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"Las obras de la carne son bien claras:
lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones,
enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones,
partidismos, envidias, homicidios, borracheras,
comilonas y cosas semejantes a éstas.
Os advierto, como ya antes os advertí,
que los que se entregan a estas cosas no heredarán el reino de Dios.
Por el contrario, los frutos del Espíritu son:
amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, continencia; contra estas cosas no hay ley.
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias.
Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu."
(Gálatas 5, 19-25)
Existe una notable diferencia entre vivir una "buena vida" según el mundo (que nos influye de afuera hacia adentro) y vivir una "vida transformada" por el Espíritu de Dios (que nos transforma de adentro hacia afuera).
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Mientras que el Diablo nos incita a dejarnos tentar desde el exterior y confundirnos en el anhelo de una falsa felicidad, los que somos de Cristo, los cristianos, nos dejamos transformar y guiar por el Espíritu Santo, que nos renueva y nos da plenitud.
Pero ¿cómo podemos estar seguros de el Espíritu Santo guía nuestras vidas? Existen cinco razones que lo prueban:
Pasión por la Eucaristía y la Oración
Descubrir a Cristo en la Eucaristía sucede sólo cuando la pasión me lleva a desear buscarlo de todo corazón, en la certeza de que Él está presente; y cuando ocurre, ya no quiero estar en otro sitio ni con nadie más.
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Experimentar a Dios en la oración sucede "cuando rezo en lo secreto", y lo hago con pasión y con todo mi corazón (Mateo 6,6). Entonces, soy plenamente consciente de que estoy teniendo una verdadera conversación con un Dios verdadero, que me ama y me escucha, y cuanto más permito que el Espíritu gobierne mi vida, más satisfactoria es esa experiencia.
Cuando nos acercamos a Él, bien sea en la Eucaristía o en la Oración, Su Espíritu comienza a fluir a través de nosotros.
Pasión por la Palabra de Dios
La Biblia no es un libro histórico como muchos pretender hacerme creer. La Sagrada Escritura es viva y activa. Es un libro sobrenatural, inspirado por el Espíritu de Dios y que realmente me habla, me guía y me interpela.
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El apóstol Juan describe a Jesús como la Palabra viva: "Y aquel que es la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y nosotros vimos su gloria, gloria cual de unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad. "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el Padre, nos lo ha dado a conocer." (Juan 1, 14 y 18).
Al leer la Biblia, las palabras salen del contexto en el que fueron escritas, salen de la página y se funden en mi realidad, en mi propia vida. Entonces, sé que Dios me está hablando directamente, a mi, aquí y ahora.
Pasión por los demás
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¿Me despierto cada mañana pensando en lo que otros deberían hacer por mí? Ese pensamiento no es sino una obra de la carne. Cuando el Espíritu motiva y alienta mis pensamientos, lo que hago es preguntarme: ¿Qué puedo hacer por los demás? ¿Cómo puedo servir a otros? ¿Cómo puedo ayudar? ¿Qué puedo ofrecer?
Pasión por dar testimonio de Jesús
Hace unas semanas, una persona un tanto alejada de la fe se fijó en las pulseras y en los rosarios que llevo en mi mano derecha. Me preguntó si lo llevaba por moda o porque realmente creía en Dios. Le parecía bastante raro e inusual.
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Cuando terminé, levantó la vista, respiró hondo y de sus ojos salieron unas lágrimas. Lagrimas de serenidad y calma.
No lo cuento por presunción, sino como demostración evidente de que cuando estás dispuesto a entregarte a la dirección en la que sopla el Espíritu Santo, compartir tu fe se convierte no sólo en una práctica habitual sino en una experiencia sobrenatural de felicidad y gozo plenos.
Pasión por servir a Dios
Mi pasión en mi servicio a Dios surge al poner mi confianza en Él, como creador mío, a abandonarme a Su Espíritu como dador de todo cuanto necesito. Entonces, es cuando me someto a mi Rey por amor y le sirvo, sabiendo que él va a cuidar de mi y del resto de mis necesidades.
Cuando busco el Reino de Dios y me abandono plenamente a Su Espíritu, soy capaz de servirle mejor, porque Él sabe mejor que yo lo que necesito.
Es entonces cuando mi pasión me lleva a dar la vida por los demás, preocupándome y entregándome generosamente a sus necesidades o preocupaciones, tal y como mi Señor hace siempre conmigo.
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