con el consenso de los "salientes", quien ofrece formación y dirección espiritual, quien propone funciones y delega pastorales, etc. 
Por eso, aunque no es obligatorio, sí es conveniente que el párroco haga el retiro, para que de esa forma pueda discernir, con una perspectiva más amplia y equilibrada, la manera de canalizar la gracia y los frutos de los retiros en beneficio de la vida parroquial, y así, dotarlos de recursos humanos y/o económicos que redunden en un auténtico "avivamiento" de la comunidad.

Pero sobre todo, Emaús es una obra del Espíritu Santo que renueva almas y vivifica parroquias. Él es el verdadero artífice y protagonista, quien marca el rumbo, quien hace soplar el viento, quien controla las olas. Emaús es una barca guiada y gobernada por Jesucristo, supervisada y dirigida por el párroco, y tripulada y manejada por laicos activos y comprometidos con la parroquia, generosos y al servicio del Señor.
El objetivo principal de Emaús no es que "cumplamos faenas", que "hagamos tareas", que "surquemos mares por descubrir" o que nos erijamos en "expertos navegantes" Se trata de dejarnos tocar por Dios, de ser humildes, de servir con obediencia y de hacernos dóciles al Espíritu para testimoniar a Cristo y mostrarles a otros el camino a la casa del Padre. 

En definitiva, se trata de edificar parroquias al servicio de sus comunidades, de construir la Iglesia al servicio de las personas, de establecer el Reino de Dios en la tierra, aquí y ahora.

Líderes perpetuos, servidores "expertos"

La segunda tentación en la que a menudo caemos es lo que se denomina la "erótica del poder" o, en este caso, la "gula espiritual". A veces, pretendemos mandar, dominar y consumir espiritualmente, perpetuarnos en el liderazgo, convertirnos en servidores especializados, en expertos evangelizadores, o incluso en apóstoles arrogantes y autosuficientes, "sabedores de todo".
Es entonces, cuando sobrepasamos los límites de actuación que el propio método de Emaús marca, a saber, su carácter de servicio parroquial, y en ocasiones, "sobre-actuamos", nos embarcamos en una aventura que, más que evangelizadora es un activismo autosuficiente, zarpamos hacia otras parroquias y salimos al mar sin más dotación que nuestra mal supuesta capacitación.

Ello no quiere decir que nuestro servicio a Dios no deba ayudar a desarrollar futuros retiros en nuestra parroquia o en otras, e incluso, en otras ciudades o países. De lo que se trata es de ayudar a implantar y desarrollar los retiros en otras comunidades cristianas, no de "llevar" los retiros a otras parroquias, es decir, no implantar o demostrar a otros nuestra "prestancia marinera" y nuestro sabiduría de "lobos de mar".

Servir es "enrolarse", es ser parte de la "dotación", es remar y desplegar las velas. Liderar es dar ejemplo al surcar el mar, es "patronear" la barca, sabiendo que no somos el armador. 

Nada que cambiar ni "perfeccionar"

A medida que Emaús va adquiriendo una cierta dimensión, podemos caer en la tentación (seguro que con la mejor de las intenciones) de introducir cambios en las dinámicas, variaciones en las actividades o modificaciones en los procedimientos del retiro. 

Nos hacemos con una "brújula" propia, consultamos otras "cartas de navegación", anotamos nuestras propias ideas y conjeturas en el "cuaderno de bitácora" y pretendemos surcar "rutas peligrosas y desconocidas".
Es una reacción "muy humana" querer aportar cosas a Dios, proponer ideas, sugerir consejos, exponer interpretaciones y buscar resultados...pero esa no es nuestra misión en la evangelización. No es nuestra "hoja de ruta".

Dios es el dueño de la viña y es quien cosecha, nosotros sólo sembramos y abonamos. Dios es el dueño de la barca y es quien marca el rumbo, nosotros navegamos y faenamos. Emaús es un torrente de gracia del Espíritu Santo, nosotros sólo nos dejamos "empapar y navegar" por él. Dios no necesita nuestra ayuda ni nuestros consejos...más bien, somos nosotros quienes necesitamos su dirección.

Emaús es un método evangelizador con un diseño meditado, con un esquema iluminado, con un formato probado, con unas dinámicas armónicas, equilibradas e infalibles y con una experiencia fructífera de más de 35 años en muchas parroquias, ciudades, países y culturas...como no puede ser de otra manera, porque es una gracia divina.
Emaús no pertenece a los veteranos ni a los pioneros sino a los necesitados, de la misma forma que la misión que Jesús encomendó a sus discípulos no era exclusiva suya sino que debía transmitirse y difundirse fielmente, sin cambiar nada, sin introducir nada, sin eliminar nada...hasta los confines de la tierra.

En ese mismo sentido, el Papa Francisco, en su encíclica Lumen Fidei, dice que la fe se transmite por contacto, de persona a persona, con el testimonio de un encuentro real con el Resucitado. Por eso, no podemos apropiarnos del amor de Cristo ni mucho menos transformar su luz, sino que debemos transmitir a otros lo que hemos recibido, como lo hemos recibido, para que ellos, a su vez, lo transmitan a otros.

Modificarlo significa desvirtuar el sentido original del método. Cambiarlo supone tratar de rectificar o de perfeccionar la gracia de Dios. Variarlo, retocarlo o rectificarlo significa acabar con Emaús. Porque entonces, ya no será Emaús...será otra cosa...


"Te doy gracias, Padre, 
Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas 
a los sabios y entendidos,
y las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien."
(Lucas 10,21)

lunes, 26 de julio de 2021

MARIA MAGDALENA, APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES

“He visto al Señor
y me ha llamado por mi nombre"
(Juan 20,18)

Cuando algunos señalan a la fe cristiana como una religión machista, las primeras imágenes que me vienen a la cabeza son las de la Virgen María y de María Magdalena, quienes echan por tierra esa afirmación infundada.  Hoy profundizaremos en la figura de María Magdalena.

Los cuatro evangelios relatan la presencia significativa de la mujer en la vida pública de Jesús y, en particular, otorgan a María Magdalena un papel importante dentro de su grupo íntimo de discípulos, no sólo por ser la más nombrada, sino sobre todo, por ser el primer testigo del Resucitado.

La Iglesia canonizó a María Magdalena el 28 de abril de 1669 y, desde entonces, es venerada como santa, especialmente, en Francia. En 1988, el papa Juan Pablo II, en su carta apostólica Mulieris Dignitatem, la definió como la "apóstol de los apóstoles" (apostola aposolorum).

Su festividad se celebra el 22 de julio y fue establecida en el calendario romano general por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 10 de junio de 2016, por deseo expreso del papa Francisco.

En contra de lo que algunos opinan, María Magdalena no fue nunca una prostituta. Más bien, fue una mujer independiente en lo económico y bien posicionada, gracias a la rica industria pesquera de Magdala, su aldea de procedencia y cercana a  Cafarnaúm, en la costa occidental del lago de Tiberíades. Y una mujer influyente en lo social, rompedora de moldes, al seguir a Jesús en contra de una estructura religiosa estricta, cerrada y excluyente con la mujer. 
La Iglesia ortodoxa afirma que las tres Marías que aparecen en los evangelios son tres mujeres diferentes, mientras que la Iglesia Católica, según el papa Gregorio Magno en su homilía nº 33 (591 d.C.), identifica a María Magdalena con

-María la adúlteraa la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8,3-11), a la que libera de siete demonios (Lucas 8,1-2).

-María la pecadora, que unge los pies del Señor (Lucas 7,37-50) la fiel seguidora de Jesús, junto a Juana, Susana y otras mujeres (Mateo 27, 56; Marcos 15, 47; Lucas 8, 2; Juan 20, 10-18).
-María la de Betania, hermana de Marta y Lázaro. la hermana de Lázaro y de Marta, que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos en casa de Simón el fariseo, antes de su llegada a Jerusalén, la que se postra a los pies de Jesús mientras su hermana Marta la increpa por no ayudarla (Lucas 10, 37-50; Marcos 14, 3-9; Juan 11,1-2), la que está presente en la resurrección de su hermano Lázaro (Juan 11, 1-44) y la que, días después, en una cena en su casa, demuestra de nuevo su devoción por el Señor, ungiéndole los pies con un perfume muy caro, por lo que es recriminada por Judas (Juan 12,1-8; Mateo 26,7)

María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado (Juan), estuvo presente en la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Marcos 15,40), al pie de la cruz (Juan 19,25) y en el sepulcro (Mateo 27,61; Marcos 15,47; Juan 19,25-26). 
María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Santiago el menor y de José, y de Salomé, fue de madrugada el primer día de la semana al sepulcro, convirtiéndose en el primer testigo ocular de la aparición de Jesús Resucitado y en la primera apóstol, al anunciárselo a Pedro y a los demás discípulos (Mateo 28,1-10; Marcos 16,9; Juan 20,1-18).
La grandeza de María Magdalena (ejemplo para todo cristiano) no está en la perfección de sus actos sino en la perfección de su amor, tal y como el propio Jesús se refiere a ella: “Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho” (Lucas 7,47). 

El Hijo de Dios quiso manifestar la gloria de su resurrección primero a aquella mujer manchada por el pecado, conversa por el amor y santificada por la gracia. 

Por eso, María Magdalena es la discípula amada y la servidora apasionada de Cristo, la amiga íntima y la compañera fiel del Maestro, la testigo veraz y mensajera valiente del Evangelio.

Los cristianos vemos en María Magdalena, aunque pecadora como nosotros, el paradigma del cristianoal recorrer todas las etapas de un seguidor de Cristo

-arrepentimiento, contrición y conversión: reconoce su pecado, se arrepiente y es perdonada. Se convierte, cambia radicalmente de vida, acompaña y sigue a Cristo allá donde vaya.

-amor, oración y escucha de la Palabra de Diosse enamora ardientemente de Cristo, espiritualmente hablando, y se postra a sus pies, en actitud de reverencia; se los lava y perfuma, en actitud de adoración; escucha la Palabra de Dios postrada a los pies de Jesús y se preocupa por las cosas eternas, en actitud de recogimiento y oración.

-acogida, servicio y misión: acoge y sirve al Señor durante y hasta el final de su vida pública, (pasión, crucifixión, muerte y resurrección; acude al sepulcro de madrugada y llora la desaparición del cuerpo de su Señor; es la primera que ve a Cristo resucitado y la primera que lo testifica y anuncia (a los apóstoles).

viernes, 23 de julio de 2021

TRES PREGUNTAS DE LOS DISCÍPULOS A JESÚS

"Estaba sentado en el monte de los Olivos 
y se le acercaron los discípulos en privado 
y le dijeron: 
¿Cuándo sucederán estas cosas 
y cuál será el signo de tu venida 
y del fin de los tiempos?"
(Mateo 24, 3)

Tras el capítulo 23 del evangelio de Mateo en el que Jesús se dirige por última vez a la muchedumbre en general, el capítulo 24 comienza con unos confundidos discípulos, que después de las duras palabras y los sentidos lamentos de Jesús por Jerusalén, le muestran la magnificencia de los atrios exteriores del templo. Sin embargo, Cristo les asegura que Jerusalén y el templo serán completamente destruidos (v.2), lo que provoca una mayúscula sorpresa y consternación en los discípulos.

Saliendo por la puerta principal del templo hacia el este, Jesús llega al monte de los Olivos, el mismo lugar donde el profeta Zacarías predijo que el Mesías pondría sus pies cuando viniera a establecer su reino (Zacarías 14,4). Se sienta y los discípulos, Pedro, Santiago, Juan y Andrés (cuyos nombres aparecen en Marcos 13,3-4), se le acercan en privado para que les explique aquella sentencia tan rotunda, y le formulan tres preguntas (v.3)¿Cuándo sucederán estas cosas? refiriéndose a la destrucción del templo y ¿cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos? refiriéndose a su muerte y resurrección, y creyendo que el fin de los tiempos ocurriría de forma inminente.

La respuesta de Jesús a la primera pregunta no aparece en este Evangelio de Mateo, sino en el de Lucas 21, 20-24: la destrucción de Jerusalén y de su templo por los romanos cuarenta años después (equivalente al tiempo de una generación). que fue mucho mayor que la provocada por Nabuconodosor seiscientos años antes. 

Según el historiador Josefo, el Lugar Santo ardió de tal forma que todo el oro se derritió y se incrustó en las piedras del suelo, que los soldados romanos levantaron una a una, dando cumplimiento literal a las palabras proféticas de Jesús: "No quedará piedra sobre piedra". Lo único que quedó en pie del templo fue una parte de los cimientos del muro exterior, lo que se conoce hoy como el “Muro de las Lamentaciones” y que da cumplimiento a las lamentaciones de Jesús del capítulo 23.
Las otras dos preguntas no son contestadas por Jesús con una respuesta concreta ni con una fecha exacta, sino con una exhortación a estar preparados. Para ello, el Señor describe los acontecimientos historicos que ocurrirán en el fin de los tiempos, tanto en el mundo como en la Iglesia: está mostrando el comienzo del Apocalipsis, que sucederá tras su Ascensión a los cielos.

Sus palabras proféticas tienen un doble sentido: 

-sucesos que ocurrirían en tiempos de los apóstoles. Destrucción del templo de Jerusalén y el comienzo de su reinado mediante la fundación de su Iglesia.

-acontecimientos que se desarrollarían en el futuro. La tribulación de su Iglesia y su prueba final: la apostasía que sacudirá la fe de muchos. 

Jesús advierte a sus discípulos (y a nosotros también) para que nadie nos engañe (v.4), porque aparecerán muchos falsos cristos (Mateo 24,5 y 23-26; 2 Pedro 2,1), para seguidamente, describir las señales que sucederán antes del fin, como el principio de los dolores, analogía del alumbramiento de Jesucristo (Apocalipsis 12,2) y tiempo de angustia en el parto (Jeremías 30,7; Isaías 66,7; Miqueas 5,2): 

- guerras, hambre, epidemias, terremotos (v.6-7)
persecuciones, martirios, odios y traiciones (v.8-10)
falsos profetas, mentira, maldad y enfriamiento del amor (v.11-12) 
- el anuncio del Evangelio a todas las naciones (v.14)

Estas señales guardan un exacto paralelismo con los jinetes de Apocalipsis 6. Pero, sobre todo, Cristo nos llama a perseverar hasta el fin y a resistir el mal (v.13). Exactamente lo mismo que Juan desarrolla en el libro del Apocalipsis.

Cristo nos previene de la llegada de la "abominación de la desolación" (v.15), es decir, de la apostasía. La misma que profetizó Daniel y tuvo su cumplimiento en 168 a.C. cuando Antíoco Epífanes sacrificó un cerdo a Zeus en el altar del templo santo (Daniel 9,27; 11,30-31). La misma que profetizó Jesús y tuvo su cumplimiento en el 70 d.C., cuando Tito colocó un ídolo en el lugar del templo incendiado después de destruir Jerusalén. La misma que se cumplirá al final de los tiempos, cuando el Anticristo levante una estatua de sí mismo y ordene que todos la adoren (2 Tesalonicenses 2,4; Apocalipsis 13,14-15).

Nos avisa de una gran tribulación (v.21) como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber.

Nos advierte de la mentira y el engaño, a no creer si alguien nos dice que el Mesías ya ha venido ni a buscarle fuera de su Iglesia (v.23-26), porque cuando Cristo venga, todos lo veremos (v.30), y enviará a sus ángeles al son de trompetas (Mateo 24,31; Apocalipsis 8-9).
Nos asegura que su regreso será indudable e incuestionable (Mateo 24,34-35; Marcos 13,26), aunque nadie sabe la hora de su venida, ni siquiera Jesús (v.36). Su venida será repentina y por sorpresa, "como un ladrón" (2 Pedro 3,10), como en los días de Noé, cuando menos se espere (v.37-39).

El propósito de las palabras de Jesús (como las de Juan en Apocalipsis) no es darnos pie a predicciones, conjeturas o cálculos acerca de la fecha de su venida, sino mientras esperamos su venida o parusía, invitarnos a vivir una vida en vela, en alerta constante y preparados (v.42), trabajando para su reino, cumpliendo la voluntad de Dios y siendo intachables e irreprochables (2 Pedro 3, 14) porque la elección que hayamos hecho, determinará nuestro destino eterno (Mateo 24,50-51; Apocalipsis 20,12).

¡Maranatha!
¡Ven, Señor Jesús!
(Apocalipsis 22,20)

martes, 20 de julio de 2021

TIEMPOS DE APOSTASÍA

"¡Atención, hermanos! 
Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, 
que lo lleve a desertar del Dios vivo" 
(Hebreos 3,12)

Dice un refrán popular que "No es oro todo lo que reluce", utilizando la imagen del oro como metáfora del bien para referirse a que no todo lo que parece bueno es bueno. Hoy, queremos reflexionar también sobre el oro como símbolo de la fe. Hoy, hablamos de apostasía.

Según el autor de la carta a los Hebreos, la apostasía es la "deserción del Dios vivo" y según el Catecismo de la Iglesia Católica es la negación, renuncia o abjuración total de la fe que, junto con la herejía (rechazo parcial de la fe o de una verdad de fe) y el cisma (rechazo al Papa y a la Iglesia), hieren la unidad de la Iglesia (CIC 817 y 2089). 

La apostasía es un acto voluntario y consciente, concretizado y manifestado formalmente que no surge de manera espontánea, sino que nace del agnosticismo o incredulidad. Comienza siempre con la duda ante ciertas verdades de fe, crece con el menosprecio o el rechazo de estos dogmas, se desarrolla con la herejía y concluye con el cisma.

Desde el inicio de la creación, ha habido apostasía. Primero, cayeron algunos ángeles y luego, algunos hombres. La duda nace en el corazón orgulloso, crece y se desarrolla en la mente egoísta y finalmente, se produce la caída.

No obstante, existe una importante diferencia entre la caída de los ángeles y la de los hombres. Mientras nosotros tenemos la posibilidad de arrepentirnos, los ángeles caídos o demonios, no. Su naturaleza angélica (más perfecta que la humana) permanece intacta, aunque deformada por el pecado del orgullo. Así, los ángeles no "malentienden" las cosas como los hombres, sino que comprenden todo con total claridad y eligen todo con plena libertad y total rotundidad.

Hoy, muchos son los que, dentro de la Iglesia, niegan verdades o dogmas de fe y apostatan de la Iglesia Católica. Algunos se alejan pidiendo que "les borren" de la Iglesia, que "les desbauticen". Otros se quedan, haciendo realidad la parábola del trigo y la cizaña. Pero tanto los unos como los otros, reniegan de la Verdad y se autoproclaman "reformadores", cuando en realidad, son apóstatas.

Sin embargo, la Iglesia no deja nunca a nadie excluido de ella, ni tampoco van al infierno por el hecho de apostatar (puesto que siempre tienen oportunidad de arrepentimiento), ni siquiera por estos actos graves de infidelidad. El vínculo sacramental de pertenencia a la Iglesia por el bautismo es una unión ontológica permanente y no se pierde con motivo de ningún acto o hecho de renuncia formal ​(CIC 535). Los apóstatas son (lo quieran o no) miembros de la Iglesia, aunque en rebeldía

¿Cómo identificar la apostasía?

Todos los libros sagrados del Nuevo Testamento (excepto Filemón) hablan de la apostasía. La Palabra de Dios la identifica con claridad y la sitúa dentro de la Iglesia, con el propósito de que reconozcamos el "cuándo", el "por qué" y el "cómo" de la apostasía:

-el cúando y el por qué

"El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia" (1 Timoteo 4, 1-2). 

San Pedro en su segunda carta nos advierte sobre los peligros de los falsos maestros, las corrientes gnósticas y los errores doctrinales de los "impíos farsantes" que se infiltran en las comunidades cristianas (2 Pedro 1-3).

-el cómo

"Con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, con todo tipo de maldad y poder seductor que incitará a creer en la mentira" (2 Tesalonicenses 2,3-12). 

"Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Corintios 11,13-14).

"Se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7,15-16). 
"Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros" (1 Juan 2,19).

El libro de Judas es todo un manual sobre la apostasía y mantiene una estrecha relación con la segunda carta de Pedro. Habla de los "impíos infiltrados": desde los ángeles rebeldes, el pueblo infiel de Israel, los habitantes de Sodoma y Gomorra, hasta la propia Iglesia de Cristo (Judas 1,4-7). 

Se lamenta por ellos y los identifica por su maldadmaterialismo e idolatría, porque se apacientan a sí mismos y viven en la oscuridad. Les llama murmuradores, querelladores, aduladores, burlones, egoístas y creadores de divisiones (Judas 1,11-16). 

Los compara con "Caín" (Génesis 4,12-16): asesinos e impíos; con "Balaán" (Números 31,16; Apocalipsis 2,14): codiciosos, balsfemos, seductores, idólatras y lujuriosos; y con "Coré" (Números 16,19-35): opositores y rebeldes a la Iglesia

¿Cómo luchar contra la apostasía?

Jesucristo nos llama a mantenernos firmes en la fe y en el amor de Dios Padre, a orar y a discernir guiados por el Espíritu Santo, a perseverar en la lucha constante en la que estamos inmersos para reconocer y prevenir la apostasía que existe en medio de nuestras comunidades.

El Señor nos exhorta a ser una Iglesia santa, aunque también a ser plenamente conscientes de que, en muchas ocasiones, a los cristianos nos resulta dificil distinguir quién es Caín y quién Abel, quién es trigo y quién cizaña, incluso aunque lleven sotana, "cleriman" o parezcan cristianos devotos. 
La apostasía es siempre, como su Instigador, sutil y encubierta, difícil de detectar y adornada de un falso "sentido común", propuesta como una gran seducción a modo de "idea" que se infiltra furtivamente en las mentes de los cristianos con el objetivo de corromperlas. Nunca (o casi nunca) niega abiertamente la verdad sino que la tergiversa y la pervierte.

En su carta a Tito, San Pablo nos exhorta a no fijarnos en las falsas apariciencias sino en las obras"Para los impuros y los incrédulos nada hay limpio, ya que su mente y su conciencia están manchadas. Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" (Tito 1,15-16).  

Con su comportamiento impío y su falsa enseñanza, los apóstatas muestran su verdadero yo rebelde y su verdadera naturaleza detestable, aunque esto no quiere decir que necesariamente se "salgan" físicamente de la Iglesia. Por eso, necesitamos "ver a los apóstatas con las gafas de la fe", es decir, a la luz de la Palabra y la doctrina del Magisterio de la Iglesia.

El mayor daño es el que se provoca "desde dentro" y eso lo sabe muy bien la Serpiente, quien ya en el principio de los tiempos, se infiltró en el Edén para confundir, dividir y llevar a nuestros primeros padres al pecado, y a nosotros, con ellos. Y hoy... continúa haciéndolo.

Los cristianos nos quedamos con la clave de unidad que nos da San Pablo: 

"Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar 
y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

sábado, 17 de julio de 2021

EL LIDERAZGO EN EL SERVICIO A DIOS

"Sabéis que los que son reconocidos 
como jefes de los pueblos los tiranizan, 
y que los grandes los oprimen. 
No será así entre vosotros: 
el que quiera ser grande entre vosotros, 
que sea vuestro servidor; 
y el que quiera ser primero, 
sea esclavo de todos" 
(Marcos 10,42-44)

Dice San Ignacio en su Principio y Fundamento que "el hombre existe para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto, salvar su ánima" (EE 23). 

Sin embargo, desde el principio, el hombre ha sucumbido a la seductora tentación de aquel que quiso sobresalir por encima de los demás y que proclamó: "Non serviam". Es el afán de protagonismo orgulloso que desvirtúa por completo el servicio a Dios porque anhela "ser como Dios", porque desea "divinizarse" a sí mismo y por sí mismo.

Dice El papa Francisco que ese afán egocéntrico y vanidoso en la Iglesia se traduce en clericalismo (eclesial), que pone a una casta de sacerdotes por encima del pueblo de Dios, mediante un autoritarismo dominante que les lleva a considerarse amos y no siervos. 

Sacerdotes tiranos y opresores que olvidan el mandato del Buen Pastor de apacentar sus ovejas; que olvidan que el primer grado del Orden Sacerdotal es el diaconado, esto es, el servicio a Dios y a su pueblo; que olvidan dedicar tiempo a la oración y pedir fe para discernir, obediencia para acatar y humildad para servir.
A los laicos nos ocurre algo parecido cuando nos asignan una responsabilidad pastoral o una misión concreta en la Iglesia: caemos en el clericalismo (seglar) por el que nos sentimos superiores a nuestros hermanos, adoptamos pensamientos y deseos vanidosos, y demostramos actitudes y talantes autoritarios. 

Laicos tiranos y opresores que olvidamos a quien servimos para fijarnos a quien mandamos; que olvidamos la enseñanza de Cristo de "darnos hasta el extremo"; que buscamos los primeros puestos y, "sirviéndonos de los demás, nos servirmos a nosotros".
 

Cristo nos llama a todos, sacerdotes y laicos, a ser una Iglesia misionera y diaconal que anuncia, sirve y ama con alegría sin esperar recompensa ni halagos. Porque el verdadero poder del Reino de Dios está en el servicio.

El liderazgo en el servicio no es mando, relevancia o supremacía sino una actitud humilde y generosadisponible y ejemplar, que escucha atentamente y que delega confiadamente.

Liderar el servicio es hacerse el primer servidor y siervo de todos, para darse completamente: entregando todo nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras energías y nuestros recursos para ponerlos a disposición de las necesidades de los demás. 

Jesucristo es el Primero en el servicio, el Primogénito en el amor, el servidor de todos y su reino de amor es un reino de servidores, donde amar es servir y servir es reinar

Y así se lo explicó con contundencia a sus apóstoles, a Santiago y Juan, que anhelaban un puesto de prestigio y reconocimiento en el cielo, al lado de Jesús: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos 9,35).
El amor de Dios, la verdadera caridad es el "agapé", un amor incondicional y generoso por el que, el amante tiene sólo en cuenta el bien del amado, y que Jesús les explicó a sus amigos discípulos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). 

Dice San Pedro, cabeza de la Iglesia designada por Cristo, que "si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (1 Pedro 4,11). Todo servicio a Dios viene de su Gracia y es para su Gloria.

Dice San Pablo, ejemplo de servicio, que "hay más dicha en dar que en recibir" (Hechos 20,35). Sólo sirviendo a los demás, sus palabras adquieren significado. El amor (el servicio) ni se exige ni se obliga. Sencillamente, se da
En su primera carta a Timoteo 3,2-5, San Pablo describe las características que debe tener un sacerdote u obispo: "conviene que sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿Cómo cuidará de la iglesia de Dios? Que no sea alguien recién convertido a la fe, por si se le sube a la cabeza y es condenado lo mismo que el diablo. Conviene además que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito ni en el lazo del diablo"

Y en los versículos 6-10, las cualidades de un diácono o servidor: "sea asimismo respetable, sin doble lenguaje, no aficionado al mucho vino ni dado a negocios sucios; que guarde el misterio de la fe con la conciencia pura. Tiene que ser probado primero y, cuando se vea que es intachable, que ejerza el ministerio" .

Servir es la materialización del amor. Quien ama, sirve y quien sirve, cumple la Ley
"Amarás a Dios con todo tu corazón, 
con toda tu alma, 
con toda tu mente, 
con todo tu ser... 
y a tu prójimo como a ti mismo" 
(Marcos 12,30)

miércoles, 14 de julio de 2021

EL HOMBRE (Y EL SACERDOTE CON ÉL), LLAMADO A LA CONVERSIÓN

"Se ha cumplido el tiempo 
y está cerca el reino de Dios. 
Convertíos 
y creed en el Evangelio"
 (Marcos 1,15)

Mientras se publica el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, "Al servicio de la verdad", seguimos leyendo y releyendo su anterior libro, "Se hace tarde y anochece", en el que afirma que la Iglesia corre serio peligro porque se ha desmoronado el significado del sacerdocio. Asegura que no es sólo por las abominaciones y abusos cometidos por algunos indignos sacerdotes, sino porque muchos de ellos han puesto su ministerio al servicio de un poder que no procede de Dios.

Aunque el purpurado africano se dirige habitualmente a sus hermanos de ministerio, no cabe duda que también se dirige a todos los bautizados, también consagrados sacerdotes. Sus palabras son duras porque son verdad, y con ellas nos exhorta a no caer en la cobardía y el miedo de san Pedro al renegar de Cristo, ni a sucumbir en la oscuridad de la traición de Judas

Nos invita a vivir una Cuaresma constante y a, mientras esperamos la venida del Señor, escuchar la voz del Espíritu Santo"Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio".

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de sentirse en peligro. El relativismo imperante en el mundo niega el pecado. Hoy no existe distinción entre bien y mal, entre virtud y pecado. El hombre no siente la necesidad de ser salvado y el sacerdote no siente la necesidad de ser instrumento de salvación. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha mundanizado y ha perdido el sentido de lo sagrado y la trascendencia de Dios. Nos hemos vuelto sordos y ciegos para las cosas de Dios. Hemos olvidado que existe el cielo y nos hemos dejado hechizar por lo palpable, por lo material. Hemos olvidado la oración y hemos dejado de buscar lo divino, en favor del activismo y del materialismo.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado atrapar y seducir por el mundo, a pesar de que, como dice San Ignacio, existe únicamente para Dios. Hemos dejado de pasear con Dios cada tarde y nuestra vida se ha paganizado. La luz del mundo se apaga porque Dios ha dejado de ser "lo primero" como consecuencia de que nuestra fe se ha aletargado y nuestra capacidad de reacción se ha anestesiado

El hombre (y el sacerdote con él) ha tratado de instrumentalizar a Dios, acudiendo a Él sólo para satisfacer sus demandas egoístas. Decimos ser cristianos pero vivimos como gentiles. Sólo "nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena". Sólo cuando necesitamos algo, acudimos a Dios. 

El hombre (y el sacerdote con él) ha convertido la oración en un mercadillo de oferta y demanda, en una oficina de reclamaciones. Como niños mimados, no sabemos alegrarnos cuando nuestro padre nos regala algo, sino que nos quejamos siempre porque nunca tenemos suficiente.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado llevar por el desaliento ante la dificultad del seguimiento a Cristo. Nos hemos dejado embargar por la sensación, aparentemente estéril, de la oración y hemos dejado de priorizar a Dios, dejando de estar en permanente contacto con Él. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido al espíritu del mundo, cediendo al conformismo ante el pensamiento dominante. "Hemos perdido el norte" y nos dejamos arrastrar por la corriente para ganarnos su aprobación. Nos sumergimos en el oscuro mar mundano y nos ahogamos en él.

El hombre (y el sacerdote con él) ha pretendido hacerse popular y visible en el mundo para buscar su aprobación, olvidando que Jesucristo fue "impopular", rechazado y crucificado. Al llenar nuestro corazón de deseos de reconocimiento, impedimos que Cristo pueda ocuparlo por completo. Hemos olvidado que lo importante es "lo invisible" y no "lo tangible".

El hombre (y el sacerdote con él) está desconcertado y confuso por causa del secularismo. Hemos perdido nuestra identidad y nuestro destino divino al desatender los sacramentos, anunciar la Buena Nueva y la comunión con el resto de nuestros hermanos, para dedicarnos a aspectos sociales, políticos, económicos o ecológicos.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un funcionario de la fe, aunque no conoce ni cree los fundamentos de la fe. Hemos dejado de ser guardianes y portavoces de la Palabra de Dios. Tenemos muchos papeles, muchas gestiones y muchas reuniones pastorales pero hemos dejado de conducir almas a Dios "yendo, haciendo discípulos y enseñándoles a guardar lo que Cristo nos ha enseñado" (Mateo 28,19-20).

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de "ser" para convertirse en "hacer". Somos "hacedores de cosas" en lugar de ser portadores de luz y de brillo de la Verdad por medio del testimonio personal. Nos hemos adecuado a la sabiduría del mundo y olvidado que los cristianos "no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído" (Hechos 4,20).

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "cristiano burgués" y cómodocomo dice Benedicto XVI, instalado en el confort y la seguridad de una fe a la medida que elige qué verdades del Credo creer. Hemos reducido la fe a una filosofía individual, íntima y personal, adaptada a nuestros criterios y que vivimos en silencio. Y cuando hablamos, lo hacemos para lograr aplausos o para que el mundo oiga lo que quiere oír.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "hámster" que corre en una rueda que gira y gira pero que no lleva a ningún lugar. Celebramos la liturgia como un evento profano y de "puertas adentro". "Vamos a misa pero no estamos en misa". Y cuando salimos, mostramos una dramática incoherencia entre la fe que profesamos (o que creemos cumplir) y la vida que vivimos.

El cardenal Sarah clama a toda la Iglesia por la urgente necesidad de conversión, para que cambiemos de dirección, rompamos con el pasado, vayamos contracorriente y volvamos al Camino que es Cristo, del que nunca deberíamos desviarnos. 

Implora la escucha de la Palabra de Dios, la voz que resuena en nuestros corazones, mostrando a Cristo que desea permanecer en nosotros, tendiéndonos la mano para iluminar nuestras vidas a lo largo del itinerario hacia nuestro destino final, la casa del Padre. 
Grita en el desierto del mundo para que nos mantengamos firmes, inquebrantables y perseverantes en el mensaje del Salvador, continuado por el invariable Magisterio de la Iglesia y guiado por el Espíritu Santo, a pesar de los criterios contrarios del mundo.

Suplica a todos los bautizados, sacerdotes y lacios, a cumplir con coraje y valentía nuestra misión evangélica de anunciar y testimoniar a Cristo resucitado, de anticipar el cielo en la tierra, apoyados y orientados por la gracia del Espíritu Santo, y confiados en la bondad y misericordia infinita del Padre.

El hombre (y el sacerdote con él) está llamado a "divinizarse", a volver a caminar escuchando al "Peregrino desconocido", que nos devuelve la esperanza e inflama nuestro corazón. A convertirnos en "héroes del cielo en tierra", resistiendo los criterios perversos del mundo y forcejeando con los propios y diciendo:

"Señor, quédate con nosotros porque se hace tarde y anochece"
JHR

lunes, 12 de julio de 2021

EVANGELIZAR NO ES HACER PROSÉLITOS

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, 
que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, 
y cuando lo conseguís, 
lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! 
(Mateo 23,15)

En el artículo anterior reflexionábamos y meditábamos sobre la misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos y que nos concierne a todos. Sin embargo, debemos tener especial cuidado para no confundir evangelizar con hacer proselitismo, ni celo apostólico por sectarismo.

Proselitismo, del griego ροσήλυτος/prosêlütos y del latín prosélytus, "nuevo venido", es el empeño o afán de una persona por convencerinducir o incluso forzar a otra a cambiar su parecer, sin tener en cuenta su libertad, su dignidad o su capacidad de elección voluntaria.

Hacer proselitismo no tiene nada que ver con evangelizar. El empeño exagerado e incluso impertinente por captar o atraer a la fe a otras personas a cualquier precio no es evangelizar, sino hacer "esclavos de la fe". Imponer la fe de un modo exigente, obligatorio y coactivo no procede de una pureza de intención cristiana. 

Hacer proselitismo es adoptar una actitud sectaria por la que alguien llega a considerarse un "fiscal de la fe", un "juez de la fe", un "hermano mayor", o incluso "espiritualmente superior", obligando y forzando a los demás a "acatar la verdad a la fuerza". 

Nosotros, los cristianos, no somos fiscales, ni abogados ni jurados ni jueces. Somos testigos que, llamados al estrado, damos testimonio de que Jesucristo ha resucitado y vive, pero no acusamos, ni defendemos, ni damos un veredicto, ni dictamos sentencia. Sólo el pecado acusa, sólo el Espíritu Santo defiende y sólo Dios juzga los corazones.

Hacer proselitismo es transformarse, sin saberlo, en traficantes de esclavos de la fe. Es ir a la selva, capturar violentamente a otros e introducirlos a la fuerza en un barco negrero que jamás puede llevar el nombre de "Iglesia de Cristo". Los cristianos no somos comerciantes ni nos dedicamos a la trata de hombres. Somos misioneros que damos gratis lo que hemos recibido gratis (Mateo 10,8).
Dios respeta por encima de todo la libertad y la dignidad del hombre, y nunca fuerza ni quebranta su voluntad. Si Jesús jamás hizo proselitismo durante su vida pública ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?

Este afán de "captar esclavos para la fe" parte de una idea errónea y tergiversada del concepto y del proceso de conversión. La conversión espiritual o "metanoia" es un acto libre e interior de la voluntad por el que el hombre "se vuelve" a Dios, no por un empeño forzado. 

La conversión es siempre un movimiento "interno" del alma y nunca se provoca desde afuera, es decir, nadie convierte a nadie. Es uno mismo quien decide cambiar su corazón y transforma su mente al confrontar su vida ante Dios Todopoderoso, no por la acción empecinada de otro.

Forzar, obligar o presionar a cualquier persona para abrazar la fe no es obra de un cristiano sino de un sectario. Un seguidor de Cristo jamás irrumpe, coacciona y violenta un corazón, sino que lo conquista y lo atrae con el amor, con el ejemplo y con el testimonio de Jesucristo.
Imponer la Verdad por la fuerza, asaltar a las personas por la calle, "condenar" a quien no conoce a Cristo no es obra de un cristiano sino de un tirano. Un cristiano tan sólo anuncia y testimonia a Jesucristo, para que Su justicia y misericordia penetren en el alma con suavidad y firmeza al mismo tiempo.

Un cristiano sabe que "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros" (Pablo VI) y que el fruto de la misión no le pertenece a él, sino que brota de la Gracia. Por ello, más que imponer lo absoluto y lo divino, lo ejemplariza y lo testimonia, mostrando el cielo en la tierra.

Cristo hace discípulos por atracción, no por imposición. El Señor hace amigos por fascinación, no "adeptos" por obligación. Jesús hace hombres libres, no esclavos. Por tanto, si somos discípulos de Cristo, ¿no deberíamos hacer lo mismo?