Ésta es la seguridad que tenemos en Dios:
que si pedimos algo según su voluntad,
nos escucha.
(1 Juan 5, 14)
Acabo de terminar de leer el libro de C. S. Lewis "Si Dios no escuchase - Cartas a Malcom" en la que el brillante autor y converso al cristianismo habla con gran convicción de la oración como puro don de Dios.
No puedo estar más de acuerdo con Lewis en que la importancia de la oración no se basa tanto en que Dios nos conceda lo que le pedimos sino en el hecho de que nos escucha.
Los cristianos, cuando oramos, no hablamos de "resultados" sino de que somos "escuchados" o incluso, "respondidos". Lo que no quiere decir que se cumplan nuestros deseos o expectativas.
Dios, como Padre amoroso, escucha a sus hijos pero, al igual que los que somos padres no podemos conceder todo lo que nos piden nuestros hijos, Él siempre nos da lo que es bueno para nosotros.
La oración no es en ningún caso un monólogo ni un soliloquio ni un diálogo entre mi yo exterior y mi yo interior.
Tengo la certeza de que Dios me escucha todos los días y de que yo le escucho a Él. Dios jamás defrauda.
¿Por qué lo sé?
Porque Dios me ha regalado la posibilidad de conocerle personalmente, íntimamente. ¡Puro don!
Porque le escucho en Su Palabra y en mi corazón cada día, porque tengo contacto directo con Él, porque a través de la oración me da a conocer su voluntad. ¡Pura gracia!
Porque le veo continuamente a mi alrededor, porque le veo sonreír en la creación, porque me hace guiños continuamente, porque le veo actuar en las personas que pone en mi camino. ¡Puro regalo!
Porque Él quiere...por ¡Puro amor!
La fe me muestra que todo lo que hay en la Tierra me habla de su amor y que me sigue allá donde vaya.
Dios quiere ser una presencia amorosa y constante en mi vida, si yo le abro la puerta de mi corazón.
Dios quiere comunicarse personal y directamente conmigo.
Dios quiere compartir conmigo confianza y naturalidad, sorpresas y enseñanzas, sonrisas y lágrimas.
Dios quiere que converse con Él, que le cuente "mis cosas", que le diga lo que me preocupa y, sobre todo, cuanto le quiero.
Dios quiere tener conmigo una relación profunda y sincera, real y auténtica, libre y espontánea. De corazón a corazón.
Y quiere, no porque me necesite, ni porque no sepa de mí, ni porque quiera tener "público".
Quiere...porque me quiere.
Cuando hablo con Él, trabaja mi corazón, cincela mi espíritu y moldea mi carácter.
Así es Dios. Un infinito torrente de amor hacia mí.
¡Puro don!
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