¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

jueves, 22 de febrero de 2024

SENTARSE DETRÁS EN MISA




Muchos católicos cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús en Mateo 20,16: "los últimos serán los primeros". En efecto, algunos llegan a misa los últimos y se van los primeros. Toda una declaración de intenciones...

Y me pregunto: ¿Soy de los que se sienta en los bancos del final en misa? 
Y si fuera un concierto o un partido de fútbol...¿También me pondría en las últimas filas? ¿Llegaría tarde y me iría en cuanto pudiera? ¿Participaría o me resultaría indiferente?

¿Soy consciente de lo que sucede en misa? ¿Voy a participar en ella o estoy de paso? ¿Me involucro en lo que allí ocurre o simplemente, "estoy" allí? 

¿Evito proclamar las lecturas con la excusa de que no tengo gafas? ¿Eludo pasar la colecta o cantar porque me avergüenza? ¿Doy la paz "a la japonesa"? ¿Soy un "católico dominguero"?

Si hubiera estado invitado a la Última Cena...¿me pondría cerca o lejos para escuchar a Jesús? ¿Y en la Cruz? ¿estaría al pie de ella o miraría desde una distancia prudencial?
La Eucaristía es el centro neurálgico de la vida cristiana y como tal, merece la pena esforzarse para participar mejor de este sacramento que la Iglesia recibió de Cristo como el don por excelencia, porque es Dios mismo que se ofrece a todos los hombres para nuestra salvación. Hacerlo desde una distancia prudencial no es propio ni de recibo.

Sí, en misa nos jugamos mucho. No es simplemente ir a un lugar por compromiso, costumbre o tradición, ni tampoco es una actividad dominical más. A misa no se va a ser un simple espectador sino a celebrar y ser partícipe de la obra salvífica de nuestro Señor.

Por eso, es importante preguntarme cómo puedo participar mejor de la Eucaristía. Tres simples sugerencias: preparación, disposición, compromiso.

Preparación
En primer lugar,  necesito una adecuada preparación. Y es que ocurre con frecuencia que acudo a la iglesia sin pensar mucho...o quizás pensando mucho (en el "después"), y sucede que la Eucaristía empieza y termina sin apenas darme cuenta porque "estoy a otra cosa". ¡Cuántas veces soy incapaz de recordar qué Evangelio se ha leído o qué ha dicho el sacerdote en la homilía! ¡Cuántas veces tengo la mente ocupada con otras cosas!

Prepararme es profundizar en mi comprensión sobre la Eucaristía. Si comprendo bien lo que allí ocurre, me dispondré de antemano. Y, viceversa, si me preparo bien, comprenderé mejor.

Y para ello, en primer lugar, lo más conveniente es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica, ese gran olvidado para muchos creyentes en edad adulta. En  los números 1322 a 1419 explica lo que significa este sacramento, su estructura, su celebración y la forma de actuar en cada parte de la Liturgia. Es importante conocer de antemano lo que luego voy a vivir.

En segundo lugar, tampoco está de más echar un vistazo a encíclicas sobre la Eucaristía como Sacramentum Caritatis (Sacramento de la Caridad), Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía) de Benedicto XVI o Dies Domini (El día del Señor), de Juan Pablo II. Meditar estos textos pontificios me prepararán para participar más y mejor en la Eucaristía.

En tercer lugar, algo más sencillo: meditar, reflexionar y rezar de antemano las lecturas que la Iglesia me propone para cada día en la Liturgia de la Palabra. Si lo hago, estaré más atento a las lecturas y sacaré más fruto al escuchar de nuevo la Palabra de Dios.

Disposición
La misa es una cita con Dios. Voy "de boda". Voy de celebración. No puedo acudir de cualquier forma. Entro en "suelo sagrado". Es importante que me descalze de mis prejuicios y disponga mi corazón para ponerme en presencia de Dios con una actitud dócil y humilde.

Y nadie va a una boda sucio o sin vestirse adecuadamente para la ocasión. Hablando de vestirse, el mejor "hábito" es llegar con un corazón reconciliado con el Señor mediante una buena confesión.

Tampoco se llega tarde a una celebración. Llegar con el tiempo justo (o empezada la misa) no es la mejor manera de prepararme o de disponerme. Es necesario llegar con tiempo, sosegado y tranquilo, sin prisas, sin aceleramientos, sin ruidos. Si entro con "la lengua fuera" y trayendo conmigo mucho "ruido", no seré capaz de "estar" atento ni de "comportarme" correctamente. 

Una vez en la iglesia, es necesario tener una actitud de respeto, de reverencia, de recogimiento, de silencio interior. Estoy delante del Señor aunque mis ojos no puedan verle..¡Cuántas veces olvido Quién está presente!

Quizás haya algunos hábitos que con el tiempo he adquirido y que es bueno revisar. Para empezar, no es lo mejor llegar apurado a la celebración, distraído y con muchas cosas en la cabeza. Procurar llegar a tiempo, tener un ánimo sosegado y tranquilo, apagar el teléfono móvil, me predispone para adoptar una actitud de escucha y acogida del misterio del cual voy a participar. 

Desde otra perspectiva, es también importante la atención al modo como me visto. No se trata de buscar aparentar, pero sí recordar la solemnidad del momento y que mi exterior acompañe a mi interior. Nadie va a una boda en pantalón corto o con camiseta.

Compromiso 
La idea es que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, es decir, todo mi ser, esté en la “frecuencia” correcta para lograr esa sintonía. Todo mi ser acompaña, se compromete y vive la celebración eucarística: mis gestos, mis palabras, la entonación de mi voz, mi postura corporal, mis sentimientos, mis pensamientos, en fin, todo mi "yo" debe estar dispuesto para el encuentro con el Señor que está vivo en la Eucaristía, hablándome desde el ambón y haciéndose presente como ofrenda al Padre en el altar para mi salvación y reconciliación.

Además de todo lo dicho, no debo pasar por alto que la Eucaristía es acción de gracias a Dios. La palabra Eucaristía significa precisamente eso: Acción de gracias. 

No olvido, por tanto, darle gracias a mi Padre por tantos dones: por darme a su propio Hijo, por darme al Espíritu Santo, por dejarme a María como Madre y modelo de vida cristiana, por la Iglesia, por mi familia, por mis amigos, por los dones personales que he recibido...en fin, por tantas cosas buenas. 

Como recuerda el apóstol Santiago: "Todo bien y todo don perfecto viene de arriba, del Padre del Cielo" (Stg 1,17).

Si me siento detrás...me pierdo mucho...

lunes, 22 de enero de 2024

CINCO PIEDRAS Y UNA HONDA

"Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. 
En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, 
Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. 
El Señor te va a entregar hoy en mis manos, 
te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver 
y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. 
Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. 
Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, 
porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos"
(1 Sam 17, 45-46)

Todos conocemos la historia de David, el pastor de ovejas, y Goliat, el gigante filisteo que nos relata el capítulo 17 de la primera carta de Samuel y cuyo mensaje principal es aprender a combatir con problemas "gigantes", a ser conscientes de la necesidad de ser humildes para vencer a los poderosos y arrogantes "Goliats" de nuestra vida. Y, sobre todo, saber que la victoria sólo es posible, no por nuestras propias fuerzas o méritos, sino por nuestra fe en Dios.

Pero vayamos un poco más atrás en la historia bíblica para poder centrar las reflexiones que hoy queremos compartir y saber quiénes son nuestros enemigos. 

Nuestros Enemigos
Génesis 10,1-32 enumera una lista de 70 nombres, llamada "las Generaciones de Noé" o "Tabla de Naciones" (recogida también en el apócrifo Libro de los Jubileos, 8-9) que representa la expansión de la humanidad después del diluvio y donde dice que los filisteos son descendientes de Misráin (que significa Egipto), hijo de Cam (segundo hijo de Noé) y del que proceden también los pueblos hostiles que Israel encuentra en la Tierra Prometida (cusitas, cananeos, jebuseos, etc.). 
La Biblia se refiere en varias ocasiones a Egipto como "la tierra de Cam" (Sal 78,51;105,23-27;106,22;1 Cro 4,40) y muestra la enemistad entre camitas y semitas, entre egipcios y judíos, y que alude tanto al éxodo “He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a ... una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17) como al protoevangelio: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15).

La descendencia de Cam, es decir, los filisteos, eran adoradores de Baal, el dios fenicio de la lluvia, la virilidad y el poder, asociado al Diablo o Belcebú (Baal-zebub o "Señor de las moscas" o "Príncipe de la Tierra"). Representado por un toro simboliza a todos los dioses falsos del mundo. Aparece mencionado en casi cien ocasiones en el Antiguo Testamento y está relacionado con los pecados de adulterio e idolatría (1 Re, 18, 20-39; Os 2, 1-25).

También adoraban a Astarté (Ishtar o Astoret), diosa mesopotámica que representa a la madre naturaleza, los placeres sexuales y también la guerra. A ésta se la nombra como esposa de Baal y como prostituta (Jue 2,13; 10,6; 1 S 7,3-4; 12,10). También conocida con el nombre de Asera o Ashêrâh (Jue 6,25; 1 R 18,19).
 
Por tanto, Goliat de Gat, el guerrero gigante de tres metros de altura, representa el poder violento e idolátrico del mundo pagano, al que tiene que enfrentarse David, joven pastor de ovejas, que representa a Cristo y, por prolongación, al cristiano

Nuestros Combates
Cuando Goliat ve a David, se siente ofendido en su orgullo: "¿Me has tomado por un perro?" Aquí, el término griego utilizado para "perro" es kaleb, el mismo utilizado en Dt 23,18 para referirse a "prostitutos masculinos". Goliat, lleno de ira, desprecia y amenaza  a David con todo su poder y violencia, y le desafía a entablar batalla.

David acepta el violento desafío del gigante. Inicia el combate dialéctico: alaba y glorifica a Dios y no se adjudica el triunfo para sí, sino que se lo atribuye a Dios: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel".

Goliat, lleno de ira y orgullo por su derrota dialéctica, inicia el combate físico: despreciando a David e insultando a su Dios, arremete con velocidad y violencia contra él. Pero David, lejos de sentir temor y con tranquilidad, coge una piedra de su zurrón y la coloca en su honda. Mientras todos están convencidos de que “Goliat es tan grande, que no puede derrotarlo”, David piensa: “Goliat es tan grande, que no puedo fallar”. 

Y lanzando la piedra con su honda, le da de lleno en la frente a Goliat y cae de bruces a tierra. David corre hacia él, desenvaina la espada del gigante y le corta la cabeza. David sabía que la batalla estaba ganada de antemano. Y lo sabía porque su mejor arma era su fe en el poder de Dios.
El pasaje de David y Goliat simboliza el combate espiritual entre el bien y el mal, la lucha entre el cristiano y el mundo pagano, idólatra y dominado por las bajas pasiones, la pelea con nuestras dificultades, problemas y batallas personales.

El "David de hoy" es  también insultado y despreciado, amenazado y acosado por el "Goliat de siempre" que trata de infundir temor para desmoralizarnos y para que nos rindamos. Un gigante que nos impone el culto idolátrico a sus falsos dioses, a sus ideologías y, convencido de su fácil victoria, nos desafía a entrar en combate.

Entonces ¿qué debemos hacer?

Nuestras Armas
El relato nos dice que "Saúl ordena armar a David con su propia armadura:yelmo, coraza y espada" (v. 38) pero David la rechaza porque "no está acostumbrado a caminar así" (v. 39) y prefiere ir a la batalla con "su bastón, cinco piedras lisas del torrente, su zurrón de pastor y su morral (v. 40). 

En la lucha espiritual, no podemos utilizar cualquier "armadura humana". Debe ser una armadura espiritual: "Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef 6,10-12). 
El pasaje habla de que David cogió su bastón, del griego ballein, que significa "lanzar, arrojar" y que ha sido traducido al latín como fustíbalo u honda de fuste. El fustíbalo era una honda más grande que la ordinaria, unida a un palo de madera de 1,5 m y que permitía arrojar piedras de mayor peso y con mayor velocidad. Ambos términos, bastón y honda, simbolizan el apoyo del cristiano en la fe y el alcance de la Palabra de Dios.

Las cinco piedras, probablemente, se refieren a virtudes (fortaleza, prudencia, justicia, templanza y humildad) que debemos recoger del "lecho del río de agua viva", que es Cristo eucaristía (Jn 7,37), y el zurrón es nuestro corazón, donde colocamos aquellas y también, donde guardamos nuestro alimento, la Palabra de Dios.

Enfrentándonos a nuestros Goliats
Todos los cristianos nos enfrentarnos a nuestros propios “Goliats”, todos tenemos que afrontar pruebas, desafíos y tentaciones. Y lo debemos hacer siguiendo el ejemplo de David, en la confianza plena en Quien todo lo puede.

Nuestro combate pasa por tener muy presente que tenemos que proveernos y guardar en nuestro zurrón todas las "piedras" necesarias para superar los desafíos, así como la "honda" para utilizarlas, y que encontramos estando muy cerca del Señor, en la oración, en los sacramentos...
Y sobre todo, "¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros" (Rm 8,31).  Sabemos que el mal está derrotado de antemano porque Cristo ha vencido ya, porque vive y porque "sabemos que está con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20). 

Esta es nuestra fe. El arma más poderosa para afrontar nuestros miedos, nuestros problemas y nuestras dificultades, incluso cuando todo parece en contra o cuando parece imposible salir victorioso, porque sabemos que "para Dios nada hay imposible" (Lc 1,37).

Sólo con una fe firme podremos, al final, repetir las palabras de san Pablo: "He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe" (Rm 4,7). 


JHR

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿CÓMO Y PARA QUÉ PERSEVERAR EN LA FE?


“ La autenticidad de vuestra fe produce paciencia”
(Stg 1,3)

Recuerdo una historia que escuché contar a Monseñor Munilla en la que hablaba de la perseverancia: la caza del zorro, muy propia de la cultura británica.

Cuando se suelta al zorro, la jauría de perros sabuesos sale rápidamente en su persecución. Al principio todos corren, saltan y ladran al unísono. Hacen mucho ruido. Pero a medida que pasa el tiempo, el cansancio hace mella y los perros se van descolgando. Unos se despistan con cualquier cosa del camino. Otros se paran a olisquear. Otros se tumban en el suelo. Otros se cuestionan el por qué de correr y se dan la vuelta. Y sólo unos pocos consiguen alcanzar la presa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso los que alcanzan la presa son más fuertes, más jóvenes, más capaces o están mejor entrenados?

La respuesta es que aquellos perros habían visto al zorro al comienzo de la cacería. Sabían lo que perseguían.

Vivimos en un mundo "a la carrera" donde todo es "urgente" e "inmediato". Todo es para el "aquí y ahora". Todo lo queremos para "ya". Nos domina la impaciencia. Y cuando somos impacientes, nos paralizamos y comenzamos a pensar que, lo que deseábamos tan sólo hace un momento, quizás ya no merece la pena, nos desmotivamos y abandonamos.

En la vida del cristiano pasa lo mismo que con los sabuesos ingleses: sólo quien ha visto a Cristo es capaz de aguantar la dureza de la carrera, los inconvenientes del camino y las dificultades del terreno. Sólo quién es consciente de por qué corre, es capaz de alcanzar la meta.
No vale cumplir. No vale seguir a otros. No vale "creer de oídas". Lo que vale es saber el "por qué" de la perseverancia, saber el "qué" de su atractivo. Perseverar no es sino demostrar que somos lo que decimos ser. 

Muchas veces nos pasa lo que a los perros de caza: corremos pero no sabemos para qué ni hacía dónde. Corremos porque vemos correr a otros y nos encontramos inmersos en un activismo que nos convierte en "sabuesos descontrolados", en "pollos descabezados", en "cabras locas".

Sin objetivo en mente, la perseverancia es imposible. Sin visualizar la meta, la carrera no tiene sentido. Sin ver al "zorro", ¿para qué ladrar? ¿para qué correr?

Sólo se puede ser cristiano si has puesto los ojos fijos en Cristo. No se puede ser fiel por el hecho de ver a otros serlo. No se puede ser perseverante por hacer lo que vemos a otros hacer. No se puede ser auténtico por el hecho de "cumplir" como los demás.
La perseverancia es la fe puesta en acción... hasta el final. No se trata de empezar la carrera con mucho ánimo y muchas ganas, para abandonar en los primeros kilómetros. 

La fe no es una carrera de cien metros lisos sino, más bien, una carrera de obstáculos, o mejor aún, un maratón. No se trata de correr, se trata de acabar, de cruzar la meta, de vencer... 

Porque al vencedor, Cristo le promete "siete" cosas (Ap 2 y 3),: 
  1. comer del árbol de la vida
  2. darle la corona de la vida
  3. darle el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella, un nombre nuevo
  4. no sufrir la muerte segunda
  5. tener autoridad sobre las naciones
  6. confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus ángeles
  7. hacerle columna en el templo de su Dios y sentarse con Él en su trono. 

JHR

miércoles, 15 de noviembre de 2023

¿QUÉ ES REALMENTE EMAÚS?

“Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 
'Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'...
 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. 
No hay mandamiento mayor que estos" 
(Mc 12,29-31)

Muchos ya han vivido y conocido lo que es un retiro de Emaús. Sin embargo, lejos de romper la confidencialidad al explicar o decir lo que allí ocurre, hoy quiero reflexionar sobre lo que es realmente Emaús.

En estos años de tantos retiros y reuniones, he sido testigo de muchos milagros: he visto corazones endurecidos "abrirse" al amor de Cristo y volverse incandescentes, he visto vidas destrozadas "resucitar" al sentirse sanadas y perdonadas, he visto personas adormecidas "despertar" a la llamada del Señor y ponerse en marcha, he visto almas cambiar de rumbo y caminar junto a Dios...entre ellas, la mía.
He visto tantas cosas y tantas buenas...que no puedo más que dar gracias a Dios por permitirme ser testigo privilegiado de su gracia y de su amor. Y he visto tantas cosas, no porque yo sea clarividente ni más listo que nadie, sino porque he aprendido lo que es realmente Emaús: he aprendido a escuchar primero, para después, aprender de lo que escucho.  De eso "va" Emaús: de escuchar. Emaús es escuchar a nuestro prójimo y a Dios. 

Estoy convencido de que escuchar es la primera manera de amar: al interesarnos por el otro, al querer saber más del otro, comenzamos a amarlo de manera efectiva e intencionada. Porque como dice san Agustín "nadie puede amar lo que no conoce". Y eso es lo que nos pasa en nuestras propias vidas con nuestras mujeres, con nuestros amigos, con nuestros hermanos y con nuestro Dios. Escuchamos y conocemos...y  al hacerlo, amamos.

Jesús, ese viajero misterioso que se acerca a los dos de Emaús (y a cada uno de nosotros), no se aparece de sopetón para darles un sermón durante "sesenta estadios" (alrededor de diez/once kilómetros). Imaginemos cuál sería nuestra reacción y actitud si un ferviente sacerdote nos "deleitara" con una homilía de casi dos horas...seguro que a los diez minutos habríamos desconectado (aunque, por otra parte, es lo que, por desgracia, muchas veces nos ocurre, incluso antes...).

La pedagogía divina es mucho más elevada y su amor, también. Y lo son porque son eso: "divinas". Una pedagogía (y un amor) que no ha dejado de mostrarse, de donarse y de entregarse durante siglos a todos los hombres, recibiendo más excusas que éxitos, más "peros" que "síes". 

Desde el principio, Dios ha dicho: "Shema Israel" (Dt 6,4; Mc 12,29), "Escúchame pueblo mío, Escúchame hijo mío". Pero el hombre no escucha...
Es la forma de actuar del amor, es la manera de ser de Dios...el Señor, nos aconseja qué hacer para vivir una vida plena y dichosa, dando ejemplo: primero escucha y después, habla. Y lo hace por pura misericordia porque Él lo sabe todo y no necesita escuchar nada de nuestra boca que no sepa. Pero, quiere hacerlo, porque nos ama. Igual que un padre escucha a su hijo sabiendo de antemano lo que quiere y necesita.

El Resucitado inicia su pedagogía preguntando a los discípulos: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Tras la respuesta, un tanto sarcástica, de los éstos, vuelve a preguntarles: "¿Qué?".

El sabe todo lo que ha ocurrido en Jerusalén esos días...¿cómo no lo va a saber si le ha pasado a Él?, pero quiere que se lo digan los discípulos, quiere escuchar lo que agobia y preocupa sus corazones. De la misma forma que quiere que nosotros le contemos que nos preocupa y nos agobia...¿para qué? para que vayamos a Él, y Él nos aliviará (Mt 11,28).

Esta es la gran lección de Emaús y también de nuestra fe en Dios. Hay muchas otras, pero la primera es "escuchar". No se puede creer sin escuchar, de la misma forma que no se puede amar sin conocer, no se puede servir sin dar la vida. 

Escuchar es iniciar un acercamiento de amor para entrar en comunión. Es la pedagogía de Dios: escuchar para amar y servir, para "darse" y entregar la vida. 

Sin embargo, el mundo y Satanás, con su falsa pedagogía, nos instan a no escuchar ni a Dios ni al prójimo. Nos anima a hacer prevalecer nuestro discurso sobre el de los demás, a imponer nuestras ideas sobre las de los demás, a establecer división y rencor, sospecha y duda. 

En definitiva, a odiar a los demás, a servirse de los demás, a "negarse" a los demás, a quitar la vida.
Jesús nos muestra Emaús como una gran eucaristía en la que lamentamos nuestra pérdidas, escuchamos su palabra, le invitamos a nuestra vida, le reconocemos al partir el pan y salimos a proclamar que ha resucitado. 

Pero además, Emaús es una gran oración: escuchamos cuánto nos ama, cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros y qué nos pide. Lo mismo que hacía Cristo cada vez que se enfrentaba a una misión encomendada por su Padre: escucharlo en oración.

El dilema está ante nosotros, hoy como en el principio, en el árbol del paraíso o en el árbol del calvario: debemos tomar partido, elegir una opción: escuchar a Dios o seguir a nuestra concupiscencia. 

Pero sólo escuchando a Dios y a nuestro prójimo seremos capaces de pasar del odio al amor, del rencor a la gratitud, del pecado a la santidad. Eso es Emaús...


"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias"
(Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22)



JHR

jueves, 12 de octubre de 2023

¿CIUDADANOS DEL CIELO O DEL MUNDO?

"Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? 
Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, 
se constituye en enemigo de Dios" 
(Sant 4,4)

Dios creó al hombre para el cielo, aunque lo hizo en la tierra. Creó también todas las cosas buenas, no para satisfacerlo plenamente, sino para que lo impulsaran hacia Él.

Todos los dones y todas las criaturas creadas debieran estimularnos a amar más a Dios y anhelar el regreso a la casa del Padre para estar en comunión con Él, pero no es así. Como hijos pródigos, los hombres preferimos la seducción de lo creado al amor donado, pedimos nuestra herencia para irnos a "un país lejano". 

Toda la creación nos señala lo bueno y lo mejor para nosotros pero tenemos la libertad de optar de otro modo. Tendemos a desarrollar deseos desordenados por las cosas o por las criaturas, que nos hacen desearlas más de lo que realmente las necesitamos y nos convertimos en adictos de las cosas terrenales olvidándonos de las celestiales.

Elegimos mal: deseamos los medios y obviamos el fin; preferimos lo fugaz y rechazamos lo eterno; ponemos "lo creado" en el lugar del Creador y lo convertimos en idolatría... preferimos el don al donante, la criatura al creador, lo perecedero a lo imperecedero...

Nos conformamos con deseos efímeros y olvidamos nuestro destino eterno. Buscamos placeres pasajeros y perdemos de vista el gozo auténtico de la casa eterna. Pero, igual que en la parábola lucana, nuestra correspondencia al amor generoso e infinito de nuestro padre bueno debe ser una elección propia, no puede ser exigida.

Esto fue lo que les ocurrió a nuestros primeros padres, a los primeros "hijos pródigos": se separaron del Creador y se volvieron hacia "lo creado". Se apropiaron de su herencia y "mataron" al Padre, alejándose de Él. Y nosotros heredamos su pecado...convirtiéndonos en exiliados en un país extranjero; un país "bueno" pero que no es el nuestro.

El hombre, por el mal uso de su libertad, se ha convertido en un peregrino, en un exiliado. Siempre en camino...hacia Dios o a la deriva, con paso seguro o deambulante, mirando al cielo o al suelo, como los dos de Emaús...el hombre siempre está en tránsito, el hombre siempre está en potencia que no en acto.

El pueblo de Dios está siempre en un continuo peregrinar y en un incesante éxodoAdán fue "expulsado" del paraíso (Gn 3,23-24); Caín tuvo que abandonar la casa paterna como un fugitivo (Gn 4,12-14); Noé tuvo que dejar "tierra" para embarcarse en un arca (Gn 9); los habitantes de Babel "fueron dispersados por la faz de la tierra" (Gn11,8); Abrahán abandonó su próspera Ur para emprender un viaje a una tierra lejana (Gn 12,1).

1º Exilio: Egipto

La esclavitud del pueblo israelita en Egipto a lo largo de 430 años (Ex 12,40) es símbolo de la humanidad oprimida por el pecado original. Los judíos no sólo no podían liberarse por sí mismos de aquel yugo sino que además, adoptaron hábitos y prácticas del "mundo" egipcio. Igual que nos pasa a nosotros.

El Creador, para liberarlos (en realidad, para salvarlos) tuvo que intervenir prodigiosamente con la mediación de Moisés (tipo de Cristo) y llevarlos a través del Mar Rojo, símbolo el bautismo (1 Cor 10,1-4). 

Pero Dios sabía que tantos siglos desarrollando costumbres y supersticiones paganas serían difíciles de erradicar. Por ello, les impondría una Ley exigente con nuevas costumbres referidas al culto (sacrificios de los animales sagrados en Egipto), la alimentación (abstinencias), la higiene y el sexo (purificaciones). Igual que hace hoy con nosotros...

A pesar de habernos librado del pecado original por el bautismo, seguimos sufriendo sus efectos y cayendo en nuestros hábitos pecaminosos por nuestra persistente concupiscencia. Por ello, Dios sigue ofreciéndonos medios para nuestra salvación: los sacramentos y, especialmente, el de la confesión.

1º Éxodo: hacia la tierra prometida

Sin embargo, el pueblo elegido de Dios, nada más iniciar su éxodo por el desierto, comienza a añorar sus hábitos paganos y a sentir nostalgia de su vida de esclavitud en Egipto, se rebelan contra Moisés y protestan contra Dios (Num 11,18-20). El Señor, con infinita paciencia, siguió concediéndoles todo aquello que necesitaban, a pesar de sus infidelidades. Igual que con nosotros hoy...

El pueblo judío "de dura cerviz" (Ex 32,9) se fabricó un becerro de oro, imagen de Apis, el dios egipcio de la fertilidad y montó una orgía en pleno desierto (Ex 32,1-6), símbolo de todas nuestras idolatrías, tentaciones e infidelidades. Igual que hoy en día nos fabricamos nuestros propios ídolos particulares. Moisés (tipo de Cristo) intercede ante Dios en defensa del pueblo.

Además, para conquistar la tierra prometida, tuvieron que luchar contra "siete" naciones que simbolizan los siete pecados capitales: soberbia, ira, gula, lujuria, pereza, avaricia y envidia. Lo mismo que nos ocurre hoy a nosotros...

2º Exilio: Babilonia

Tras varios siglos de constantes infidelidades y traiciones a Dios, el pueblo judío será invadido consecutivamente por cinco imperios. En el s. VI a.C., el rey babilonio Nabucodonosor asola Jerusalén y destruye el templo provocando el segundo gran destierro, esta vez hacia el este aunque menos prolongado que el anterior (50 años). El pueblo judío lo ha perdido todo: tierra, templo, identidad, idioma...y sobre todo, ha perdido el favor de Dios, alejándose de Él.

Pero a pesar de que un "pequeño resto" toma conciencia del desastre, llorando y lamentándose en los "ríos de Babilonia" (Sal 137), otros muchos deciden "quedarse" en el mundo pagano, se mezclan con mujeres babilonias, adoptan sus cultos paganos y  sus costumbres idolátricas, su lengua y el próspero "Babylonian way of life". Lo mismo que ocurre hoy.

Este segundo exilio es símbolo de nuestro pecado personal. Esta es la gran diferencia teológica: mientras que la "cautividad egipcia" es heredada como consecuencia del pecado original, la "cautividad babilónica" es consecuencia de nuestra elección, de nuestro propio pecado.

De la misma manera que en el anterior, Dios intervendrá en favor de su pueblo a través de un hombre, el rey persa Ciro (tipo de Cristo), quien decretará un edicto de liberación para el pueblo judío, permitiéndole regresar a su tierra.

Lo mismo nos ocurre a nosotros hoy día: mientras vivimos con nuestras "necesidades" satisfechas (prosperidad, seguridad, placer y confort) en la cautividad del mundo, no vemos la necesidad de regresar a la "Jerusalén paterna"; preferimos ser "amigos del mundo", adquirimos la "ciudadanía del mundo", viviendo como esclavos en la comodidad del pecado, mientras imaginamos que somos libres, que somos dignos y que somos herederos. Pero no es así...

2º Éxodo: hacia el cielo prometido

Al alejarnos de Dios, nos enemistamos con Él y olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos. Por eso, Dios mismo interviene de forma definitiva: Cristo encarnado nos muestra con hechos y palabras la necesidad del ayuno y la penitencia, de la "negación de uno mismo" y del abandono a la misericordia del Padre. 

Nuestro nuevo éxodo es un camino de purificación y sacrificio en el que debemos vivir las bienaventuranzas que simbolizan un "cambio de normas", un cambio de "mentalidad", una "metanoia". Cristo hace todo nuevo: lo que para nosotros es una maldición, el Señor lo transforma en bendición. La de llevarnos de vuelta a la casa del Padre.

En un mundo que evita a toda costa el sufrimiento y que proclama el bienestar material y el hedonismo, el cristiano sabe que el sacrificio nos libera de los bienes de este mundo (que son buenos y creados por Dios) y nos une a los del cielo (que son mejores y prometidos por Dios). Todo lo que Dios ha creado es bueno... pero muchos bienes terrenales están más cerca de nuestra perdición que de nuestra salvación.

Por eso, la pregunta del millón es ¿soy ciudadano del cielo o del mundo?

martes, 29 de agosto de 2023

ESTAMOS EN PLENA PANDEMIA IDEOLÓGICA

"¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, 
que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, 
que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!"
(Is 5,20)

Aunque lo sospechaba con antelación, me entristece ver como la consecución del título de campeón del mundo obtenido por nuestra selección femenina de fútbol se ha visto empañada y eclipsada por culpa del trasfondo ideológico imperante hoy en nuestra sociedad.

No voy a entrar en las justificaciones ni en las consecuencias de los hechos execrables del presidente de la Federación Española de Fútbol sino que me gustaría plantear las causas que han motivado llegar a esto, es decir, cómo hemos llegado a obviar una gesta deportiva de tal magnitud (y otras de mayor importancia) para dejar que personas ajenas al mundo del balompié se hayan "colado" en nuestras ilusiones y hayan aprovechado la ocasión para desplegar todo su perverso arsenal ideológico y doctrinal. 

Lo que surgió en las universidades norteamericanas y que fue asumido por su comunidad negra como movimiento "woke" ("despiertos"), un pensamiento sociopolítico convencido de poseer el monopolio de la verdad, la justicia y el bien ("iluminados") ha traspasado sus fronteras, ha mutado y se ha transformado en una pandemia ideológica, en una guerra global contra la civilización occidental, que también ha llegado a nuestro país.
Lo que entonces era un ideario contra la discriminación racial, ahora es Ley universal en todos los ámbitos. Sus conceptos se han normalizado en el vocabulario mediático, en el discurso político y empresarial, en el ámbito deportivo y social, y mucho me temo que también en el eclesial. Su utilización ha colonizado el imaginario colectivo, imponiéndonos sus expresiones "autorizadas", sus ideas "políticamente correctas", su pensamiento "único" y su doctrina "infalible". 

Los que antes eran sus militantes a pie de calle, ahora se han ido infiltrando en todas las esferas de nuestra civilización occidental: en los partidos políticos y los gobiernos nacionales, que han claudicado a sus pretensiones; en el mundo empresarial y educativo, que han multiplicado sus concesiones y aprobaciones; en la sociedad y la cultura, que han prescrito lo que es correcto a través de supuestos influencers; en el management, la publicidad y los medios de comunicación, que se han convertido en sus cómplices y promotores.

Su alta capacidad de polarización se sustenta en la absoluta manipulación del lenguaje, que se apropia de términos objeto de reprobación universal (en mayor o menor medida) y les asigna una definición nueva, legitimada por activistas y partidarios disfrazados de comités de "científicos" y "expertos".

Su gran poder de propagación se realiza virulenta y exponencialmente a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Basta con repetir incansablemente esos nuevos conceptos y opiniones sobre odio, discriminación, intolerancia (racismo, machismo, xenofobia, homofobia)...para que gente de buena fe (incluso cristianos) se dejen engañar y las asuman como ideas y opiniones propias.

Esta pandemia ideológica ha cambiando el mundo: los que estaban "dormidos" ahora están "despiertos" y lo que estaban "espabilados" ahora están "anestesiados y amodorrados". Parece que nadie hace absolutamente nada, paralizados ante una inevitable manipulación que nos aboca hacia una realidad radicalizada, deshumanizada y, sobre todo, tiránica (por ejemplo, la agenda 20/30) que nos afecta a todos, que invierte el significado de las cosas que reivindica, y que nos obliga a todos a cambiar de dirección y a caminar en sentido contrario.

Este virus inoculado por el totalitarismo “fluido” es como una "fina lluvia" que parece no tener importancia pero que va calando poco a poco y que termina por "empaparnos". Un "chirimiri" en forma de doctrina lingüística "inclusiva", cuya único fin es reeducarnos, desnaturalizando y despojando de significado las palabras y las verdades inmutables para transformarlas por otras, adaptables y maleables a los tiempos y a los intereses del pensamiento único. 

Este patógeno ha sido inyectado y transmitido por todo el mundo mediante expresiones como:
  • "agresión sexual" para unificar legislativamente cualquier abuso o relación no consentida, ya sea de dicho o de hecho.
  • "ayuda médica para una muerte digna” para evitar denominar un cruel asesinato como la eutanasia.
  • interrupción voluntaria del embarazo” o "derecho reproductivopara disfrazar un acto homicida como el aborto.
  • "gestación subrogada" para evitar referirse a un "vientre de alquiler", objeto de transacción económica.
  • todas, todos, todes”; “niños, niñas, niñes”; "ellos, ellas, elles"...para eliminar los sexos (inmutables y definidos por la biología y la genética) y sustituirlos por géneros fluidos tan numerosos y dispares como cada uno desee.
  • "pareja" para eliminar "matrimonio"; "progenitores" para suprimir "padres"; “interés general” para evitar "bien común" o "embrión", "feto" para evitar llamarlo "bebé "y así deshumanizar a la víctimas.
  • "discapacitado" para no utilizar el término ¿despectivo? "subnormal" que no significa otra cosa que "por debajo de lo normal".
  • "educación segregada” para tratar de acabar con la "diferenciada" y evitar reconocer las diferencias de características naturales, ritmos de aprendizaje e intereses existentes entre los dos únicos sexos.
  • "solidaridad" para denigrar la "caridad" bajo la falacia de que quien ejerce la caridad se siente superior al que la recibe.
  • "diversidad" para tratar de conjugar "igualdad" que existe por derecho y "diferencia" que existe por naturaleza.
  • "humanidad" para evitar decir "hombre" como una especie de término excluyente de la mujer.
  • "cambio de opinión" para encubrir en realidad una burda "mentira".......
No hay por dónde coger la lógica maliciosa de este "neolenguaje". Sólo se utiliza intencionadamente en contextos neutros o positivos pero no cuando existen connotaciones negativas o contraproducentes para el objetivo ideológico: no se habla de violentas, asesinas, corruptas o, ya puestos, de delincuentas, "criminalas" o "irresponsablas". 

En todo caso, es evidente que su objetivo es relativizar y modificar la forma de pensar para que la "idea" dependa de las palabras y la voluntad de los estados de ánimo, para así, normalizar un hecho objetivamente malo y darle la apariencia de algo bueno. Su forma de hacerlo es inventando palabras nuevas, eliminando otras “indeseables” y, por último, despojando a otras de cualquier “significado heterodoxo”.

Este mal tóxico ha ideologizado el lenguaje hasta el punto de apropiárselo, destruyendo el espíritu crítico y la oposición intelectual para favorecer el pensamiento totalitario a través de una propaganda atea y anti divina que pretende abstraer las verdades absolutas, transformándolas en eufemismos y elementos artificiales que justifiquen su "doctrina". 

Desde un punto de vista cristiano y espiritual, esta ideología es el eterno objetivo del Dragón y de las dos bestias de Apocalipsis 13 por deshumanizarnos para evitar que alcancemos a Dios, y en comunión con Él, divinizarnos. 

Es el intento de Satanás de llevarse todo y a todos por delante, de oponerse y aniquilar el proyecto original de Dios (Gen 1,27) y de pretender "crear" un mundo paralelo y alternativo a la voluntad divina, aunque tiránico y perverso (Rm 1, 20-32).

Sin una fe firme ni unos valores cristianos llevados a la práctica es infinitamente más fácil adoctrinar y dominar las mentes de aquellos que viven bajo el poder y la influencia del "dios o príncipe de este mundo"(2 Cor 4,4; Jn 14,30; cfr. Mt 4,8-9) y que terminan convirtiéndose en ciudadanos del mundo (Jn 15,19) marcados con el número de la bestia (Ap 13,18). 

Es en este ambiente, como en tantos otros sitios y ocasiones, donde nos enfrentamos a nuestra batalla espiritual y por lo que el Señor nos advierte constantemente a que velemos y estemos vigilantes (Mt 26,41; 1 Cor 16,13; 1 P 4,7. 5,8).

Ninguno estamos libres del poder de esta ideología ya que incluso, infiltrándose en la Iglesia nos hace ceder a la tentación de un "buenismo" que no tiene nada de cristiano, con el que pretendemos readaptar la Palabra de Dios (REL, Biblia inclusiva) o convertir nuestra fe cristiana en un "feminismo cristiano" o incluso realizar una propia "teología femenina" (Europa Press, Revuelta de Mujeres en la Iglesia).

Por eso, ante esta pandemia "anticristiana", extrememos las medidas de protección (Ef 6,11-18), mantengamos la distancia de seguridad con el mundo permaneciendo cerca de Dios (Jn 15,7), vacunémonos para soportar las tentaciones y resistir las pruebas (1 Cor 10,13; Stg 1,12) y pongamos en práctica todas las advertencias de la Autoridad sanitaria divina (Stg 1,22-27). 

martes, 15 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (15): "DOS MUJERES...LLENAS DE DIOS"

En aquellos días, María se levantó 
y se puso en camino de prisa hacia la montaña, 
a una ciudad de Judá; 
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, 
saltó la criatura en su vientre. 
Se llenó Isabel de Espíritu Santo 
y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, 
y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, 
la criatura saltó de alegría en mi vientre. 
Bienaventurada la que ha creído, 
porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, 
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: 
“su nombre es santo, 
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
 dispersa a los soberbios de corazón, 
“derriba del trono a los poderosos 
y enaltece a los humildes, 
a los hambrientos los colma de bienes 
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia” 
- como lo había prometido a “nuestros padres” - 
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses 
y volvió a su casa.
(Lc 1, 39-56)


Concluimos nuestras meditaciones en chanclas, como cada año, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos y contemplando la Visitación de María a su pariente Isabel.

Dos mujeres embarazadas. Una muy joven y otra anciana. Una virgen y otra estéril. 
Dos mujeres que han dicho "sí" al Señor y testigos de los misterios y prodigios de Dios. 
Dos mujeres que comparten el mayor secreto de Dios para los hombres 
Dos mujeres que se convierten en recipientes sagrados de los dones de Dios: María porta a Jesús el Mesías, Isabel a Juan el Bautista
Dos mujeres que constituyen las bisagras entre el Antiguo y Nuevo Testamento: Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y precursor de Jesús. 
Dos mujeres exultantes que alaban y bendicen a Dios por las maravillas que ha hecho Dios en ellas, sobre todo en María.
Dos mujeres que dialogan en un maravilloso encuentro de promesas a través del lenguaje verbal y corporal: tras el saludo de María, el niño salta gozosamente en el vientre de Isabel.
Dos mujeres...llenas de Dios.
María (hija de Joaquín y Ana, según el evangelio apócrifo de Santiago, consagrada al templo desde los tres años y desposada con José, su tutor, para que la proteja) "se levantó" (del semítico, Qûm, acción inmediata y ascendente) "y se puso en camino de prisa" (recuerda a la misma acción de los dos de Emaús cuando vuelven, "suben" a Jerusalén") "hacia la montaña" (3º énfasis de la acción de levantarse, elevarse). 

Tras el shock de la Anunciación del ángel, la joven María está "elevada" y absolutamente "prendada de Dios". "Llena de Gracia" y de amor generoso. Seguro que hasta su rostro resplandecía. Un "impulso interior" la lleva a salir al encuentro de su prójimo, en este caso, al de su pariente Isabel: lleva a Dios encarnado en sus entrañas. 

Necesita contarle a alguien de confianza la gran noticia, y va inmediatamente a visitar a Isabel, su tía (según el Evangelio apócrifo de Santiago), de quien el ángel le ha dicho que está embarazada aunque era de edad avanzada (96 años) y estéril (y que, por vergüenza, pasa su embarazo recluida en casa), para pedirle consejo espiritual y para ayudarla en sus necesidades debido a su estado.

Es una joven “enamorada de Dios”, abandonada y confiada en Su gracia, campesina y de condición humilde, que canta y alaba gozosamente al Señor porque se ha dignado elegirla a ella para cumplir la gran esperanza del proyecto salvífico divino de toda doncella judía.

Isabel, descendiente de Aarón y esposa del sacerdote Zacarías, vive en un monte, el Hebrón, donde Dios le cambió el nombre a Abrán por Abrahán y donde instituyó con él la alianza de la circuncisión. A Isabel nadie le había dicho que María iba a ser la madre del Mesías. Lo conoce por revelación divina a través del Espíritu Santo, que se certifica por el salto del niño en su vientre cuando María la saluda. Es la "segunda anunciación", en este caso, del Espíritu Santo a Isabel.

Es una anciana que lleva en su seno al precursor del Mesías y que comparte con María una relación que sobrepasa las palabras. Bendice, agradecida, a la Madre de su Redentor porque ha creído y María transforma su humildad en alabanza a Dios con el Magníficat... la unión con Dios nos conduce a la alabanza y adoración a nuestro Señor...para lo que hemos sido creados.

La intención de Lucas es mostrar la nueva y definitiva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe y humildad, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquiler”, ni de una "madre soltera" sino una mujer plenamente entregada a la voluntad de Dios.
Cuando profesamos nuestra fe, cuando vivimos lo que creemos, cuando degustamos los dones que Dios nos regala, es entonces cuando el amor de Dios se derrama en nuestros corazones y nos mueve a salir a alabar a Dios y a servir a nuestro prójimo. 

Por la fe, llevamos a Dios dentro, la vida divina y sobrenatural... y, como María, no podemos callarlo. Tenemos que contar la felicidad y la paz que embargan toda nuestra alma y que enardece nuestros corazones. Sabernos amados por nuestro Padre del cielo ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades cotidianas y miserias personales, nos impulsa a caminar con ánimo y a cantar las maravillas de Dios.

Por eso, los que hemos creído somos bienaventurados, somos dichosos y nos unimos al canto de María: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi". 


JHR

lunes, 14 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): "PÁGALES POR MI Y POR TI""

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos 
recorrían juntos Galilea, les dijo:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, 
lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, 
los que cobraban el impuesto de las dos dracmas 
se acercaron a Pedro y le preguntaron:
«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó: «Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
«¿Qué te parece, Simón? 
Los reyes del mundo, 
¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó: «A los extraños».
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. 
Sin embargo, para no darles mal ejemplo, 
ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, 
ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. 
Cógela y págales por mí y por ti».
(Mt 17,22-27)

El pasaje de hoy nos propone dos secciones que parecen inconexas pero que no lo son: la primera, el segundo anuncio de la llegada de la "hora" del Señor, es decir, del cumplimiento de su misión en la tierra; la segunda, el cumplimiento en el pago de impuestos a los gobernantes.

Mateo comienza de nuevo con la frase: "En aquel tiempo" (en griego, kairós), que la tradición exegética define literalmente como "el momento señalado, oportuno y elegido por Dios para hacer algo" o "el tiempo de Dios" o "el tiempo en que se cumple la voluntad de Dios".

Kairós se  diferencia del otro concepto de tiempo griego, Cronos en que, mientras éste mide el tiempo lineal, el tiempo en el que actúa el hombre, aquel mide el momento exacto, adecuado y oportuno en el que ocurre algo importante: se cumple la voluntad de Dios.

Es, por tanto, la "hora", el momento para que se cumpla la voluntad de Dios y por eso, Jesús, mientras aún está en Galilea con sus discípulos, les anuncia de nuevo su pasión, muerte y resurrección, hecho que les entristece: “lo entregarán (al odio de los hombres), lo matarán (sin culpa), pero resucitará (al tercer día)". 
Sin embargo, esta vez no se sorprenden tanto como en el primero (Mt 16,21-23), tan sólo dice que se entristecen. No sabemos si lo entienden (diríamos que no) pero lo ignoran como si no lo hubieran escuchado. Sólo lo entenderán cuando Jesús se les aparezca después de resucitado. 

Nos ocurre a todos: ante el sufrimiento, que queremos hacer como si no existiera, como si no hubiera ocurrido...y lo sacamos de nuestra mente. Sin embargo, Jesús nos anima a hacer frente al dolor y la muerte, a estar preparados para el momento de la gran prueba. No hay resurrección sin cruz, no hay ganancia sin pérdida...

En la segunda parte del texto, Jesús nos introduce en la cuestión del pago del impuesto destinado al mantenimiento del Templo (correspondiente al jornal de dos días de un obrero). 

No está obligado a pagarlo, porque el deber correspondía a los súbditos, no a los hijos del rey; de ahí la analogía que usa Jesús: El Señor del Templo es Dios y Jesús es su Hijo, está exento pero paga como uno más, para dar ejemplo, para evitar escándalos innecesarios y para que nadie pueda reprocharle nada.

¡Qué paradoja! Jesús anuncia el fin de su vida en la tierra y a la vez, está pendiente de ocuparse de los asuntos temporales, de los temas cotidianos y legales, de cumplir el pago de impuestos. Siendo Dios, se somete a las leyes humanas

Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios, que debe morir para resucitar conforme a lo que indefectiblemente se va disponiendo en un escenario de injustica y legalidad, aunque siempre y ante todo, para que se cumpla la voluntad del Padre. Sin embargo, quiere cumplir también la voluntad humana, pagando impuestos que no le corresponde pagar.
"¿Qué te parece Simón?": una pregunta dirigida a mí, a cada uno de nosotros. Me interpela y me invita a cumplir con mi deber de ciudadano al igual que Él cumplió con su deber de Hijo de Dios. Por nuestra unión con Cristo también adquirimos la condición de hijos de Dios y por consiguiente, tampoco estaríamos obligados a pagar el impuesto.

Sin embargo, para no escandalizar a nadie el Señor le manda a Pedro (a nosotros) sacar una moneda de la boca de un pez y pagarlo. Es una actitud de respeto por lo que representa el Templo, que es la casa de Dios.

Jesús vuelve a preguntar "¿A quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?" para señalar que los propios gobernantes judíos no le ven como uno de sus hijos sino como un extraño: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Podríamos decir que es la antítesis de la parábola del Hijo pródigo. 

Sin embargo, Jesús aún rechazado por su propio pueblo, no se apena ni se enfada sino que asume la situación con el mayor amor y misericordia posibles. Va más allá y nos exhorta al cumplimiento de nuestras obligaciones humanas: "dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios", que pronunciara en su discurso escatológico (Mt 22, 15-21). 

Jesús, como hombre, no quiere hacer uso de ningún privilegio por ser Dios, sino que cumple con su deber y nos exhorta a nosotros a hacer lo mismo. Siempre nos da ejemplo, en todo. Entrega su vida y paga por nuestros pecados. Entrega su moneda y paga por nuestros impuestos...y todo lo hace por amor a nosotros, libremente, porque quiere. Nadie lo obliga. Se somete a la voluntad del Padre y a la del hombre

El Señor me muestra el camino a seguir, me invita a seguir su ejemplo, a ser responsable. Primero con Dios, pero también con mi ciudadanía y con mis obligaciones civiles. 

Los cristianos no somos insurrectos, insumisos ni insubordinados. Cumplimos con nuestros deberes a semejanza de Cristo. No podemos decir que cumplimos nuestros deberes con Dios si incumplimos antes nuestros deberes como ciudadanos, de la misma forma que no podemos amar a Dios si no amamos antes a nuestro prójimo.


JHR