"Sed imitadores de Dios,
como hijos queridos,
y vivid en el amor como Cristo os amó
y se entregó por nosotros a Dios
como oblación y víctima de suave olor"
(Efesios 5,1-2)
El Espiritu Santo, a lo largo de todo el Evangelio, nos dibuja la figura de Cristo, pero no tanto cuanto sus características físicas como sus rasgos morales.
Con seguridad, su aspecto debió ser atractivo y elegante, su talante, educado, sus gestos, atentos y de buen gusto, y su voz expresiva y contundente. Y por ello, atrajo la atención de toda la gente de su época.
Sin embargo, escudriñar la figura espiritual del Señor exige, antes de nada, hacer silencio, es decir, cultivar el "arte de la oración contemplativa", porque contemplar hoy a Jesucristo se hace especialmente difícil debido, sobre todo, a dos inconvenientes:
-el ruido exterior (la superficialidad, la actividad frenética, la prisa, etc.) que dificulta la escucha atenta y la contemplación, y nos cierra a la trascendencia.
-el ruido interior (la soberbia, la comodidad, la pereza, etc.) que nos impide escuchar la voz de la conciencia para reflexionar y discernir en profundidad la figura de nuestro Señor.
El ruido, el activismo y la superficilidad nos aisla, convirtiéndonos en seres solitarios, incapaces de reconocer a Dios en la creación y en el prójimo, y por ende, de relacionarse con ambos.
Nuestro problema es que no escuchamos. A los dos años de edad, aprendemos a hablar, pero necesitamos toda la vida para aprender a escuchar. Queremos mantener "conversaciones imposibles"... porque sólo hablamos y no escuchamos. No callamos ni para respirar.
Por eso, los cristianos debemos aprender a escuchar y contemplar la Palabra de Dios. En la Escritura, Dios Espiritu Santo nos habla continuamente de Dios Hijo, imagen de Dios Padre.
Dice San Jerónimo que "quien no conoce la Escritura, no conoce a Cristo". Orando y meditando la Palabra de Dios, encontrarnos al Señor, su modo de ser, sus rasgos característicos, para que, al igual que los dos de Emaus, "arda" nuestro corazón, mientras Él mismo nos relata las Escrituras.
En la Palabra de Dios, Jesús se hace el encontradizo con nosotros, "se deja ver", se revela a nosotros, también con sus "silencios", gestos elocuentes de su divinidad, que nos enseñan a callar y a escuchar, para así, descubrir el amor en lo que se silencia. Y así, con los oídos abiertos, los ojos limpios y el corazón puro, descubrimos cómo es nuestro Señor.
La excepcional personalidad de Jesús excede todos los paradigmas humanos y todos los modelos morales. Así, un judío en su sano juicio, no proclamaría ser Dios y menos aún, lo mantendría hasta el punto de ser condenado a muerte por blasfemia. Si realmente no fuera Dios, sería un loco, un inane, un trastornado...
Son tantas sus buenas cualidades humanas (todas las posibles) y divinas que sería interminable enunciarlas. He aquí algunas de ellas:
Perfección
La personalidad de Jesucristo rebosa sabiduría, altura moral, pureza y rectitud de intención en todo cuanto dice y hace.
Su serenidad, su equilibrio, su armonia y sus virtudes humanas evidencian de forma patente su perfección.
Jesucristo es el modelo perfecto de toda virtud. Perfecto Dios y perfecto Hombre, une el Cielo y la Tierra.
Cuando Cristo actúa por el Espíritu Santo, personifica los gestos del Padre y da testimonio de la Trinidad perfecta.
Santidad
Su santidad se pone de relieve en la veracidad y transparencia de sus palabras y de sus actos. Sólo Cristo es Santo.
Sus enemigos buscan acusaciones para darle muerte pero no las encuentran. Recurriendo a falsos testigos con argumentos contradictorios, le condenan a muerte, aunque Pilato le encuentra inocente, e incluso Judas reconoce su inocencia al devolver el dinero de su traición.
Pedagogía
La autoridad, la firmeza y la seguridad con la que habla en toda situación le acreditan, sin ninguna duda, como el Hijo de Dios.
Cristo vive en contacto cercano con loa hombres, apreciando lo bueno de cada uno, afrontando los problemas que le presentan y sanando sus enfermedades físicas o espirituales.
No procura el "buenismo" ni el "sentimentalismo", es firme a la vez que suave, directo a la vez que dulce.
No hiere la conciencia de quienes le escuchan y les enseña siempre con su pedagogía de lo cotidiano: ilustra con la anécdota, la comparación o la parábola, repitiendo lo mismo varias veces o de diferentes formas, si es necesario.
Amor
La dulzura y amabilidad de sus palabras y la atención a todos los que se le acercan necesitados, "enamoran" y demuestran que Cristo es la razón de ser del Amor, que el Dios-Hombre es Amor.
Su Amor por el hombre es irrevocable. No hay nada que podamos hacer que nos pueda alejar de su amor.
Bondad
En Jesús no hay, ni euforias en los milagros que hace, ni depresiones ante los problemas del hombre, no hay tensión espiritual como en las vidas de muchos santos de la Iglesia.
"Todo lo hace bien" es el comentario unánime de quienes son testigos de sus obras.
Sólo Dios es bueno. Y por ello, comprende que nos olvidemos de sus consejos, porque sabe somos malos debido a nuestra naturaleza herida por el pecado.
Prefiere ser ofendido a ofender. Prefiere servir a ser servido.
Sencillez
Durante las tres décadas de su vida privada en Nazaret, Jesús no hizo nada que llamara la atención, nada que no hiciera de forma natural un judío de la época.
Jesús aprendió de San José un oficio artesano y sencillo sin despertar admiración alguna, y con la maestría de sus manos, santificó, "espiritualizó" el trabajo, enseñándonos a amar nuestras tareas y mostrándonos que es el amor de Dios lo que da trascendencia a nuestras acciones.
Sinceridad
El Señor tiene aversión a la mentira, que es propia del Diablo. No soporta la falsedad y la doble vida, el orgullo y la hipocresía, que sólo intentan disimular los pecados.
Jesucristo es sincero, no se comporta bien "de cara a la galería" ni es "políticamente correcto". Sencillamente, se comporta con sinceridad porque es la Verdad.
No hay nada en el Señor que suene a postizo o incoherente, no hay mentira ni contradición.
Es coherente en su conducta y en su enseñanza. No pacta con la mentira ni diluye la verdad.
Humanidad
Jesús amó la época histórica que eligió para encarnarse y, aunque conoció el cansancio, la fatiga del trabajo y la monotonía de los días sin relieve, dio siempre gloria al Padre amando su labor cotidiana y cumpliendo siempre con sus obligaciones.
El amor al mundo, en el mundo, sin ser del mundo es otro gran rasgo de la personalidad cristiana que Cristo protagonizó al juntarse con pecadores.
El Señor se encuentra a gusto, como pez en el agua, compartiendo su vida y enseñanzas con la gente, de aldea en aldea, quedándose en sus casas y compartiendo mesa con ellos.
Sensibilidad
Observa y aprecia la naturaleza, proclama la belleza de la creación en los lirios del campo o la libertad de los pájaros, ensalza la fe de los pobres y de los pecadores.
Su compasión y su misericordia le hacen muy sensible al sufrimiento humano, y lo sana; a la ignorancia de la gente, que es la mayor pobreza; a la vida de las personas, a quienes escucha.
Confianza
El Señor confía plenamente en el hombre y, aunque sabe lo que necesita, delega y cree en él.
Prefiere la posibilidad del error, de que le traicionen o le nieguen, a desconfiar de él o a quebrantar su libertad de elección.
Pero también nos pide a sus discípulos fe y confianza en la misión que nos encomienda, aunque sea dificil y, a primera vista, imposible, porque Él nos ayudará.
Nos pide que seamos dóciles a la acción del Paráclito, que seamos instrumentos de la gracia divina; que nos lancemos a sus brazos sin miedo.
Optimismo
Cristo sabe apreciar lo que hay de bueno en cada hombre, en cada corazón y trata de sacarlo a la luz pero no cae en idealismos ingenuos ni buenismos blandengues.
Su actitud ante la vida es una visión gozosa, optimista y positiva afrontando todos los problemas. Nunca mira para otro lado, nunca desatiende una situación.
Elegancia
El Señor es atento, educado y tiene buen gusto, como muestra su proceder con el vino en las bodas de Caná.
Es delicado y sutil, atento y agradecido aceptando invitaciones a banquetes o defendiendo la generosidad de una mujer que le lava sus pies con sus lágrimas.
Es generoso y desprendido, ordenado y meticuloso como demuestran sus muchos milagros, por ejemplo, el de la multiplicación de los panes y peces, cuando distribuye a la muchedumbre en grupos para darles de comer y ordena que se recojan las sobras.
Compasión
El Señor se compadece de las muchedumbres cuando las ve "como ovejas sin pastor".
Muestra misericordia y piedad con los enfermos, con las viudas, con los repudiados, con los pecadores.
Se apiada de los que van a Él suplicantes y con fe.
Alegría
El Señor es la alegría personificada. Allí por donde pasa, deja una estela de alegría y entusiasmo en la gente, como cuando entra en Jerusalén.
Cristo es nuestro ejemplo a imitar.
Fuente:
-"Cristo, la Obra maestra del Espíritu Santo" (P. Pedro Beteta)
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