¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta ejemplo cristiano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ejemplo cristiano. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de febrero de 2021

LA EJEMPLARIDAD DEL CRISTIANO

"Muéstrate en todo como un modelo de buena conducta; 
en la enseñanza sé íntegro y grave, 
irreprochable en la sana doctrina, 
a fin de que los adversarios sientan vergüenza 
al no poder decir nada malo de nosotros" 
(Tito 2,7-8)

En nuestra cultura actual, donde el testimonio cobra una importancia significativa, los cristianos debemos mostrar una ejemplaridad intachable. Sin embargo y por desgracia, algunas personas dentro del pueblo de Dios han mantenido y mantienen conductas reprochables y deleznables que han manchado y ofendido gravemente el nombre de Dios, motivando que muchas personas hayan perdido la fe y se hayan alejado de la Iglesia, acusándola de falta de ejemplaridad.

Parafraseando una célebre frase, me atrevo a decir que "El cristiano no sólo debe ser bueno sino también parecerlo". Un seguidor de Cristo debe ser siempre coherente en sus hechos y auténtico en sus palabras, para así, ser irreprochable (Filipenses 2,15). 

El cristiano, "luz del mundo", debe mostrar siempre a Dios en sus actos y en sus dichos, de forma que haga de su vida ordinaria, un ejemplo extraordinario; de las cosas temporales, una demostración de las eternas; de los asuntos naturales, una razón de los sobrenaturales; de las cuestiones intrascendentes, una evidencia de las trascendentales.
La ejemplaridad del cristiano se fundamenta en la imitación de cinco modelos: divino, cristiano, mariano, apostólico y laico:

Ejemplaridad divina o imitación de Dios 

¿A quién hemos de imitar? ¿Cuál es nuestro modelo, nuestro paradigma a seguir? 

Efesios 5,1 dice: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos", y Mateo 5,48 dice: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". 

Por tanto, los cristianos estamos llamados a imitar a Dios, a ser perfectos como lo es Dios. Nuestra vocacióncomo hijos queridos de Dios Padre, es la perfección, es decir, la santidad.
La clave para alcanzar imitar a Dios nos la da San Juan Crisóstomo: "Haciendo el bien al prójimo, imitamos a Dios, nos asimilamos a Él, somos casi Dios". Y hacer el bien a nuestro prójimo significa amarle como a un hermano, pues somos hijos de un mismo Dios que nos ama.

Por tanto, porque Dios nos ama, nos invita a amarle a Él sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. En esto se resume la Ley de Dios, el ejemplo divino que hemos de seguir.

Ejemplaridad cristiana o imitación de Cristo 

Entonces ¿Cómo imitar a Dios a quien no vemos? 

El propio Hijo de Dios nos responde: "Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Juan 14,6 y 9). 

Por tanto, imitando a Cristo, imagen substancial del Padre, imitamos también a Dios. Para llegar al Padre, para llegar a ser como Dios, tenemos que hacerlo a través de Cristo, siguiendo su ejemplo, imitándole.

San Pablo nos habla de la ejemplaridad cristiana: "Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes..." (1 Tesalonicenses 1,6-7). 

Para San Pablo, la ejemplaridad cristiana supone reproducir a Cristo en nosotros: "Porque a los que había conocido de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo" (Romanos 8,29)

Por tanto, estamos llamados a configurarnos en Cristo, tanto en su naturaleza humana, como el prototipo de una vida irreprochable de santidad y virtud, como en su naturaleza divina, que nos configura por la gracia de la filiación divina. 

Cristo es nuestro primer y mayor modelo de ejemplaridad.

Ejemplaridad mariana o imitación de la Virgen

Tras nuestro máximo ejemplo y modelo absoluto de perfección a imitar, Jesucristo, encontramos a su madre, la Virgen María, ejemplo refulgente y primicia de actitudes, virtudes y gracias. 
María es una "primicia" cristiana: es la primera llamada, la primera creyente, la primera cristiana, la primera discípula, la primera bienaventurada... El "Sí" de María es el acto más ejemplar de apertura y confianza en Dios, de obediencia y seguimiento de la misión salvífica de Cristo, y de docilidad y abandono a la acción del Espíritu Santo.

La vida de la Virgen es un ideal de virtudes teologales y cardinales; un modelo de humildad, y mansedumbre; un paradigma de silencio y escucha; un ejemplo de contemplación y meditación; un prototipo de abnegación y servicio.

Su presencia a los pies de la Cruz es un ejemplo único de fortaleza ante el sufrimiento y el dolor, de aceptación de la voluntad de Dios ante la infamia humana, de participación en la obra salvífica de Jesucristo.

María es el "molde perfecto" del cristiano, el espejo de justicia, virtudes y gracias (Apocalipsis 12,1); es el paradigma de compromiso y fecundidad (Génesis 3,15), es el ideal de obediencia y de fidelidad, es el modelo de esclavitud de amor y de bendición (Lucas 1,38-42)...

Ejemplaridad apostólica o imitación del Apóstol 

En su carta a la Iglesia de Corinto, San Pablo nos insta a "ser imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (1 Corintios 11,1; 4,16; Filipenses 3,17), es decir, a la imitación apostólica como forma de ejemplaridad cristiana.
x
El Apóstol llama nuestra atención y nos exhorta a ser cristianamente reflexivos frente a los que emulan a Judas, para que imitemos a los verdaderos apóstoles y fieles seguidores de Jesús. 

Nos estimula, más que imitar palabras o ideas, a seguir los ejemplos de obras de virtud que configuran la unidad de la Iglesia de Cristo.

La misión de un apóstol es germinar la semilla fructífera del ejemplo. Un ejemplo de servicio y humildad"El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23,11-12).

El Apóstol es nuestro segundo paradigma porque imita la ejemplaridad de Cristo, practica sus virtudes con intensidad y constancia, adquiere la unión íntima con el Señor y cumple la misión encomendada por Jesús: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,19-20).

Ejemplaridad laica o imitación de los santos 

La Iglesia, no sólo nos enseña la verdad de Cristo con la teoría a través de la sucesión apostólica, sino que la transmite con el ejemplo y por ello, nos exhorta a imitar la vida de los santos: la de San Agustín con su pasado mundano, la de San Francisco Javier que se dedicó a la misión evangelizadora de Asia, la de Santa Margarita María Alacoque que sufrió la incomprensión de los suyos, San Maximiliano Kolbe o Santa Catalina de Sienna que defendieron la verdad, la de Santa Teresa de Calcuta o San Francisco de Asís que entregaron su vida para servir y amar al pobre, etc.
La ejemplaridad de los santos tiene su máxima expresión en la humildad con que asumen sus propios pecados, la docilidad con la que aceptan la gracia divina y la manera con la que proclaman la verdad con palabras y obras. 

No son nuestros méritos ni nuestras capacidades las que nos hacen ser ejemplos auténticos y veraces de servicio y amor a Dios y al prójimo, sino los dones que recibimos del Espíritu Santo que hacen realidad el dicho de que "Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos".

San Lucas en los Hechos de los apóstoles nos muestra otro aspecto de la ejemplaridad de los santos en la figura de San Pablo: "No he cometido delito ni contra la ley de los judíos ni contra el templo ni contra César". La ejemplaridad laica también implica cumplir los compromisos y las leyes humanas, para así, dar testimonio de Dios también en el ámbito pagano. 

La ejemplaridad del cristiano, en definitiva, es seguir la huellas de Cristo en el cumplimiento de la voluntad el Padre. Estas huellas o características cristianas se encuentran detalladas en Mateo 5, 3-12 y Lucas 6,20-23: son las Bienaventuranzas

JHR

sábado, 31 de octubre de 2020

PROFUNDIZANDO EN LA FIGURA DE JESÚS

"Sed imitadores de Dios, 
como hijos queridos, 
y vivid en el amor como Cristo os amó 
y se entregó por nosotros a Dios 
como oblación y víctima de suave olor"
(Efesios 5,1-2)

El Espiritu Santo, a lo largo de todo el Evangelio, nos dibuja la figura de Cristo, pero no tanto cuanto sus características físicas como sus rasgos morales

Con seguridad, su aspecto debió ser atractivo y elegante, su talante, educado, sus gestos, atentos y de buen gusto, y su voz expresiva y contundente. Y por ello, atrajo la atención de toda la gente de su época.

Sin embargo, escudriñar la figura espiritual del Señor exige, antes de nada, hacer silencio, es decir, cultivar el "arte de la oración contemplativa", porque contemplar hoy a Jesucristo se hace especialmente difícil debido, sobre todo, a dos inconvenientes: 

-el ruido exterior (la superficialidad, la actividad frenética, la prisa, etc.) que dificulta la escucha atenta y la contemplación, y nos cierra a la trascendencia.

-el ruido interior (la soberbia, la comodidad, la pereza, etc.) que nos impide escuchar la voz de la conciencia para reflexionar y discernir en profundidad la figura de nuestro Señor.

El ruido, el activismo y la superficilidad nos aisla, convirtiéndonos en seres solitarios, incapaces de reconocer a Dios en la creación y en el prójimo, y por ende, de relacionarse con ambos.

Nuestro problema es que no escuchamos. A los dos años de edad, aprendemos a hablar, pero necesitamos toda la vida para aprender a escuchar. Queremos mantener "conversaciones imposibles"... porque sólo hablamos y no escuchamos. No callamos ni para respirar.

Por eso, los cristianos debemos aprender a escuchar y contemplar la Palabra de Dios. En la EscrituraDios Espiritu Santo nos habla continuamente de Dios Hijo, imagen de Dios Padre.

Dice San Jerónimo que "quien no conoce la Escritura, no conoce a Cristo". Orando y meditando la Palabra de Dios, encontrarnos al Señor, su modo de ser, sus rasgos característicos, para que, al igual que los dos de Emaus, "arda" nuestro corazón, mientras Él mismo nos relata las Escrituras.

En la Palabra de Dios, Jesús se hace el encontradizo con nosotros, "se deja ver", se revela a nosotros, también con sus "silencios", gestos elocuentes de su divinidad, que nos enseñan a callar y a escuchar, para así, descubrir el amor en lo que se silencia. Y así, con los oídos abiertos, los ojos limpios y el corazón puro, descubrimos cómo es nuestro Señor.

La excepcional personalidad de Jesús excede todos los paradigmas humanos y todos los modelos morales. Así, un judío en su sano juicio, no proclamaría ser Dios y menos aún, lo mantendría hasta el punto de ser condenado a muerte por blasfemia. Si realmente no fuera Dios, sería un loco, un inane, un trastornado...

Son tantas sus buenas cualidades humanas (todas las posibles) y divinas que sería interminable enunciarlas. He aquí algunas de ellas:

Perfección
La personalidad de Jesucristo rebosa sabiduría, altura moral, pureza y rectitud de intención en todo cuanto dice y hace.

Su serenidad, su equilibrio, su armonia y sus virtudes humanas evidencian de forma patente su perfección. 

Jesucristo es el modelo perfecto de toda virtud. Perfecto Dios y perfecto Hombre, une el Cielo y la Tierra.

Cuando Cristo actúa por el Espíritu Santo, personifica los gestos del Padre y da testimonio de la Trinidad perfecta. 

Santidad
Su santidad se pone de relieve en la veracidad transparencia de sus palabras y de sus actos. Sólo Cristo es Santo.

Sus enemigos buscan acusaciones para darle muerte pero no las encuentran. Recurriendo a falsos testigos con argumentos contradictorios, le condenan a muerte, aunque Pilato le encuentra inocente, e incluso Judas reconoce su inocencia al devolver el dinero de su traición.

Pedagogía
La autoridad, la firmeza y la seguridad con la que habla en toda situación le acreditan, sin ninguna duda, como el Hijo de Dios. 

Cristo vive en contacto cercano con loa hombres, apreciando lo bueno de cada uno, afrontando los problemas que le presentan y sanando sus enfermedades físicas o espirituales.

No procura el "buenismo" ni el "sentimentalismo", es firme a la vez que suave, directo a la vez que dulce.

No hiere  la conciencia de quienes le escuchan y les enseña siempre con su pedagogía de lo cotidiano: ilustra con la anécdota, la comparación o la parábola, repitiendo lo mismo varias veces o de diferentes formas, si es necesario.

Amor
La dulzura y amabilidad de sus palabras y la atención a todos los que se le acercan necesitados, "enamoran" y demuestran que Cristo es la razón de ser del Amor, que el Dios-Hombre es Amor.

Su Amor por el hombre es irrevocable. No hay nada que podamos hacer que nos pueda alejar de su amor.

Bondad
En Jesús no hay, ni euforias en los milagros que hace, ni depresiones ante los problemas del hombre, no hay tensión espiritual como en las vidas de muchos santos de la Iglesia.  

"Todo lo hace bien" es el comentario unánime de quienes son testigos de sus obras.

Sólo Dios es bueno. Y por ello, comprende que nos olvidemos de sus consejos, porque sabe somos malos debido a nuestra naturaleza herida por el pecado.

Prefiere ser ofendido a ofender. Prefiere servir a ser servido.

Sencillez
Durante las tres décadas de su vida privada en Nazaret, Jesús no hizo nada que llamara la atención, nada que no hiciera de forma natural un judío de la época. 

Jesús aprendió de San José un oficio artesano y sencillo sin despertar admiración alguna, y con la maestría de sus manos, santificó, "espiritualizó" el trabajo, enseñándonos a amar nuestras tareas y mostrándonos que es el amor de Dios lo que da trascendencia a nuestras acciones.

Sinceridad
El Señor tiene aversión a la mentira, que es propia del Diablo. No soporta la falsedad y la doble vida, el orgullo y la hipocresía, que sólo intentan disimular los pecados.

Jesucristo es sincero, no se comporta bien "de cara a la galería" ni es "políticamente correcto". Sencillamente, se comporta con sinceridad porque es la Verdad

No hay nada en el Señor que suene a postizo o incoherente, no hay mentira ni contradición.

Es coherente en su conducta y en su enseñanza. No pacta con la mentira ni diluye la verdad.

Humanidad
Jesús amó la época histórica que eligió para encarnarse y, aunque conoció el cansancio, la fatiga del trabajo y la monotonía de los días sin relieve, dio siempre gloria al Padre amando su labor cotidiana y cumpliendo siempre con sus obligaciones

El amor al mundo, en el mundo, sin ser del mundo es otro gran rasgo de la personalidad cristiana que Cristo protagonizó al juntarse con pecadores. 

El Señor se encuentra a gusto, como pez en el agua, compartiendo su vida y enseñanzas con la gente, de aldea en aldea, quedándose en sus casas y compartiendo mesa con ellos. 

Sensibilidad
Observa y aprecia la naturaleza, proclama la belleza de la creación en los lirios del campo o la libertad de los pájaros, ensalza la fe de los pobres y de los pecadores.

Su compasión y su misericordia le hacen muy sensible al sufrimiento humano, y lo sana; a la ignorancia de la gente, que es la mayor pobreza; a la vida de las personas, a quienes escucha.

Confianza
El Señor confía plenamente en el hombre y, aunque sabe lo que necesita, delega y cree en él

Prefiere la posibilidad del error, de que le traicionen o le nieguen, a desconfiar de él o a quebrantar su libertad de elección.

Pero también nos pide a sus discípulos fe y confianza en la misión que nos encomienda, aunque sea dificil y, a primera vista, imposible, porque Él nos ayudará.

Nos pide que seamos dóciles a la acción del Paráclito, que seamos instrumentos de la gracia divina; que nos lancemos a sus brazos sin miedo.

Optimismo
Cristo sabe apreciar lo que hay de bueno en cada hombre, en cada corazón y trata de sacarlo a la luz pero no cae en idealismos ingenuos ni buenismos blandengues.

Su actitud ante la vida es una visión gozosa, optimista y positiva afrontando todos los problemas. Nunca mira para otro lado, nunca desatiende una situación.

Elegancia
El Señor es atento, educado y tiene buen gusto, como muestra su proceder con el vino en las bodas de Caná.

Es delicado y sutilatento y agradecido aceptando invitaciones a banquetes o defendiendo la generosidad de una mujer que le lava sus pies con sus lágrimas.

Es generoso y desprendidoordenado y meticuloso como demuestran sus muchos milagros, por ejemplo, el de la multiplicación de los panes y peces, cuando distribuye a la muchedumbre en grupos para darles de comer y ordena que se recojan las sobras.

Compasión
El Señor se compadece de las muchedumbres cuando las ve "como ovejas sin pastor".

Muestra misericordia y piedad con los enfermos, con las viudas, con los repudiados, con los pecadores.

Se apiada de los que van a Él suplicantes y con fe.

Alegría
El Señor es la alegría personificada. Allí por donde pasa, deja una estela de alegría y entusiasmo en la gente, como cuando entra en Jerusalén.

Cristo es nuestro ejemplo a imitar.


Fuente: 
-"Cristo, la Obra maestra del Espíritu Santo" (P. Pedro Beteta)