¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

jueves, 26 de agosto de 2021

AFÁN DE PROTAGONISMO

"Todo lo que hacen es para que los vea la gente... 
les gustan los primeros puestos en los banquetes 
y los asientos de honor en las sinagogas...
...El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido"
(Mateo 23,5-12)

Dice San Josemaría Escrivá que hay quienes no ven a Cristo en los demás hermanos, sino escalones para subir más alto.

Sin duda, se refiere a algunas personas que, excesivamente ritualizadas, rigoristas y legalistas, buscan afanosamente un papel protagonista y un ansia desmedido de reconocimiento con el que satisfacer su ego, y así, escalar "posiciones" dentro de la Iglesia

El papa Francisco lo llama clericalismo o "narcisismo espiritual", una tendencia mundana que debemos evitar y extirpar de la Iglesia. Esto mismo fue lo que le ocurrió a Salomé, la madre de Santiago y Juan, quien buscaba que sus hijos fueran "más" que los demás, por lo que fue corregida por Jesús (Mateo 20,20-27).

¡Cuántas veces pretendemos construir una religiosidad supremacistacarente de paz, bondad, amor o humildad que hace huir a los demás de la Iglesia!

¡Cuántas veces edificamos parroquias privativas, nos apropiamos de las pastorales y ocupamos "cargos" que nos den autoridad, prestigio o control sobre todo lo que debe ocurrir en ellas!

¡Cuántas veces nos dejamos dominar por un emotivismo espiritual, esclavo de afectos y pasiones pero carente de piedad y misericordia!

¡Cuántas veces confundimos servicio con activismo clerical, con el propósito de "ser más que los demás", que nos separa y nos aleja del amor de Dios! 
¡Cuántas veces nos convertimos en personas tristes y mustias, con "cara de vinagre" y "golpes de pecho", que "hacen cosas" sin saber su significado profundo!

¡Cuántas veces debatimos y discutimos "todo", murmuramos y criticamos a "todos", sin poner amor y alegría en nada de lo que hacemos!

¡Cuántas veces nos sentimos amenazados por los "nuevos" que llegan, ante la posibilidad de que se apropien de "nuestras cosas" y les negamos nuestra acogida y cercanía!

¡Cuántas veces deseamos construir una estructura parroquial cerrada, a modo de "club religioso" ensimismadode "corralito espiritual" vetado a los demás!

Sin embargo, en la Iglesia no hay podios ni asientos privilegiados ni puestos de honor. El único podio de vencedor es la Cruz, el único privilegio real es el de Cristo Resucitado y la única gloria le corresponde a Dios. 
Todos los bautizados compartimos una responsabilidad, una misión y una actitud: testimoniar una vida de fe coherente con el evangelio, anunciar con valentía nuestra esperanza en Jesucristo, y servir siempre con amor y alegría. 

Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, a buscar el rostro de Dios, a ser perfectos como Él, a amar como Él y a servir como Él: "El primero entre vosotros será vuestro servidor" (Mateo 23,11).

¿Quién puede sentirse atraído por Dios y su Iglesia si nuestra vida de fe contradice lo que expresan nuestras palabras o nuestros hechos? 

¿Quién puede ser digno de crédito o aprecio si nuestro tiempo en la parroquia lo dedicamos a recelar, murmurar, juzgar y excluir a los demás?

¿Quién puede ser testigo de Jesús si nuestro servicio en la Iglesia busca sólo protagonismo y reconocimiento ante los demás?

¿Quién puede llamarse cristiano si nuestra actitud habitual es legalista, celosa y resentida como la del "hermano mayor" de la parábola, criticando y juzgando a los demás? 


"El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,25-26)

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