“Habiendo nacido entonces el Niño en Belén,
porque José no tenía en aquella aldea (kóme) donde alojarse,
se alojó en una cierta gruta (spélaio) cercana a la aldea,
y entonces, estando ellos allí,
María dio a luz a Cristo
y lo puso en un Pesebre,
donde fue encontrado por los Magos provenientes de Arabia”.
(S. Justino de Nablús, 150 d.C.)
A principios del siglo I, Belén, Bet-Léjem, que en hebreo significa “casa del pan” (nombrada así por sus campos de trigo y cebada), era una aldea con poco más de mil habitantes que vivían de la agricultura y la ganadería. Fundamentalmente, rebaños de ovejas.
En las afueras de Belén, existían cuevas naturales que los judíos aprovechaban como almacenes y establos para el ganado.
La gruta en la que nació Jesús era una de ellas, ya que todos los alojamientos estaban completos debido al edicto de César Augusto, para que todos se empadronasen en sus lugares de origen: "Y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada." (Lucas 2, 7).
Hoy, dos mil años después, finalizando el mes de noviembre, muchas ciudades del mundo engalanan sus calles con millones de luces, belenes y artículos decorativos que anuncian la Navidad.
Sin embargo, este signo externo y artificial sólo trata de recordarnos que es el momento de las compras, del viernes negro del consumo, del mes de los regalos, de la lotería, de la celebración de opíparas cenas familiares y de comidas de empresa. Para muchos, esto es la Navidad.
Hoy, como hace dos mil años, Jesús, no tienes sitio donde nacer. Vienes a un mundo que no te espera, que te ha dado la espalda y que te niega un sitio donde reclinar la cabeza.
Hoy, dos mil años después, finalizando el mes de noviembre, muchas ciudades del mundo engalanan sus calles con millones de luces, belenes y artículos decorativos que anuncian la Navidad.
Sin embargo, este signo externo y artificial sólo trata de recordarnos que es el momento de las compras, del viernes negro del consumo, del mes de los regalos, de la lotería, de la celebración de opíparas cenas familiares y de comidas de empresa. Para muchos, esto es la Navidad.
Hoy, como hace dos mil años, Jesús, no tienes sitio donde nacer. Vienes a un mundo que no te espera, que te ha dado la espalda y que te niega un sitio donde reclinar la cabeza.
Hoy, como hace dos mil años, Señor, naces en una gruta, alejado del ruido y del tumulto materialista, tan sólo en la presencia de los pobres de espíritu y los humildes de corazón.
Hoy, como hace dos mil años, Cristo, naces en silencio y te haces presente en la Adoración Eucarística, haciendo que nuestras capillas de Adoración repartidas por el mundo, se conviertan en grutas luminosas y alegres.
Aquí en la gruta del Santísimo, junto a los ángeles, queremos adorarte, alabarte y darte la bienvenida.
Aquí en la gruta del Santísimo, junto a tu Madre, la Bienaventurada, queremos meditar tu llegada y guardarte en nuestros corazones.
Aquí en la gruta del Santísimo, junto a San José y el resto de los Santos, queremos ser lámparas del Sagrario y darte gloria por los siglos de los siglos.
Aquí en la gruta del Santísimo, junto a San José y el resto de los Santos, queremos ser lámparas del Sagrario y darte gloria por los siglos de los siglos.
Como pastores humildes, nos acercamos a tu gruta para ver tu rostro y tu divinidad. Como magos fieles, nos acercamos a regalarte nuestras ofrendas.
Aquí en la gruta del Santísimo, Jesús, Rey del Universo, el Hijo amado en quien el Padre se complace, queremos escucharte. No permitas que nos apartemos de ti.
Aquí en la gruta del Santísimo, Jesús, nos presentamos ante tu poderosa presencia, para que nazcas cada día en nuestros corazones, sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
Aquí en la gruta del Santísimo, nos postramos ante tu magnánima persona para decirte que nos basta con saber que estás aquí, encerrado en una urna de cristal.
Y aunque tardes un poco en regresar, haz que no nos cansemos de esperar.
Nos basta con saber que estás aquí, aunque no se te oiga respirar y ni siquiera el corazón latir, nos basta con tu nombre pronunciar.
Nos basta con saber que estás aquí, preparándonos una eternidad, aunque tengamos antes que morir, para poder después resucitar.
Nos basta con saber que estás en nosotros y que nada nos puede separar, ni la angustia, ni el hambre, ni el sufrir, ni el peligro, la espada o la precariedad.
Nos basta con saber que estás aquí y que eres el principio y el final, que te obedece el tiempo y el sol sale para Ti, que das orden al viento y deja de soplar.
Nos basta con saber que estás aquí y que pronto nos hemos de encontrar, que nuestra travesía tiene un fin y Tú estás esperando en la orilla del mar.
Nos basta con poder decir que sí, y darte nuestro permiso para entrar, que tu palabra se haga carne en nosotros y que se cumpla así en todo Tu voluntad.
Nos basta si al morir podemos decir que todo se ha cumplido y exhalar el último suspiro inclinándonos hacia Ti para rendir nuestro espíritu y luego volar.
Nos basta porque sabemos que si te basta a Ti, nos bastará aquel día poder escuchar que pronuncias nuestro nombre para bendecir y olvidas todo lo que pudimos hacer de mal.
Sólo Tú, nos bastas...
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