¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 5 de septiembre de 2022

EL BUEN SACERDOTE, AL SERVICIO DE LA VERDAD


El cardenal Robert Sarah, en su último libro titulado "Al servicio de la verdad", que (como los anteriores) está inspirado en su propia experiencia, nos cuenta su vivencia de la fe como sacerdote, desde la entrega total a Cristo y a su Iglesia. 

Para el cardenal africano, el buen sacerdote es alguien cuya vida brilla como el sol porque es el representante de Cristo. Es la imagen de la mujer vestida de sol de Apocalipsis 12: la Iglesia no es el sol, es la luna que refleja los rayos del sol que es Cristo, y por tanto, sus sacerdotes deben reflejarlo también.
 
El buen sacerdote comprende la importancia del sacrificio personal y la renuncia como seguimiento de Cristo, que es, en definitiva, lo que significa amar: sacrificar tiempo, recursos y energías por los demás y renunciar a la propia comodidad. 

El buen sacerdote es aquel que cuando no está hablando con Dios, está hablando de Dios. Habla siempre la Verdad a sus "hijos espirituales", aunque duela o no sea "políticamente correcta". Exactamente lo mismo que hizo Cristo: hablar sin medias tintas, sin tapujos. Sin miedo a la verdad.

El buen sacerdote no se deja instrumentalizar como una marioneta por el pensamiento dominante ni por lo "políticamente correcto"; cuida la liturgia y no la inventa ni la transforma a su capricho ni al de los demás, porque sabe que su misión es reproducir la liturgia que se actualiza en el mismo Cielo. 

El buen sacerdote es celoso. Sarah dice que “el celo es interés": interés verdadero por las personas. Celo por las almasEntusiasmo por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. No se pertenece jamás a sí mismo sino al Señor. 

El buen sacerdote no es remolón ni perezoso, no malgasta el tiempo ni lo dedica al ocio ("padre del vicio"). Sabe que la pereza es un mal hábito que evita la actividad sin la que no se pueden lograr objetivos. Por eso, está siempre pendiente del cumplimiento de su misión.

El buen sacerdote no cede su pensamiento a las redes sociales ni se convierte en esclavo de internet, o en autómata del móvil, porque sabe que cuanto más se "navega", más se ahoga uno y cuanto más se "alimenta" de contenidos digitales, menos se metabolizan. Sabe que la sociedad es el más fiel reflejo de internet que consume "pasivamente" y actúa movida por sensaciones y sentimientos, que no piensa por cuenta propia, ni desde la verdad ni desde la razón. Y que es imprudente...
Sarah coincide con Francisco en ver en el clericalismo una de las mayores amenazas para la vida de la Iglesia hoy, un clericalismo que él llama "pragmatismo empresarial", un activismo que no está iluminado por la Palabra de Dios ni por la oración ni por el celo por las almas, y que se presenta como bondad cuando es, como mucho, eficacia mundana.

Lo que daña hoy a la Iglesia son los malos sacerdotes, lobos en piel de cordero”, que “dicen servir al rebaño cuando realmente se sirven de él para sus propios fines”.  Buscan, sobre todo, ser atractivos, "estar en la onda", pero están en un camino equivocado porque la Iglesia no trabaja para sí, no trabaja para aumentar los propios números ni el propio poder, sino para el hombre y para Cristo.

El cardenal nos deja claro lo que es un buen sacerdote, y análogamente, lo que significa ser un buen cristiano: alguien que brilla en un mundo de oscuridad, que se sacrifica por los demás, que habla con Dios y de Dios siempre, que no se deja manipular por el pensamiento dominante, que es celoso y comprometido por el Reino de Dios y que está iluminado por la oración y la Palabra. 

El buen sacerdote, el buen cristiano... es el que está siempre al servicio de la Verdad, al servicio de Cristo, al servicio del reino de Dios.

jueves, 26 de agosto de 2021

AFÁN DE PROTAGONISMO

"Todo lo que hacen es para que los vea la gente... 
les gustan los primeros puestos en los banquetes 
y los asientos de honor en las sinagogas...
...El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido"
(Mateo 23,5-12)

Dice San Josemaría Escrivá que hay quienes no ven a Cristo en los demás hermanos, sino escalones para subir más alto.

Sin duda, se refiere a algunas personas que, excesivamente ritualizadas, rigoristas y legalistas, buscan afanosamente un papel protagonista y un ansia desmedido de reconocimiento con el que satisfacer su ego, y así, escalar "posiciones" dentro de la Iglesia

El papa Francisco lo llama clericalismo o "narcisismo espiritual", una tendencia mundana que debemos evitar y extirpar de la Iglesia. Esto mismo fue lo que le ocurrió a Salomé, la madre de Santiago y Juan, quien buscaba que sus hijos fueran "más" que los demás, por lo que fue corregida por Jesús (Mateo 20,20-27).

¡Cuántas veces pretendemos construir una religiosidad supremacistacarente de paz, bondad, amor o humildad que hace huir a los demás de la Iglesia!

¡Cuántas veces edificamos parroquias privativas, nos apropiamos de las pastorales y ocupamos "cargos" que nos den autoridad, prestigio o control sobre todo lo que debe ocurrir en ellas!

¡Cuántas veces nos dejamos dominar por un emotivismo espiritual, esclavo de afectos y pasiones pero carente de piedad y misericordia!

¡Cuántas veces confundimos servicio con activismo clerical, con el propósito de "ser más que los demás", que nos separa y nos aleja del amor de Dios! 
¡Cuántas veces nos convertimos en personas tristes y mustias, con "cara de vinagre" y "golpes de pecho", que "hacen cosas" sin saber su significado profundo!

¡Cuántas veces debatimos y discutimos "todo", murmuramos y criticamos a "todos", sin poner amor y alegría en nada de lo que hacemos!

¡Cuántas veces nos sentimos amenazados por los "nuevos" que llegan, ante la posibilidad de que se apropien de "nuestras cosas" y les negamos nuestra acogida y cercanía!

¡Cuántas veces deseamos construir una estructura parroquial cerrada, a modo de "club religioso" ensimismadode "corralito espiritual" vetado a los demás!

Sin embargo, en la Iglesia no hay podios ni asientos privilegiados ni puestos de honor. El único podio de vencedor es la Cruz, el único privilegio real es el de Cristo Resucitado y la única gloria le corresponde a Dios. 
Todos los bautizados compartimos una responsabilidad, una misión y una actitud: testimoniar una vida de fe coherente con el evangelio, anunciar con valentía nuestra esperanza en Jesucristo, y servir siempre con amor y alegría. 

Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, a buscar el rostro de Dios, a ser perfectos como Él, a amar como Él y a servir como Él: "El primero entre vosotros será vuestro servidor" (Mateo 23,11).

¿Quién puede sentirse atraído por Dios y su Iglesia si nuestra vida de fe contradice lo que expresan nuestras palabras o nuestros hechos? 

¿Quién puede ser digno de crédito o aprecio si nuestro tiempo en la parroquia lo dedicamos a recelar, murmurar, juzgar y excluir a los demás?

¿Quién puede ser testigo de Jesús si nuestro servicio en la Iglesia busca sólo protagonismo y reconocimiento ante los demás?

¿Quién puede llamarse cristiano si nuestra actitud habitual es legalista, celosa y resentida como la del "hermano mayor" de la parábola, criticando y juzgando a los demás? 


"El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,25-26)

sábado, 15 de febrero de 2020

CLERICALISMO: MIEDO ESCÉNICO A LA MISIÓN COMPARTIDA

"La mies es mucha, pero los obreros son pocos. 
Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies."
(Lucas 10, 1-9)

El otro día y tras la Eucaristía, dos sacerdotes nos comentaban que algunos estamos "metidos en demasiadas cosas espirituales" que "no es bueno estar en todo". Algo que ya nos habían dicho otros e incluso, en una ocasión, uno me dijo personalmente que "debía rebajar mi excesivo celo y amor por Dios".

Al día siguiente de este episodio, el Señor nos habla de la abundancia de la mies y de la escasez de los obreros. ¡No salgo de mi asombro y de mi sorpresa! Porque mientras Jesús nos exhorta a pedirle a Dios que envíe obreros a la mies, ellos, los sacerdotes, en lugar de alegrarse porque el Dueño de la mies nos envíe a ella, nos acusan de estar haciendo "demasiado" para Él.

Sin embargo, en repetidas ocasiones, estos mismos sacerdotes acuden a nosotros y nos llaman para que "les echemos una mano", para que les ayudemos o incluso nos animan a ser diáconos, es decir, quieren clericalizarnos. ¡Pues no! ¡Somos laicos y queremos seguir siéndolo!

Sin duda, uno de los mayores peligros de la Iglesia es el clericalismo, muy asumido e interiorizado por algunos ministros ordenados de la Iglesia y que, amparándose en él, con demasiada frecuencia, obvian, desprecian, minusvaloran o ningunean a los laicos

Me duele decirlo porque quiero a mi Iglesia pero es la triste realidad. No trato de juzgar sino de mostrar una realidad que falta a la caridad cristiana y a la alianza de Dios con su pueblo.
¿Qué es el clericalismo?
El clericalismo es una concepción desviada y errónea del ministerio sacerdotal,  una caricatura del sacerdocio que exige y confiere al clero una inapropiada superioridad moral y una excesiva deferencia.

El clericalismo es una visión elitista y excluyente de la vocación sacerdotal, que interpreta el don recibido como un poder para ejercitar, en lugar de como un servicio gratuito y generoso para ofrecer (Mateo 10,8).

El clericalismo es una pretensión de pertenencia a una clase espiritual superior que posee todas las respuestas, que no tiene necesidad de escuchar o de aprender nada, o que incluso finge escuchar.

El clericalismo es una búsqueda prioritaria de los intereses particulares de la jerarquía eclesiástica que ansía subir en el escalafónincrementar su poder, lo que evita que se convierta de verdad en una Iglesia Pueblo de Dios, al excluir sistemáticamente a los laicos.

El clericalismo es una consecuencia de un cierto temor de los sacerdotes a perder notoriedad, autoridad o importancia frente a los laicos y de una cierta envidia de los ministros ordenados frente a la valentía y libertad de movimiento de los seglares.

El clericalismo es un aumento de la distancia entre el sacerdote y el laico que desdibuja el camino hacia Dios, porque un pastor, por sí solo, no puede producir leche o queso. Necesita cuidar a las ovejas dentro del redil, mantenerlas sanas y alimentarlas para que éstas den el resultado que se espera de ellas. 

El clericalismo es, en definitiva, un miedo escénicola "lógica de la Misión Compartida" y a la corresponsabilidad de todo el pueblo al servicio a Dios, que termina convirtiéndose en un trato despótico y autoritario de algunos sacerdotes hacia los laicos, a quienes tratan como "borregos" en lugar de como "ovejas", como "masa" en lugar de como rebaño. 

El clericalismo es un abuso psicológico, espiritual o incluso sexual pero no es un mal endémico, sustancial o exclusivo del sacerdocio, sino inherente a una posición de poder, tan habitual en la lógica humana y tan ajena a la lógica apostólica.

Pero el clericalismo es también una ausencia de participación, compromiso y responsabilidad por parte de los laicos

Es un cómodo deseo de consumo espiritual, de búsqueda de un paternalismo místico que dicte una participación sin demasiado compromiso y de una fe sin excesiva responsabilidad. Posiblemente, también los excesos de parte del clero a lo largo de los tiempos, hayan sido los que han provocado esa apatía, ausencia y pasividad de muchos laicos.

Los laicos tenemos, una vez más, que recordar a nuestros sacerdotes que ellos también son servidores de la misión compartida, que el rebaño no es suyo y que juntos, estamos para servir y dar gloria al Dueño: Dios.

Los laicos debemos respetar a los pastores ordenados de la Iglesia, llamados por Dios a ser nuestros líderes, maestros y santificadores del pueblo de Dios y, a la vez, recordarles que nuestra tarea no es suplantarles sino ayudarles.

Todos los papas que he conocido (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) siempre nos han invitado, tanto a sacerdotes como a laicos, a llevar a cabo una transformación eclesial y social que supere este clericalismo pero que, hasta ahora, ha sido difícil de realizar.

Para ello, necesitamos vivir juntos esa lógica de la misión compartida y corresponsablemirando al origen y siendo fieles a Él, es decir, fijándonos cómo Jesús ejercía su ministerio con la gente, cómo recriminaba a los sacerdotes sus faltas de caridad y cómo, también, delegaba en ellos su autoridad.

Unos y otros, debemos convencernos de que la misión compartida refuerza la figura del pastor (mayor alcance, presencia, reconocimiento y escucha) y la del rebaño (mayor comunión, fraternidad, obediencia y compromiso).

lunes, 10 de septiembre de 2018

¿IGLESIA DE FRANCISCO O IGLESIA CATÓLICA UNIVERSAL?


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"Que todos sean una sola cosa; 
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, 
que también ellos sean una sola cosa en nosotros, 
para que el mundo crea que tú me has enviado." 
(Juan 17,21)

Últimamente, venimos escuchando con no poco sobresalto la expresión “la Iglesia de Francisco”, como si la Iglesia no fuera "Una" (un sólo Dios, una Fe, un Bautismo, una Doctrina), como si los dos mil años de Iglesia hubieran sido un entrenamiento, como si la "Iglesia de verdad" hubiera comenzado hace cinco años con la llegada de Francisco

Como punto de partida, hablar de la "Iglesia de Francisco" implica, en sí mismo, una apropiación indebida de una Iglesia que sólo pertenece a Jesucristo. Hablar de la "Iglesia de Francisco" evidencia que "existe otra Iglesia" que no es (que no ha sido) la verdadera, y por tanto, admitir que hasta hoy, la Iglesia estaba equivocada. Hablar de la "Iglesia de Francisco" implica  dividir, confrontar y provocar un cisma en el Cuerpo de Cristo hoy. 

Francisco es, ante todo, la cabeza de la Iglesia Católica y como sucesor de Pedro, su función principal es ser vínculo y garante de la unidad y la comunión

Hablar de una Iglesia de.. y otra de..., significa hablar más de "arenas movedizas" que de "roca de la fe"; significa marginar a parte del pueblo de Dios por el hecho de ser fiel a la doctrina del Evangelio y al Magisterio de la Iglesia; significa integrar a nuevos miembros que, abogan por un cambio acorde a los tiempos que les permita decidir por sí mismos lo que está bien y lo que está mal.

Sin fidelidad a Cristo no puede haber Iglesia; sin unidad doctrinal no puede haber Iglesia; sin comunión fraternal no puede haber Iglesia...ni de Francisco ni de Pepito...

Cardinal Robert Sarah (cropped).JPGEl cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desd2014. advierte que la Iglesia Católica Romana se enfrenta a un grave riesgo de división: “Sin una fe común, la Iglesia es amenazada por la confusión y luego, progresivamente puede deslizarse a la dispersión y la división. Actualmente hay un grave riesgo de fragmentación de la Iglesia, de que se desintegre el cuerpo místico de Cristo por insistir en las identidades nacionales de las Iglesias y así en su capacidad para decidir por sí mismos, sobretodo en el dominio tan crucial de la doctrina y la moral” (Entrevista 18 abril 2017).

Espíritu confuso

La confusión parece gustar a muchas personas tanto dentro como fuera de la Iglesia. Y Francisco "gusta" mucho a los de "fuera" porque alimenta la ambigüedad con sus continuos cambios de pensamiento, con sus numerosos "guiños" a sectores históricamente anti-católicos, con sus ocurrentes "frases" para ganarse adeptos dentro de los colectivos tradicionalmente enemigos de la Iglesia.

Imagen relacionadaEn su exhortación del 2016, Amoris Laetitia, Francisco escribió: “Quisiera aclarar que no todas las discusiones y asuntos morales o pastorales necesitan ser establecidos por intervenciones del magisterio. Cada país o región (…) puede buscar soluciones que se ajusten mejor a su cultura y que sean más susceptibles a sus tradiciones y necesidades locales”.

Aclaraciones que, más que dar luz, provocaron cierta hilaridad y confusión, puesto que el Santo Padre cede el Magisterio de la Iglesia al ámbito local, dando lugar a la confusión y conflicto entre las distintas conferencias episcopales, en lo relativo a pastorales sobre al divorcio y las segundas nupcias, la comunión en estado irregular y el adulterio, la comunión inter-ecuménica, la ideología de genero y la LGTB, etc.

Aunque cuatro cardenales le han pedido públicamente al Papa Francisco una declaración aclarando los párrafos controvetidos de Amoris Laetitia, Francisco ha rehusado a hacerlo, lo que indefectiblemente lleva a la Iglesia a un punto peligrosamente confuso y fragmentado.

Espíritu sectario

Desde el inicio de la Iglesia empezaron las divisiones, algo que no es nuevo, pues ya el apóstol Pablo lo advertía en la Iglesia de Corinto:"Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo". ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros o habéis sido bautizados en su nombre?" ( Corintios 1, 12-13).

Resultado de imagen de iglesia de franciscoSe trata de liderazgo malentendido, espíritu sectario dentro de la Iglesia, carácter autorreferencial y endogámico. En definitiva, un camino peligroso: "Yo soy de Francisco; ¿qué me importa Benedicto o Juan Pablo II con sus seguidores? Los demás no me interesan." 

El Papa no puede ser partidista. Debe resolver las disputas, no dar pie a ellas. No debe posicionarse en “una de las partes”, cuando se producen desacuerdos dentro de la Iglesia. No puede premiar a sus aliados y castigar a sus detractores. Y desde luego, no puede revertir la doctrina de sus antecesores.

El sucesor de Pedro debe ser prudente y evitar incluso la apariencia de una actuación arbitraria. Debe ser consciente de que sirve al pueblo de Dios como Cabeza de la Iglesia pero no como Líder autoritario. Debe proponer más que imponer.

Francisco ha nombrado, en sólo tres años, a 61 cardenales "propios", de los cuales 49 son menores de 80 años, entre ellos Osoro, de Madrid, y Omella, de Barcelona. Su objetivo parece estar claro: rodearse de personas con una ideología eclesiástica y espíritu renovador alineados con los suyos, con el propósito de influir en la decisión del nombramiento de su futuro sucesor. 

Espíritu progresista

El papel del Papa es conservador por su propia naturaleza, puesto que debe preservar la pureza y claridad de nuestra fe: una fe que no cambia y que fue establecida por Jesucristo. Por tanto, nadie (ni siquiera el Papa) puede cuestionar la doctrina sin alterar la autoridad de la Iglesia que nuestro Señor fundó, la misma Iglesia que le da a él su autoridad. 
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Si bien es el pastor supremo de la Iglesia Católica, el Papa sólo puede enseñar lo que la Iglesia siempre ha enseñado: el depósito de la fe que se le ha transmitido desde los apóstoles. 

En contra de lo que muchos creen, el Papa sólo es infalible cuando proclama y define lo que el Magisterio ha dicho y los fieles católicos han creído “siempre y en todas partes”. En el resto de ocasiones en las que habla, el Papa es humano. Y como tal, puede equivocarse.

El Papa no puede enseñar algo nuevo ni tener una actitud progresista o de reforma. Puede expresar la Verdad de nuevas maneras, con nuevas metodologías, con nuevos lenguajes pero si introduce "nuevas enseñanzas", está abusando de su autoridad

Y si además estas nuevas enseñanzas entran en conflicto con la doctrina establecida por la Palabra y el Magisterio de la Iglesia, está socavando su propia autoridad.

Espíritu liberal

Son muchos los que ven muchas similitudes entre las opiniones de Francisco y la Teología de la Liberación, hasta el punto de parecer haber legitimado algunos de sus postulados.

Imagen relacionadaLa “Teología de la liberación” se define a sí misma, “como una reflexión a partir de la experiencia religiosa de quienes encuentran a Cristo entre los pobres, merced al compromiso que contraen en la lucha por su liberación”. 

Imagen relacionada“Liberación” significa la lucha y destrucción del capitalismo como la peor manifestación del pecado en forma de "violencia" y la necesidad de reemplazarlo por el comunismo. 

Jesucristo es presentado como un revolucionario y, así, si una persona quiere seguirle, si quiere ser cristiano, también debe ser revolucionario. Y así esta "Teología" proselitista, liberal y de pensamiento único divide a la Iglesia en “nosotros” y “ellos”.

En el discurso pronunciado durante el Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares organizado por el Vaticano, Francisco expresó: "Actualmente quien gobierna el mundo es “el dinero”. ¿Cómo? Mediante “el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás”. Y subrayó que “ese sistema es terrorista”.
Ratzinger alertó sobre las “graves desviaciones ideológicas que conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres […] la lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias”. Y condenó “la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres”.

El hombre actual cree que la Igl
esia es una construcción humana y la fe, un accidente histórico que ocurrió hace dos mil años y que tuvo éxito gracias al destino. Por eso, afirma que la Iglesia debe cambiar y adaptarse a cada época y a cada cultura.

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En el fondo y como siempre, se trata de una cuestión de fe: ¿Es la Iglesia una institución fundada por Dios para la salvación eterna de las almas? ¿O es una construcción social constituida por gente sincera para hacer del mundo un mejor lugar? y de una cuestión de obediencia: ¿Es la Doctrina y el Magisterio de la Iglesia la Verdad revelada por Cristo? ¿O es una construcción ideológica según las épocas y dependiente de los tiempos?

Jesús nos insiste a estar alerta, en vela y preparados y a orad para no caer en tentación: "Estad alerta; velad... Lo que os digo a vosotros, se lo digo a todos: ¡Estad en vela!" (Marcos 13, 33-37).  "Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mateo 26, 41). "Estad alerta y orad en todo momento para que podáis libraros de todo lo que ha de venir y presentaros ante el hijo del hombre" (Lucas 21, 36). "Acuérdate de cómo recibiste y oíste la palabra; guárdala y arrepiéntete. Porque, si no despiertas, caeré sobre ti como un ladrón, sin que sepas a qué hora te voy a sorprender." (Apocalipsis 3, 3).

Nos avisa para que nadie nos engañe porque surgirán falsos profetas: "Mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy el mesías, y engañarán a muchos..."Entonces os entregarán a la tortura y a la muerte. Por mi causa os odiarán todos los pueblos. Muchos se escandalizarán, se traicionarán y odiarán unos a otros. Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos. El exceso de la maldad enfriará la caridad de mucha gente, pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mateo 24, 4-5; 9-13).

Nos advierte de la llegada del Anticristo y previene que saldrá de entre nosotros: "Cuando veáis en el lugar santo el ídolo repugnante anunciado por el profeta Daniel (el que lea que entienda)...Rezad...estad en guardia..."" (Mateo 24, 15). "Y en el templo se cometerá un sacrilegio horrible, hasta que la ruina decretada caiga sobre el devastador" (Daniel 9, 27). "Hijitos míos, es la última hora. Se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; pues bien, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que esta es la última hora. Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que no todos los que están dentro de nosotros son de los nuestros" (1 Juan 2, 18-19).

Debemos velar, estar alerta y preparados; mantenernos sobrios, prudentes y firmes en la fe; fieles, obedientes y dóciles a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia. Y para todo ello, y lo más importante, debemos orar.

Recemos por el Santo Padre, por todos los obispos y por todos los sacerdotes, por todos los consagrados y por todo el Pueblo de Dios para que Su Espíritu ilumine y guíe a toda Su Iglesia.

jueves, 15 de junio de 2017

ABUSO ESPIRITUAL



"¡Ay del pastor inútil que abandona las ovejas! 
¡Espada sobre su brazo y sobre su ojo derecho; 
que su brazo se seque del todo, y del todo se oscurezca su ojo!" 
(Zacarías 11, 17) 

"¡Ay de los pastores que dejan perecer y dispersarse al rebaño de mi pasto, 
dice el Señor!" 
(Jeremías, 23, 1)

El apóstol Pablo en 1 Timoteo 3, 2-13 define magistralmente los oficios de la Iglesia de Cristo, así, como sus comportamientos: El obispo es el “supervisor” de la comunidad, el presbítero es el “anciano” de la comunidad y el diácono, el “servidor” de la comunidad. 

Los tres son conferidos para el cuidado del pueblo de Dios, para garantizar la unidad de fe y para promover el amor fraterno en la iglesia/comunidad. Nosotros, los cristianos, el pueblo de Dios, les debemos obediencia, sumisión, respeto y apoyo.

Sin embargo, y por causa de un mal endémico en la Iglesia (el clericalismo), a veces, se traspasa la delgada línea que separa la autoridad del abuso espiritual. La imposición de normas que nada tienen que ver con la voluntad de Dios ni con su Palabra, el establecimiento de posiciones descontextualizadas para hacer valer su liderazgo autoritario y la amenaza a los miembros de la comunidad a ser relegados si contrarían las opiniones de sus sacerdotes son, por desgracia, actitudes bastante comunes en algunas parroquias.

Muchas comunidades cristianas han cedido, paulatinamente, a la tentación de reducir la voluntad divina a la voz de sus sacerdotes y han cerrado filas a cualquier amenaza contra la autoridad de los mismos. A menudo, éstos se han revestido de cierto hálito de superioridad que los hace intocables, y en ocasiones, les conduce al abuso espiritual.

Abuso, según el diccionario es el "uso o aprovechamiento excesivo o indebido de algo o de alguien, en perjuicio propio o ajeno".

Vivimos en un mundo repleto de abusos: de autoridad, de confianza, económicos, escolares, sexuales... y también espirituales.

El abuso espiritual ocurre cuando una persona con autoridad religiosa o espiritual (generalmente un líder carismático,  que posee la capacidad de atraer y fascinar a las personas) hace uso de palabras y actitudes para persuadir a los demás en beneficio propio. 

En ocasiones, incluso llega a ignorar o maltratar a otra persona en nombre de Dios o por algún concepto o ministerio espiritual, utilizando su mayor rango como ventaja, al poner a la víctima en un estado de obediencia incuestionable a la autoridad.



La tiranía espiritual empieza entonces a brotar en el líder y en sus seguidores. A menudo se forma una estructura piramidal de autoridad en la cual, mientras más cerca se encuentran los seguidores de su líder mayor beneplácito posee. 

A menudo se desarrolla un doble cariz en la persona: hacia el superior demuestra una absoluta sumisión y pleitesía, mientras que hacia los inferiores, desarrolla una actitud despótica que atribuye al “espíritu profético” que posee.



La visión de Dios se ve distorsionada por este modo de asumir el liderazgo. Si nuestro líder es un tirano que abusa, controla y dirige (siguiendo su propio interés), los designios del pueblo de Dios, podríamos pensar que Dios también es así. Y Dios no es un tirano ni un dictador: Dios es amor.


Los modelos de liderazgo abusivos terminan convirtiéndose en paradigmas de parroquias clericalizadas, que sobrevaloran la figura del líder carismático y desprecian a aquellos que son ajenos a su imposición.

El modelo bíblico que nos explica San Pablo, lejos de enfatizar la autoridad de la persona, revaloriza a la persona y la inserta en una comunidad de amor, y no en un ejército sumiso a determinadas normas estipuladas por el líder.

También, la comunidad descrita en el libro de los Hechos 2, 42-47 es armónica con la voluntad de Dios y aún teniendo determinadas autoridades, éstas no asumen el control absoluto de la comunidad. Así por ejemplo, frente a la necesidad de nuevas personas en el ministerio de la diaconía (una labor de autoridad), éstas no son impuestas por los apóstoles; al contrario, éstos encomiendan a la misma comunidad la selección de estas personas (liderazgo). 

De igual manera vemos, en el concilio de Jerusalén, que la toma de decisiones de parte de la Iglesia, lejos de ser una responsabilidad exclusiva de los apóstoles, es presentada a la congregación para su conocimiento, oración y decisión.

El mismo modelo democrático del que goza occidente en la actualidad es fruto del cristianismo primitivo. Muy a menudo se piensa en Grecia como la fuente de la democracia, sin embargo, el “pueblo” que gobernaba sólo incluía a los hombres libres de las polis griegas. Por el contrario, en el naciente cristianismo “no había judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, pues todos eran uno en Cristo Jesús”. Todos poseían el Espíritu y por ello todos y todas tenían en la capacidad y la responsabilidad de asumir el bienestar de la comunidad de creyentes como propio. Aún los mismos profetas podían y debían ser juzgados por todos los miembros de la comunidad de fe para determinar si el mensaje transmitido era acorde con el anuncio del evangelio.

No debemos olvidar que es el Espíritu Santo quien guía y sostiene el proceso de crecimiento del cuerpo de Cristo, sin perjuicio de la necesaria existencia de la jerarquía eclesiástica para regirla y coordinar las acciones en aras de la necesidad de todos. Pero ésta no debe asumir su posición como hegemónica, sino de servicio a Dios y a su pueblo.

El abuso espiritual se caracteriza por:

1. Tener una visión distorsionada del respeto. Se olvida que el respeto se gana pero no se exige. El respeto se obtiene con el ejemplo, no con la imposición.

2. Exigir fidelidad como prueba de lealtad a Cristo. Todo es: "o a su manera o nada". Si un cristiano se desvía de la autoridad abusiva, es culpable de desviarse de Jesús.

Resultado de imagen de abuso de poder3. Utilizar un lenguaje exclusivo. Su manera de hacer las cosas, de pensar teológicamente, o dirigir la parroquia es la única manera correcta. Todos los demás están equivocados.

4. Erigirse en líder carismático al mando, que comienza bien, pero se desliza hacia la arrogancia, el proteccionismo y el orgullo. Se rodea de un grupo de adeptos y se aísla de las necesidades de los demás. Posee un culto a su personalidad y habla siempre en primera persona del singular.

5. Cultivar una dependencia del líder para la formación espiritual del resto. El discipulado no se plantea, ni se pone en práctica. Sólo el líder es capaz de formar a todos. No delega en nada ni en nadie.

6. Crear una cultura de temor y vergüenza. Si alguien no está de acuerdo con sus ideas, se le recrimina en público. No admiten sus errores, pero a menudo buscan el error en otros y utilizan su conocimiento para sostener a otros en el miedo y la esclavitud. Al ungido de Dios no se le puede ni contradecir ni corregir fraternalmente. Además, se rodean de un círculo de influencia que silencia a los críticos.

7. Exigir servidumbre a sus seguidores, justificando su modo de actuar como resultado del favor de Dios y de la aprobación de su sacerdocio. A diferencia de las instrucciones de Jesús de sentarse en el último asiento, suelen acaparar el primer asiento en los eventos.

Imagen relacionada8. Protegerse de la crítica colocando a la gente alrededor de ellos cuya única lealtad es al líder. Ve a los que plantean cuestiones como enemigos. Aquellos que antes eran amigos / aliados, rápidamente se convierten en enemigos una vez que se plantea algo que difiere de su pensamiento. A veces, estas personas son desterradas, se les dice que se callen o se las obliga a someterse.


9. Mantener una falsa y aparente espiritualidad. Pone las cargas en los seguidores para actuar de cierta manera y tener un estilo de vida aceptable. Siempre habla "espiritualmente" cuando quiere conseguir un objetivo que no es de Dios, sino suyo.

10. Utilizar la exclusividad para la lealtad. Los seguidores cercanos al líder o líderes se sienten como miembros de la institución. Todos los demás están en el exterior, aunque anhelan estar en ese círculo íntimo.


Jesucristo comenzó a sentar las bases de su Iglesia antes incluso de iniciar su magisterio. Eligiendo primero a sus doce, comenzó su liderazgo. No fue un líder que, al conseguir audiencia, decidió abusar de su autoridad y/o éxito. Él tenía claro cuál era su misión, su objetivo y el desarrollo futuro de los acontecimientos, así que aún antes de lanzar su mensaje a las muchedumbres, se ocupó de ir construyendo la estructura que permitiría vertebrar y mantener unida a su Iglesia.



¿No deberían hacer lo mismo los sacerdotes en cada comunidad cristiana? ¿No deberían seguir su ejemplo y convertirse en fieles reflejos de su rostro? ¿No deberían poner en práctica el paradigma de liderazgo que Jesús realizó?

Mi reflexión no intenta ser un ataque gratuito y cruel hacia nuestros benditos sacerdotes, a quienes quiero y respeto. Quizás sólo sea un "balido" de una oveja que teme descarriarse. Nos toca rezar mucho y constantemente por ellos, para que se abandonen a la acción del Espíritu Santo, para que nuestro Señor les muestre el camino, para que sean nuestros guías y nuestra luz en la oscuridad.




miércoles, 7 de octubre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: LIMPIANDO BASURA


Dice el padre Mallon que cuando se reconstruye una casa, siempre hay que demoler algunas cosas y limpiar la basura: estructuras, actitudes o perspectivas teológicas, que entorpecen nuestra capacidad de cumplir el mandato misionero.

Entre otras, menciona tres tentaciones, de las que habló el papa Francisco en Aparecida contra el discipulado misionero y que son obra del “mal espíritu” y que propugnan la autorreferencialidad:

1. PELAGIANISMO: Auto-justificación

Pelagio (siglos IV-V) niega el pecado original, que sólo habría afectado sólo a Adán. El ser humano nace libre de culpa y por tanto, limpiar ese pecado, una de las funciones del bautismo, queda así sin sentido.

Afirma que la gracia divina no es necesaria para la salvación, ni gratuita, sino que es merecida por el esfuerzo humano, basta con hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesús.

Ejercido por quienes “en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas, no necesitan recibir a Dios y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico pasado. 

Se trata de una cierta seguridad doctrinal que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario donde en lugar de evangelizar se analiza, se clasifica y se controla a los demás.

En la Iglesia, se manifiesta  de dos formas:
  • El católico de mentalidad tradicional que basa su vida cristiana en una lista de deberes y obligaciones en la que anotar sus logros y lo que hace por Dios: ir a misa, ser bueno, decir sus oraciones de vez en cuando…y entonces Dios le deja entrar en el cielo. 
  • El católico posmoderno que basa su vida cristiana no en las Escrituras o en las enseñanzas de la Iglesia sino en su propio sentido de autonomía absoluta y buenismo fundamental: Dios es mi colega y sólo le exige “ser sincero consigo mismo” y entonces le deja entrar en el cielo.
Y produce tres consecuencias:
  1. Una cultura de mínimos (minimalismo). No es una fe de alianza, de compromiso y de relación personal con Dios. Es un paganismo disfrazado de cristianismo, donde salvación, vida eterna y la respuesta a las oraciones son favores que buscan algunos católicos tras “cumplir unas mínimas obligaciones”.
  2. Una cultura de buenas acciones (buenismo) La gente que se cree justificada por sus buenas acciones o por su “buenismo” nunca será capaz de conocer la misericordia divina ni de comprender la buena noticia de la salvación y en consecuencia, tener la alegría distintiva de la auténtica vida cristiana o poder transmitirla a los demás. Demasiados católicos no tienen nada que cantar o por lo que reír en misa.
  3. Una cultura anti-evangelizadora (comodidad). Si muchos se mantienen en los mínimos a cumplir, no conocen la buena noticia ni a Cristo realmente, tampoco mostrarán entusiasmo alguno por evangelizar. Sólo los evangelizados pueden evangelizar; sólo los que han recibido la Buena Noticia pueden proclamarla a los cuatro vientos; compartir una buena noticia con otros nunca es una carga sino algo natural y bueno. Se vuelve una carga sólo cuando no podemos compartirla.
2. JANSENISMO:  Auto-santidad 

Cornelio Jansenio (siglo XVII) propugna el rigor, la disciplina y la perfección moral. Pretende mostrar la imagen de un Dios distante, frío e inaccesible y busca la perfección exenta de misericordia en la vida cristianaSe trata también de un rigorismo moral y elitista como prueba necesaria del favor de Dios y la gracia. 

Por ejemplo, para recibir la Sagrada Comunión no sólo es necesario estar exento de pecado mortal y estar  llenos de gracia, sino estar completamente libres de pecado. Esto, lógicamente, evita el acercamiento a la eucaristía de los creyentes en general, puesto que la perfección y el rigor reemplazan la gracia y la misericordia.

Muchos católicos se encuentran en una situación (que ellos mismos desconocen) en la que han perdido o nunca han tenido la ocasión de experimentar a Jesucristo personalmente. Su tendencia se encamina a reducir la fe a un rigorismo moral o a una simple ética. La moral sin la experiencia de Cristo hará que la Iglesia colapse.

¿Cómo demoler estas doctrinas para limpiar la basura? 

Kerigma

Es la proclamación la que abre corazones; es el Primer Anuncio el que debe ser oído y entendido por todos. El primer anuncio no es primero en sentido ordinal, porque esté al principio y luego se sustituye por otros contenidos catequéticos, sino que es primero en sentido cualitativo, porque es el anuncio principal y que siempre hay que volver a escucharlo y a anunciar de diferentes maneras y en diferentes momentos.

Esta proclamación debe estar presente en cada homilía, en cada catequesis, en cada charla. El ciclo es escuchar el kerigma, mantener una relación personal de Cristo y formar una experiencia vital de comunidad cristiana.

La clave de la salvación no estriba en lo que nosotros “hacemos” por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros a través de su hijo Jesucristo.

3. CLERICALISMO: Auto-complacencia

Quizás esta sea la tentación que más daño produce hoy en la Iglesia. El papa Francisco describió el clericalismo como una manifestación de un complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico pide ser clericalizado.
  • En una cultura de mínimos a cumplir, la percepción del laico clericalizado es de absoluta laxitud y comodidad: él no debe ser demasiado religioso ni hacer demasiado en lo referente a las actividades externas y fuera de la asistencia a misa; para eso está el cura. Es la teología popular, que produce bebes espirituales que nunca maduran ni crecenPara el católico medio, la santidad y la evangelización no son tareas propias, no son las cosas que hacen los católicos ordinarios pero es que además, son incapaces de hacerlas.
  • El clericalismo también es la apropiación de lo que es propio de todos los bautizados por parte de la casta clericalEn virtud del bautismo, todos los católicos están llamados a la santidad y a la misión, a dar testimonio de Cristo, a evangelizar y a la madurez, es decir, a ser discípulos misioneros. 
Sin embargo, el clericalismo suprime esa identidad bautismal y convierte a los sacerdotes y las monjas en super cristianos con superpoderes, para hacer lo que los cristianos ordinarios no pueden y trae dos consecuencias:
  1. Aislamiento del clero, al que se le deja el ser santo, se le carga con todo el trabajo que les corresponde a TODOS los miembros de la Iglesia y con expectativas inhumanas, al no permitírsele ni un solo fallo.
  2. Inmadurez de los bautizados, quienes nunca asumen su responsabilidad ni su papel en la familia de Dios, así como tampoco crecen en la fe.
Así, como dijo el papa, el sistema crea una dependencia mutua. El laico que quiere permanecer inalterado en su inmadurez debe fomentar continuamente el estatus del sacerdote como “un ser aparte” que él nunca podrá llegar a ser. 

Es decir, el laico desea ser “actor pasivo, anhela ser sólo “público”: permanece a una distancia prudencial mientras aplaude al cura. El sacerdote, aislado del mundo, se cree omnipotente, por encima de cualquier pecado humano.

Durante todos estos años y a causa del clericalismo, la vocación bautismal se ha confundido con la vocación sacerdotal: profundizar en la oración y  madurar en la vida espiritual, crecer en conocimiento teológico, evangelizar y llevar a otros a conocer a Jesús y servir a los demás. Este debería ser el deseo de todo cristiano y no sólo del sacerdote.

El ministerio sacerdotal ha adoptado en exclusiva la triple misión de Jesús: profética, sacerdotal y real o lo que es lo mismo, predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar los sacramentos y guiar al pueblo de Dios.

Fuera del sacerdocio, ningún creyente ha sentido ningún deseo de predicar, celebrar la eucaristía o la confesión y mucho menos guiar a la comunidad. Tampoco se le ha dejado (aunque lo deseara) vivir plenamente su vocación bautismal, so pena de ser enviado al seminario.

Entonces ¿Qué es lo que hacen los católicos ordinarios? Pues, rezar, pagar y obedecer, es decir, son sujetos pasivos en la misión de la Iglesia. Como mucho ayudar al cura en las misas, leer, recaudar fondos y escuchar.  Ser lector en la misa o distribuir la comunión se ha considerado como la cumbre del ministerio cristiano de un laico.

La madurez espiritual, el discipulado, el conocimiento y familiaridad con las Escrituras han sido completamente ajenos a la mayor parte de los católicos. El clericalismo ha sumido a la mayor parte de los católicos en una infancia espiritual y ni siquiera los ha preparado para el ministerio.

Tras la llamada universal del Concilio II a la misión, el clericalismo reaccionó sustituyendo enseguida el “apostolado laical” por “ministerio laical”, cuya relevancia es grande en cuestión de referencialidad: “apostolado” es salir afuera, el envío, mientras que su desaparición y sustitución por “ministerio” no hizo más que redefinir la vocación bautismal para ser un ad intra en lugar de un ad extra.

Ahora nadie tiene que salir sino que todo el mundo puede quedarse dentro como espectadores pasivos y los realmente comprometidos, leer las lecturas y administrar la comunión. Esta es la Iglesia auto-referencial, vuelta hacia sí misma en lugar de hacia Cristo, satisfecha con servirse y ciega en la contradicción que vive en lugar de involucrada en la transformación del mundo.

El clericalismo pues, produce lo que el padre Mallon llama, por un lado, el “atrincheramiento y aislamiento del cura”, no exento de una cierta dosis de comodidad, primacía y poder mientras los demás miran y por otro,  “los adormecidos consumidores pasivos de una religión descafeinada”, bebés espirituales, ignorantes de los fundamentos de su fe, incapaces de orientarse en la Biblia y con una madurez orante propia de un niño de cinco años. Y lo grave es que esto no parece preocupar a nadie.

¿Cómo demoler esta doctrina para limpiar la basura?

Cuidado pastoral: madurez y crecimiento

El apóstol San Pablo define su ministerio pastoral en Colosenses 1,38, donde habla, no de la búsqueda de la perfección moral de aquellos a los que sirve sino de cómo hacerlos avanzar por un camino de maduración y crecimiento constante.

Un buen cuidado pastoral no debe aceptar la inmadurez en la fe como algo normal de la misma forma que un padre de familia no admitiría ver a su hijo de veinticinco años tumbado en el sofá y chupándose el dedo. Eso es lo que hace el clericalismo.

Una parroquia de discípulos misioneros siempre debe tener una proporción considerable de miembros que se encuentren en una infancia espiritual. Si no los tiene, significará que no están naciendo bebés espirituales y que esa Iglesia es estéril. Lo que no deben ser es mayoría.

La solución al clericalismo es redefinir el cuidado pastoral, que normalmente se ha referido normalmente al cuidado de los que están enfermos, muriéndose o en duelo.


El término “párroco” se refiere a “pastor” y la tarea principal del pastor no es cuidar de las ovejas débiles, enfermas o moribundas, ni la de ofrecer protección sino llevar a las ovejas hasta la comida y la bebida. Alimentar a las ovejas para que puedan crecer, madurar, dar fruto y reproducirse.

También, salir en busca de las descarriadas, pero la principal es alimentarlas.

Equipar a los santos: Dones y carismas

En la carta a los Efesios 4, 11-13, el apóstol San Pablo nos indica que el objetivo último del cuidado pastoral es llevar a los cristianos a la madurez. También nos habla de los distintos dones y carismas que Dios da a la Iglesia y que son para equipar a los santos para el “trabajo del ministerio”, es decir, que la otra tarea importante del pastor no es hacer él solo todo el trabajo ministerial sino equipar a otros para que lo hagan.

Las parroquias donde virtualmente nada funciona, albergan escasas actividades que tienen que estar supervisadas por el sacerdote, nadie está equipado para el ministerio salvo él y mucho menos para liderar una “salida a las periferias”.

Las parroquias donde hay fruto y crecimiento, requieren que el párroco se centre en sus tres tareas fundamentales: predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar sacramentos y liderar la Iglesia. El resto de los ministerios no sólo pueden ser sostenidos, sino que han de ser realizados por otras personas.

A medida que los miembros de la comunidad parroquial maduran en su vida cristiana son llamados al servicio de acuerdo con sus dones y equipados para servir un ministerio. Así se convierten en discípulos misioneros que han sido equipados y puestos en el ministerio, no para hacer un favor al sacerdote sino interiorizado como ministerio propio en comunión con el cura.

El objetivo de cada ministerio es suscitar y equipar a otros para que hagan el trabajo y así, edificar la Iglesia. Esta multiplicación del ministerio satisface las demandas internas para gestionar una parroquia y permite generar discípulos misioneros maduros en Cristo que salen al exterior, anhelando servir. 

Entonces se establece una estructura de rendición de cuentas para el mantenimiento del modelo sin un control clerical meticuloso.

Sólo una Iglesia llena de discípulos misioneros puede cambiar el mundo.

En la carta a los Efesios citada antes también se establece una diferencia entre oficio y carisma: Los ordenados tienen el oficio de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Su responsabilidad es que haya fruto en la parroquia pero su oficio no siempre coincide con el carisma.

Los carismas se reparten entre todos los miembros de la Iglesia. Todos están llamados a identificar sus carismas y servir desde ellos.

Tanto los unos como los otros son necesarios en la Iglesia de Cristo y ninguno se excluye o amenaza al otro. Los roles y las responsabilidades son distintos pero todos son necesarios.

Hoy, al igual que la Iglesia del primer siglo, nos encontramos ante la situación de que ser cristiano no es nada popular ni fácil sino más bien algo arriesgado que conlleva burla, persecución, prisión e incluso muerte. Jesús nos dijo que seguirle no era fácil pero si emocionante y gratificante.

Es el momento de redescubrir nuestra identidad y esencia como bautizados que consiste en ser discípulos misioneros, llamados a conocer a Jesús y darlo a conocer. Es hora de que todos los que seguimos a Cristo maduremos y nos equipemos para el servicio.

La identidad más profunda de la Iglesia es ser una Iglesia misionera, llamada a transformar creyentes bautizados en discípulos misioneros que salgan, por la gracia divina, a construir el Reino de Dios.



P. James Mallon
Una renovación divina